viernes, 8 de junio de 2018

10.- MIEDOS ALIMENTARIOS, FRAUDES Y PUBLICIDAD

Introducción. Productos y alimentos naturales. Productos saludables y funcionales. Miedo a los transgénicos. La alimentación y la publicidad: Publicidad alimentaria engañosa

INTRODUCCIÓN
No deja de llamar la atención que en una época en la que la seguridad alimentaria, con todos sus defectos, es la más alta de la historia, es también en la que la gente, en general, se hace más desconfiada ante la comida. Es muy habitual oír: “Dios sabe lo que estamos comiendo” “¿Qué nos estarán dando?” La realidad es que cuando no se sabía lo que se comía era antes, hace muchos años, cuando tanto en la industria como en las elaboraciones domésticas (conservas, mermeladas, embutidos, etc.) el uso de aditivos y conservantes, con una legislación y una inspección alimentaria muy deficiente, era generalizado. Muchos de estos aditivos utilizados de forma rutinaria durante mucho tiempo están hoy prohibidos. Quién no recuerda la utilización de “sal de nitro” en los embutidos; o los antibióticos para conservar el pescado, que se utilizaba masivamente en las lonjas; o en los piensos para animales, especialmente en el de cerdos, y otros muchos que la gente que pase de los sesenta tendrá en su recuerdo. No digamos ya cuál era la situación de la higiene alimentaria, origen de multitud de enfermedades infecciosas ¡Alguien se sorprendía o se alarmaba por una diarrea! Posiblemente esta sensación de seguridad era precisamente por el desconocimiento y la falta de medios de las administraciones, tanto tecnológicos como científicos o humanos ¡Quién se preocupaba si un elaborado industrial tenía mucha o poca grasa saturada! ¡Como no se conocía el problema no existía!
Como dice el profesor García Olmedo (1): “existe una gran diferencia entre el riesgo objetivo y el percibido”. Existe la sensación generalizada entre amplios sectores de la población de que al alimentarnos incurrimos en riesgos considerables, riesgos que antes no existían y que han sido creados por la tecnología y la industria. Parece como si se sobreestimase lo percibido y se subestimase lo objetivo.
En general, los posibles daños de origen alimentario se deberían, por orden de importancia, a la presencia de: agentes biológicos patógenos (bacterias, hongos, virus, priones, protozoos y helmintos), aditivos ilegales, componentes tóxicos de los alimentos, contaminantes, aditivos legales y genes añadidos (1). Los agentes biológicos patógenos, presentes frecuentemente de forma natural en los alimentos, son más peligrosos para la salud que los tóxicos químicos, incluidos los componentes naturales, los aditivos y los contaminantes. Sin embargo, a veces, lo importante no es que aparezcan determinados contaminantes químicos sino el nivel con que aparecen. Es por ello importante conocer y determinar la “dosis diaria admisible” de cada uno de los posibles contaminantes, aditivos, conservantes, etc., sean naturales o no y no sobrepasarla nunca. La “dosis diaria admisible” (DDA) es aquella que, de acuerdo con las investigaciones científicas realizadas, se puede ingerir a diario y durante toda la vida de una persona, sin que llegue a representar un riesgo apreciable para la salud.
No cabe duda que se producen y se han producido importantes accidentes alimentarios con graves consecuencias para la población. No dejan de ser hechos puntuales, aunque haya que poner todos los medios, que hoy son muchos, para que no se repitan. Aunque tampoco debe olvidarse que se producen fraudes por utilización de productos de forma desmedida o ilegal. Otras veces aparecen productos contaminados de forma natural. Todo esto influye muy negativamente en la opinión pública, a veces motivada por el sesgo sensacionalista y alarmista con la que son tratados en algunos medios.
Tampoco se puede negar que a veces se abusa, tanto en la producción agraria como en la industria alimentaria, del empleo de fertilizantes, fitosanitarios, fármacos, hormonas, aditivos, etc., que unas veces son legales y otras no. También hay que decir que muchas veces la presencia de contaminantes químicos es natural. Como ejemplos tendríamos en el primer supuesto el caso recurrente del clembuterol en el engorde de ganado, claramente ilegal. En el segundo supuesto tendríamos como ejemplo la contaminación por mercurio del pescado. Este último ejemplo puede ser algo natural, ya que este metal pesado se encuentra de forma natural en el agua, aunque su presencia pueda aumentar por la actividad humana y no es igual en todas las especies (siempre que no se supere la DDA, el riesgo para la salud de ingerir pescado es mucho menor que el beneficio que se derivan de su consumo). Otras veces ciertas sustancias que podrían ser peligrosas para la salud se encuentran formando parte de los alimentos, pero dado que están en un nivel muy bajo no representan ningún riesgo para la salud. Es el caso de ciertas sustancias que aparecen en el café, bebidas alcohólicas, patatas, peras, perejil, setas comestibles o especias, que a ciertas dosis producen cáncer en ratones. No obstante y según cálculos fiables, el grado de exposición de los humanos a dichas sustancias no representa ningún peligro (1). Por el contrario, se considera que el consumo de frutas y verduras es un factor dietético de protección frente al cáncer.
En cualquier caso, hoy, a diferencia de lo que ocurría antes, cuando la percepción era de seguridad, todos estos contaminantes son susceptibles de un control estricto para asegurar su ausencia o para que los niveles a que están presentes no sean perjudiciales para la salud. Ello exige conocimientos, medios analíticos, una normativa adecuada y un férreo seguimiento analítico institucional, que actualmente es posible. Sin embargo, a pesar de lo estricto de los procedimientos y controles y de que se tienen en cuenta todas las causas imaginables de riesgo, especialmente en el caso de los transgénicos, el riesgo cero no existe.
Es posible que estos “miedos y prevenciones”, que muy a menudo están presentes en ciertos sectores de la población, sea la causa principal del auge de los llamados productos “naturales” o ecológicos. El mito de lo natural cada vez gana más terreno al identificar natural con seguro y sano, lo cual no es completamente cierto. En primer lugar, ninguno de los alimentos que consumimos son naturales y en segundo, lo natural no es sinónimo de inocuo ni lo artificial de peligroso.
El “ansia” por lo natural o ecológico lleva, a veces, a la publicidad a extremos ridículos. Hace unos días venía como reclamo, en un periódico de gran difusión en Galicia, la oferta a sus lectores de una “sartén ecológica” ¿Qué es una sartén ecológica? El mismo anuncio lo aclaraba: no contenía PFOA (ácido perfluorooctanoico que se utiliza para hacer teflón). Al margen de la polémica ya prácticamente superada, de la relación entre el teflón y el cáncer y de que no haya evidencia directa de que sea perjudicial para los seres humanos, estamos en lo que ya sospechábamos, se confunde seguridad alimentaria con natural o ecológico.

Productos y alimentos naturales
Últimamente, parece que no sólo entre la población que podríamos considerar como “naturista”, sino también entre amplias capas de clases medias, la forma más eficaz de publicitar productos alimentarios es añadirles el término “natural” acompañado de expresiones como “sin colorantes ni conservantes”. La realidad es que hay muy pocos alimentos a los que se les pueda aplicar el término “natural”, ya que estos serían únicamente los obtenidos sin la intervención de la mano del hombre. Ya comentamos que “agricultura y natural” es una contradicción en sí mismo, pues todo en la agricultura desde el neolítico es artificial, cosa que los griegos y romanos tenían muy claro.
Que nadie piense que los productos que hoy consumimos estuvieron siempre así en la naturaleza y que por ello son naturales. ¡Las judías, los tomates, las patatas, el maíz, etc., no siempre fueron como las conocemos! Son producto del esfuerzo de generaciones. Desde la aparición de la agricultura y la ganadería, tanto las plantas como los animales domésticos han sido objeto de manipulación para obtener más partido de ello, tanto en cantidad como en calidad. Si aquella gente se alimentaba de forma natural, hoy sería imposible hacerlo, por mucho que insistan los creyentes de la alimentación natural. ¡Parece como si al término natural le atribuyeran propiedades “sobrenaturales” y sobre todo que es completamente inocuo para la salud y no es así!
Son muchos los alimentos que necesitan procesados previos para eliminar determinadas sustancias tóxicas y poder así ser consumidos, pues muchos alimentos producidos de forma natural son o tienen sustancias tóxicas que deben ser eliminadas. Es el caso de la presencia de alcaloides tóxicos, cianuros, arsénico, aflotoxinas de los mohos, etc. Estas sustancias tóxicas no están en productos extraños, los podemos encontrar en la mandioca, en la patata, etc.
Entre los seguidores más radicales del naturismo, como podrían ser los “crudivoros” está extendida la idea de que el fuego desnaturaliza los alimentos destruyendo gran parte de sustancias como vitaminas o enzimas. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de las veces los hacen comestibles y digestibles e incluso en algunos casos elimina sustancias tóxicas, como hemaglutininas que aparecen en algunas leguminosas crudas. Otras veces la cocción facilita su absorción, como puede ocurrir con la vitamina B1 del pescado crudo. Por tanto, y contrariamente a la opinión popular, algunos alimentos procesados pueden ser más seguros y son superiores en su contenido en vitaminas y minerales a sus equivalentes sin procesar, especialmente si el supuesto alimento fresco ha estado conservado inapropiadamente.
Por otra parte, a veces se olvida que lo que se absorbe por el aparato digestivo son moléculas y no productos. Es corriente oír, por ejemplo, que la vitamina C (por cierto, aditivo E300) consumida con digamos naranjas o kiwis es mejor que la obtenida por síntesis en un laboratorio, olvidando que nuestro organismo, debido a que sus moléculas son iguales, es incapaz de distinguir una de otra.
Otra cuestión de actualidad es la de los aditivos. No se sabe muy bien por qué pero los aditivos no tienen muy buena prensa entre los naturistas que, en general, los consideran perjudiciales para la salud. Ante un envase que indica que el producto contiene aditivos o conservantes (sin pararse a pensar en qué consiste el aditivo) la reacción general es de prevención. De ello la insistencia de la publicidad en presentar los productos como libres de conservantes, colorantes o aditivos. Los aditivos no producen ningún cambio en el valor nutricional de los alimentos y, por tanto, la idea que aparece constantemente en la publicidad, y a veces en los medios, de que los alimentos sin conservantes u otros aditivos son más nutritivos no es verdad y precisamente porque una de las condiciones que se exige a los aditivos alimentarios es “que no provoquen disminución del valor nutritivo y que no impidan ni retrasen la acción de los enzimas digestivos”. Antes de que la industria utilice un aditivo tiene que ser evaluado por la autoridad competente para probar su inocuidad.
Por otra parte los aditivos no son algo nuevo, ya que algunos se utilizan desde la antigüedad. Pensemos en los romanos que añadían sulfitos (E221, quizá esta denominación oficial debería ser más comprensible para el consumidor) o dióxido de azufre (E220) para favorecer, como hoy, la vinificación del mosto. El nitrito sódico (E250), procedente de minas de sal, lo empleaban los egipcios, lo que les evitaba la contaminación de la carne por Clostridium botulinum y morir de botulismo.
Otro aspecto muy relacionado con la alimentación natural y que, en determinados ambientes, cada vez adquiere más importancia es el de los productos orgánicos, biológicos y ecológicos. Esta denominación implica que no se han utilizado productos químicos en su obtención y que todo lo que se utiliza es de origen natural y se encuentra en la naturaleza. Esto que hace suponer que “son más naturales”. Sólo abonos orgánicos se pueden utilizar en estos cultivos.
No obstante, el que los insumos de la agricultura ecológica estén en la naturaleza no quiere decir que sean inofensivos. Es el caso del cobre, que se utiliza como insecticida en la agricultura ecológica. El cobre es un metal pesado que no se degrada, se acumula en el suelo o se filtra a los acuíferos. Aunque cueste creerlo a muchísimos consumidores, un alimento puede obtener el sello de agricultura ecológica sin tener que superar ningún estudio sobre su toxicidad sobre la salud o el medio ambiente. Solamente es necesario que todo lo que le añadamos al cultivo deba estar presente en la naturaleza y no pueda obtenerse por medios químicos o industriales; esto es, cumplir unos requisitos burocráticos.
Suele ser creencia general y puede ser verdad que los residuos de pesticidas, herbicidas y fungicidas pueden ser menores en estos productos que en los de la agricultura convencional, pero no existe ninguna garantía de que no contengan otras sustancias potencialmente tóxicas (microbios, toxinas naturales) y por ejemplo las aflotoxinas de los mohos, tienen tantas posibilidades de aparecer en un alimento ecológico como en uno convencional. Es más, no siempre se es más exigente con los productos ecológicos que con los de la agricultura convencional. Por ejemplo, en el caso de la micotoxinas y aflotoxinas, a las que nos acabamos de referir, a los productos ecológicos se les tolera que su nivel máximo sea el doble del permitido en los productos de la agricultura convencional (Modificación del Reglamento 1126/2007). Y esto es simplemente porque un problema de contaminación por hongos y bacterias, relativamente fácil de solucionar con métodos de la agricultura tradicional, es complicado en la agricultura ecológica. Esto es así, y hay que decirlo. Como el problema es complicado se recurre a una reglamentación más laxa.
Algo parecido puede ocurrir con el empleo de abonos orgánicos, aunque por supuesto no se trata de alarmar porque real-mente no es un problema de alto riesgo. El estiércol presenta, entre otros posibles microorganismos contaminantes, la famosa cepa de Escherichia coli (aunque no sea el caso, recordar los famosos pepinos alemanes de la Señora Merkel), que puede contaminar las cosechas, lo que por cierto no sería la primera vez, ya que ocurrió en California en 2007 con espinacas ecológicas.
         No es raro oír que los productos ecológicos saben mejor y son más saludables. Para decidir si un alimento es sano hay que tener en cuenta dos cuestiones: la calidad nutricional y la seguridad alimentaria. Respecto a esta última ya vimos que la respuesta es no. Y en cuanto a la segunda: ¿Un alimento ecológico tiene más calidad nutricional que uno convencional, es decir tiene más y mejores nutrientes? Otra vez la respuesta es no. En este sentido conviene recordar que la certificación de agricultura ecológica no hace ninguna referencia a la calidad o sanidad del producto sino sólo y únicamente a los insumos utilizados en su cultivo. Y por lo que se refiere al sabor, en general, cuando se han hecho ensayos de cata entre productos ecológicos y convencionales, los resultados han sido que el catador es incapaz de distinguir entre unos y otros.
Se puede entonces afirmar con certeza que hasta el momento no se ha podido demostrar ninguna diferencia en el contenido de nutrientes de estos productos en relación a los cultivos tradicionales. Tampoco se ha podido demostrar ningún efecto sobre la salud e incluso algunos pueden presentar un mayor riesgo de parasitosis. Alan D. Dangour et al. (2009) (2), después de revisar 52.471 artículos científicos relativos a la calidad nutritiva de los alimentos orgánicos, publicó en American Journal of Clinical Nutrition, un artículo en el que concluyen que: “No hay evidencia de que existan diferencias en la calidad nutritiva de productos alimentarios producidos por métodos orgánicos o convencionales. Las pequeñas diferencias detectadas en el contenido de nutrientes son biológicamente “plausibles” y relacionadas básicamente con los métodos de producción”.
Así, a veces, se achaca a la producción ecológica una virtud, que en realidad es achacable al sistema de producción. Es por ejemplo el caso de la leche. Se dice que la leche ecológica tiene más sabor y es más nutritiva. Efectivamente, el nivel de ácidos grasos poliinsaturados y en concreto el de los omega 3, es mayor en la leche ecológica que en la de las vacas sometidas a sistemas de producción tradicionales con alto consumo de pienso. Pero esto no ocurre por ser ecológica, sino simplemente porque las vacas consumen más pasto, ya que el reglamento de producción ecológica limita el consumo de pienso y aumenta el de pasto. La calidad de la leche es independiente de si el pasto es ecológico o no, simplemente es porque es “leche de pasto”. En cualquier caso, aunque de forma limitada, la composición de la leche se puede manipular mediante la alimentación, más o menos pasto, más o menos leguminosas en el pasto, lino o algodón en el pienso, etc. y con ello mejorar la calidad nutritiva. Con la carne pasa algo parecido. La carne producida con pasto y con menos pienso tiene más ácidos grasos poliinsaturados omega 3, más saludables. También influye la raza, por ejemplo, la carne de Rubia Gallega contiene más ácidos grasos omega 3 que la frisona. Pero es otra vez, debido a la raza y al sistema de producción, independientemente de que éste sea ecológico o no.
        Algo parecido se podría decir de los yogures, anunciados como alimentos naturales, aunque son de introducción relativamente reciente en España. No cabe duda de que son un buen alimento y existe cierta evidencia de que el yogur mejora el sistema inmunitario durante una enfermedad, pero no hay diferencias significativas entre las distintas marcas. Tampoco hay pruebas de que su consumo, estando sano, prevenga infecciones, ni que alargue la vida. Por cierto, hoy que se anuncian tantos yogures con propiedades poco menos que milagrosas, como es el caso del bifidus, conviene recordar que según la legislación actual sólo son yogures si la leche ha sido fermentada con Streptoccoccus termophillus y Lactobacillus bulgaricus. Si no es así, no se le podría llamar yogur, serían preparados lácteos. Tampoco estaría de más recordar que los yogures son para consumir yogur ¿Qué sentido tienen los añadidos? Si quieres fibra, toma pan integral, no yogur con fibra, que lo único que consigues es pagar más.
Por supuesto no hay nada que impida consumir productos ecológicos pero es conveniente aclarar que no suponen ninguna ventaja desde el punto de vista nutricional ni son más saludables.

Productos saludables y funcionales
La demanda de alimentos saludables y funcionales surge, en los últimos años del siglo XX, de la desconfianza del público hacia los alimentos “procesados”, que por una parte ha llevado a la presencia cada vez mayor, en el mercado, de alimentos “naturales” y por otra por al interés creciente por obtener dietas óptimas que le mantengan la buena salud, le retrasen el envejecimiento, le mantengan o eleven el buen estado físico y mental o le aumenten los años de vida y todo esto sin esfuerzo. La demanda es tan amplia como el número de enfermedades conocidas, multiplicado por el factor miedo en el que vive el ciudadano moderno a perder primero la salud, luego la juventud y por último la funcionalidad. A esto se agrega la publicidad y las recomendaciones en radio, prensa escrita y televisión, pues parece que hoy en día todo mundo es experto en alimentos, con autoridad para hablarnos de las virtudes de éste o aquel compuesto. Así las cosas, los nuevos alimentos funcionales se sitúan entre la necesidad y la moda. Lo que no quiere decir que no tengan su sitio en determinadas circunstancias y puedan ser de suma utilidad.
Los productos funcionales surgen por primera vez en Japón en los años ochenta, y aunque no hay unanimidad en establecer o definir lo que es un alimento funcional, se considera que un alimento es funcional si se demuestra que, además de sus efectos nutritivos, afecta de forma beneficiosa a una o más funciones del organismo humano de modo que mejora el estado de salud y reduce el riesgo de contraer enfermedad. Por otra parte, también son alimentos funcionales aquellos que se manipulan para conseguir algún beneficio extra, ya sea por eliminación, reducción o adición de algún componente, es decir, son básicamente alimentos clásicos que llevan incorporada alguna modificación, que es la responsable de su supuesto efecto beneficioso.
De este modo tenemos alimentos funcionales naturales como son los tomates, cuyo contenido en licopeno reduce el riesgo del cáncer de próstata; los pescados azules, cuyo contenido en ácidos omega-3 reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares; las frutas y verduras, cuyos flavonoides neutralizan los radicales libres oxidantes; o los frutos secos, que consumidos en pequeñas cantidades se les atribuye efectos beneficiosos sobre las enfermedades cardiovasculares o sobre el nivel de colesterol.
En el grupo de alimentos funcionales manipulados estarían aquellos a los a los que se les ha quitado o reducido un componente, como por ejemplo la grasa, que sería el caso de la leche o lo yogures desnatados o semidesnatados. O a los que se les ha añadido algún componente considerado beneficioso para la salud como son, por ejemplo, la leche enriquecida con calcio, vitamina D, ácidos grasos omega-3 o ácido linoléico conjugado (CLA); o bien cereales con ácido fólico o fibra añadida. Otro grupo estaría formado por los alimentos a los que se les ha quitado un componente y al mismo tiempo se le ha añadido otro. Un caso sería la sustitución de parte de las grasas saturadas por otras monoinsaturadas más saludables, como las procedentes, por ejemplo, del aceite de oliva. Por último se encuentran los alimentos funciona-les a los que se ha modificado la naturaleza de algún componente o modificado su biodisponibilidad. Por ejemplo, los cereales enriquecidos con fibra modifican su biodisponibilidad, ya que esta fibra reduce la capacidad del alimento de incrementar la glucemia que se producen tras la ingesta de alimentos ricos en carbohidratos.
Finalmente estarían los lácteos enriquecidos con bacterias probióticas cuya investigación y aplicación en alimentos data ya de la década de los años treinta en el siglo pasado, con fines de salud gastrointestinal. Cuando se desarrolló esta categoría de alimentos adicionados con bacterias con características especiales para la salud, el término de alimento funcional aún no existía, pero definitivamente bien pueden clasificarse como tal. Algunos de los efectos de las bacterias probióticas sobre la salud humana pueden resumirse en: acortan las diarreas, contribuyen a la síntesis y absorción de vitaminas K y B (piridoxina, cianocobalamina, biotina y ácido fólico), inhiben la actividad de enzimas implicadas en la generación de carcinógenos y modulación de la movilidad intestinal, contribuyendo así a la excreción adecuada de heces fecales. A este grupo corresponderían los yogures con efecto bífidus o con Lactobacillus Casei Inmunitas que pueden encontrar-se en cualquier supermercado.
Los alimentos funcionales no curan ni previenen por sí solos si no están incluidos dentro de una dieta variada y equilibrada; además, si una persona sana ya ingiere todos los nutrientes que necesita, no hace falta recurrir a esta nueva categoría de alimentos. Sin embargo, se ha dicho que no podemos olvidar que los hábitos alimentarios han cambiado en la población en general, y precisamente no para bien, sino que se está comiendo en exceso y de forma desequilibrada, por lo que no es de extrañar que la mayor parte de la población tenga algún desorden nutricional. Por ello, en esta situación de malos hábitos alimentarios, se justifica que los alimentos funcionales pueden ser beneficiosos en aquellas personas que no alcanzan la ingesta de ciertos nutrientes que podrían prevenir patologías a las que de antemano están predispuestas o que son aconsejables en aquellos individuos que no alcanzan las recomendaciones generales para el mantenimiento de una calidad de vida adecuada.
Tampoco hay que olvidar que dado que hoy se dispone de gran variedad de alimentos que permiten llevar a cabo una dieta variada y equilibrada, que no necesita de alimentos funcionales, parece más lógico enseñar a la gente a consumir alimentos de forma racional, e insistir en ello, por lo menos, con la misma intensidad con que se recomiendan y publicitan en prensa, radio y televisión, los alimentos funcionales. Aunque no cabe duda de que si a pesar de que se dispone de todo el material necesario para llevar a cabo una dieta equilibrada y sana, ésta, por la causa que sea, no se lleva a la práctica y como consecuencia se producen determinadas carencias, no es malo consumir alimentos funcionales, siempre y cuando su efectividad esté demostrada. Pues como ya se ha dicho, los alimentos funcionales ni previenen ni curan pero sí ayudan a disminuir los riesgos en estas circunstancias de dietas no adecuadas. Esto es, hay que hacer siempre una clara distinción entre el consumidor “normal”, que goza de una razonable salud y el que se ve afectado por una carencia, como serían los ancianos, inválidos o personas con distintos tipos de carencias. Para ellos, los productos funcionales pueden tener sentido. Pero dejando claro que su fin nunca es sustituir un fármaco, pues como dice la Dra. Panisello (3), es importante evitar que, al ver ciertos anuncios, la población no caiga en el error de que quien haya sufrido un infarto crea que tiene suficiente con consumir alimentos funcionales enriquecidos con estatinas, porque esto no es así, a pesar de que las estatinas sean, probablemente, uno de los fármacos más seguros y con mayor impacto en salud de los últimos 50 años. El tener claro este concepto evitará que las personas se sientan confiadas de que por el sólo hecho de consumirlos resolverán sus problemas de salud.
Entonces, ¿cuál es el problema de los alimentos funcionales? Pues que además de una publicidad que no siempre corresponde a la verdad y más veces de las que debiera es engañosa, se necesita una legislación que realmente se cumpla, demostrando todo lo relativo a su eficacia. Aunque en la UE ya existe, muchas veces da la impresión, aunque no lo sea, de que esta legislación es muy laxa. Se debería exigir que cada beneficio que se prometa, además de estar justificado científicamente, se especifique que dosis de consumo y durante cuánto tiempo es necesaria para obtener ese beneficio y qué tipo de dieta hay que aplicar para no perder los beneficios del producto, así como la cantidad de los componentes funcionales que deben contener. Por ejemplo, cuál es la cantidad mínima necesaria de los famosos ácidos grasos omega-3 o de fibras solubles que deben contener para que realmente tengan algunos de los beneficios que afirman tener. O en el caso de los alimentos denominados probióticos, indicar cuantos gérmenes contienen cuando están recién fabricados y demostrar que permanecen vivos hasta la fecha de caducidad del producto. Si los gérmenes mueren antes de la fecha de caducidad, está claro que se pierde el beneficio declarado. Así, quizás se podría asegurar que cumplen con las funciones declaradas.
Por otra parte, se desconoce cuál es la eficacia de estos productos funcionales a largo plazo, al no disponerse de estudios de este tipo, pues no hay que olvidar que los alimentos funcionales comenzaron a comercializarse en los últimos lustros del siglo XX, lo que hace reflexionar a la Dra. Panisello (3) de la siguiente forma: “Ahora bien, el principal problema puede venirnos con los productos enriquecidos, pues al abarcar una gran gama de alimentos, podemos tener un “sobreconsumo” sin ser en absoluto conscientes de ello. Esto puede darse especialmente en alimentos enriquecidos con vitaminas liposolubles (A, D, K, E), edulcorantes, etc.…”,
Pero, como ya dijimos e insiste el sociólogo Almodóvar (4), no deja de ser paradójico que disponiendo de una oferta de alimentos prácticamente ilimitada, que permiten elaborar dietas saludables, la gente con una salud razonable recurra a estos productos. Pero lo más curioso es que la mayoría de los productos funcionales “inciden en todas las carencias que la alimentación industrial inadecuada basada en productos procesados ha creado. Una forma de comer que favorece la obesidad, la diabetes tipo 2 y la enfermedad cardiovascular que empieza con tensión arterial alta y colesterol alto”. Un caso reciente y creemos que digno de tener en cuenta es la margarina. Durante mucho tiempo se publicitaba la margarina como más sana y recomendable que la mantequilla, pues ésta al ser de origen animal tenía las grasas saturadas, mientras que la margarina, además de ser más barata, al proceder de aceites vegetales, tenía grasas insaturadas, mucho más saludables. Pero no se decía que el endurecimiento de los aceites se conseguía mediante la hidrogenación, que satura las grasas y muchas pasan a ser “trans”, que con el tiempo se demostró que son muy dañinas. Consecuencia de ello fue que los beneficios de la margarina se pusieron en entredicho. Para contrarrestarlo, las mismas empresas, que publicitaban la bondad de las margarinas, comenzaron a extraer de ellas la mayor cantidad posible de grasas hidrogenadas o “trans”, usando una mezcla de grasa vegetal totalmente hidrogenada (saturada) y aceite, o a añadirle fitosteroles (benecol), para reducir los niveles de colesterol en sangre. Realmente se consiguieron margarinas más saludables. Pero conviene advertir que la margarina corriente, si no indica lo contrario, contiene grasa trans.
Y por lo que se refiere a la capacidad de los fitosteroles, presentes en muchos alimentos funcionales, para reducir el nivel de colesterol en sangre, conviene aclarar algunas cosas. Los fitosteroles, compuestos naturales de los vegetales (mezcla de esteroles vegetales) tienen una estructura parecida al colesterol, lo que hace que interfieran en su absorción. Pero, para que realmente sean eficaces en bajar el nivel de colesterol tienen que tomarse en dosis muy altas, más de tres gramos diarios –una persona vegetariana no consumiría más de 0,4 gramos diarios-. Sin embargo, el sitosterol, que a su vez es una mezcla de fitosteroles obtenido de la pulpa de madera, se puede transformar en el ester sitostanol, que sí tiene efectos anticolesterol, a dosis de 2-3 gramos diarios, y es precisamente lo que se le añade a la margarina “Benecol”, que sí parece que es eficaz en el control de la hipercolesterolemia, sobre todo si va acompañado de la medicación adecuada.
Para finalizar creemos que no está de más recordar que detrás de la industria de los alimentos funcionales hay grupos muy importantes y con mucho dinero. Posiblemente hoy, los productos funcionales sean las líneas de negocio más rentables para las empresas de alimentación.

Miedo a los transgénicos
        Desde finales del siglo XX ha irrumpido en el mer-cado un nuevo tipo de alimento, los conocidos popularmente como alimentos transgénicos, sometidos desde su aparición a una extraordinaria controversia, acusándolos de representar un peligro para la salud de los consumidores o del medio ambiente. Hay muchas personas que sólo con oír hablar de ingeniería genética, organismos genéticamente modificados o productos transgénicos, siente alarma; lo que posiblemente es consecuencia de la información que reciben de los grupos que se oponen a las nuevas técnicas de la biotecnología, a la ambigüedad de los medios de comunicación y, quizá también, a cierta desinformación.
Ante todo hay que entender que la biotecnología no es otra cosa que la utilización o manipulación de organismos vivos, o sus compuestos o partes, para la obtención de productos de valor para los seres humanos (4). En todos los organismos vivos los genes están formados por una secuencia ordenada de núcleotidos: adenina (A), guanina (G), citosina (C), y timina (T). En la doble cadena de ADN, que forman los genes, los eslabones son siempre los mismos cuatro nucleótidos y es en su secuencia donde radica la información necesaria para la síntesis de macromoléculas con función celular específica, normalmente proteínas. La información está siempre codificada de la misma forma; en un idioma que consta de cuatro letras A, G, C, y T y las palabras de tres (6). Esta “sencillez y uniformidad” permite que un gen determinado con una función determinada pueda ser traspasado de un organismo a otro al que dota de aquella función determinada. Esto es lo que se conoce como “ingeniería genética”. Así, las técnicas de ingeniería genética consisten en aislar segmentos del ADN (material genético) para introducirlo en el genoma (material hereditario) de otro, ya sea utilizando como vector otro ser vivo capaz de inocular fragmentos de ADN que se pretenda introducir, u otros métodos físicos como descargas eléctricas que permitan penetrar los fragmentos de ADN hasta el interior del núcleo, a través de las membranas celulares.
          Estas técnicas de ingeniería genética se vienen utilizando desde hace tiempo en la industria farmacéutica para la obtención de medicamentos. Es el caso de la insulina o de la hormona del crecimiento, que, hasta el desarrollo de esta técnica, se obtenían en el primer caso a partir del páncreas del cerdo y en el segundo de cadáveres. Para su obtención se introdujeron los correspondientes genes humanos en bacterias, lo que ha permitido, además de abaratar el precio, evitar la posibilidad de transmitir enfermedades, como podía ocurrir con la enfermedad de Creutzfeld-Jacob o de las “vacas locas” al utilizar la hormona del crecimiento obtenida de cadáveres (6). La ingeniería genética también es de aplicación corriente en la actualidad en la depuración de aguas, en la descontaminación de suelos (biorremediación) o en la industria textil, que utiliza para sus tejidos algodón transgénico. Todo esto es admitido con toda naturalidad entre la población sin que se observe ninguna reacción en contra de estas técnicas o de los productos así obtenidos. No obstante, cuando estas técnicas de ingeniería genética se aplican a la agricultura y ganadería para la obtención de más y mejores alimentos, surge una gran oposición y lo que es peor miedo ¿Por qué?
La biotecnología puede parecer como algo nuevo, pero sin embargo, no deja de ser una evolución de los métodos de selección y mejora que desde hace más 10.000 años practicaron los agricultores para mejorar la producción de alimentos. La modificación genética de plantas es tan vieja como la agricultura. Lo mismo se puede decir de la “industria alimentaria”, ya que de alguna forma los panaderos, cerveceros, vinicultores o queseros la han venido utilizando durante siglos para modificar los genes de los organismos involucrados en los procesos mencionados. La selección y los cruces han estado presentes desde los albores de la agricultura y ya más recientemente la irradiación y la mutación de semillas han permitido generar cambios en la configuración genética de los organismos y seleccionar los rasgos más deseables.
El miedo a los transgénicos y sus males muchas veces están basados en noticias o rumores totalmente falsos de los que se hace eco la prensa, como fue la noticia de que algunas de las ratas alimentadas durante 110 días con patatas modificadas genéticamente en un laboratorio de Escocia mostraban retraso en el crecimiento y debilitamiento del sistema inmunitario. Esta noticia venía avalada por la publicación de un investigador del Rowet Research Institute de Aberdeen, que fue posteriormente revisada por un comité científico de la Royal Society del Reino Unido, que concluyó, que dado los errores en el diseño experimental, así como en su ejecución y análisis, no se podía concluir que las patatas fuesen las responsables de los efectos adversos encontrados. Y que de todo ello no se podía deducir si los alimentos modificados genéticamente eran o no peligrosos para los humanos (5). Algo parecido ocurrió cuando se dijo que el “maíz transgénico mata a las mariposas monarca” lo que apareció en la revista “Nature” en 1999 firmado por investigadores de la Universidad de Cornell. Sin embargo, posteriormente la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) indicaba que el maíz modificado genéticamente presentaba pocos riesgos para las mariposas monarca, así como informaciones posteriores surgidas de revisiones científicas indican que no existe un peligro razonable para las mariposas monarca o para cualquier otro tipo de vida silvestre (4). La proteína de la resistencia a insectos del maíz transgénico resistente al taladro, es para la mayoría de los animales (mamíferos y peces) una proteína más, metabolizada como las demás proteínas (7).
El riesgo que se le atribuye a los transgénicos de producir alergias sigue en la misma línea. Es interesante considerar cual fue el origen de este rumor, nunca desmentido por los grupos antitransgénicos. Durante el proceso de creación de un arroz rico en lisina (aminoácido esencial), se insertó en el arroz el gen responsable de la abundancia de lisina del cacahuete. Pero no se tuvo en cuenta el gran poder alérgeno de esta proteína, que sí se observó en las primeras pruebas realizadas con ratones, por lo que el proyecto se descartó y el arroz rico en lisina nunca salió al mercado, por lo que es imposible que nadie sufriera alergias (6). Los casos de alergias no tienen por qué ser diferentes a los que puedan producir los alimentos convencionales, pues los transgénicos por norma general solo expresan proteínas exógenas a las que ya estamos acostumbrados. Además muchos transgénicos ni siquiera expresan proteínas nuevas, simplemente llevan secuencias anti sentido que no pueden causar ninguna alergia por tratarse exclusivamente de ADN.
Otro mito extendido y en el que insisten los grupos antibiotecnología es que los alimentos transgénicos producen resistencia a los antibióticos. Para justificar esta posición se basan en que los genes marcadores, utilizados para asegurarse que el gen de interés ha sido efectivamente incorporado al genoma de la nueva planta, son resistentes a ciertos antibióticos (en concreto a la kanamicina), y pueden pasar a la flora intestinal de los consumidores. Para que esto fuese posible dicho gen no podría degradar-se durante el proceso de la digestión como ocurre con el resto de la comida y además, tendría que incorporarse a alguna bacteria del tracto digestivo que le permitiera expresar su resistencia, lo cual no parece fácil por no decir que es prácticamente imposible. Por si fuera poco, los antibióticos empleados en estas técnicas ya no se utilizan en la medicina humana y veterinaria. Aparte de que ya existen técnicas que permiten eliminar totalmente estos genes eliminando el problema y que existen marcadores que no tienen relación con la resistencia a quimioterápicos, como los de auxotrofia. No obstante, aún con todo esto, por orden de la FAO los alimentos transgénicos comercializados deberían carecer de los mencionados genes de resistencia
Al margen de esto conviene saber que los genes resistentes a antibióticos están ampliamente distribuidos en la naturaleza de modo que un individuo puede ingerir diariamente 1.200.000 bacterias silvestres resistentes a la kanamicina. Parece lógico pensar que sería más probable que los genes resistentes de estas bacterias fuesen los que pasasen a las bacterias del sistema digestivo humano o a otras del medio ambiente a que lo hagan los genes de la planta transgénica (5).
Otro argumento en contra de los productos transgénicos, muy extendido entre los grupos opositores, es que estas plantas pueden contaminar genéticamente a los cultivos convencionales transformándolos en transgénicos e incluso que los genes de resistencia a herbicidas pueden pasar a plantas salvajes creándo-se así, una “supermaleza” resistente. Sin embargo, olvidan que este fenómeno de contaminación genética ya ocurre con las variedades no transgénicas hoy en día y que la contaminación por el polen sólo puede ocurrir entre especies muy próximas, que en los casos del maíz y soja no existen en Europa, y que en cualquier caso, los parientes salvajes de las plantas cultivadas no han presentado nunca un problema como “malas hierbas”. A mayores, no se debe olvidar, como acabamos de indicar, que las modifica-ciones genéticas, además de inducidas por el hombre, se dan de forma natural. El intercambio de genes por azar es normal en la naturaleza, no solo vía virus o bacterias sino también entre plan-tas y animales. No olvidemos que el trigo que hoy consumimos se puede considerar transgénico, ya que procede de la mezcla de genes de dos especies diferentes. La diferencia entre la ingeniería genética y este proceso “natural” (o con la forma tradicional de mejora vegetal) que se basa, para la obtención de nuevas varie-dades, en el cruce del genoma entero de dos plantas, mutación aleatoria y la selección, es que la ingeniería genética no necesita mezclar el genoma entero de dos plantas diferentes, sino que coge el trozo de ADN que interesa y lo mete en la especie en la que se quiere obtener alguna mejora. Así considerado, la bistec-nología es, con respecto a las técnicas tradicionales, una herramienta más segura, rápida y eficiente para la mejora de especies al eliminar gran parte del azar presente en la mejora tradicional. La biotecnología no deja de ser el último desarrollo en la evolución de los métodos agrícolas.
También se ha oído a menudo decir que “los cultivos transgénicos generan nuevas plagas resistentes a los métodos de control tradicionales”. No hay ningún estudio científico que apoye esta afirmación, aunque, como cualquier fitopatólogo o agricultor sabe, a lo largo del tiempo hay que modificar los tratamientos contra las plagas y enfermedades, pues continuamente surgen patógenos o plagas resistentes a los fitosanitarios de uso tradicional, pero esto es independiente de que el cultivo sea convencional o transgénico.
Del mismo modo se oye que: “no se conocen los efectos a largo plazo que pueden producir los alimentos transgénicos”. Bueno, aparte de que esto se podría decir de cualquier avance científico, -¿Cuando comenzó el transporte ferroviario se conocía a largo plazo el efecto de la velocidad en el organismo?- la realidad es que, si bien no hay riesgo cero para ningún alimento, desde el punto de vista del riesgo sanitario y la seguridad alimentaria, los transgénicos comercializados hasta la fecha son los alimentos más evaluados de la historia de la alimentación. La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), han establecido procedimientos para determinar la seguridad de los productos biotecnológicos, de modo que cada alimento genéticamente modificado y su inocuidad debe ser evaluado individualmente, y que no es posible hacer afirmaciones generales sobre la inocuidad de todos los alimentos genéticamente modificados. De acuerdo con esto, los distintos gobiernos (la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria en Europa y CNB en España) han establecido unos estándares de bioseguridad y contenido nutricional, entre otros, que garantizan su seguridad. Años de investigación y de ausencia de evidencia de daños indican que los beneficios de la biotecnología agrícola compensan los posibles riesgos y no representan un riesgo para el consumidor. Por ello, es difícil de comprender la oposición radical de estos grupos antitransgénicos al cultivo del “arroz dorado”, que incorpora los genes que sintetizan la provitamina A y que está libre de patentes. El cultivo de este arroz contribuiría a resolver los problemas derivados del déficit en vitamina A, como la xeroftalmia o ceguera infantil, endémica del sudeste asiático.
Otra acusación, ésta realmente grave, es la que decía que a muchos agricultores indios les llevó al suicidio el no tener dinero suficiente para pagar las semillas transgénicas que les habían obligado a comprar, cuando la realidad fue que la razón de tales suicidios fue una política de expropiaciones llevadas a cabo por el gobierno para la construcción de autopistas y el desarrollo industrial (6). Nadie, en ningún sitio, obliga a los agricultores a cultivar transgénicos.
Los cultivos transgénicos son lo suficientemente más renta-bles para que compensen el mayor gasto en semillas. La afirma-ción de que los agricultores, al no poder producir sus propias semillas, terminaran por ser dependientes de las multinacionales que las producen, le recuerdan al autor que esta misma afirmación se hacía todavía en los años sesenta en Galicia, cuando se estaban introduciendo los maíces híbridos.
No cabe duda de que pueden existir ciertos riesgos de que sean pocas las empresas que se dedican a la producción de semillas de transgénicos, lo que puede hacer que los agricultores terminen siendo dependientes de unas pocas empresas, con posición dominante de mercado. Pero esto no justifica amenazar con riesgos para la salud o el medio ambiente. Es posible también que la razón de que sean pocas las empresas, a pesar de que la tecnología transgénica no requiere grandes infraestructuras y es relativamente barata, sea precisamente la enorme burocracia y pruebas que tiene que pasar un transgénico antes de ser aprobado. Este proceso puede llegar a costar 20 millones de euros (6), posiblemente como consecuencia de la presión que ciertos sectores de la opinión publica o publicada ejercen sobre los gobiernos.
Veamos someramente cuáles son los alegatos de esta opinión pública o publicada, expresados por algunos de sus repre-sentantes cualificados (8). Dice Montse Escutia de la Asociación Vida Sana: “Los nuevos cultivos transgénicos están ya causando serios problemas de contaminación genética”.
Con los alimentos transgénicos la especie humana no tiene experiencia previa y por tanto deberíamos aplicar el princi-pio de precaución y ser muy cautelosos, sobre todo cuando nos estamos jugando la salud futura de nuestros hijos”.
Que el hambre en el mundo no es un problema técnico ni agronómico, es básicamente un problema político y económico. Incluso las famosas nuevas variedades transgénicas enriquecidas con vitaminas son sólo un parche a un problema mucho más profundo y que debe tratarse con una mayor seriedad y rigor”.
      Por su parte la Secretaria general de Amigos de la Tierra, Liliana Spendeler insiste con el mismo tópico: “Desde su aparición en los mercados hace unos diez años, los cultivos y alimentos transgénicos han experimentado una rápida expansión en un número limitado de países, pero ha sido resultado de las estrategias agresivas de la industria biotecnológica y no de la consecuencia de beneficios derivados del uso de esta tecnología. Los impactos sobre el medio ambiente de los cultivos modificados ge-néticamente son cada día más evidentes, incluyendo un aumento dramático del empleo de productos químicos en el campo, la aparición de nuevas malezas resistentes a los herbicidas, la contaminación, reducción de la fertilidad y erosión del suelo, la contaminación genética de especies silvestres y la exacerbación del fenómeno de la desaparición de la biodiversidad”.
La Directora de la Research Foundation for Science, Tech-nology and Natural Resource Policy y editora asociada de la revista The Ecologist, Vandana Shiva, insiste en la misma idea de que los transgénicos no solo no resuelven nada sino que son terriblemente perjudiciales para la población: “Lo que necesita el mundo para alimentar una población creciente de modo sostenible es la intensificación de la biodiversidad, no la intensificación química ni la intensificación de la ingeniería genética. Mientras las mujeres y los pequeños campesinos alimentan el mundo mediante la biodiversidad, se nos dice insistentemente que sin ingeniería genética y sin globalización de la agricultura el mundo se morirá de hambre. En contra de toda evidencia empírica, que muestra que la ingeniería genética no produce más alimentos y que a menudo conlleva una declinación productiva… A medida que desaparece la biodiversidad, con ella se van las fuentes de la nutrición y de la alimentación”.
Como se ve no falta ningún tópico o afirmaciones, por cierto algunas muy socorridas, como “está demostrado”, “es evi-dente” ¿Dónde se demostró? ¿Cuándo se demostró? ¿Por qué es evidente? y sin aportar ningún dato se afirman que “el cultivo de transgénicos produce la aparición de malezas resistentes a los herbicidas”, que “la contaminación genética es un hecho contrastable”, que “aumenta la erosión y reduce la fertilidad de los suelos” o que “aumenta dramáticamente el empleo de productos químicos en el campo”. Todo son opiniones ¿En qué se basan para decir cosas como estas? ¿En hechos? ¿Ideas? Sobre la mayoría de estos “males”, atribuidos al cultivo de transgénicos ya nos hemos manifestado. Pero hay uno en la que sí tienen razón: “El hambre en el mundo debe tratarse con mayor seriedad y rigor” ¡Completamente de acuerdo!
¿Es serio decir, como acabamos de ver que hace Vandana Shiva, “En contra de toda evidencia empírica, que muestra que la ingeniería genética no produce más alimentos y que a menudo conlleva una declinación productiva”?, teniendo en cuenta que el conocimiento empírico “es aquel basado en la experiencia, como única base de los conocimientos humanos”. ¿Podemos de verdad creer que su experiencia le dice que la ingeniería genética no mejora y aumenta la producción?
No olvidemos que en el mundo (principalmente en Estados Unidos, Argentina, Brasil, India, China, etc.) se cultivan unas 150 millones de hectáreas con transgénicos. No parece serio creer que todos estos cultivadores estén engañados y presionados por las multinacionales, en lugar de hacerlo porque sus cultivos transgénicos de algodón, la soja, arroz o maíz generan aumentos de producción.
Está claro que los productos transgénicos o modificados genéticamente no son la panacea que van a eliminar el hambre, y desde luego por si solos no lo conseguirán. Causa de ello son muchos los problemas políticos, económicos, comerciales, organizativos, financieros y, por qué no decirlo, de corrupción, y muchos más, que de alguna forma impiden o dificultan la resolución de este dramático problema del hambre. A pesar de ello, sí pueden representar una gran ayuda.
Parece claro que hay que aumentar la producción de alimentos. Son muchos los analistas que estiman que al ritmo actual de crecimiento de la población, para alimentar a toda la humanidad en el año 2050, habrá que aumentar la producción de alimentos en un 250 %. Ante una situación así no se debería abandonar ninguna posibilidad que ofrezca la ciencia ¡eso sí!, cuidando de no destruir ni dañar la naturaleza, ya que no lo olvidemos, si se destruye o daña la naturaleza se destruye o daña todo.
La biotecnología puede, además de aumentar la producción agrícola en las tierras cultivadas, permitir la utilización de tierras que por sus condiciones extremas hoy no se cultivan, como por ejemplo aquellas de zonas consideradas áridas para los cultivos actuales con variedades resistentes a la sequía. Por cierto, que la incorporación a la agricultura de estas tierras, hoy improductivas, puede evitar o disminuir la necesidad de incrementar, como ya está sucediendo, las tierras en cultivo a costa de los bosques tropicales o subtropicales, contribuyendo de esta forma a su conservación.
Incluso se podría pensar que en determinadas circunstancias los cultivos transgénicos pueden contribuir a reducir el acoso medioambiental a la que están sometidas las tierras de cultivo. La utilización de variedades que faciliten la lucha contra plagas de insecto o malas hierbas pueden contribuir al logro de este objetivo. Los vegetales transgénicos con genes de resistencia a insectos representan una ventaja medioambiental desde el momento en que reducen la utilización de insecticidas químicos. Como es el caso del maíz Bt que, al ser resistente a la oruga del taladro, evita el uso de insecticidas químicos de mayor espectro y menor biodegradabilidad.
El cultivo de plantas con genes de tolerancia a herbicidas también pueden representar una ventaja medioambiental al permitir una mejor gestión del uso de los herbicidas, utilizando aquellos que son menos tóxicos y persistentes (glisofato y glufosinato), pero que presentaban problemas precisamente por su falta de selectividad (7). Sin olvidar que existen variedades que preci-san menos agua. En una agricultura sostenible los transgénicos pueden ser una pieza fundamental.
En definitiva y resumiendo, los grupos antitransgénicos se oponen indiscriminadamente a todos los alimentos modificados genéticamente, porque, según ellos, no aportan nada frente a la agricultura tradicional y sí riesgos generalizados. Sin embargo, la biotecnología permitiría mejorar la calidad nutricional de muchos vegetales, utilizados como alimentos, modificando su composición. Por ejemplo, se podría modificar el patrón de aminoácidos de las proteínas, corrigiendo la deficiencia en lisina de los cereales o la deficiencia en aminoácidos azufrados de la proteína de soja o conseguir plantas capaces de fijar nitrógeno atmosférico, como hacen los rhizobium de las leguminosas, con lo cual la necesidad de abonos nitrogenados disminuiría enormemente. Por no decir que se podría aumentar y abaratar drásticamente la producción de alimentos.
      Por otra parte, la estrategia de todos los grupos antitransgénicos se basa en meter miedo a la gente con afirmaciones de que corremos enormes peligros “como se ha demostrado”. Pero la realidad es que ninguna de sus afirmaciones, digo ninguna, se ha demostrado científicamente. Me atrevería a decir que lo que tienen es fe en sus ideas, como una religión. No olvidemos que en el caso de los transgénicos la oposición se inició en grupos funda-mentalistas religiosos en Estados Unidos, que se oponían a la “modificación de la Obra de Dios”. La verdad es que esta postura tampoco tiene que sorprender, pues los nuevos productos alimentarios, como los avances científicos, siempre tuvieron que vencer una cierta reticencia inicial. Recordemos el caso de las patatas o los tomates, cuyo consumo no se extendió hasta el siglo XIX o hasta el comienzo del XX, respectivamente. En el siglo XVII se llegó a prohibir el consumo de patata en Borgoña porque se le acusaba de producir lepra y el tomate fue prohibido en el estado de Nueva York en 1820 alegando que era tóxico. Le ocurrirá algo parecido a los alimentos transgénicos. Es posible. Creemos que los transgénicos han llegado para quedarse.

La alimentación y la publicidad
Si por algo se caracterizan las sociedades desarrolladas occidentales es por el culto al cuerpo, algo que a lo largo de la historia siempre ocurrió, pero que se acrecentó y sufrió un pro-fundo cambio a finales del siglo pasado, de modo que en la actualidad, como indica Rey Fuentes (9)la atención al cuerpo no se lleva a cabo exclusivamente desde la perspectiva de la salud pública como antes, sino que también –y sobre todo- desde la perspectiva individual. No sólo las instituciones son las encargadas de velar por el cuerpo, también lo son los propios individuos. En este sentido se ha producido una transferencia sustancial: del interés público se ha pasado al privado; del bienestar social, al individual. Y el cuerpo que era objeto de la atención de las instituciones sanitarias por el bien general, se ha convertido en objeto de atención del propio sujeto”. De alguna forma esto no deja de ser reflejo del individualismo de las sociedades industrializadas de consumo y en general a la ideología neoliberal. En cualquier caso no debe olvidarse que el culto exacerbado al cuerpo surgió cuando la abundancia alimentaria, la atención sanitaria, el aumento de la esperanza de vida y en definitiva de mejora de la calidad de vida se hizo una realidad, cosa que, no debemos olvi-dar, únicamente ocurrió en el mundo occidental. En la actualidad, el culto al cuerpo, o mejor la obsesión por el cuerpo, tiene dos facetas: la belleza exterior (recordemos la campaña publicitaria: “cuerpos Danone”) y la salud interior (la alimentación se relaciona con la salud y, por tanto, con la medicina).
Si consideramos que la publicidad lo que hace es detectar, aflorar, corregir y aumentar, en beneficio propio y de las empre-sas publicitadas, los deseos y demandas más inmediatas de la gente no cabe duda que puede ser un buen indicador de lo que quiere la gente para satisfacer sus deseos más inmediatos. En el caso del sector de la alimentación los mensajes publicitarios pueden mostrar los conceptos que de la alimentación, la salud y el bienestar tiene la sociedad en cada momento histórico. Probablemente estos mensajes publicitarios pueden estar distorsionados, ya que no dejan de ser lo que los publicistas creen que es el consumidor en cada momento. En cualquier caso, entre la publicidad y el consumidor se produciría lo que podríamos denominar una retroalimentación o “feedback”. Aunque la publicidad trate de influir en el consumidor, no cabe duda que nunca se publicitaría lo que no se puede vender. Por ello los fabricantes y consiguien-temente la publicidad, que es la que da a conocer los nuevos productos, lo que tratan es de cubrir lo que el mercado solicita, tratando de influir y forzar el consumo de sus productos, lo que no cabe duda que de alguna forma consiguen. Creemos entonces, que para conocer las preocupaciones, demandas, deseos y gustos alimentarias de la población, en el último siglo y comienzos de este, es interesante seguir la evolución de los mensajes publicitarios en ese mismo periodo, ya que de alguna forma son reflejo de lo que se vende, y por tanto se consume, y qué es lo que lo motiva a la gente.
A principios de siglo la XX todavía no se había llegado a la situación de abundancia alimentaria que hoy en día tenemos en la mayoría de las sociedades occidentales. La alimentación era escasa y consecuentemente, las enfermedades derivadas de la alimentación eran debidas, básicamente, a una mala nutrición y no como ahora a un “exceso”. De alguna manera esta situación se reflejaba en la publicidad alimentaria, que a diferencia de la publicidad actual que se dirige a la generalidad de la población obsesionada por una alimentación sana, la publicidad a comienzos del siglo XX se dirigía a un sector muy concreto de la población: al público infantil y a la gente con problemas nutricionales como mayores, enfermos o convalecientes.
No obstante, a pesar de las diferencias con la publicidad actual ya se observa una cierta tendencia a la medicalización alimentaria; a presentar la comida como algo intermedio entre alimento y medicina. Esto no deja de tener sentido ya que, como vimos, iba dirigida principalmente a gente con problemas nutricionales, aunque ni de lejos la medicalización de la publicidad alimentaria llegó a lo que será en el siglo XXI. En una época en que el acceso a la alimentación es escasa, los reconstituyentes son el remedio eficaz contra las enfermedades derivadas de la mala nutrición, así lo refleja la publicidad “… es un alimento especial para niños, convalecientes y ancianos”, “… se recomienda en la insuficiencia de la alimentación”, “… es ideal para convalecientes” o “… es el mejor tónico-reconstituyente para la anemia y la convalecencia”. Aunque la mayor parte de la publicidad iba destinada al público infantil con mensajes como “… es un alimento especial para niños”, “… el mejor alimento para niños” o “Con … se crían hijos robustos y fuertes”.
Durante esta fase de principios de siglo XX la publicidad, que como acabamos de ver ya presenta claros síntomas de medicalización, se esforzaba en convencer al público del efecto beneficioso que producía el consumo del producto, para dar paso a mediados de siglo a una publicidad que pone el acento en las propiedades que tiene el producto (9). Es un periodo en el que poco a poco va surgiendo la sociedad de consumo, manteniendo aún unos hábitos alimentarios tradicionales, por lo que se hacía necesario prestigiar la nueva comida “industrial” presentándola como la modernidad. Se trata de introducir la modernidad a través del consumo (10) para lo que la publicidad, ahora, incita a la compra de productos manufacturados.
Los argumentos que utiliza para estimular la compra son “sano”, “puro”, “natural” y sobre todo “nutritivo”, con el fin, no solo de vender sus productos, sino también de evitar el rechazo de lo que comienza a conocerse como “comida industrial”. Los eslóganes que comienzan a aparecer son del tipo de “el sabor de los mejores productos naturales”, “todo es más apetitoso”, “es … sabroso y nutritivo”, sin dejar la medicalización; la palabra a resaltar es “nutritivo”. Es el periodo de “… es un alimento sano y nutritivo”, “… tiene un poderos valor nutritivo”, “… tiene más poder nutritivo” o “… presenta un alto valor nutritivo”. Insiste en que las modernas técnicas de la elaboración industrial están “pensadas por la ciencia”, eslogan que la publicidad va a utilizar para lograr la confianza de la gente, porque son de uso práctico, rápido y ahorran tiempo en la cocina ¿Por qué perder tiempo si …. lo hace por ti?
Al igual que a comienzos del siglo XX, la publicidad no se olvida de los niños ni de los ancianos, al tiempo que muestra un nuevo interés por los adolescentes; vinculando los productos alimenticios dedicados a estos grupos a la mejora de sus condiciones físicas. Una idea explotada por la publicidad es que el aporte energético de sus productos es el origen de “la fuerza, la energía y el desarrollo físico”. Así, con determinados productos “estaremos más fuertes” o serán la solución para “estar fuerte, sano y crecer”. Es la época en que irrumpen con fuerza los yogures y los pastelillos para los niños (tigretones, bucaneros, etc.). Con los primeros “se crece sano” y los segundos son “las golosinas que alimentan” al tiempo que son “ideales para el desa-yuno y la merienda de tus hijos”. Tampoco se olvidan de que una gran parte de la población, la de extracción rural, comienza a añorar la comida que dejó en el pueblo. La industria alimentaria responde por medio de la publicidad con eslóganes y mensajes de que sus productos son “puros”, “naturales” y “frescos”, que “te devuelven al sabor de lo natural”. Las marcas son garantía de seguridad y calidad.
El desarrollismo que surge en España en los años setenta del pasado siglo, da lugar a un cierto hedonismo consecuencia de una relativa abundancia que da paso al deseo de disfrutar de la vida. La publicidad fuerza ahora el consumo con eslóganes del tipo de “la chispa de la vida”, “el sabor de la vida”, “los buenos momentos con…” o “la mejor forma de entender y disfrutar de los mejores placeres de la vida”. Al mismo tiempo se observa un cierto aumento de la preocupación por la salud, lo que da lugar a que la publicidad intensifique los mensajes sobre las bondades médicas de sus productos. Los primeros anuncios que utilizan argumentos médicos como razón de compra aparecen en España en 1975 y corresponden a un aceite de oliva y a un queso fresco (9). El primero se presenta como “protector del sistema circulatorio y digestivo, es el primer alimento graso vegetal asimilable biológicamente en un 98 %, de mayor poder energético y vitamínico (A, E, K, B)”. El segundo, entre otras virtudes médicas, indica que “… es rico en calcio, pero además el valor de este calcio se multiplica en el queso fresco, por la facilidad de asimilación que brindan las proteínas de alta calidad que contiene; y vuelve a multiplicarse, al combinarse con la gran calidad de fósforo y vitaminas del queso fresco …. Presenta la más fuerte concentración equilibrada de proteínas, calcio, fósforo y vitaminas A y B”. Ya se anuncia lo que va a ser la “leitmotiv” de la publicidad alimentaria en el siglo XXI.
La década de los ochenta es ya la del consumo de masas. La cantidad se ve relegada por la calidad entre un público que tiene de casi todo y que comienza a buscar la diferenciación y a personalizar más la demanda, al tiempo que aparecen los primeros síntomas preocupantes en torno a la alimentación (10). Las marcas aprovechan para ofrecer seguridad a una sociedad que esta atónita y asustada ante uno de los fraudes alimentarios más graves y con peores consecuencias de la historia de España, como fue el caso de la colza adulterada en 1981.
Se hace evidente la preocupación del consumidor por la apariencia física, y más concretamente por la delgadez como valor estético dominante, lo que da lugar a que las calorías hagan su aparición en la publicidad a la hora de describir un producto. El discurso publicitario se hace cada vez más científico, se insiste en las propiedades alimenticias y se describe la composición nutricio-nal de los productos, “las legumbres, por su contenido en proteínas, son el producto de mayor poder nutritivo”. Sobre todo se insiste en la relación salud/nutrición, en su camino a la apoteosis que se producirá en el siglo XXI. Es cuando las tecnologías más avanzadas “preservan las propiedades de los alimentos”. Se trata de asociar las mejoras nutritivas a los proceso de industriali-zación. Es el momento de la uperización de la leche, del Tetra Brik, del envasado al vacío, de los productos congelados, etc. Al final de la década hace su aparición el yogur con bifidus activos que “ayuda a regenerar la flora intestinal” (todavía no mejora las defensas, pero todo se andará).
Los años noventa, en los que se consolida el creciente poder de la distribución agroalimentaria, quedaron marcados por la primera crisis alimentaria global: la encefalopatía espongiforme bovina (EEB) o crisis de “las vacas locas”, que se produjo en 1996. Esta y otras crisis posteriores desencadenaron una gran desconfianza hacia las empresas agroalimentarias, que reaccionaron con una publicidad que trataba, por todos los medios, de recuperar la confianza perdida del consumidor. Los mensajes que se repiten son ahora de confianza, del tipo de “… legumbres sin más, de confianza, sin problemas” o “Alimentos infantiles, seguridad y confianza”.
El objetivo publicitario de los años noventa de recuperar la confianza perdida no hizo disminuir la publicidad que relacionaba alimentación y aspecto físico. Aunque sí que alcanzó casi lo irracional en cuanto al logro de la delgadez. Es el momento de las “dietas para adelgazar”, “de los cuerpos Danone” y de la aparición de los productos “light”, bajos en calorías. A partir de ahora todo “es sano, tiene el mismo sabor, el mínimo de calorías y se come de forma inteligente”. Las empresas van a recurrir al respaldo de los expertos para buscar la confianza de los consumidores, y la publicidad se llenará de “médicos” y “nutricionistas”. La alimenta-ción pasa a ser un fin en sí misma.
Con el nuevo siglo la obsesión por el cuerpo y por la ali-mentación se agudiza, a lo que la publicidad responde con un mensaje cada vez más impregnado por la ciencia médica. Ahora la publicidad explota diariamente y de forma machacona la relación entre la alimentación, la salud y por tanto con la medicina. Para la publicidad la salud es una meta a la que se llega a través de una alimentación adecuada y sana (9). La salud, a través de la alimentación, se ha convertido en sí misma en objeto de consumo.
En definitiva, el nuevo siglo es el del discurso científico en la publicidad alimentaria como medio para lograr la salud prefecta y duradera. Como dicen Díaz y González (10), “Si los expertos afirman que es necesario ingerir varias frutas al día, las empresas ofrecen en un cómodo envase esa mágica ración; si la ciencia dice que el colesterol se reduce gracias a los componentes del pescado azul, la industria cuenta con alimentos que concentran, en una reducida toma, los beneficios de esta sustancias y añaden “omega-3” a la leche o antioxidantes a la fruta. Bien puede parecer que es el producto el que logra el objetivo de estar sano”. Los alimentos ahora contienen principios activos que “ayudan a reducir la tensión arterial”, “que actúan contra los triglicéridos”, “ayudan a reducir el colesterol” “aportan vitaminas” o “ácidos grasos insaturados omega-3 y omega-6”. Son multitud los alimentos funcionales que ofrecen beneficios directos e inmediatos sobre la salud: “reduzca el colesterol de forma fácil y eficaz”, “incorpora fibra saludable para ayudar al crecimiento de la flora intestinal”, “… ayuda a evitar la formación de grasa corporal y a reducir la grasa ya acumulada”. El yogur Actimel ya no sólo ayuda a regenerar la flora intestinal, sino que ahora también “ayuda a reforzar tus defensas”. Todo ello con un estilo de vida saludable donde “la calidad y la salud nuestra razón de ser”.
El lenguaje publicitario se asemeja cada vez más al len-guaje científico. Se difunden conceptos, que posiblemente sean conocidos ¿para una mayoría?, como vitaminas, colesterol, fibra, proteínas, nutrición, pero otros difícilmente son entendidos por la mayoría de los consumidores: isoflavonas, bifidus, prebioticos, probioticos, peptidos, esteroles, fitoestrogenos etc. Se pretende rodear estos productos de una aureola pseudocientífica de modo que haga creer al consumidor que adquiere productos que contienen los elementos necesarios para mantener su salud o prevenir la enfermedad (9).
Este tipo de publicidad cada vez intenta dar un aspecto más científico y muchos productos son recomendados por “dietis-tas”. Un caso máximo de medicalización podría ser un anuncio, referenciado por Rey Fuentes (9), en el que el producto, en este caso leche recomendada para niños de 4 a 12 años, funciona casi como un medicamento. En él se dice que “ha sido desarrollado para ayudar a satisfacer sus necesidades nutricionales, porque aporta: a) ácidos grasos omega-3 y DHA (ácido docosahexaenoico, ácido graso esencial poliinsaturado de la serie omega-3), presentes en la leche materna, que forman parte de las células del cerebro y la retina, favoreciendo su desarrollo intelectual. b) calcio y fósforo, que ayudan a desarrollar y fortalecer huesos y dientes. c) con menos grasas saturadas. Y d) con toda la energía natural de los cereales”. Definitivamente el mensaje publicitario se ha medicalizado, ya que la salud es lo que busca el consumidor medio. Las empresas ofrecen los alimentos como una mercancía al servicio de la salud.
Dado que el público comienza a demandar cada vez más productos con sabores tradicionales, nutritivos, sanos y naturales. La publicidad, no abandonado la creciente medicalización, oferta alimentos que son algo como un medicamento pero con el sabor de los alimentos de siempre.
Aparecen mensajes a los que a la parte pseudocientífica se le añaden frases como: “con todo el sabor de lo natural y con todo el valor nutritivo y calidad”, “sin renunciar al sabor del …”, “para mantenerte en forma sin renunciar al sabor de …” o “sin grasa pero con sabor de lo natural”, etc. No obstante, este contexto en que la alimentación debe regirse por el principio de lo sano y basarse en preceptos naturistas que procure un estilo de vida saludable que mejore el cuerpo y conserve la salud, puede llevar a los mensajes publicitarios al paroxismo (10). Las propiedades naturales de alimentos ya no son suficientes para lograr la salud óptima por lo que se asegura haber conseguido mejorar la naturaleza, como con el eslogan: “Porque la naturaleza es sabia, pero no tanto”.

Publicidad alimentaria engañosa: La estrecha relación que la gente siente entre salud y alimentación y la obsesión por una alimentación saludable, hace que muchas empresas opten para vender sus productos acudiendo a publicidad más o menos engañosa. Cada vez son más los alimentos que en el mercado se venden como salud. A nadie se le escapa cuando lee la prensa, ve la televisión u oye la radio que la publicidad alimentaria trata de asociar la alimentación con la salud, de modo que los alimentos se transforman en cuasimedicamentos.
La publicidad de la industria alimentaria, y en especial la de los “alimentos funcionales”, nos bombardea para que consuma-mos sus productos y nos compensen de las “carencias” de nues-tra dieta. Para todos los problemas de salud, que puedan estar más o menos relacionados con la alimentación, hay un teórico remedio. No hay más que observar los estantes de los supermer-cados y encontraremos productos que nos ayudan a fortalecer las defensas, a bajar el nivel de colesterol, a mejorar nuestra flora bacteriana, a adelgazar, a mejorar nuestra salud y nuestra dieta y hasta ¡a defecar con regularidad! ¡Y todo esto viene avalado por supuestos estudios científicos! Pero ¿qué significa realmente “alto contenido en fibra”, “te ayuda a no engordar”, “es bajo en grasa”, “reduce el colesterol”, "mejora el estado cardíaco, los vasos sanguíneos, los huesos y el estado físico en general"? La publicidad no nos informa de qué es alto contenido en fibra o qué es bajo contenido en grasa, y en relación a qué. ¿Cuánto tiene que contener para poder decir que su contenido es bajo o alto? Del mismo modo, la publicidad de estos productos no dice, en general, cuánto hay que tomar para que realmente sean efectivos y en qué medida lo hace. Parece como si todos, además de alimentos, nos quisieran vender salud. La realidad es que la industria ali-mentaria ha tenido durante muchos años total impunidad para publicitar auténticos disparates en el etiquetado de los alimentos funcionales con el propósito de llamar la atención del consumidor.
Pero no sólo los alimentos funcionales incluyen publicidad engañosa, los convencionales también. Veamos algunos eslóganes publicitarios referenciados en un reportaje sobre la publicidad de los alimentos en el diario El País (11) ¿hay publicidad engañosa en estos eslóganes?
"El pan de molde con menos calorías". Se puede considerar engañoso porque primer lugar hay que demostrar que es el que menos calorías tiene. Es curioso que esta afirmación diera lugar a una dispute entre dos fabricantes de pan, Bimbo y Panrico. Estos dos se denunciaron mutuamente y ambos fueron condenados. Ni Panrico Linea era el que tenía menos calorías del mercado, ni el pan Activ de Bimbo tenía la cantidad suficiente de omega-3 como para ser beneficioso para el corazón o el colesterol
"Una solución para los niños". Publicidad de un desayuno para niños que también se puede considerar engañosa porque desde el punto de vista nutricional, no sustituye la ingesta habitual en un desayuno infantil correcto.
Aporta el 50% de las necesidades diarias de fruta y verdu-ra”. Publicidad engañosa del tipo de la anterior, era de de una bebida Knorr Vie de concentrado de frutas y verduras, su eslogan no puede ser cierto si no indica la cantidad que hay que consumir.
"Reduce el colesterol". Eslogan, que aunque puede ser cierto si el producto contiene estanol, debería indicar que esté indicado únicamente para personas que tengan problemas de colesterol. Por lo que no se puede decir, como hacía una empresa alimentaria, "No tengo colesterol y no quiero tenerlo, por eso tomo Benecol". Algo parecido ocurre con el mensaje publicitario “Por eso tomamos hoy Vive Soy de Pascual. La bebida de soja con isoflavonas y ácidos grasos omega 3 y omega 6, sustancias naturales de la soja, que te ayudan a regular tu nivel de colesterol y a prevenir enfermedades cardiovasculares". Tendría que añadir, que como mínimo hay que consumir tres vasos diarios para que se produzca el efecto indicado, cosa que no dice.
"Ayuda a mejorar tus defensas". Utilizado en la publicidad de un “yogur” (en realidad leche fermentada) con L. Casei Defensas, lo que no está demostrado (El lema “Ayuda a tus defensas” de Actimel de Danone fue retirado en Abril de 2010). Un último caso, es el de un pan que dice ser “todo natural, nada artificial”, que sorprende por la persona de quien ayuda, con su imagen, a venderlo: el famoso divulgador científico de la televisión y autor de numerosos libros de divulgación científica Eduardo Punset.
Llegado a este punto veamos cuáles son las disposiciones que la Ley 17/2011 de Seguridad Alimentaria y Nutrición estable-ce como prohibitivas en la publicidad:

·         Que sea falsa, ambigua o engañosa.
·         La aportación de testimonios de profesionales sanitarios o científicos, de personas famosas o conocidos por el público, o de pacientes reales o supuestos, como medio de inducción al consumo, así como la sugerencia de un aval sanitario o científico.
·         Cualquier referencia a propiedades curativas.
·         La promoción de consumo de alimentos con el fin de sustituir el régimen de alimentación o nutrición comunes, especialmente en los casos de maternidad, lactancia, infancia o tercera edad.
·         La referencia a su uso en centros sanitarios o a su distribución a través de oficinas de farmacia.
·         Que se refiera al ritmo o la magnitud de la pérdida de peso.
·         La indicación de que el uso o consumo del alimento promocionado potencia el rendimiento físico, psíquico o sexual.
·         La utilización de avales de fundaciones o instituciones de índole privada o de personas que aparenten un carácter sanitario, sin reunir tal condición.
·         La utilización del término “natural” como característica vinculada a pretendidos efectos preventivos o terapéuticos.
·         Y, en general, la atribución de efectos preventivos o terapéuticos específicos que no estén respaldados por suficientes pruebas técnicas o científicas acreditadas.

Ante esta legislación, ¿dónde quedan muchos anuncios que todos estamos cansados de ver, oír o leer? Como cualquiera puede observar, todavía son muchos los anunciantes que se aprovechan de la falta de control por parte de la autoridad o de la benevolencia de las sentencias condenatorias (12). Muchos anuncios se siguen colando por los huecos de la normativa. A menudo no dicen textualmente que son beneficiosos para la salud, pero lo insinúan, de modo que los consumidores caen en muchas trampas, ya que se les vende que por tomar un determinado alimento van a mejorar su salud. En algunos casos podrían no solo afectar a su bolsillo sino también a su salud.
Recientemente la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha culminado el trabajo que ha estado realizando durante más de tres años basado en la aplicación del Reglamento 1924/2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos. En él que se han evaluado las solicitudes de miles de empresas para poder publicitar las maravillosas bondades de sus productos. El resultado ha sido demoledor. Solamente una de cada cinco declaraciones presentadas se basaba en pruebas científicas sólidas. Consecuentemente las empresas implicadas se vieron obligadas a retirar la publicidad de determinados alimentos funcionales y de suplementos alimentarios, por lo menos hasta que aporten nuevos informes que demuestren la verdad de sus afirmaciones. Es el caso de muchas empresas que publicitaban sus productos ricos en omega-3 o en CLA (ácido linoléico conjugado) o los probioticos con los famosos lactobacilos, sin olvidar los suplementos dirigidos a determinados grupos, como los deportistas, que han resultado señalados por la EFSA. Muchas empresas se vieron obligadas a retirar de la publicidad de sus productos eslóganes en los que se afirmaba que podrían tener efectos beneficiosos sobre la regulación del colesterol, la mineralización de los huesos, los sistemas inmune o digestivo, la absorción de calcio, la función cognitiva, el rendimiento deportivo, la reducción de la obesidad, etc.
En definitiva, si bien las nuevas reglamentaciones sobre publicidad alimentaria significan un gran avance, todavía queda mucho trabajo por hacer. Algunas empresas podrán esperar incluso a 2015 para ponerse al día con la normativa, lo que significa que durante este tiempo seguiremos a merced de mucha publicidad engañosa. Se espera que para 2014 se disponga de la nueva Legislación Europea sobre declaraciones de salud de los Alimentos.
En este sentido es muy ilustrativo el trabajo realizado por Clara Muela y Salvador Perelló (13) sobre la publicidad engañosa relacionada con la salud (alimentación, bebidas, belleza e higiene y salud) emitida por la radio española (las 11 cadenas privadas de ámbito nacional de máxima audiencia) en junio de 2009. En este trabejo se indica que “se identificaron 377 cuñas con contenido engañoso de salud que son el resultado de restar a las 1664 cuñas que integraba la muestra los 1287 spots que no presentaban ningún ilícito. Cada una de las 377 cuñas con engaño de salud incorpora una proporción de más de 3 engaños de este tipo” (Artículo 4 del Real decreto 1907/1996, sobre publicidad y promoción comercial de productos, actividades o servicios con pretendida finalidad sanitaria).
Del estudio se deduce que de los productos alimentarios que acumulan engaños relacionados con la salud, el 22,8 % pretenden aportar testimonios de profesionales sanitarios, de per-sonas famosas o conocidas por el público o de pacientes reales o supuestos, como medio de inducir al consumo. Los ejemplos son múltiples. Seguiremos los dos que recogen los autores en el trabajo (13): Por un lado, la presentadora Nuria Roca que se reconoce “experta en alimentar a su familia y Vive Soy de Soja es una buena forma”. El otro caso es el de la también presentadora Susana Griso, que informa que “Actimel es el único que ha demostrado que ayuda a las defensas”. Resulta asombroso constatar cómo una marca de prestigio como la referenciada vulnera la ley tanto española como europea al argumentar beneficios que no se pueden demostrar y avalar sus productos con personajes de reco-nocido prestigio y notoriedad social. Dicha estrategia comercial la suele aplicar la citada empresa en muchas marcas, deducimos que por los buenos resultados que obtienen. Es el caso de Pedro Piqueras o Lola Herrera que apoyan con verdadero entusiasmo a Actimel, Carmen Maura hace lo propio para Densia, Jesús Vázquez con Savia y Carmen Machi con Activia, todas de Danone.
     Concluyen los autores (13)que el problema de la publicidad engañosa está más generalizado de lo que parece y que anuncios declarados ilícitos siguen emitiéndose con absoluta impunidad y añaden que las distintas emisoras radiofónicas (estudiadas) no deberían haber emitido las 116 cuñas ilícitas que hemos detectado”.
De las investigaciones de estos autores se deduce que existen importantes deficiencias en el sistema de la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Comercial (AACC), que es el organismo regulador de referencia en España que ha de vigilar y controlar la licitud de la publicidad tal y como reconoce la propia normativa comunitaria. Al no existir una sanción económica, es más rentable para un anunciante retirar un anuncio y emitir otro similar con el mismo contenido pero cambiando los personajes o el contexto situacional. Es el caso de un conocido producto que retiró de forma voluntaria su anuncio con el compromiso de no volver a emitirlo en la forma que motivó dos reclamaciones de la AUC (Asociación de Usuarios de la Comunicación), una en mayo de 2008 y otra en abril de 2009. En junio de 2009 ese mismo producto, con los mismos contenidos ilícitos, se podía escuchar con absoluta normalidad y bastante frecuencia.

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(1) Hechos, mitos y fantasmas sobre el riesgo alimentario. Francisco García Olmedo. Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos. UPM. Madrid. Seminario sobre Variedades Genéticamente. Modificadas. Fundación ANTAMA. 2000. Disponible en Internet.

(2) Nutricional quality of organic food: a systematic review. A. D. Dangourt; S. K. Dodhia; A. Hayter; E. Allen; K. Lock and R. Uauy. American Journal Clinical Nutrition. Septiembre 2009.

(3) Curso on line sobre alimentos funcionales. J. Penisello.
Fundación Fomento de la Salud, OMC y AstraZeneca. 2011

(4) Productos con refuerzos nutricionales o funcionales: Buscando esa pequeña ayuda extra. Miguel A. Almodóvar.

(5) Biotecnología: Mitos y realidades. Publicaciones Agro-Bio. 2007.

(6) Los productos naturales ¡vaya timo! J. M. Mulet. Laetoli. 2011.

(7) Alimentos transgénicos: Situación actual y futuro. Miguel Calvo. Departamento de Producción Animal y Ciencias de los Alimentos. Facultad de Veterinaria. Universidad de Zaragoza.

(8) Alimentos transgénicos ¿Si o no? Epicentro. Internet. 2006.

(9) Publicidad de productos de alimentación y productos vigoréxicos ¿una cuestión limite? Juan Rey Fuentes. Revista Icono 14. Año 8. Vol. especial. Octubre 2010. http:www. Icono 14.net

(10) En Alimentación, consumo y salud. Cecilia Díaz Méndez y Cristóbal Gómez Benito. Estudios Sociales nº 24. Fundación La Caixa. 2008. Capitulo IV: Industria y alimentación. La publicidad referencial a los alimentos funcionales. Cecilia Díaz y María González.

(11) Son alimentos, no milagros. Un nuevo reglamento de la UE controlará los mensajes engañosos en los anuncios de la
televisión. A. de Cozar y M. C. Belaza. El País. 26-11-2006.

(12) Engaños caros, multas baratas. MªR Sauquillo. El País. 11-12-2010.

(13) La publicidad con pretendida finalidad sanitaria en la radio española. Un análisis empírico por tipo de radio. Clara Muela y S. Perelló. Comunicación y Sociedad. Vol. XXIV. Nº 2. 2011.

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