viernes, 1 de junio de 2018

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LA PESCA EN LA EDAD MODERNA. SIGLOS XVI-XVIII

Embarcaciones. Aparejos y artes de pesca. Recursos y sistemas de pesca en la Edad moderna. Distribución geográfica de la actividad pesquera en España a finales del siglo XVIII



Tradicionalmente se ha visto la pesca en la España del XVIII como el momento de su resurgir después de un periodo de decadencia. Tras el siglo XVI, en el que se desarrollaron unas pesquerías “ejemplares y modernas”, el siglo XVII supuso una decadencia de la que no se sale hasta el siglo XVIII, cuando se produce una verdadera reconversión del sector pesquero. Las causas de esta decadencia son variadas: guerras, presión ejercida sobre los pescadores españoles en los mares del norte por parte de otros países, escasa protección prestada a estos por el estado español, elevados impuestos a productos como la sal. Pero sin olvidar la situación decadente de las pesquerías de sardina en el Cantábrico o del atún en el Mediterráneo, la causa más aparente sería la situación de la pesca del bacalao y la caza de ballenas, que con la firma del Tratado de Utrecht por el que Terranova pasaba a posesión de Gran Bretaña supuso el fin de estas pesquerías (1).
Tras el advenimiento de la monarquía borbónica los minis-tros ilustrados adoptarán una serie de medidas conducentes a cambiar este estado de cosas (2). La que se considera más importante de todas ellas fue la creación de la «Matrícula del Mar» en 1737, que tendrá como resultado el agrupamiento y registro de la gente del mar, dándole el monopolio de las faenas marineras: pesca, carga y descarga, navegación..., a cambio de la prestación en la real armada. Esto es, servir en la Armada, era a cambio de conceptuar la pesca como “una actividad exclusiva de los inscritos en las listas de la armada”.
Pero el auge que a nivel general experimenta la pesca a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, no sólo se debió a la implantación de la matrícula de mar, sino también, y principalmente, a la mayor actividad desarrollada y a las nuevas técnicas introducidas por valencianos y catalanes, como fue la pesca de arrastre o método de bous, del que luego hablaremos, consistente en dos barcos que tiran de una sola red, paralelamente a las costa arrastrándola por el fondo. Esta modalidad, típica del Mediterráneo, pronto se difundió por toda la costa española desde la costa atlántica andaluza hasta la gallega y la cantábrica de Santander y Guipúzcoa.
Al tratar de la situación de la pesca en los siglos XVI al XVIII parece lógico comenzar estudiar las herramientas que empleaban los pescadores, esto es las embarcaciones y los apar-ejos, que como es lógico suponer, la mayoría de los cuales ya venían siendo utilizados en la Edad Media.



Embarcaciones. 
    Empezaremos por las embarcaciones y en concreto por las más utilizadas en el Norte, para lo que seguiremos a Ojeda San Miguel (3). En primer lugar hay que tener muy presente que un barco de pesca debe adaptarse en todo momento al caladero donde se faena y a la especie que se persigue. Los barcos, sea cual sea su tamaño y finalidad, no se construían de forma estandarizada. Eran encargos directos a los carpinteros de ribera, en los que siempre era determinante la idea que en su cabeza tenían los armadores. De los nombres que recibían los barcos los podemos conocer por la información que, entre los años 1494 y 1690, nos proporcionan los papeles del Archivo De Castro Urdiales, en donde se hace referencia a naos y zabras, al hacer referencia a la pesca de cierta altura, y de pinazas, pinazuleas, bateles y chalupas en lo que podría ser pesca de bajura. El léxico naval se reduce drásticamente durante el siglo XVIII, pues solamente se nombra a pinazas y chalupas, a la vez que comienzan a surgir nuevos nombres.
En la primera mitad del siglo XVI había centenares de barcos dedicados a la pesca de bajura, caza de ballenas y transporte de cabotaje a pequeña escala. La mayoría eran denominados con los sobrenombres de galiones, chalupas, pinazas, sin olvidar los pequeños bateles utilizados generalmente como botes auxiliares.
El galeón o galión dedicado a la pesca debía ser una embarcación pequeña, sin cubierta, propulsada a remos y vela tripulada por cinco marineros, pero que cuando se dedicaba a la caza de ballenas la tripulación podía llegar has-ta las ocho personas. No hay que confíndirlo con el “ga-león”, barco ya muy grande movido a vela que podía ser usado indistintamente para el comercio o la guerra, que aparece aproximadamente a partir de 1550.
Las chalupas y los galeones dedicados a la pesca eran muy parecidos, quizá algo más pequeñas aquellas. Servían para lo mismo: eran navíos sin cubierta, movidos a remos y vela y usados para la pesca de bajura, especialmente de la sardina. La chalupa se impuso en toda la costa cantábrica desde mediados del siglo XVI como uno de los barcos pequeños más utilizado por los pescdores. Según archivos de 1640, una chalupa tenía “dos vlas, para la pesquería de la sardina, doçe remos, una estacha y arpeo de fierro...”, aunque otras iban “con dos velas, mayor y trinquete, dos mástiles, mayor y de trinquete, con sus ustagus, quatro remos, una estacha con cuarenta y nueve braças”. En algún momento del siglo XVIII, las chalupas o sus herederas pasaron a llamarse “lanchas menores”.
Las chalupas dedicadas a la caza de ballenas debieron ser algo más grandes, pues debían albergar, además de a los tripu-lantes, arpones, boyas, hachas..., y tener suficiente espacio para que el proel-arponero pudiera moverse con facilidad. Probablemente eran pequeños barcos, más ligeros que las chalupas comunes, pero a la vez robustamente construidas, capaces de aguantar el oleaje y de hacer viradas bruscas y cambios de dirección rotundos.
Las pinazas, empleadas para la pesca costera, aunque en aguas algo alejadas y mar adentro, del bonito, merluza y sobre todo del besugo, eran navíos que se movían a vela y remo, normalmente de dos mástiles; el mayor y el de trinquete. Es posible que la popa tuviese forma redondeada y el timón fijado con herrajes. Podían llegar a alcanzar los 12 m de eslora, su porte no sobrepasaría los 25 toneles y en general sus dimensiones máximas aproximadas serían: unos 17 codos de quilla (9,7 metros), 21 de eslora (12 m), 5,75 de maga por dentro (casi 4 m) y 2,5 codos de puntal hasta el carel.
Además de las chalupas y las pinazas (que fueron las embarcaciones más utilizadas para la pesca hasta el siglo XVIII), de los galiones y de los minúsculos bateles, había otra importante flota de barcos más o menos localizada en diferentes zonas. Así en Galicia (4) para la pesca en las rías con cerco o cedazos se empleaban, además de pinazas, trincados y pirlos.
El trincado era una embarcación pequeña con el palo caído hacia popa y vela en forma de trapecio muy irregular. También los había de dos palos con un casco de tingladillo que se empleaba además de para la pesca para el pequeño cabotaje. El uso de los pirlos no se limitó únicamente a los cercos, sino que también fue utilizado por las compañías de la sacada alta (red de mayor tamaño que la sacada y menor que la traiña).
Los barcos volanteiros o volantes eran característico de los puertos en los que la pesca de la merluza se circunscribió al empleo de las redes volanteiras, a diferencia de la pesca efectuada con cordel, basada generalmente en el empleo de las pinazas. Las características de este barco se hallaban a medio ca-mino entre la pinaza mayor bordingada y el navío empleado para el transporte de mercancías.
Por último, hemos de destacar, en el caso gallego la dorna, empleada tanto en la pesca con redes sardiñeiras, redes de xeito, sacada alta, rapeta y pesca del congrio con redes sardiñeiras o con cordel, como en el marisqueo (pulpos y ostras). La dorna es un barco pequeño propio de las Rías Baixas, con vela de trincado, dos remos y casco de tingladillo, con proa redonda que sobresale de cubierta, la popa chata y pequeña y la quilla pronunciada. Generalmente lleva dos tripulantes a bordo, el patrón a la caña y el mari-nero, quien se ocupa del izado de la vela.
En Andalucía (2) el término jábega designaba la red de tiro, conocida “arte de malla real”, y por extensión la “barca” que la cala, que podía variar en cuanto a construcción y dimensiones. Por lo general, llevaba de diez a catorce remos bastante largos, bogando en cada uno de ellos un remero. Del palo y la vela se hacía un uso limitado, pues para calar la red no se precisaba. La tripulación de una jabega normal era de entre quince y veintidós hombres, que eran los que se necesitaban para el gobierno de la barca y calamento de la red.
Como en el caso de la jábega, el término lavada hacía referencia a la red, a la técnica y al barco empleado en las faenas, si bien este último solía conocerse con el nombre de lavadero o bajel, teniendo por lo general seis ceas o bancos para los remeros de proa a popa. Lo mismo ocurría con los barcos cazonales, que como su nombre indica se empleaban para la captura del cazón.
Bous, bueyes, parellas, parejas, son los nombres que designaban este arte de pescar –pesca de arrastre de la que luego hablaremos- con dos embarcaciones a la vela. Los barcos empleados podían llegar a unos quinientos quintales de porte, estaban aparejados con velas latinas y sus medidas solían ser las siguientes: quilla: 46 pies, eslora: 47 pies, manga: 14 pies, puntal: 6 pies. En cuanto a la tripulación, podía variar entre siete y nueve o diez hombres, incluido el patrón, según el porte de cada barco.
          No hay que decir que los barcos, aunque no de forma acelerada, iban cambiando con el paso de los años. Así, una chalupa o una pinaza del año 1500 no era una chalupa o una pinaza de 1750. Sin embargo los nombres cambiaron poco con el paso del tiempo,
Pero además de las chalupas y pinazas, que fueron las embarcaciones más utilizadas para la pesca hasta el siglo XVIII, de los galiones y de los minúsculos bateles, había otra importante flota de barcos de mediano porte, constituida fundamentalmente por zabras (3). Buques que se utilizaron como unidades mercantes y de corso, pero también en la pesca de altura, especialmente en Irlanda, y más raramente en la costera del besugo. Las zabras eran naves a medio camino entre los grandes barcos de altura y los estrictamente de pesca costera (chalupas y pina-zas). Debieron parecerse en su aspecto a las pinazas. Cuando una pinaza sobrepasaba los 18 codos de quilla y los 23 de eslora pasaba a denominarse zabra o patache. Al igual que las pinazas, se movían usando velas y remos. Su número nunca fue importante.
El bergantín (5) fue el tipo de barco más empleado en las pesquerías del banco sahariano. Iba provisto de un bauprés, un palo grueso, horizontal y algo inclinado situado en la proa que sirve para asegurar los estayes o ca-bos que sujetan el mástil de proa, llamado trinqueta, sobre el que se coloca el foque o vela principal. Se incluían las lanchas que debían llevar a bordo para faenar una vez llegados a las proximidades de la costa sahariana. Las dimensiones de la quilla oscilaban entre los 50 y 58 palmos Estas embarcaciones se construían de tal manera que podían soportar los vientos fuertes, usuales en la zona, por eso eran muy afilados de popa y de proa, amplios y aplastados en el centro. Llevaban además una gran gavia flotante a proa, y aun-que en general no presentaban vela principal, todos llevaban grandes velas de abanico y no velas de cuchillo.
A lo largo del siglo XVI, y en claro proceso de extinción durante la primera mitad del XVII, además de las zabras, existió una flota de altura dedicada a transporte de mer-cancías, corso y pesca. Estamos hablando de algunas naos y galeones, siempre muy pocos, pues literalmente no cabían, ni podían fondear con seguridad en la mayoría de los puertos, que participaron en operariones de pesca de altura, como en las campañas bacaladeras y balleneras en mares tan lejanos como los de Terranova. Todos estos barcos de gran y mediano porte, desaparecieron para siempre desde mediados del siglo XVII. Momento a partir del cual las únicas unidades que podían verse eran las puramente pesqueras: pinazas, chalupas, chalupas balleneras y bateles.



Aparejos y artes de pesca. 
      Para este apartado de artes de pesca seguiremos a M.J. Rodríguez Canora (6), referidas básicamente a Galicia pero por extensión a toda la península. En el siglo XVI encontramos ya una serie de Ordenanzas de las rías gallegas donde se reglamentan aquellas artes utilizadas hasta entonces, como el “cerco real”, las “sacadas”, “xeíto”, la “beta”, “volanta”, “raeira”, “trasmallo”, “liños” “medio mundo” y “nasas”. Pero es hacía 1750 cuando tiene lugar un hecho trascendental para el desarrollo de estas artes; tras la crisis del siglo anterior, son los catalanes los que aportarán su tecnología innovadora con aparejos como la “xábega”, “bou”, “palangre”, etc.
Dividiremos las artes que emplean redes en fijas, de cerco, de deriva y de arrastre. Las Artes fijas que como su propio nombre indica, son aquellas que se fijan al fondo y permanecen caladas en la misma posición hasta que son levantadas por los marineros, siendo los peces los que se dirigen hacia ellas, quedando enmallados. Dentro de éstos cabría destacar las volantas, trasmallo y beta, sin olvidar las cazonales de Andalucía (2).
          La volanta consiste en una red rectangular de 40 a 50 m de largo por 4 de ancho, con mallas en torno a los 12 cm. En la tralla superior se encuentran los corchos o cortizas y en la inferior unas piedras llamadas “pandulleiras”, con lo que se consigue que quede extendida en sentido vertical formando como una “pared” donde quedan atrapados los peces. La red queda fijada al fondo mediante uno de los cabos donde se amarra un peso. Se deja de esta forma durante doce horas o dos noches, y el pez queda atrapado en las malla a su paso. Este arte ha sido muy utilizado para la pesca de la merluza, pescada, besugo y abadejo. Su aparición tuvo lugar en el siglo XVI y llevó consigo numerosos pleitos, sobre todo con los que utilizaban el xeito.
         La beta, es otro aparejo de arte fijo de características similares a la volanta, pero de menores dimensiones. Consta de 3 a 5 piezas, de 50 a 60 brazas cada una. La red se monta floja para que forme ondulaciones con el fin de que los peces enmallen mejor. Parece ser que la modalidad de la beta es oriunda de Asturias y sustituyó al arte de la "estacada” gallega. Se utilizaba para la pesca de sardina, agujas, caballas, sargos, merluza, etc., y el momento propicio suele ser de noche, con barcos tripulados por tres a cinco hombres.
        El trasmallo es un aparejo compuesto de tres paños. Los dos paños de fuera se llaman “esmallos”, y sus mallas son más abiertas que la central. Las trallas se unen a estos tres paños dejando el central más flojo para que haga bolsa. Queda calado verticalmente. Es un aparejo muy antiguo, ya utilizado en tiempos romanos. Se lanza a la caída del sol y se levanta al amanecer, normalmente sobre zonas rocosas. Las especies que captura el trasmallo son muy variadas: sargos, pintos, lubinas, etc.
La pesca de mayor envergadura practicada por los pescadores de Huelva (2) (dejando al margen las almadrabas) era la que se servía de las artes (y los barcos) cazonales que se empleaban para la captura del cazón. Igualmente, para pescar corvinas y atunes. La red podía calarse a fondo, con plomos, si se perseguía la corvina y el cazón, o dejarse a flor de agua, si el objetivo era atrapar atunes. El arte se componía de 24 a 27 piezas, cada una de 31 brazas de largo por 1,5 de ancho. Las redes se dejan caladas por la mañana, y al día siguiente se va a reconocerlas. Si no hay pesca las dejan, o a lo más las cambian de sitio.
Las artes de cerco, como su nombre indica se utilizan rodeando al pez para su captura. Capturan a los peces rodeándolos por los lados y por debajo, evitando de esa manera que en aguas profundas, bajen a mayor profundidad y se escapen. Su empleo es de origen antiguo. Ya en el siglo XVI se documenta el llamado "Cerco Real» -hoy desaparecido-, llamado así por ser un aparejo privilegiado en aquella época. Era un aparejo de grandes dimensiones, por lo que para su utilización precisaba de gran cantidad de personas.
La xareta o jareta, que es una evolución del Cerco Real, del que básicamente se distingue porque lleva una “xareta” para cerrar el cerco por el fondo como una bolsa, de modo que se puede atrapar a los peces donde estén, aunque corra mucho agua. Este arte de pesca exige gran rapidez de maniobra de modo que el cerco debe quedar cerrado antes de que el pez se dé cuenta y pueda huir. Una vez atrapado el pez, los marineros se ponen rápidamente a tirar de la xareta para cerrar la red.
Este arte del cerco se realizaba (y se realiza) tanto de día como de noche, siendo este el más empleado. Al atardecer los barcos salen en busca de los bancos de peces. Para descubrirlos los marineros utilizan diferentes métodos como puede ser observando a las gaviotas, a los delfines o por el mismo ruido de las sardinas. En la noche sin luna los pescadores golpean el agua creando fosforescencias que se asemejan a el “arder" (este sería el método de “ardora”. Una vez descubierto el banco, los marineros saltan a la popa de la gamela (o barco auxiliar) y tomando un calón o extremo del cerco se larga la red formando el cerco hasta juntarse con el otro calón.
   Este arte procede del Cantábrico y llegó a Galicia junto con las artes de arrastre, donde produjo serios conflictos con la gente que utilizaba el xeito.
  Otras redes serían las que podríamos llamar de cerco y tiro (cobradas desde la playa) como jabegas, boliches o lavadas. La jábega (2) era una red grande de hilo de cáñamo, compuesta de varias piezas que formaban las bandas y el copo, conocida en las costas de Andalucía como arte de malla real. Gráficamente, la jábega era un enorme saco prolongado, cuyo fondo -copo- se remataba con dos largas bandas o piernas. Esta forma era similar a la de otras artes, como el gánguil, bou y boliche. La diferencia estaba en la longitud de las bandas, mayor en la jábega, como también en que las otras redes barrían los fondos a la vela y las jábegas eran levantadas a fuerza de brazos por los marineros. Los fondos arenosos y limpios eran los ideales para este arte, que se empleaba mayormente en la captura de sardinas.
  La lavada (2), que como la jabega podía referirse tanto a la técnica como al barco, eran redes cuyo tamaño variaba según donde fuesen caladas; en los caños o en la costa. En Huelva la red solía tener de 40 a 70 brazas de largo, sin copo, por razón del fango y las muchas corrientes, y aunque en ocasiones faenaban en mar abierta, lo común era su empleo en los caños y esteros de las marismas, que son muchos y dilatados. El nombre de lavada podría venirle por la necesidad de lavarla como consecuencia de su uso en fondos fangosos de los caños y brazos de mar.
  Las artes de deriva se caracterizan, tal y como se deduce por su nombre, de la peculiaridad de que ninguno de sus elementos compositivos entra en contacto con el fondo, lo que hace que se encuentren al azar tanto de las corrientes y mareas como de la acción del viento. Es propio de estas artes el que los peces sean enmallados al ser interceptados por la trayectoria de las redes.
        El xeito o jeito es la más importante y significativa de las artes de deriva y fue un arte de gran utilización en Galicia para la pesca de la sardina de especial relevancia en la economía gallega.
De acuerdo con Rodríguez Canora (6): “El conjunto de redes del xeito se compone siempre de cinco piezas denominadas “man” -la primera a contar desde el barco-, anteman, tres, cuatro y rabo, que se arman por medio de unos hilos en la zona llamada “metafións”. La red va reforzada alrededor por otra de paño más grueso, donde van las dos “trallas" de corchos o chumbos o plomos. Cada una de las partes o rectángulos de red ya nombrados miden aproximadamente 70 metros de largo por 18 m de ancho y la malla suele medir de 2 a 2,50 cm. En la tralla superior se unen unas cuerdas que acaba en un “bourel” o boya de corcho. En el extremo del man se unen los cabos a una cuerda que la mantiene unida al barco. El xeito se larga por el rabo, extendiéndose las redes a lo tendido hacia la profunda delante del banco de peces, cayendo al compás de la corriente. Son los marineros los que deben calcular a qué profundidad vienen las sardinas, por lo tanto también la altura de sus redes regulándolo con la longitud que den a las rabizas. Al cabo de unas horas los boureles o boyas se hunden indicando con ello la captura, por lo que comienzan a tirar desde el man, ayudándose para recoger la pesca en unos aparejos auxiliares utilizados en muchas otra artes, como son el salabardo, truel, etc., consistentes en un aro de madera o hierro de donde se cuelga una red semiesférica, todo unido a un mango de madera”. El xeito se trabaja desde el atardecer hasta el amanecer, siendo las horas más efectivas de pesca las crepusculares, especialmente en su periodo oscuro.
        El xeito fue muy utilizado en el siglo XVIII, aunque dio lugar a fuertes polémicas debido básicamente al deterioro que producía en las especies capturadas que quedaban inutilizables para la salazón y escabeche, hasta el punto de que durante el siglo XVIII se prohibió su uso dentro de las rías gallegas en los meses de marzo, abril y mayo.
En el siglo XVIII se produce una transformación del marco institucional que rige la actividad pesquera. Un nuevo marco, en el que la pesca de arrastre (7) desde embarcaciones propulsadas a vela encuentra las condiciones favorables para su desarrollo; en un primer momento mediante el incremento del esfuerzo pesquero por el aumento de tonelaje de las embarcaciones y posteriormente, como consecuencia de ese incremento, con el acceso a caladeros no explotados hasta ese momento. En los dos casos con un incremento considerable de las capturas. El arrastre era la pesca por excelencia del Mediterráneo y como su nombre indica, se realiza mediante una gran bolsa de red de altura variable, que por diversos medios se mantiene abierta y se arrastra por el fondo marino.
  En un principio lo que podríamos llamar pesca de arrastre (7) se realizaba desde la playa con un bote a remos que llevaba el arte mar adentro (500 m. a lo sumo) donde lo extendía y, desde la playa, mediante unos cabos, un grupo de hombres lo arrastraba perpendicular hacia la costa con un rendimiento más bien escaso, como se hacía con la jabega y el boliche. El paso siguiente fue, que en lugar de arrastrar este arte de forma perlendicular a la playa, hacerlo en sentido longitudinal a la costa con una embarcación. De este modo se recorría una cantidad mucho mayor de mar y consecuentemente los beneficios resultaban considerablemente mayores. La acción de arrastrar el "arte" se realizaba mediante veleros solitarios aparejados con una vela latina, que usaban "tangones" (pértigas que sobresalían por los costados del barco) con el fin de conseguir una mayor obertura de la boca del arte, que era similar a la jabega. Mas tarde se usaron dos barcos en pareja -de aquí la denominación "Bou"- porque arras-traban el arte como una pareja de bueyes arando. Si bien el primer paso para incrementar la productividad pesquera con este sistema fue pasar de una a dos embarcaciones, el siguiente fue incrementar el tonelaje de estas embarcaciones veleras de 15 a 20 toneladas, para posteriormente, como consecuencia de ese incremento conseguir el acceso a caladeros no explotados hasta ese momento. El resultado fue un incremento considerable de las capturas y un progresivo aumento de la oferta de especies finas, una mayor competencia y un acusado descenso de los precios (8).
Los primeros indicios que se tienen de esta práctica pesquera desde una embarcación datan del siglo XVI, época en la que empezó a exténderse tímidamente y ya en el siglo XVIII, desde Cataluña, se expandió al resto de la península Ibérica, pro-vocando múltiples conflictos con los pescadores que empleaban artes tradicionales.
Ahora bien, no podemos olvidar que en el siglo XVIII existían artes de arrastre con embarcación que muestran diferencias con lo que hemos descrito. No todas las representaciones de este tipo de arrastre muestran embarcaciones latinas; esto solo es cierto para la pesquería del Bou. Ni tampoco todos los copos eran iguales.
 En la Edad Moderna y en especial en el siglo XVIII la pesquería del atún mediante las almadrabas, como ocurrió con las faenas de los bous, entra de lleno en la condición de pesca capitalista. La captura de atunes requería de equipos complejos: barcos, botes, pertrechos, construcciones para el despiece, salado, almacenaje... (2). El armamento y calado de las almadrabas en toda la costa de la Andalucía era, desde el siglo XV, privilegiado y monopolio de los Guzmán, para pasar luego, en razón del considerable lucro que producía, a manos de los Medina Sidonia, y ya en el siglo XVIII vemos que el monopolio es explotado mediante arrendamiento a compañías en las que el duque, independientemente de la percepción de la renta anual, participa en la empresa como un socio capitalista más. Con la abolición de los privilegios, las almadrabas dejan de ser un negocio feudal  para convertirse en plenamente capitalistas (8): La concesión de las almadrabas a los matriculados del mar esconde de hecho una privatización legal; las condiciones econó-micas necesarias para poner en explotación el arte impiden a las agrupaciones gremiales de los matriculados, hacer uso de esa concesión; serán pues sociedades particuares las concesionarias de la explotación almadrabera.
En este periodo de comienzo del capitalismo el arte de almadraba era de tres tipos (8): de vista (almadraba que se hace de día y con redes a mano donde hay muchas corrientes), de buche (pesca que se hace con atajadizos, por donde los atunes entran en un cerco de redes del cual no pueden salir) y de monteleva (almadraba que se hace al paso de los atunes), aunque hay quien lo reduce a dos, unificando la de buche y la de monteleva por ser artes fijadas al fondo y similares arquitectónicamente. La almadraba de vista y tiro evoluciona a la de buche como estrategia de reducción de costos en su adecuación a una economía capita-lista, siendo la de monteleva una consecuencia de este mismo proceso en una estrategia de aumentar los beneficios. Este último tipo de almadraba, de calamento exclusivamente fijo, se puede entender como una adaptación a parajes potencialmente muy productivos, por la frecuencia de paso de la pesca, que mediante el aumento de las dimensiones de las redes de intercepción permiten una mayor reducción en mano de obra sin gran incidencia en las capturas.
  Sin embargo, todas estas medidas no consiguen evitar la reducción de beneficios, llevando al negocio de las almadrabas a un periodo de crisis, que hace decir a Rodríguez Santamaría (8), en su Diccionario de artes de pesca de España y sus  posesiones, que: “la pesca del atún producía muy poco, porque, aparte de que estaba vinculada en varias personas y corporaciones, que calaban o no los artes según su capricho, no se conocía más que una preparación, que era el atún salado, y por eso tenía poca vidas las almadrabas”.
Por otra parte el necesario aumento de la producción para aumentar los beneficios, se vio dificultado por dos factores limitantes (8): “por un lado los avances tecnológicos náutico pesqueros aplicables a estas pesquerías son muy limitados, de modo que el posible aumento de la productividad sólo puede venir del incremento del número de artes calados y de las mayores dimensiones de estos, aunque por otro lado no garantiza el aumento de beneficios si no se produce un aumento de la demanda, lo que a su vez se ve dificultado por la fuerte competencia de otros sala-zones, ya sea el bacalao o la sardina salpresada (en los dos casos productos con condiciones de conservación superiores al atún salado). De esta situación sólo se salió gracias a la aplicación de la nueva técnica de conservación de alimentos, desarrollada por Nicolás Appert, al atún lo que se tradujo en un aumento de la demanda y con ello de la producción.
  El anzuelo es entre los aparejos de pesca el más antiguo. Entre los aparejos de anzuelo (6) más importantes se encuentran las diversas liñas y los palangres, además de otros como el balacín, espinel, etcétera.
   La liña en su forma más simple consta de un hilo de longitud variable dependiendo de la profundidad a la que se encuentra el pez a capturar, un plomo más o menos pesado y uno o más anzuelos. Habitualmente la liña era de hilo tintado y se recoge en un «sirgo» de corcho.
   El palangre, cuyo origen esta en el Mediterráneo y al que ya hemos hecho alusión en capítulos anteriores, ha variado muy poco desde que Cornide de Saavedra lo describiera en 1788. El palangre (6) “consiste en una cuerda o tralla horizontal de un largo total de 150 brazas, de la que salen otras menores o «brazoladas» que finalizan en un anzuelo. La longitud de éstas depende de la especie a que es dedicado el palangre”. Los palangres pueden ser de superficie o de fondo. En este último caso se cala en parajes de mucho fondo donde no se puede pescar con redes. La diferencia entre palangres se debe igualmente a la manera de unir los elementos de que consta, destacando por su particularidad un palangre comúnmente llamado espinel, que se caracteriza por no llevar la cuerda o brazola horizontalmente, sino haciendo zigzag, en-tre otras variaciones. Cornide (6) nos distingue tres tipos en función del tamaño de los anzuelos, y que aún hoy siguen vigentes : de «geguda» o «galantes» con anzuelos de gran tamaño, de «media burdera» con anzuelos medianos y los «patángrillos» para pescado pequeño con anzuelos más chicos , los cuales fueron prohibidos en distintas Ordenanzas locales por acabar fácilmente con las crías.
   Las nasas, a las que ya hemos hecho referencia en los capitulo dedicados a la pesca en la antigüedad y en la Edad Media, se siguen utilizando en la Edad Moderna, al igual que hoy, aunque en el siglo XVIII el concepto nasa era más amplio que en la actualidad. Como hoy, podemos diferenciarlas en dos categorías: aquellas que fueron ideadas para capturar marisco y aquellas que se utilizan para capturar pescado. A su vez los tipos varían según sean hechas de mimbre o madera recubiertas ambas de red. Las primeras parecen jaulas y constan de una boca cerrada y larga en un extremo y en el opuesto de una puertecita donde caen los peces que entraron por la boca. Las de madera tienen forma cilíndrica, cubiertas de paño de red; en éstas la boca de entrada se sitúa en el centro de la nasa. Las nasas pueden ser de distintos tamaños y formas, pero todas ellas actúan a modo de trampa, ya que los peces y crustáceos, atraídos por los cebos pueden entrar en ellas, pero una vez dentro no pueden abandonarlas.
  Las nasas se calan al fondo incluyendo dentro de ellas unos pesos o piedras, y quedan unidas a la superficie por una cuerda que termina en el bourel, y que sirven para situarlas frente al marinero. Por lo general, suelen lanzarse por la noche para recogerlas a la mañana siguiente. Las nasas eran muy populares, especialmente en Galicia, para la pesca del pulpo.
   Además de las nasas, cita Rodríguez Canora (6) otros aparejos para la pesca del pulpo, en este caso referidos a Galicia. El pulpeiro o bichero “es un singular arpón muy empleado compuesto por un palo de madera al que se une un gancho de hierro en su extremo, el cual varía según los tipos. El procedimiento depende de la maña del pescador, el cual, una vez dentro del agua, pone un trapo en el extremo del palo cogiendo el pulpeiro por la parte del gancho, éste lo mete entre las rocas hasta que el pulpo sale, entonces se da la vuelta al palo y se coge al pulpo con el gancho. Similar al bichero en su uso, son las fítoras o fisgas, que a modo de tridentes se utilizan tanto para pescar pulpo como para otros cefalópodos, jibias, etc”.


Recursos y sistemas de pesca en la Edad Moderna.
      En Galicia, como en todo el Cantábrico (4), la pesca se caracterizó por la dedicación de los agentes a la pesca de la ballena, la pesca efectuada con redes y palangres, y al marisqueo. Dejando la caza de ballenas para más adelante, en la pesca efectuada con redes, la intensidad de la practicada con las redes de cerco fue disminuyendo a partir de finales del siglo XVI, y especialmente a partir de la segunda mitad del XVII. La crisis sufrida por los cercos motivó el auge de las redes típicas de los puertos localizados frente al mar abierto, o en las desembocaduras de las rías, oca-sionando el desarrollo de las actividades por las compañías de la sacada alta, redes volanteiras, xeitos, etc, que constituyeron la base de la actividad pesquera durante la segunda mitad del siglo XVII. Así hasta la gran revolución que significo la pesca de arrastre, ya en el siglo XVIII.
La práctica durante el siglo XVII de la actividad pesquera fomentó la fabricación de instalaciones adecuadas, así como el empleo de embarcaciones y aparejos idóneos para los diferentes tipos de pesca. Las estructuras básicas portuarias de la Galicia y de la cornisa cantábrica (Asturias, Cantabria y País vasco) del siglo XVII eran más o menos comunes. De este modo, la capcidad de acceso de los agentes tanto a las instalaciones pesqueras como a las embarcaciones y a los aparejos, influyó decisivamente en las posibilidades de desarrollo de las actividades marítimas. Asimismo, la organización de la pesca exigió a los agentes locales el control y gestión de las actividades.
    En el caso de la pesca con redes (4), las comunidades de pescadores, a través de instituciones de carácter profesional, controlaron y gestionaron los recursos pesqueros. En este sentido, dependiendo del grado de desarrollo de las comunidades, las cofradías de pescadores constituyeron el órgano gestor principal de la actividad pesquera gallega y cantabra, desarrollada a lo largo del siglo XVII.
  El instrumental destinado por los agentes para la pesca de las diferentes especies se basó tanto en el empleo de las redes como de los cordeles (palangres), destinados principalmente a la pesca del congrio. No obstante, las prohibiciones impuestas a la pesca de la merluza con redes volanteiras motivó el empleo de liñas de pescada. Así, dentro del grupo integrado por las redes simples hemos de destacar tanto las redes sencillas de deriva o flotantes, des-tinadas principalmente a la pesca de la sardina (sardinales) como las redes de fondo empleadas fundamentalmente para la pesca de la merluza. En este sentido, las redes sencillas características del litoral gallego durante el siglo XVII fueron la red sardiñeira y el xeito, principalmente. El grupo formado por las redes de fondo se halló integrado por las redes volanteiras, los rascos, los raquiños, las raeiras, principalmente. A su vez, la unión de los paños de red sardiñeira motivó la formación de redes sencillas de tiro, entre las que destacaron tanto las sacadas o secadas altas, como la sacada pequeña, rapeta o traiña menor. Los puertos principales ubicados en el interior de las rías se caracterizaron por el empleo de los cercos o cedazos y las traiñas (4).
  Frente a la estructura portuaria característica de los puertos balleneros, destacaron las instalaciones asociadas a la pesca de las diferentes especies (sardina, pescada, congrio...etc). Así, dependiendo del desarrollo pesquero de los puertos, la estructura portuaria del norte de la península del siglo XVII estuvo formada básicamente por las instalaciones para secar, teñir, componer y recomponer las redes, los desembarcaderos, muelles y los almacenes destinados al secado, salado o ahumado de las capturas. Paralelamente, según las diferentes categorías de los puertos, destacaron las instalaciones asocia-das generalmente a gremios, distintos de los vinculados directamente a las faenas pesqueras: astilleros o carpinterías de ribera, herrerías, cordelerías, talleres, donde se fabricaba la lona para las velas, tonelerías, cesterías... etc.
La actividad pesquera desarrollada en la Edad Moderna estuvo influida tanto por las características de los medios materiales como por el control ejercido sobre las faenas pesqueras. A las continuas disputas sobre el uso de determinados artes, especialmente como veremos con la introducción de la pesca de arrastre (bous), se unían las derivadas de de las características y condiciones de las infraestructuras portuarias, especialmente en el Cantábrico donde las condiciones de la costa son muy variables. Estas diferencias de las condiciones portuarias fueron la causa de múltiples conflictos entre pescadores vecinos de puertos de buenas condiciones y otros de puertos inadecuados para el desarrollo de las actividades marítimas (9). En primer lugar, los pescadores de puertos de accesibilidad peligrosa, frecuentemente en caso de temporal se veían obligados a acogerse a puertos cercanos más seguros. Y a veces, las autoridades y pescadores de los puertos de acogida solían proceder a imponer derechos a los foráneos por su acogida o cuando procedían a la venta de su pesca. Otras veces trataban de impedirles la venta de su pesca o pretendían que los locales gozaran de preferencia a la hora de su venta (9).
Por otra parte los conflictos también podían deberse a que los vecinos de los puertos más adecuados usaban determinadas artes de pesca, sobre todo en invierno, que los de los demás puertos no podían usar por impedírselo las malas condiciones de arribada de sus puertos (por ser artes de mayor volumen, o por las demoras que sufrían con temporales sin poder acudir a retirar las artes con el consiguiente peligro de pérdida de las mismas). A lo largo de la Edad Moderna, como ya se ha apuntado, se produjeron conflictos entre pueblos vecinos de características portuarias divergentes por el uso de determinadas artes. De todas maneras, la actitud de las instituciones fue permisiva en torno al uso de artes de pesca en el mar que no fueran dañinas, y reco-nocidas como tales por todas las partes.
Por lo que se refiere a la costa atlántica andaluza (2) la jabega, lavada (o labada), cazonal, pescador, de cordel, corre-dera, chinchorrero, jabeque... son nombres que aparecen constantemente en las fuentes documentales y que nos remiten a distintos tipos de barcos, de artes, y de sistemas y técnicas de pescar al final del antiguo régimen. Como ocurrió en Galicia y en el Cantábrico, y ya dejamos apuntado, el mundo pesquero del litoral atlántico andaluz se vio conmocionado a partir de la mitad del XVIII con la introducción por los catalanes y levantinos del arte de bous o parejas. Inmediatamente, aquí, como en las demás costas españolas en las que se pretendió su implantación, comenzaron a alzarse voces contra lo que se entendía un esquil-mo de los caladeros. Asistimos a un partir de entonces a sostenido tira y afloja entre los defensores y detractores del sistema, entre los empresarios capitalistas que habían invertido grandes sumas en el mantenimiento de los bous, obteniendo cuantiosos beneficios inmediatos, y los modestos armadores y pescadores locales que veían descender progresivamente sus capturas.
  Para comprender la evolución de los medios y de las técnicas de pesca que se produjeron en España en la Edad Moderna, hay que conocer primero la evolución de la pesca en Cataluña, para lo que seguiremos a E. Martín (10). La pesca en las costas catalanas continuaba siendo practicada de forma muy tradicional a comienzos del siglo XVI. Se utilizaban pequeñas embarcaciones y una tecnología que apenas había sufrido cambios a lo largo de los siglos. Destacaba su estacionalidad, dado que dependía mucho de los meses en los que las diversas especies se acercaban a la costa formando nutridos bancos, como las sardinas en primavera y verano, las anchoas entre abril y septiembre u octubre y el atún entre julio y octubre. Las principales modalidades de pesca fueron las sedentarias y las móviles. Entre las primeras, el anzuelo, la “nansa” (nasa) y el cerco (almadraba y sardinal). Entre las segundas, las artes de tiro (xàvega y “bolitx” o boliche) y las de arrastre (gánguil, tartana y bous). De la almadraba no hay muchas noticias en Cataluña antes de 1580. Su actividad no fue siempre rentable ya que estaba necesitada de importantes desembolsos y de la imprescindible mano de obra para llevarla a cabo, y además era muy vulnerable a la amenaza del corso musulmán.
Más importancia tuvo la pesca de la sardina y anchoa, mediante la utilización del sardinal. Una barca de reducidas dimensiones lanzaba al agua unas redes, cada una de ellas formada por tres o cuatro piezas, en las que quedaban enganchadas las sardinas al quererlas atravesar. Se trataba de una pesca muy rentable. Las artes de tiro y arrastre estaban muy generalizadas. El “art” (xàvega) y el “artet” (boliche) utilizaban el mismo tipo de redes y actuaban de forma idéntica, siendo su única diferencia el tamaño. Las artes de arrastre, y en concreto la “pesca del bou” se vio muy favorecidas por el aumento de la población, y consecuentemente por el incremento de la demanda de pescado, que se produjo desde fines del siglo XVII y a lo largo de todo el siglo XVIII. El éxito del sistema de les “parelles o bous” –al que ya hemos hecho referencia- se explica por el mayor número de capturas que obtenía, en que los gastos en cebo eran inexistentes, en el reducido número de tripulantes de los “laudes” y en el bajo coste de los mismos.
        Sin embargo, todo parece indicar que la actividad pes-quera en la costa catalana, a pesar de la gran expansión que había alcanzado en los siglos XVI y XVII con la pesca de sardinas y anchoas principalmente, no pudo adaptarse fácilmente a las nuevas necesidades, marcadas no sólo por el crecimiento demográfico y el aumento del consumo de pescado experimentado por Cataluña desde finales del siglo XVII, sino también porque los fondos marinos no eran los mas aptos para la pesca de arrastre que exige fondos arenosos, a lo que habría que sumar un cierto agotamiento de los caladeros tradicionales, a pesar de los cual el arrastre (parelles de bou) termino imponiéndose desde los comienzos del siglo XVIII, consecuencia del aumento espectacular del volumen de las capturas, al tiempo que aumentaba su productividad debido a que utilizaba menos hombres que las artes rivales, por lo que el nuevo sistema no tardó en generalizarse. Aunque dado el paulatino agotamiento de los caladeros tradicionales, las capturas fueron decreciendo.
         No obstante, a pesar de estas aparentes dificultades la actividad pesquera catalana experimentó un notable desarrollo en el siglo XVIII, siendo su origen la adopción de la pesca de arrastre (parelles de bous) y la búsqueda de ricos caladeros al sur de la frontera catalana. Así, forzada por el agotamiento de los caladeros catalanes, la flota pesquera catalana se desplegó a lo largo del litoral español. Hacia 1741 se detecta la pesca con bous en Sanlúcar de Barrameda. En 1755 los catalanes aparecen practicando esta modalidad de pesca en el litoral de Cádiz y, poco después, en los lejanos mares de Galicia. No sin que se produjera una avalancha de protestas en las localidades en cuyas costas faenaban los catalanes, dados los efectos negativos que achacaban a este sistema de arrastre. En cualquier, caso la flota pesquera catalana pudo desplegarse por todo el litoral español, llegando a ser la segunda en importancia de España, tan solo superada por la gallega.
  Qué duda cabe de que el despliegue de la pesca catalana por el litoral español hasta Galicia fue exitoso. En especial si tenemos en cuenta que, además de las innovadoras técnicas en materia de capturas (pesca del bou), se introdujeron mejoras en su conservación. La expansión del sector pesquero español del siglo XVIII no se puede explicar sin tener en cuenta la actividad de los pescadores catalanes a lo largo de todo el litoral hispano.
   Para la pesca en el Banco Sahariano (5), de la que se habían hecho cargo, desde la segunda mitad del siglo XVI, los pescadores canarios que habían sustituido a los peninsulares, fue necesaria una inversión de capital y una planificación del trabajo y de la empresa para alcanzar la rentabilidad. La pesca en las aguas saharianas era más rentable que la costera, pero para su realización eran necesarios pequeños capitales acumulados de los que no solían disponer los pescadores. Los viajes a la Costa de Berbería proporcionaban unos beneficios realmente notables. Muy inferiores eran en cambio las ganancias de los pescadores de bajura, de aquellos que faenaban sin alejarse de las islas y que vendían sus capturas en fresco en los mercados locales.
   Es en el curso del siglo XVII, y sobre todo del XVIII, cuando aparece la noción moderna de armador como el individuo que costea la construcción del barco y financia su abastecimiento. Las tripulaciones en el Banco Sahariano estaban compuestas por el maestre, los marineros, un mandador, los mancebos y los muchachos. Los barcos contaban con la presencia de un capitán que dirigía a la tripulación. Los viajes hasta los caladeros se sucedían a lo largo del año, si bien entre febrero y junio era cuando menos salidas se registraban, puesto que, al menos hasta abril, la costa africana era peligrosa por los vientos. Aprovechaban esos meses para permanecer en Canarias, reparar las embarcaciones y dedicarse a otro tipo de tareas. Normalmente se realizaban ocho o nueve viajes al año.
La ida no suponía mayor problema, dado que la constancia y dirección de los alisios favorecía el acercamiento al continente africano. Esto no sucedía a la vuelta, cuando se tenía a los vientos en contra, lo que obligaba a barloventear muchas millas, retrasando el viaje, a veces, hasta doce días o más. En primavera los bergantines se dirigían a la parte norte del banco pesquero sahariano y en otoño e invierno al sur. Es decir, seguían la marcha estacional de los peces a la búsqueda de tasartes, anjovas, samas, chernes y corvinas.
  Al llegar a su destino la tripulación procedía a descender de la embarcación principal y a ocupar pequeñas lanchas que se distribuían por los caladeros; cada una de ellas contaba con una o dos cañas de mano y unos aparejos muy sencillos que consistían en unas cuantas liñas, anzuelos, un alambre de cobre y un cuchillo para abrir el pescado. A pesar de que las liñas era el arte más generalizado, la pesca canaria contaba con la ayuda de otros instrumentos, caso del trasmallo o chinchorro. El empleo de redes en las pesquerías canario-saharianas fue casi nulo. Lo cierto es que desde el siglo XVI se había tratado de inventar y poner en vigor artes de pesca más novedosas, que permitiesen aumentar el número de capturas, aunque sin éxito.
  Ya próximos a la costa lo primero era aprovisionarse de carnaza, que luego tiraban al mar con el fin de atraer los peces hasta las lanchas, para después iniciar la pesca propiamente dicha. Cuando tenían bastante, podían volver a tierra para limpiar y salar las capturas o hacerlo en el barco nodriza. Posteriormente lo salaban y apilaban en la bodega.
   El interés de la Corona por desarrollar una explotación más racional del Banco Sahariano no solo fue fruto de la presión de los grupos de interés canarios, sino que, también se debió a la necesidad por su parte de hallar nuevos caladeros para la flota peninsular, una vez que se había perdido la posibilidad de faenar en Terranova. De ahí que en la segunda mitad del siglo XVIII se produjese una pequeña inversión de capitales en la pesca sahariana, que afectaron positivamente a la explotación del Banco Sahariano. Las acciones gubernamentales perseguían: mejorar las prácticas laborales y la difusión de nuevas técnicas en las diversas artes, reglamentar el arrastre que veían con desconfianza por sus posibles efectos perniciosos sobre la naturaleza y la creación de empleo, y crear compañías privilegiadas.


Distribución geográfica de la actividad pesquera en España a finales del siglo XVIII.
    Una aproximación a la actividad pesquera de las distintas regiones, a finales del siglo XVIII, nos la puede dar la observación de la distribución de las unidades de la flota que operaban en los distintos departamentos marítimos y regiones que se indican en los Cuadros 1 y 2.


Cuadro 1.- Barcos de pesca (1758-1765).
Departamentos

Número
% total
Cartagena
2147
44,41
Cádiz
516
10,67
Ferrol
2171
44,91
4834
99,99
De R. Fernández y C. Martínez Shaw (11)


Lo primero que cabría reseñar es el relativo equilibrio entre la actividad pesquera entre el Atlántico y el Mediterráneo. Pero dada la superior oferta pesquera que se da en Atlántico, la explicación a este hecho estaría en el continuo desplazamiento durante el siglo XVIII de los barcos catalanes, valencianos y mallorquines hacia las más ricas áreas de las costas andaluzas, gallegas y cantábricas. El análisis comparativo de las distintas regiones con fachada litoral nos coloca ante la evidencia del predominio gallego como gran potencia pesquera del siglo XVIII (11).
        Es de destacar también la extraordinaria densidad de la flota catalana, que en estos tiempos esta iniciando una expansión la cual, como vimos antes, alterara sustancialmente la composición del sector en etapas sucesivas. Asimismo son de resaltar las dimensiones relativamente modestas de la flota andaluza, el equilibrio asturiano y la escasa representación santanderina.


Cuadro 2.- Barcos de pesca (1758-1765).

Número
% total
Galicia
1798
37,19
Cataluña
1293
26,74
Andalucía
559
11,56
País valenciano
438
9,06
Asturias
208
4,30
Mallorca-Ibiza
249
5,15
Santander
165
3,41
Murcia
124
2,56

4834
99,97
* De R. Fernández y C. Martínez Shaw (11)
 
 Sin embargo, como perece lógico, no en toda la costa de las diferentes regiones se practicaba la pesca por igual. Así, Cataluña presenta una clara divisoria entre la abundancia de núcleos pesqueros en la costa de la mitad norte y la práctica ausencia al sur de Barcelona.
  La costa valenciana ofrece un perfil muy distinto, más fluido y discontinuo. En la costa castellonense, la actividad pesquera carece de relieve, mientras que la capital valenciana concentra cerca de la tercera parte de la flota de la región. En la costa alicantina la situación es muy parecida, con más de la quinta parte del total de la flota concentrada en el puerto de Alicante. Esta concentración de barcos, muchos de ellos dedicados al arrastre en Valencia y Alicante se explica por la misma razón que en Barcelona, esto es que faenan tanto en el Mediterráneo como en las costas atlánticas.
En las Baleares, el conjunto de la actividad pesquera aparece dominado por la extraordinaria concentración en la bahía de Palma, la cual agrupa casi las dos terceras partes de la flota, mientras que en la costa murciana, los efectivos se localizan en el Mar Menor, Mazarron y, sobre todo, Cartagena, el gran puerto de la zona, capital del departamento marítimo y gran centro pesque-ro, con una flota muy considerable.
El extenso litoral andaluz presenta contrastes muy notables. En primer lugar, destaca el perfil muy diferenciado entre el area mediterránea (de mayor dedicación y mayor dispersión de los centros pesqueros) y el sector atlántico (más despejado y con fuerte concentración entre Huelva y la raya de Portugal).
   En el Cantábrico, la actividad pesquera se desparrama por un rosario de pequeños pueblos a lo largo del litoral gallego, asturiano, cantabro y vasco, aunque la peculiar situación administrativa de esta zona nos impida conocer la distribución de los efectivos en las provincias marítimas de Vizcaya y Guipuzcoa, de dilatada tradición pesquera (11).
Finalmente, la costa gallega sería la región privilegiada de la pesca española en el siglo XVIII, existiendo una clara división entre las rías altas, de menor actividad y concentración, y las rías bajas, que constituyen el verdadero paraíso de la pesca.


Referencias

(1) H. Lillo García. Aproximación a los artes de la pesca en el siglo XVIII
www.academia.edu/../Aproximación_a_los_artes_de_la_pe...

(2) J. Vega Domínguez. Técnicas, sistemas de pesca y comercialización del pescado en las costas de Andalucía a finales del antiguo régimen.
gredos.usal.es/xmlu/.../Tecnicas,_sistemas_de_pesca_y_comerciali

(3) R. Ojeda San Miguel. Embarcaciones de pesca en Castro Urdiales
www.euskomedia.org/PDFAnlt/zainak/25/25455482.pdf

(4) A. Canoura Quintana. Propiedad y recursos en la galicia pesquera del siglo XVII.
www.unizar.es/eueez/cahe/canoura.pdf

(5) J. M. Santana Pérez. Organización del trabajo, conflictividad y medios de producción en la pesca en el banco sahariano (ss. XVII-XVIII). www.usc.es/revistas/index.php/ohm/article/view/684

(6) Las artes de pesca. M.J. Rodríguez Canora y M. Rosa Gito.1992.
https//repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8370/45271_2.pdf?sequence=1

(7) F. J. Veciana Vidal. pesca de arrastre, dopmail.com
www.dopmail.com/web/lapesca/arrastre/arrastree.htm

(8) Aproximación a los artes de la pesca en el siglo XVIII ...
www.academia.edu/.../Aproximación_a_los_artes_de_la_pe...

(9) Xavier Alberdi Lonbide. La pesca en el litoral de Gipuzkoa durante la Edad Moderna. Nº 3. La pesca en el País Vasco - Museo Naval
untzimuseoa.eus/.../42-no-3-euskal-herriko-arrantza-la-pesca-en-el-pais-...

(10) Eloy Martín Corrales. 2014. La pesca en Cataluña en la Edad Moderna: una exitosa expansión por el litoral español.
www.raco.cat/index.php/Drassana/article/download/292383/380908

(11) R. Fernández Díaz y C. Martínez Shaw. Univ. de Barcelona. La pesca en la España del siglo XVIII. Una aproximación cuantitativa (1758-1765). 1984. repositori.udl.cat/handle/10459.1/41529

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