4
LA PESCA EN LA EDAD MODERNA. SIGLOS XVI-XVIII
Embarcaciones. Aparejos y
artes de pesca. Recursos y sistemas de pesca en la Edad moderna. Distribución
geográfica de la actividad pesquera en España a finales del siglo XVIII
Tradicionalmente
se ha visto la pesca en la España del XVIII como el momento de su resurgir
después de un periodo de decadencia. Tras el siglo XVI, en el que se
desarrollaron unas pesquerías “ejemplares y modernas”, el siglo XVII supuso una
decadencia de la que no se sale hasta el siglo XVIII, cuando se produce una
verdadera reconversión del sector pesquero. Las causas de esta decadencia son
variadas: guerras, presión ejercida sobre los pescadores españoles en los mares
del norte por parte de otros países, escasa protección prestada a estos por el
estado español, elevados impuestos a productos como la sal. Pero sin olvidar la
situación decadente de las pesquerías de sardina en el Cantábrico o del atún en
el Mediterráneo, la causa más aparente sería la situación de la pesca del
bacalao y la caza de ballenas, que con la firma del Tratado de Utrecht por el
que Terranova pasaba a posesión de Gran Bretaña supuso el fin de estas
pesquerías (1).
Tras
el advenimiento de la monarquía borbónica los minis-tros ilustrados adoptarán
una serie de medidas conducentes a cambiar este estado de cosas (2).
La que se considera más importante de todas ellas fue la creación de la
«Matrícula del Mar» en 1737, que tendrá como resultado el agrupamiento y
registro de la gente del mar, dándole el monopolio de las faenas marineras:
pesca, carga y descarga, navegación..., a cambio de la prestación en la real
armada. Esto es, servir en la Armada, era a cambio de conceptuar la pesca como “una
actividad exclusiva de los inscritos en las listas de la armada”.
Pero
el auge que a nivel general experimenta la pesca a partir de la segunda mitad
del siglo XVIII, no sólo se debió a la implantación de la matrícula de mar,
sino también, y principalmente, a la mayor actividad desarrollada y a las
nuevas técnicas introducidas por valencianos y catalanes, como fue la pesca de
arrastre o método de bous, del que luego hablaremos, consistente en dos barcos
que tiran de una sola red, paralelamente a las costa arrastrándola por el
fondo. Esta modalidad, típica del Mediterráneo, pronto se difundió por toda la
costa española desde la costa atlántica andaluza hasta la gallega y la
cantábrica de Santander y Guipúzcoa.
Al
tratar de la situación de la pesca en los siglos XVI al XVIII parece lógico
comenzar estudiar las herramientas que empleaban los pescadores, esto es las
embarcaciones y los apar-ejos, que como es lógico suponer, la mayoría de los
cuales ya venían siendo utilizados en la Edad Media.
Embarcaciones.
Empezaremos por las embarcaciones y en concreto por las más utilizadas en el Norte, para lo que seguiremos a Ojeda San Miguel (3). En primer lugar hay que tener muy presente que un barco de pesca debe adaptarse en todo momento al caladero donde se faena y a la especie que se persigue. Los barcos, sea cual sea su tamaño y finalidad, no se construían de forma estandarizada. Eran encargos directos a los carpinteros de ribera, en los que siempre era determinante la idea que en su cabeza tenían los armadores. De los nombres que recibían los barcos los podemos conocer por la información que, entre los años 1494 y 1690, nos proporcionan los papeles del Archivo De Castro Urdiales, en donde se hace referencia a naos y zabras, al hacer referencia a la pesca de cierta altura, y de pinazas, pinazuleas, bateles y chalupas en lo que podría ser pesca de bajura. El léxico naval se reduce drásticamente durante el siglo XVIII, pues solamente se nombra a pinazas y chalupas, a la vez que comienzan a surgir nuevos nombres.
Empezaremos por las embarcaciones y en concreto por las más utilizadas en el Norte, para lo que seguiremos a Ojeda San Miguel (3). En primer lugar hay que tener muy presente que un barco de pesca debe adaptarse en todo momento al caladero donde se faena y a la especie que se persigue. Los barcos, sea cual sea su tamaño y finalidad, no se construían de forma estandarizada. Eran encargos directos a los carpinteros de ribera, en los que siempre era determinante la idea que en su cabeza tenían los armadores. De los nombres que recibían los barcos los podemos conocer por la información que, entre los años 1494 y 1690, nos proporcionan los papeles del Archivo De Castro Urdiales, en donde se hace referencia a naos y zabras, al hacer referencia a la pesca de cierta altura, y de pinazas, pinazuleas, bateles y chalupas en lo que podría ser pesca de bajura. El léxico naval se reduce drásticamente durante el siglo XVIII, pues solamente se nombra a pinazas y chalupas, a la vez que comienzan a surgir nuevos nombres.
En la
primera mitad del siglo XVI había centenares de barcos dedicados a la pesca de
bajura, caza de ballenas y transporte de cabotaje a pequeña escala. La mayoría
eran denominados con los sobrenombres de galiones, chalupas, pinazas,
sin olvidar los pequeños bateles utilizados generalmente como
botes auxiliares.
El galeón
o galión dedicado a la pesca debía ser una embarcación pequeña, sin cubierta,
propulsada a remos y vela tripulada por cinco marineros, pero que cuando se
dedicaba a la caza de ballenas la tripulación podía llegar has-ta las ocho
personas. No hay que confíndirlo con el “ga-león”, barco ya muy grande movido a
vela que podía ser usado indistintamente para el comercio o la guerra, que
aparece aproximadamente a partir de 1550.
Las chalupas
y los galeones dedicados a la pesca eran muy parecidos, quizá algo más pequeñas
aquellas. Servían para lo mismo: eran navíos sin cubierta, movidos a remos y
vela y usados para la pesca de bajura, especialmente de la sardina. La chalupa
se impuso en toda la costa cantábrica desde mediados del siglo XVI como uno de
los barcos pequeños más utilizado por los pescdores. Según archivos de 1640,
una chalupa tenía “dos vlas, para la pesquería de la sardina, doçe remos,
una estacha y arpeo de fierro...”, aunque otras iban “con dos velas, mayor
y trinquete, dos mástiles, mayor y de trinquete, con sus ustagus, quatro remos,
una estacha con cuarenta y nueve braças”. En algún momento del siglo XVIII,
las chalupas o sus herederas pasaron a llamarse “lanchas menores”.
Las
chalupas dedicadas a la caza de ballenas debieron ser algo más grandes, pues
debían albergar, además de a los tripu-lantes, arpones, boyas, hachas..., y
tener suficiente espacio para que el proel-arponero pudiera moverse con
facilidad. Probablemente eran pequeños barcos, más ligeros que las chalupas
comunes, pero a la vez robustamente construidas, capaces de aguantar el oleaje
y de hacer viradas bruscas y cambios de dirección rotundos.
Las pinazas,
empleadas para la pesca costera, aunque en aguas algo alejadas y mar adentro,
del bonito, merluza y sobre todo del besugo, eran navíos que se movían a vela y
remo, normalmente de dos mástiles; el mayor y el de trinquete. Es posible que
la popa tuviese forma redondeada y el timón fijado con herrajes. Podían llegar
a alcanzar los 12 m de eslora, su porte no sobrepasaría los 25 toneles y en
general sus dimensiones máximas aproximadas serían: unos 17 codos de quilla
(9,7 metros), 21 de eslora (12 m), 5,75 de maga por dentro (casi 4 m) y 2,5
codos de puntal hasta el carel.
Además
de las chalupas y las pinazas (que fueron las embarcaciones más utilizadas
para la pesca hasta el siglo XVIII), de los galiones y de los minúsculos
bateles, había otra importante flota de barcos más o menos localizada en
diferentes zonas. Así en Galicia (4) para la pesca en las rías con
cerco o cedazos se empleaban, además de pinazas, trincados y pirlos.
El trincado
era una embarcación pequeña con el palo caído hacia popa y vela en forma de
trapecio muy irregular. También los había de dos palos con un casco de
tingladillo que se empleaba además de para la pesca para el pequeño cabotaje. El
uso de los pirlos no se limitó únicamente a los cercos, sino que
también fue utilizado por las compañías de la sacada alta (red de mayor tamaño
que la sacada y menor que la traiña).
Los
barcos volanteiros o volantes eran característico de los puertos
en los que la pesca de la merluza se circunscribió al empleo de las redes
volanteiras, a diferencia de la pesca efectuada con cordel, basada
generalmente en el empleo de las pinazas. Las características de este barco se
hallaban a medio ca-mino entre la pinaza mayor bordingada y el navío empleado
para el transporte de mercancías.
Por
último, hemos de destacar, en el caso gallego la dorna, empleada
tanto en la pesca con redes sardiñeiras, redes de xeito, sacada alta, rapeta y
pesca del congrio con redes sardiñeiras o con cordel, como en el marisqueo
(pulpos y ostras). La dorna es un barco pequeño propio de las Rías Baixas, con
vela de trincado, dos remos y casco de tingladillo, con proa redonda que
sobresale de cubierta, la popa chata y pequeña y la quilla pronunciada.
Generalmente lleva dos tripulantes a bordo, el patrón a la caña y el mari-nero,
quien se ocupa del izado de la vela.
En
Andalucía (2) el término jábega designaba la
red de tiro, conocida “arte de malla real”, y por extensión la “barca” que la
cala, que podía variar en cuanto a construcción y dimensiones. Por lo general,
llevaba de diez a catorce remos bastante largos, bogando en cada uno de ellos
un remero. Del palo y la vela se hacía un uso limitado, pues para calar la red
no se precisaba. La tripulación de una jabega normal era de entre quince y
veintidós hombres, que eran los que se necesitaban para el gobierno de la
barca y calamento de la red.
Como
en el caso de la jábega, el término lavada hacía referencia a la red, a la
técnica y al barco empleado en las faenas, si bien este último solía conocerse
con el nombre de lavadero o bajel, teniendo por lo
general seis ceas o bancos para los remeros de proa a popa. Lo mismo
ocurría con los barcos cazonales, que como su nombre indica se
empleaban para la captura del cazón.
Bous,
bueyes, parellas, parejas, son los nombres que
designaban este arte de pescar –pesca de arrastre de la que luego hablaremos-
con dos embarcaciones a la vela. Los barcos empleados podían llegar a unos
quinientos quintales de porte, estaban aparejados con velas latinas y sus
medidas solían ser las siguientes: quilla: 46 pies, eslora: 47 pies, manga: 14
pies, puntal: 6 pies. En cuanto a la tripulación, podía variar entre siete y
nueve o diez hombres, incluido el patrón, según el porte de cada barco.
No hay que decir que los
barcos, aunque no de forma acelerada, iban cambiando con el paso de los
años. Así, una chalupa o una pinaza del año 1500 no era una chalupa o una
pinaza de 1750. Sin embargo los nombres cambiaron poco con el paso del tiempo,
Pero
además de las chalupas y pinazas, que fueron las embarcaciones más utilizadas
para la pesca hasta el siglo XVIII, de los galiones y de los minúsculos bateles,
había otra importante flota de barcos de mediano porte, constituida
fundamentalmente por zabras (3). Buques que se
utilizaron como unidades mercantes y de corso, pero también en la pesca de
altura, especialmente en Irlanda, y más raramente en la costera del besugo. Las
zabras eran naves a medio camino entre los grandes barcos de altura y los
estrictamente de pesca costera (chalupas y pina-zas). Debieron parecerse en su
aspecto a las pinazas. Cuando una pinaza sobrepasaba los 18 codos de quilla y
los 23 de eslora pasaba a denominarse zabra o patache. Al igual que las
pinazas, se movían usando velas y remos. Su número nunca fue importante.
El bergantín
(5) fue el tipo de barco más empleado en las pesquerías del banco
sahariano. Iba provisto de un bauprés, un palo grueso, horizontal y algo
inclinado situado en la proa que sirve para asegurar los estayes o ca-bos que
sujetan el mástil de proa, llamado trinqueta, sobre el que se coloca el foque
o vela principal. Se incluían las lanchas que debían llevar a bordo para faenar
una vez llegados a las proximidades de la costa sahariana. Las dimensiones de
la quilla oscilaban entre los 50 y 58 palmos Estas embarcaciones se construían
de tal manera que podían soportar los vientos fuertes, usuales en la zona, por
eso eran muy afilados de popa y de proa, amplios y aplastados en el centro.
Llevaban además una gran gavia flotante a proa, y aun-que en general no
presentaban vela principal, todos llevaban grandes velas de abanico y no velas
de cuchillo.
A lo
largo del siglo XVI, y en claro proceso de extinción durante la primera mitad
del XVII, además de las zabras, existió una flota de altura dedicada a
transporte de mer-cancías, corso y pesca. Estamos hablando de algunas naos y galeones,
siempre muy pocos, pues literalmente no cabían, ni podían fondear con
seguridad en la mayoría de los puertos, que participaron en operariones de
pesca de altura, como en las campañas bacaladeras y balleneras en mares tan
lejanos como los de Terranova. Todos estos barcos de gran y mediano porte,
desaparecieron para siempre desde mediados del siglo XVII. Momento a partir del
cual las únicas unidades que podían verse eran las puramente pesqueras:
pinazas, chalupas, chalupas balleneras y bateles.
Aparejos y artes de pesca.
Para este apartado de artes de pesca seguiremos a M.J. Rodríguez Canora (6), referidas básicamente a Galicia pero por extensión a toda la península. En el siglo XVI encontramos ya una serie de Ordenanzas de las rías gallegas donde se reglamentan aquellas artes utilizadas hasta entonces, como el “cerco real”, las “sacadas”, “xeíto”, la “beta”, “volanta”, “raeira”, “trasmallo”, “liños” “medio mundo” y “nasas”. Pero es hacía 1750 cuando tiene lugar un hecho trascendental para el desarrollo de estas artes; tras la crisis del siglo anterior, son los catalanes los que aportarán su tecnología innovadora con aparejos como la “xábega”, “bou”, “palangre”, etc.
Para este apartado de artes de pesca seguiremos a M.J. Rodríguez Canora (6), referidas básicamente a Galicia pero por extensión a toda la península. En el siglo XVI encontramos ya una serie de Ordenanzas de las rías gallegas donde se reglamentan aquellas artes utilizadas hasta entonces, como el “cerco real”, las “sacadas”, “xeíto”, la “beta”, “volanta”, “raeira”, “trasmallo”, “liños” “medio mundo” y “nasas”. Pero es hacía 1750 cuando tiene lugar un hecho trascendental para el desarrollo de estas artes; tras la crisis del siglo anterior, son los catalanes los que aportarán su tecnología innovadora con aparejos como la “xábega”, “bou”, “palangre”, etc.
Dividiremos
las artes que emplean redes en fijas, de cerco, de deriva y de arrastre. Las Artes
fijas que como su propio nombre indica, son aquellas que se fijan al fondo
y permanecen caladas en la misma posición hasta que son levantadas por los marineros,
siendo los peces los que se dirigen hacia ellas, quedando enmallados. Dentro
de éstos cabría destacar las volantas, trasmallo y beta, sin olvidar las
cazonales de Andalucía (2).
La volanta consiste
en una red rectangular de 40 a 50 m de largo por 4 de ancho, con mallas en
torno a los 12 cm. En la tralla superior se encuentran los corchos o cortizas
y en la inferior unas piedras llamadas “pandulleiras”, con lo que se consigue
que quede extendida en sentido vertical formando como una “pared” donde
quedan atrapados los peces. La red queda fijada al fondo mediante uno de los
cabos donde se amarra un peso. Se deja de esta forma durante doce horas o dos
noches, y el pez queda atrapado en las malla a su paso. Este arte ha sido muy
utilizado para la pesca de la merluza, pescada, besugo y abadejo. Su aparición
tuvo lugar en el siglo XVI y llevó consigo numerosos pleitos, sobre todo con
los que utilizaban el xeito.
La beta, es otro
aparejo de arte fijo de características similares a la volanta, pero de menores
dimensiones. Consta de 3 a 5 piezas, de 50 a 60 brazas cada una. La red se
monta floja para que forme ondulaciones con el fin de que los peces enmallen
mejor. Parece ser que la modalidad de la beta es oriunda de Asturias y
sustituyó al arte de la "estacada” gallega. Se utilizaba para la pesca de
sardina, agujas, caballas, sargos, merluza, etc., y el momento propicio suele
ser de noche, con barcos tripulados por tres a cinco hombres.
El trasmallo es
un aparejo compuesto de tres paños. Los dos paños de fuera se llaman
“esmallos”, y sus mallas son más abiertas que la central. Las trallas se unen a
estos tres paños dejando el central más flojo para que haga bolsa. Queda calado
verticalmente. Es un aparejo muy antiguo, ya utilizado en tiempos romanos. Se
lanza a la caída del sol y se levanta al amanecer, normalmente sobre zonas
rocosas. Las especies que captura el trasmallo son muy variadas: sargos,
pintos, lubinas, etc.
La
pesca de mayor envergadura practicada por los pescadores de Huelva (2)
(dejando al margen las almadrabas) era la que se servía de las artes (y los
barcos) cazonales que se empleaban para la captura del cazón.
Igualmente, para pescar corvinas y atunes. La red podía calarse a fondo, con
plomos, si se perseguía la corvina y el cazón, o dejarse a flor de agua, si el
objetivo era atrapar atunes. El arte se componía de 24 a 27 piezas, cada una de
31 brazas de largo por 1,5 de ancho. Las redes se dejan caladas por la mañana,
y al día siguiente se va a reconocerlas. Si no hay pesca las dejan, o a lo más
las cambian de sitio.
Las artes
de cerco, como su nombre indica se utilizan rodeando al pez para su captura.
Capturan a los peces rodeándolos por los lados y por debajo, evitando de esa
manera que en aguas profundas, bajen a mayor profundidad y se escapen. Su
empleo es de origen antiguo. Ya en el siglo XVI se documenta el llamado
"Cerco Real» -hoy desaparecido-, llamado así por ser un aparejo
privilegiado en aquella época. Era un aparejo de grandes dimensiones, por lo
que para su utilización precisaba de gran cantidad de personas.
La
xareta o jareta, que es una evolución del Cerco Real, del que
básicamente se distingue porque lleva una “xareta” para cerrar el cerco por el
fondo como una bolsa, de modo que se puede atrapar a los peces donde estén,
aunque corra mucho agua. Este arte de pesca exige gran rapidez de maniobra de
modo que el cerco debe quedar cerrado antes de que el pez se dé cuenta y pueda
huir. Una vez atrapado el pez, los marineros se ponen rápidamente a tirar de
la xareta para cerrar la red.
Este
arte del cerco se realizaba (y se realiza) tanto de día como de noche, siendo
este el más empleado. Al atardecer los barcos salen en busca de los bancos de
peces. Para descubrirlos los marineros utilizan diferentes métodos como puede
ser observando a las gaviotas, a los delfines o por el mismo ruido de las
sardinas. En la noche sin luna los pescadores golpean el agua creando
fosforescencias que se asemejan a el “arder" (este sería el método de
“ardora”. Una vez descubierto el banco, los marineros saltan a la popa de la
gamela (o barco auxiliar) y tomando un calón o extremo del cerco se larga la
red formando el cerco hasta juntarse con el otro calón.
Este
arte procede del Cantábrico y llegó a Galicia junto con las artes de arrastre,
donde produjo serios conflictos con la gente que utilizaba el xeito.
Otras
redes serían las que podríamos llamar de cerco y tiro (cobradas desde la
playa) como jabegas, boliches o lavadas. La jábega (2)
era una red grande de hilo de cáñamo, compuesta de varias piezas que formaban
las bandas y el copo, conocida en las costas de Andalucía como arte de malla
real. Gráficamente, la jábega era un enorme saco prolongado, cuyo fondo -copo-
se remataba con dos largas bandas o piernas. Esta forma era similar a la de otras
artes, como el gánguil, bou y boliche. La diferencia estaba en la longitud de
las bandas, mayor en la jábega, como también en que las otras redes barrían los
fondos a la vela y las jábegas eran levantadas a fuerza de brazos por los
marineros. Los fondos arenosos y limpios eran los ideales para este arte, que
se empleaba mayormente en la captura de sardinas.
La lavada
(2), que como la jabega podía referirse tanto a la técnica como al
barco, eran redes cuyo tamaño variaba según donde fuesen caladas; en los caños
o en la costa. En Huelva la red solía tener de 40 a 70 brazas de largo, sin
copo, por razón del fango y las muchas corrientes, y aunque en ocasiones
faenaban en mar abierta, lo común era su empleo en los caños y esteros de las
marismas, que son muchos y dilatados. El nombre de lavada podría venirle por la
necesidad de lavarla como consecuencia de su uso en fondos fangosos de los
caños y brazos de mar.
Las artes
de deriva se caracterizan, tal y como se deduce por su nombre, de la
peculiaridad de que ninguno de sus elementos compositivos entra en contacto
con el fondo, lo que hace que se encuentren al azar tanto de las corrientes y
mareas como de la acción del viento. Es propio de estas artes el que los peces
sean enmallados al ser interceptados por la trayectoria de las redes.
El xeito o jeito
es la más importante y significativa de las artes de deriva y fue un arte de
gran utilización en Galicia para la pesca de la sardina de especial relevancia
en la economía gallega.
De
acuerdo con Rodríguez Canora (6): “El conjunto de redes del xeito se
compone siempre de cinco piezas denominadas “man” -la primera a contar desde el
barco-, anteman, tres, cuatro y rabo, que se arman por medio de unos hilos en
la zona llamada “metafións”. La red va reforzada alrededor por otra de paño
más grueso, donde van las dos “trallas" de corchos o chumbos o plomos.
Cada una de las partes o rectángulos de red ya nombrados miden aproximadamente
70 metros de largo por 18 m de ancho y la malla suele medir de 2 a 2,50 cm. En la
tralla superior se unen unas cuerdas que acaba en un “bourel” o boya de corcho.
En el extremo del man se unen los cabos a una cuerda que la mantiene unida al
barco. El xeito se larga por el rabo, extendiéndose las redes a lo tendido
hacia la profunda delante del banco de peces, cayendo al compás de la
corriente. Son los marineros los que deben calcular a qué profundidad vienen
las sardinas, por lo tanto también la altura de sus redes regulándolo con la
longitud que den a las rabizas. Al cabo de unas horas los boureles o boyas se
hunden indicando con ello la captura, por lo que comienzan a tirar desde el
man, ayudándose para recoger la pesca en unos aparejos auxiliares utilizados
en muchas otra artes, como son el salabardo, truel, etc., consistentes en un
aro de madera o hierro de donde se cuelga una red semiesférica, todo unido a un
mango de madera”. El xeito se trabaja desde el atardecer hasta el amanecer,
siendo las horas más efectivas de pesca las crepusculares, especialmente en su
periodo oscuro.
El xeito fue muy utilizado en
el siglo XVIII, aunque dio lugar a fuertes polémicas debido básicamente al
deterioro que producía en las especies capturadas que quedaban inutilizables
para la salazón y escabeche, hasta el punto de que durante el siglo XVIII se
prohibió su uso dentro de las rías gallegas en los meses de marzo, abril y
mayo.
En el
siglo XVIII se produce una transformación del marco institucional que rige la
actividad pesquera. Un nuevo marco, en el que la pesca de arrastre (7)
desde embarcaciones propulsadas a vela encuentra las condiciones favorables
para su desarrollo; en un primer momento mediante el incremento del esfuerzo
pesquero por el aumento de tonelaje de las embarcaciones y posteriormente,
como consecuencia de ese incremento, con el acceso a caladeros no explotados
hasta ese momento. En los dos casos con un incremento considerable de las
capturas. El arrastre era la pesca por excelencia del Mediterráneo y como su
nombre indica, se realiza mediante una gran bolsa de red de altura variable, que
por diversos medios se mantiene abierta y se arrastra por el fondo marino.
En un
principio lo que podríamos llamar pesca de arrastre (7) se realizaba
desde la playa con un bote a remos que llevaba el arte mar adentro (500 m. a lo
sumo) donde lo extendía y, desde la playa, mediante unos cabos, un grupo de
hombres lo arrastraba perpendicular hacia la costa con un rendimiento más bien
escaso, como se hacía con la jabega y el boliche. El paso siguiente fue, que
en lugar de arrastrar este arte de forma perlendicular a la playa, hacerlo en
sentido longitudinal a la costa con una embarcación. De este modo se recorría
una cantidad mucho mayor de mar y consecuentemente los beneficios resultaban
considerablemente mayores. La acción de arrastrar el "arte" se realizaba
mediante veleros solitarios aparejados con una vela latina, que usaban
"tangones" (pértigas que sobresalían por los costados del barco) con
el fin de conseguir una mayor obertura de la boca del arte, que era similar a
la jabega. Mas tarde se usaron dos barcos en pareja -de aquí la denominación
"Bou"- porque arras-traban el arte como una pareja de bueyes arando.
Si bien el primer paso para incrementar la productividad pesquera con este
sistema fue pasar de una a dos embarcaciones, el siguiente fue incrementar el
tonelaje de estas embarcaciones veleras de 15 a 20 toneladas, para
posteriormente, como consecuencia de ese incremento conseguir el acceso a
caladeros no explotados hasta ese momento. El resultado fue un incremento
considerable de las capturas y un progresivo aumento de la oferta de especies
finas, una mayor competencia y un acusado descenso de los precios (8).
Los
primeros indicios que se tienen de esta práctica pesquera desde una
embarcación datan del siglo XVI, época en la que empezó a exténderse
tímidamente y ya en el siglo XVIII, desde Cataluña, se expandió al resto de la
península Ibérica, pro-vocando múltiples conflictos con los pescadores que
empleaban artes tradicionales.
Ahora
bien, no podemos olvidar que en el siglo XVIII existían artes de arrastre con
embarcación que muestran diferencias con lo que hemos descrito. No todas las
representaciones de este tipo de arrastre muestran embarcaciones latinas; esto
solo es cierto para la pesquería del Bou. Ni tampoco todos los copos eran iguales.
En la
Edad Moderna y en especial en el siglo XVIII la pesquería del atún mediante las
almadrabas, como ocurrió con las faenas de los bous, entra de lleno en la
condición de pesca capitalista. La captura de atunes requería de equipos
complejos: barcos, botes, pertrechos, construcciones para el despiece, salado,
almacenaje... (2). El armamento y calado de las almadrabas en toda
la costa de la Andalucía era, desde el siglo XV, privilegiado y monopolio de
los Guzmán, para pasar luego, en razón del considerable lucro que producía, a
manos de los Medina Sidonia, y ya en el siglo XVIII vemos que el monopolio es
explotado mediante arrendamiento a compañías en las que el duque,
independientemente de la percepción de la renta anual, participa en la empresa
como un socio capitalista más. Con la abolición de los privilegios, las
almadrabas dejan de ser un negocio feudal para convertirse en
plenamente capitalistas (8): La concesión de las almadrabas a los
matriculados del mar esconde de hecho una privatización legal; las condiciones
econó-micas necesarias para poner en explotación el arte impiden a las
agrupaciones gremiales de los matriculados, hacer uso de esa concesión; serán
pues sociedades particuares las concesionarias de la explotación almadrabera.
En
este periodo de comienzo del capitalismo el arte de almadraba era de tres tipos
(8): de vista (almadraba que se hace de día y con redes a mano donde
hay muchas corrientes), de buche (pesca que se hace con atajadizos, por donde
los atunes entran en un cerco de redes del cual no pueden salir) y de monteleva
(almadraba que se hace al paso de los atunes), aunque hay quien lo reduce a
dos, unificando la de buche y la de monteleva por ser artes fijadas al
fondo y similares arquitectónicamente. La almadraba de vista y tiro
evoluciona a la de buche como estrategia de reducción de costos en su
adecuación a una economía capita-lista, siendo la de monteleva una
consecuencia de este mismo proceso en una estrategia de aumentar los
beneficios. Este último tipo de almadraba, de calamento exclusivamente fijo,
se puede entender como una adaptación a parajes potencialmente muy
productivos, por la frecuencia de paso de la pesca, que mediante el aumento de
las dimensiones de las redes de intercepción permiten una mayor reducción en
mano de obra sin gran incidencia en las capturas.
Sin
embargo, todas estas medidas no consiguen evitar la reducción de beneficios,
llevando al negocio de las almadrabas a un periodo de crisis, que hace decir a
Rodríguez Santamaría (8), en su Diccionario de artes de pesca de
España y sus posesiones, que: “la pesca del atún producía muy poco,
porque, aparte de que estaba vinculada en varias personas y corporaciones, que
calaban o no los artes según su capricho, no se conocía más que una preparación,
que era el atún salado, y por eso tenía poca vidas las almadrabas”.
Por
otra parte el necesario aumento de la producción para aumentar los beneficios,
se vio dificultado por dos factores limitantes (8): “por un lado
los avances tecnológicos náutico pesqueros aplicables a estas pesquerías son
muy limitados, de modo que el posible aumento de la productividad sólo puede
venir del incremento del número de artes calados y de las mayores dimensiones
de estos, aunque por otro lado no garantiza el aumento de beneficios si no se
produce un aumento de la demanda, lo que a su vez se ve dificultado por la
fuerte competencia de otros sala-zones, ya sea el bacalao o la sardina
salpresada (en los dos casos productos con condiciones de conservación
superiores al atún salado). De esta situación sólo se salió gracias a la
aplicación de la nueva técnica de conservación de alimentos, desarrollada por
Nicolás Appert, al atún lo que se tradujo en un aumento de la demanda y con
ello de la producción.
El
anzuelo es entre los aparejos de pesca el más antiguo. Entre los aparejos de
anzuelo (6) más importantes se encuentran las diversas liñas y
los palangres, además de otros como el balacín, espinel, etcétera.
La liña
en su forma más simple consta de un hilo de longitud variable dependiendo de
la profundidad a la que se encuentra el pez a capturar, un plomo más o menos
pesado y uno o más anzuelos. Habitualmente la liña era de hilo tintado y se
recoge en un «sirgo» de corcho.
El palangre,
cuyo origen esta en el Mediterráneo y al que ya hemos hecho alusión en
capítulos anteriores, ha variado muy poco desde que Cornide de Saavedra lo
describiera en 1788. El palangre (6) “consiste en una cuerda o
tralla horizontal de un largo total de 150 brazas, de la que salen otras
menores o «brazoladas» que finalizan en un anzuelo. La longitud de éstas
depende de la especie a que es dedicado el palangre”. Los palangres pueden ser
de superficie o de fondo. En este último caso se cala en parajes de mucho fondo
donde no se puede pescar con redes. La diferencia entre palangres se debe
igualmente a la manera de unir los elementos de que consta, destacando por su
particularidad un palangre comúnmente llamado espinel, que se caracteriza por
no llevar la cuerda o brazola horizontalmente, sino haciendo zigzag, en-tre
otras variaciones. Cornide (6) nos distingue tres tipos en función
del tamaño de los anzuelos, y que aún hoy siguen vigentes : de «geguda» o
«galantes» con anzuelos de gran tamaño, de «media burdera» con anzuelos
medianos y los «patángrillos» para pescado pequeño con anzuelos más chicos ,
los cuales fueron prohibidos en distintas Ordenanzas locales por acabar
fácilmente con las crías.
Las nasas,
a las que ya hemos hecho referencia en los capitulo dedicados a la pesca en la
antigüedad y en la Edad Media, se
siguen utilizando en la Edad Moderna, al igual que hoy, aunque en el siglo
XVIII el concepto nasa era más amplio que en la actualidad. Como hoy, podemos
diferenciarlas en dos categorías: aquellas que fueron ideadas para capturar
marisco y aquellas que se utilizan para capturar pescado. A su vez los tipos
varían según sean hechas de mimbre o madera recubiertas ambas de red. Las
primeras parecen jaulas y constan de una boca cerrada y larga en un extremo y
en el opuesto de una puertecita donde caen los peces que entraron por la boca.
Las de madera tienen forma cilíndrica, cubiertas de paño de red; en éstas la
boca de entrada se sitúa en el centro de la nasa. Las nasas pueden ser de
distintos tamaños y formas, pero todas ellas actúan a modo de trampa, ya que
los peces y crustáceos, atraídos por los cebos pueden entrar en ellas, pero una
vez dentro no pueden abandonarlas.
Las
nasas se calan al fondo incluyendo dentro de ellas unos pesos o piedras, y
quedan unidas a la superficie por una cuerda que termina en el bourel, y que
sirven para situarlas frente al marinero. Por lo general, suelen lanzarse por
la noche para recogerlas a la mañana siguiente. Las nasas eran muy populares,
especialmente en Galicia, para la pesca del pulpo.
Además
de las nasas, cita Rodríguez Canora (6) otros aparejos para la
pesca del pulpo, en este caso referidos a Galicia. El pulpeiro
o bichero “es un singular arpón muy empleado compuesto por un
palo de madera al que se une un gancho de hierro en su extremo, el cual varía
según los tipos. El procedimiento depende de la maña del pescador, el cual, una
vez dentro del agua, pone un trapo en el extremo del palo cogiendo el pulpeiro
por la parte del gancho, éste lo mete entre las rocas hasta que el pulpo sale,
entonces se da la vuelta al palo y se coge al pulpo con el gancho. Similar al
bichero en su uso, son las fítoras o fisgas, que a
modo de tridentes se utilizan tanto para pescar pulpo como para otros
cefalópodos, jibias, etc”.
Recursos y sistemas de pesca
en la Edad Moderna.
En Galicia, como en todo el Cantábrico (4), la pesca se caracterizó por la dedicación de los agentes a la pesca de la ballena, la pesca efectuada con redes y palangres, y al marisqueo. Dejando la caza de ballenas para más adelante, en la pesca efectuada con redes, la intensidad de la practicada con las redes de cerco fue disminuyendo a partir de finales del siglo XVI, y especialmente a partir de la segunda mitad del XVII. La crisis sufrida por los cercos motivó el auge de las redes típicas de los puertos localizados frente al mar abierto, o en las desembocaduras de las rías, oca-sionando el desarrollo de las actividades por las compañías de la sacada alta, redes volanteiras, xeitos, etc, que constituyeron la base de la actividad pesquera durante la segunda mitad del siglo XVII. Así hasta la gran revolución que significo la pesca de arrastre, ya en el siglo XVIII.
En Galicia, como en todo el Cantábrico (4), la pesca se caracterizó por la dedicación de los agentes a la pesca de la ballena, la pesca efectuada con redes y palangres, y al marisqueo. Dejando la caza de ballenas para más adelante, en la pesca efectuada con redes, la intensidad de la practicada con las redes de cerco fue disminuyendo a partir de finales del siglo XVI, y especialmente a partir de la segunda mitad del XVII. La crisis sufrida por los cercos motivó el auge de las redes típicas de los puertos localizados frente al mar abierto, o en las desembocaduras de las rías, oca-sionando el desarrollo de las actividades por las compañías de la sacada alta, redes volanteiras, xeitos, etc, que constituyeron la base de la actividad pesquera durante la segunda mitad del siglo XVII. Así hasta la gran revolución que significo la pesca de arrastre, ya en el siglo XVIII.
La
práctica durante el siglo XVII de la actividad pesquera fomentó la fabricación
de instalaciones adecuadas, así como el empleo de embarcaciones y aparejos
idóneos para los diferentes tipos de pesca. Las estructuras básicas portuarias
de la Galicia y de la cornisa cantábrica (Asturias, Cantabria y País vasco) del
siglo XVII eran más o menos comunes. De este modo, la capcidad de acceso de los
agentes tanto a las instalaciones pesqueras como a las embarcaciones y a los
aparejos, influyó decisivamente en las posibilidades de desarrollo de las
actividades marítimas. Asimismo, la organización de la pesca exigió a los
agentes locales el control y gestión de las actividades.
En el
caso de la pesca con redes (4), las comunidades de pescadores, a
través de instituciones de carácter profesional, controlaron y gestionaron los
recursos pesqueros. En este sentido, dependiendo del grado de desarrollo de
las comunidades, las cofradías de pescadores constituyeron el órgano gestor
principal de la actividad pesquera gallega y cantabra, desarrollada a lo largo
del siglo XVII.
El
instrumental destinado por los agentes para la pesca de las diferentes especies
se basó tanto en el empleo de las redes como de los cordeles (palangres),
destinados principalmente a la pesca del congrio. No obstante, las
prohibiciones impuestas a la pesca de la merluza con redes volanteiras motivó
el empleo de liñas de pescada. Así, dentro del grupo integrado por las redes
simples hemos de destacar tanto las redes sencillas de deriva o flotantes,
des-tinadas principalmente a la pesca de la sardina (sardinales) como las redes
de fondo empleadas fundamentalmente para la pesca de la merluza. En este
sentido, las redes sencillas características del litoral gallego durante el
siglo XVII fueron la red sardiñeira y el xeito, principalmente. El grupo
formado por las redes de fondo se halló integrado por las redes volanteiras,
los rascos, los raquiños, las raeiras, principalmente. A su vez, la unión de
los paños de red sardiñeira motivó la formación de redes sencillas de tiro,
entre las que destacaron tanto las sacadas o secadas altas, como la sacada
pequeña, rapeta o traiña menor. Los puertos principales ubicados en el interior
de las rías se caracterizaron por el empleo de los cercos o cedazos y las
traiñas (4).
Frente
a la estructura portuaria característica de los puertos balleneros, destacaron
las instalaciones asociadas a la pesca de las diferentes especies (sardina,
pescada, congrio...etc). Así, dependiendo del desarrollo pesquero de los
puertos, la estructura portuaria del norte de la península del siglo XVII
estuvo formada básicamente por las instalaciones para secar, teñir, componer y
recomponer las redes, los desembarcaderos, muelles y los almacenes destinados
al secado, salado o ahumado de las capturas. Paralelamente, según las
diferentes categorías de los puertos, destacaron las instalaciones asocia-das
generalmente a gremios, distintos de los vinculados directamente a las faenas
pesqueras: astilleros o carpinterías de ribera, herrerías, cordelerías,
talleres, donde se fabricaba la lona para las velas, tonelerías, cesterías... etc.
La
actividad pesquera desarrollada en la Edad Moderna estuvo influida tanto por
las características de los medios materiales como por el control ejercido
sobre las faenas pesqueras. A las continuas disputas sobre el uso de
determinados artes, especialmente como veremos con la introducción de la pesca
de arrastre (bous), se unían las derivadas de de las características y
condiciones de las infraestructuras portuarias, especialmente en el Cantábrico
donde las condiciones de la costa son muy variables. Estas diferencias de las
condiciones portuarias fueron la causa de múltiples conflictos entre pescadores
vecinos de puertos de buenas condiciones y otros de puertos inadecuados para el
desarrollo de las actividades marítimas (9). En primer lugar, los
pescadores de puertos de accesibilidad peligrosa, frecuentemente en caso de
temporal se veían obligados a acogerse a puertos cercanos más seguros. Y a
veces, las autoridades y pescadores de los puertos de acogida solían proceder a
imponer derechos a los foráneos por su acogida o cuando procedían a la venta de
su pesca. Otras veces trataban de impedirles la venta de su pesca o pretendían
que los locales gozaran de preferencia a la hora de su venta (9).
Por
otra parte los conflictos también podían deberse a que los vecinos de los
puertos más adecuados usaban determinadas artes de pesca, sobre todo en
invierno, que los de los demás puertos no podían usar por impedírselo las malas
condiciones de arribada de sus puertos (por ser artes de mayor volumen, o por
las demoras que sufrían con temporales sin poder acudir a retirar las artes con
el consiguiente peligro de pérdida de las mismas). A lo largo de la Edad
Moderna, como ya se ha apuntado, se produjeron conflictos entre pueblos
vecinos de características portuarias divergentes por el uso de determinadas
artes. De todas maneras, la actitud de las instituciones fue permisiva en torno
al uso de artes de pesca en el mar que no fueran dañinas, y reco-nocidas como
tales por todas las partes.
Por lo
que se refiere a la costa atlántica andaluza (2) la
jabega, lavada (o labada), cazonal, pescador, de cordel, corre-dera,
chinchorrero, jabeque... son nombres que aparecen constantemente en las
fuentes documentales y que nos remiten a distintos tipos de barcos, de artes, y
de sistemas y técnicas de pescar al final del antiguo régimen. Como ocurrió en
Galicia y en el Cantábrico, y ya dejamos apuntado, el mundo pesquero del
litoral atlántico andaluz se vio conmocionado a partir de la mitad del XVIII
con la introducción por los catalanes y levantinos del arte de bous o parejas.
Inmediatamente, aquí, como en las demás costas españolas en las que se
pretendió su implantación, comenzaron a alzarse voces contra lo que se entendía
un esquil-mo de los caladeros. Asistimos a un partir de entonces a sostenido
tira y afloja entre los defensores y detractores del sistema, entre los
empresarios capitalistas que habían invertido grandes sumas en el
mantenimiento de los bous, obteniendo cuantiosos beneficios inmediatos, y los
modestos armadores y pescadores locales que veían descender progresivamente
sus capturas.
Para
comprender la evolución de los medios y de las técnicas de pesca que se
produjeron en España en la Edad Moderna, hay que conocer primero la evolución
de la pesca en Cataluña, para lo que seguiremos a E. Martín (10).
La
pesca en las costas catalanas continuaba siendo practicada de forma muy
tradicional a comienzos del siglo XVI. Se utilizaban pequeñas embarcaciones y
una tecnología que apenas había sufrido cambios a lo largo de los siglos.
Destacaba su estacionalidad, dado que dependía mucho de los meses en los que
las diversas especies se acercaban a la costa formando nutridos bancos, como
las sardinas en primavera y verano, las anchoas entre abril y septiembre u
octubre y el atún entre julio y octubre. Las principales modalidades de pesca
fueron las sedentarias y las móviles. Entre las primeras, el anzuelo, la
“nansa” (nasa) y el cerco (almadraba y sardinal). Entre las segundas, las artes
de tiro (xàvega y “bolitx” o boliche) y las de arrastre (gánguil, tartana y
bous). De la almadraba no hay muchas noticias en Cataluña antes de 1580. Su
actividad no fue siempre rentable ya que estaba necesitada de importantes
desembolsos y de la imprescindible mano de obra para llevarla a cabo, y además
era muy vulnerable a la amenaza del corso musulmán.
Más
importancia tuvo la pesca de la sardina y anchoa, mediante la utilización del
sardinal. Una barca de reducidas dimensiones lanzaba al agua unas redes, cada
una de ellas formada por tres o cuatro piezas, en las que quedaban
enganchadas las sardinas al quererlas atravesar. Se trataba de una pesca muy
rentable. Las artes de tiro y arrastre estaban muy generalizadas. El “art”
(xàvega) y el “artet” (boliche) utilizaban el mismo tipo de redes y actuaban de
forma idéntica, siendo su única diferencia el tamaño. Las artes de arrastre, y
en concreto la “pesca del bou” se vio muy favorecidas por el aumento de la
población, y consecuentemente por el incremento de la demanda de pescado, que
se produjo desde fines del siglo XVII y a lo largo de todo el siglo XVIII. El
éxito del sistema de les “parelles o bous” –al que ya hemos hecho referencia-
se explica por el mayor número de capturas que obtenía, en que los gastos en
cebo eran inexistentes, en el reducido número de tripulantes de los “laudes” y
en el bajo coste de los mismos.
Sin embargo, todo parece
indicar que la actividad pes-quera en la costa catalana, a pesar de la gran
expansión que había alcanzado en los siglos XVI y XVII con la pesca de sardinas
y anchoas principalmente, no pudo adaptarse fácilmente a las nuevas
necesidades, marcadas no sólo por el crecimiento demográfico y el aumento del
consumo de pescado experimentado por Cataluña desde finales del siglo XVII,
sino también porque los fondos marinos no eran los mas aptos para la pesca de
arrastre que exige fondos arenosos, a lo que habría que sumar un cierto
agotamiento de los caladeros tradicionales, a pesar de los cual el arrastre (parelles
de bou) termino imponiéndose desde los comienzos del siglo XVIII,
consecuencia del aumento espectacular del volumen de las capturas, al tiempo
que aumentaba su productividad debido a que utilizaba menos hombres que las
artes rivales, por lo que el nuevo sistema no tardó en generalizarse. Aunque dado
el paulatino agotamiento de los caladeros tradicionales, las capturas fueron
decreciendo.
No obstante, a pesar de estas
aparentes dificultades la actividad pesquera catalana experimentó un notable
desarrollo en el siglo XVIII, siendo su origen la adopción de la pesca de
arrastre (parelles de bous) y la búsqueda de ricos caladeros al sur de
la frontera catalana. Así, forzada por el agotamiento de los caladeros
catalanes, la flota pesquera catalana se desplegó a lo largo del litoral
español. Hacia 1741 se detecta la pesca con bous en Sanlúcar de Barrameda. En
1755 los catalanes aparecen practicando esta modalidad de pesca en el litoral
de Cádiz y, poco después, en los lejanos mares de Galicia. No sin que se
produjera una avalancha de protestas en las localidades en cuyas costas
faenaban los catalanes, dados los efectos negativos que achacaban a este
sistema de arrastre. En cualquier, caso la flota pesquera catalana pudo
desplegarse por todo el litoral español, llegando a ser la segunda en
importancia de España, tan solo superada por la gallega.
Qué
duda cabe de que el despliegue de la pesca catalana por el litoral español
hasta Galicia fue exitoso. En especial si tenemos en cuenta que, además de las
innovadoras técnicas en materia de capturas (pesca del bou), se introdujeron
mejoras en su conservación. La expansión del sector pesquero español del siglo
XVIII no se puede explicar sin tener en cuenta la actividad de los pescadores
catalanes a lo largo de todo el litoral hispano.
Para
la pesca en el Banco Sahariano (5), de la que se
habían hecho cargo, desde la segunda mitad del siglo XVI, los pescadores
canarios que habían sustituido a los peninsulares, fue necesaria una inversión
de capital y una planificación del trabajo y de la empresa para alcanzar la rentabilidad.
La pesca en las aguas saharianas era más rentable que la costera, pero para su
realización eran necesarios pequeños capitales acumulados de los que no solían
disponer los pescadores. Los viajes a la Costa de Berbería proporcionaban unos
beneficios realmente notables. Muy inferiores eran en cambio las ganancias de
los pescadores de bajura, de aquellos que faenaban sin alejarse de las islas y
que vendían sus capturas en fresco en los mercados locales.
Es en
el curso del siglo XVII, y sobre todo del XVIII, cuando aparece la noción
moderna de armador como el individuo que costea la construcción del barco y
financia su abastecimiento. Las tripulaciones en el Banco Sahariano estaban
compuestas por el maestre, los marineros, un mandador, los mancebos y los
muchachos. Los barcos contaban con la presencia de un capitán que dirigía a la
tripulación. Los viajes hasta los caladeros se sucedían a lo largo del año, si
bien entre febrero y junio era cuando menos salidas se registraban, puesto que,
al menos hasta abril, la costa africana era peligrosa por los vientos.
Aprovechaban esos meses para permanecer en Canarias, reparar las
embarcaciones y dedicarse a otro tipo de tareas. Normalmente se realizaban
ocho o nueve viajes al año.
La ida
no suponía mayor problema, dado que la constancia y dirección de los alisios
favorecía el acercamiento al continente africano. Esto no sucedía a la vuelta,
cuando se tenía a los vientos en contra, lo que obligaba a barloventear muchas
millas, retrasando el viaje, a veces, hasta doce días o más. En primavera los
bergantines se dirigían a la parte norte del banco pesquero sahariano y en
otoño e invierno al sur. Es decir, seguían la marcha estacional de los peces a
la búsqueda de tasartes, anjovas, samas, chernes y corvinas.
Al
llegar a su destino la tripulación procedía a descender de la embarcación
principal y a ocupar pequeñas lanchas que se distribuían por los caladeros;
cada una de ellas contaba con una o dos cañas de mano y unos aparejos muy
sencillos que consistían en unas cuantas liñas, anzuelos, un alambre de cobre
y un cuchillo para abrir el pescado. A pesar de que las liñas era el arte más
generalizado, la pesca canaria contaba con la ayuda de otros instrumentos, caso
del trasmallo o chinchorro. El empleo de redes en las pesquerías
canario-saharianas fue casi nulo. Lo cierto es que desde el siglo XVI se había
tratado de inventar y poner en vigor artes de pesca más novedosas, que
permitiesen aumentar el número de capturas, aunque sin éxito.
Ya
próximos a la costa lo primero era aprovisionarse de carnaza, que luego tiraban
al mar con el fin de atraer los peces hasta las lanchas, para después iniciar
la pesca propiamente dicha. Cuando tenían bastante, podían volver a tierra para
limpiar y salar las capturas o hacerlo en el barco nodriza. Posteriormente lo
salaban y apilaban en la bodega.
El
interés de la Corona por desarrollar una explotación más racional del Banco
Sahariano no solo fue fruto de la presión de los grupos de interés canarios,
sino que, también se debió a la necesidad por su parte de hallar nuevos
caladeros para la flota peninsular, una vez que se había perdido la posibilidad
de faenar en Terranova. De ahí que en la segunda mitad del siglo XVIII se
produjese una pequeña inversión de capitales en la pesca sahariana, que
afectaron positivamente a la explotación del Banco Sahariano. Las acciones
gubernamentales perseguían: mejorar las prácticas laborales y la difusión de
nuevas técnicas en las diversas artes, reglamentar el arrastre que veían con
desconfianza por sus posibles efectos perniciosos sobre la naturaleza y la
creación de empleo, y crear compañías privilegiadas.
Distribución geográfica de la actividad pesquera en
España a finales del siglo XVIII.
Una aproximación a la actividad pesquera de las distintas regiones, a finales del siglo XVIII, nos la puede dar la observación de la distribución de las unidades de la flota que operaban en los distintos departamentos marítimos y regiones que se indican en los Cuadros 1 y 2.
Una aproximación a la actividad pesquera de las distintas regiones, a finales del siglo XVIII, nos la puede dar la observación de la distribución de las unidades de la flota que operaban en los distintos departamentos marítimos y regiones que se indican en los Cuadros 1 y 2.
Cuadro
1.- Barcos de pesca (1758-1765).
Departamentos
|
||
Número
|
%
total
|
|
Cartagena
|
2147
|
44,41
|
Cádiz
|
516
|
10,67
|
Ferrol
|
2171
|
44,91
|
4834
|
99,99
|
|
De
R. Fernández y C. Martínez Shaw (11)
|
Lo primero
que cabría reseñar es el relativo equilibrio entre la actividad pesquera entre
el Atlántico y el Mediterráneo. Pero dada la superior oferta pesquera que se da
en Atlántico, la explicación a este hecho estaría en el continuo desplazamiento
durante el siglo XVIII de los barcos catalanes, valencianos y mallorquines
hacia las más ricas áreas de las costas andaluzas, gallegas y cantábricas. El
análisis comparativo de las distintas regiones con fachada litoral nos coloca
ante la evidencia del predominio gallego como gran potencia pesquera del siglo
XVIII (11).
Es de destacar también la extraordinaria densidad de
la flota catalana, que en estos tiempos esta iniciando una expansión la cual,
como vimos antes, alterara sustancialmente la composición del sector en etapas
sucesivas. Asimismo son de resaltar las dimensiones relativamente modestas de
la flota andaluza, el equilibrio asturiano y la escasa representación
santanderina.
(1) H. Lillo García. Aproximación a los artes de la pesca en el siglo XVIII
Cuadro
2.- Barcos de pesca (1758-1765).
|
||
Número
|
%
total
|
|
Galicia
|
1798
|
37,19
|
Cataluña
|
1293
|
26,74
|
Andalucía
|
559
|
11,56
|
País
valenciano
|
438
|
9,06
|
Asturias
|
208
|
4,30
|
Mallorca-Ibiza
|
249
|
5,15
|
Santander
|
165
|
3,41
|
Murcia
|
124
|
2,56
|
4834
|
99,97
|
|
* De
R. Fernández y C. Martínez Shaw (11)
|
Sin embargo,
como perece lógico, no en toda la costa de las diferentes regiones se
practicaba la pesca por igual. Así, Cataluña presenta una clara divisoria
entre la abundancia de núcleos pesqueros en la costa de la mitad norte y la
práctica ausencia al sur de Barcelona.
La costa
valenciana ofrece un perfil muy distinto, más fluido y discontinuo. En la
costa castellonense, la actividad pesquera carece de relieve, mientras que la
capital valenciana concentra cerca de la tercera parte de la flota de la
región. En la costa alicantina la situación es muy parecida, con más de la
quinta parte del total de la flota concentrada en el puerto de Alicante. Esta
concentración de barcos, muchos de ellos dedicados al arrastre en Valencia y
Alicante se explica por la misma razón que en Barcelona, esto es que faenan
tanto en el Mediterráneo como en las costas atlánticas.
En las
Baleares, el conjunto de la actividad pesquera aparece dominado por la
extraordinaria concentración en la bahía de Palma, la cual agrupa casi las dos
terceras partes de la flota, mientras que en la costa murciana, los efectivos
se localizan en el Mar Menor, Mazarron y, sobre todo, Cartagena, el gran puerto
de la zona, capital del departamento marítimo y gran centro pesque-ro, con una
flota muy considerable.
El extenso
litoral andaluz presenta contrastes muy notables. En primer lugar, destaca el
perfil muy diferenciado entre el area mediterránea (de mayor dedicación y
mayor dispersión de los centros pesqueros) y el sector atlántico (más
despejado y con fuerte concentración entre Huelva y la raya de Portugal).
En el
Cantábrico, la actividad pesquera se desparrama por un rosario de pequeños
pueblos a lo largo del litoral gallego, asturiano, cantabro y vasco, aunque la
peculiar situación administrativa de esta zona nos impida conocer la
distribución de los efectivos en las provincias marítimas de Vizcaya y
Guipuzcoa, de dilatada tradición pesquera (11).
Finalmente,
la costa gallega sería la región privilegiada de la pesca española en el siglo
XVIII, existiendo una clara división entre las rías altas, de menor actividad y
concentración, y las rías bajas, que constituyen el verdadero paraíso de la
pesca.
Referencias
(1) H. Lillo García. Aproximación a los artes de la pesca en el siglo XVIII
www.academia.edu/../Aproximación_a_los_artes_de_la_pe...
(2) J.
Vega Domínguez. Técnicas, sistemas de pesca y comercialización del pescado en
las costas de Andalucía a finales del antiguo régimen.
gredos.usal.es/xmlu/.../Tecnicas,_sistemas_de_pesca_y_comerciali
(3) R.
Ojeda San Miguel. Embarcaciones de pesca en Castro Urdiales
www.euskomedia.org/PDFAnlt/zainak/25/25455482.pdf
(4) A.
Canoura Quintana. Propiedad y recursos en la galicia pesquera del siglo XVII.
www.unizar.es/eueez/cahe/canoura.pdf
(5) J. M. Santana Pérez.
Organización del trabajo, conflictividad y medios de producción en la pesca en el banco
sahariano (ss. XVII-XVIII). www.usc.es/revistas/index.php/ohm/article/view/684
(6) Las
artes de pesca. M.J. Rodríguez Canora y M. Rosa Gito.1992.
https//repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8370/45271_2.pdf?sequence=1
(7) F.
J. Veciana Vidal. pesca de arrastre, dopmail.com
www.dopmail.com/web/lapesca/arrastre/arrastree.htm
(8) Aproximación
a los artes de la pesca en el siglo XVIII ...
www.academia.edu/.../Aproximación_a_los_artes_de_la_pe...
(9)
Xavier Alberdi Lonbide. La pesca en el litoral de Gipuzkoa durante la Edad
Moderna. Nº 3. La pesca en el País Vasco - Museo Naval
untzimuseoa.eus/.../42-no-3-euskal-herriko-arrantza-la-pesca-en-el-pais-...
(10)
Eloy Martín Corrales. 2014. La pesca en Cataluña en la Edad Moderna: una
exitosa expansión por el litoral español.
www.raco.cat/index.php/Drassana/article/download/292383/380908
(11)
R. Fernández Díaz y C. Martínez Shaw. Univ. de Barcelona. La pesca en la España
del siglo XVIII. Una aproximación cuantitativa (1758-1765). 1984.
repositori.udl.cat/handle/10459.1/41529
No hay comentarios:
Publicar un comentario