1.- LA PREHISTORIA Y LOS COMIENZOS DE LA AGRICULTURA
La prehistoria. El paleolítico. El neolítico. Los comienzos de
la agricultura
Durante cientos de miles de años el hombre vivió de la recolección de los productos vegetales que le ofrecía la naturaleza, y de la caza de animales salvajes, con los que compartía el bosque; e incluso es posible que practicara el canibalismo. Hasta que hace aproximadamente una decena de miles de años, cuando surge la agricultura y la ganadería, el hombre emprendió el cultivo de las plantas y la domesticación de animales, que le proporcionó una forma nueva de alimentarse.
La prehistoria. El paleolítico
Aunque
los seres humanos siempre fueron omnívoros, la proporción en la dieta de
alimentos de origen vegetal o animal varió, y varía, dependiendo de las épocas
y las regiones donde habita. De lo que no cabe duda, es que la alimentación
vegetal representó en la nutrición humana un papel esencial, y que
probablemente a la carne se le atribuyó un papel simbólico muy por encima de la
importancia real que tuvo en la alimentación.
Durante
varios millones de años la alimentación humana, basada en el consumo de
plantas, semillas, tubérculos, hojas o frutas, fue de origen vegetal. Se
complementaría con la ingestión de algún insecto, junto con sus huevecillos y
algunos animales pequeños; aunque no hay que olvidar que, desde los orígenes
del género humano, el hombre practicó la caza para el consumo de carne, así
como también pudo hacer uso para su consumo de presas robadas a otros
depredadores. El hombre del paleolítico no mantenía una dieta equilibrada y en
muchos casos su alimen-tación consistiría en carne en estado de
semiputrefacción. Parece, entonces, que los primeros homínidos fueron
predadores, en un sentido amplio y que el aporte de proteínas de origen animal
no era sino el complemento de una alimentación basada en lo vegetal.
Se ha
sugerido que el retroceso de los bosques y la extensión de las sabanas
abiertas, que se produjo en el este de África hace cuatro o cinco millones de
años como consecuencia de la sequía climática, redujo considerablemente los
recursos naturales de los que disponían los antepasados del hombre, forzándolos
a la caza y hacia actitudes carroñeras, incrementando así el consumo de carne.
Del mismo modo, cuando hace aproximadamente un millón de años el Homo erectus
comienza a implantarse en nuestras regiones templadas, como consecuencia de la
escasez de los recursos vegetales a causa de los importantes contrastes estaciónales,
es obligado a incrementar la importancia nutricional de la carne, sin que la
recolección de vegetales dejase de formar parte intrínseca de sus estrategias
alimentarias. Así, en Europa, a partir del paleolítico inferior, se
intensificaría la caza y el consumo de carne, siendo en el paleolítico medio
frecuente la caza de animales grandes como osos, rinocerontes, elefantes, etc.;
desarrollándose en el superior la caza especializada de manadas de caballos,
renos, mamuts, bisontes, etc., dependiendo de su abundancia según los recursos
de cada región.
La
carne procedente de la caza, por lo menos entre nuestros ancestros europeos, se
preferiría “cocida”. El fuego se habría utilizado para cocer carne mucho antes
de dominarlo plenamente, hace mucho más de quinientos mil años, y de emplearlo
para otros usos técnicos. La utilización del fuego en la alimentación no solo
alejó definivamente al hombre de sus ancestros homínidos, sino que su uso
regular en el ámbito domestico modificó profundamente la alimentación, no solo
por las modificaciones nutricionales que implica la cocción de los alimentos
si no también por los cambios producidos en los comportamientos sociales
relacionados con la alimentación, favoreciendo la convivencia en común, es
decir la comida en común.
La
acumulación de la carne obtenida en los periodos de abundancia de caza, como la
de otros alimentos, implica necesariamente la conservación para el consumo en
los periodos de escasez. La conservación, que a finales del paleolítico se
vería favorecida por el clima seco y frío, se realizaba por secado, ahumado o
congelación, almacenando la carne en hoyos practicados en el suelo e incluso
en el fondo de los lagos, helados en invierno. Posteriormente, esta carne y los
alimentos almacenados se consumirían secos o rehidratados por ebullición. Las
grandes piezas de carne también las asarían al fuego en espetones. Sin embargo,
no siempre las condiciones serían favorables a la conservación, de modo que la
mayoría de las veces, cuando se lograba cazar un animal grande, no sería
posible conservarlo y por ello se perdería gran parte de su carne. Parece, por
tanto, que la formación de excedentes en estas sociedades paleolíticas de
cazadores y recolectores fue muy difícil, por no decir imposible, lo que
llevaría a frecuentes situaciones de hambre.
Aunque
la vida diaria y la obtención de comida no eran fáciles para el hombre del
paleolítico, habría, como en todas las culturas, celebraciones con comidas en
común en la que los excesos no faltarían, saciando en un día el hambre de
muchos. Nos podemos imaginar como sería una fiesta de este tipo siguiendo una
recreación literaria como la del El Clan del Oso Cavernario: La
celebración consistiría en una comida compartida en la que podrían participar
más de un grupo. Se preparaban pastelillos de mijo molido, para lo que se
mezclaba con agua y se cocinaba sobre piedras calientes, se asaban castañas y
se hacía una salsa de gachas a base de hayucos, granos secos y rebanadas de
manzanas pequeñas duras y amargas, cocidas a fuego lento. Asimismo, se
preparaban pastelillos de bellota edulcorados con dulce de arce. Para ello se
rompían y molían las bellotas secas, para luego, sobre la masa pulposa, verter
agua abundante para quitarle el amargor. La masa resultante se cocía para
formar pastelillos planos que se empapaban en jarabe de arce y después se
secaban al sol. Al mismo tiempo, montones de ñames silvestres, de blancas y
feculentas raíces y de tubérculos, hervían suavemente en ollas de cuero, lo
mismo que espárragos trigueros, raíces de lirio, cebollas silvestres,
legumbres, calabacitas y setas se cocinaban con diferentes aliños. El momento
culminante llegaba cuando se retiraban las piedras que descubrían los hoyos
donde se había estado cociendo la carne de oso, que ya estaría tierna para ser
plenamente saboreada, junto con las verduras, las frutas y los cereales por los
miembros de los clanes. Pero no olvidemos que esto era un festín, y que el día
a día era muy duro.
Tras
el calentamiento del clima europeo, el hombre del mesolítico tendría que
conformarse con animales mucho más pequeños, como ciervos, jabalíes, liebres,
pájaros etc., dedicando cada vez más tiempo a la pesca y a la recolección.
Aunque en el mesolítico las fuentes de alimentación a base de carne
disminuyen, otros recursos resultan más abundantes como el pescado, los
moluscos, las aves o los mismos recursos vegetales, lo que propicia que la
alimentación del mesolítico sea más diversa que la del paleolítico. En
latitudes situadas más al sur, como podría ser la zona mediterránea, los grupos
humanos se verían obligados a explotar una gran variedad de especies animales y
vegetales de pequeño tamaño, entre los que estarían moluscos, lentejas,
arvejas, arándanos, frambuesas, etc., especies que no solo exigen un tiempo de
recolección muy largo sino también una larga preparación. No cabe duda que
ahora, para conseguir una ración alimenticia suficiente, se necesita mucho más
tiempo que antes ya sea cazando pequeños animales o recogiendo semillas
salvajes.
El neolítico. Los comienzos de
la agricultura
Ante
lo que románticamente podríamos llamar la desaparición del paraíso
paleolítico, surge en el neolítico, en el oriente próximo (La media luna
fértil), hace unos 12.000-13.000 años, una respuesta nueva y diferente para
de obtención de alimentos, la agricultura y la ganadería, el cultivo de plantas
y la domesticación de animales, sentándose las bases de nuestra alimentación
tradicional con el cultivo de cereales, sobre todo trigo y centeno, y la cría
de corderos, cabras, bueyes y cerdos.
Dado
que el hombre preagrícola vivía solo y exclusiva-mente de la caza, la pesca y
la recolección de frutos y raíces que le ofrecía la naturaleza, no cabe duda
que el espacio que necesitaba para su subsistencia debía de ser muy elevado,
calculándose, como media, en unos 20 km2 por persona, pudiendo
descender a 2,5 km2 por persona, en condiciones particularmente
favorables, como serían los bosques abundantes en caza, al borde del mar o a lo
largo de los ríos y de los lagos ricos en peces y en aves migratorias. En estas
condiciones de tan vastas necesidades de tierra, la vida del hombre debió ser
particularmente difícil, aunque todo parece indicar que mientras hubo tierras
disponibles el hombre prefirió este modo de vida a la agricultura. Y de hecho,
parece que el crecimiento de la población fue la causa principal que llevaron a
nuestros antepasados a abandonar la vida de cazadores-recolectores por la de
agricultores. Con la agricultura primitiva se redujo el espacio de subsistencia
a 1,5 km2 por persona; con la domesticación de animales esta cifra
descendió a unos 0,5 km2/persona y posiblemente cuando el hombre
vivía ya asentado en poblaciones y practicaba el cultivo de plantas como
actividad permanente, bajase hasta 0,15 km2/persona.
En el
principio de la agricultura los cultivos alimentarios se limitaban a cereales (básicamente
trigo, cebada y centeno) y leguminosas (guisantes, lentejas), mientras que los
animales domesticados eran bueyes, ovejas, cabras y cerdos. Todavía no existen
las gallinas (que llegan en la edad del bronce). El perro, domesticado desde
hace tiempo, desde la gran época de caza, se consumía accesoriamente. La
recolección y la caza aportaban todavía complementos a veces esenciales, por
ejemplo las bellotas, que se consumían en cantidad, pero a las que había que
quitarles el amargor, lo que conseguían o bien tostándolas o limpiándolas y
aclarándolas en agua y escalfándolas. La recolección era fácil y el
almacenamiento también. No cabe duda que los recursos serían limitados y la
diversidad también. El aceite todavía tardará en aparecer. Las materias grasas
serían escasas y procederían de la grasa fundida de animales como el buey, el
cordero o los cerdos, pero no olvidemos que estos últimos probablemente
estarían muy flacos. Los animales domésticos serían bastante diferentes a los
de hoy, mucho más pequeños, y especialmente en el caso del cerdo, con unos
cuartos traseros mucho menos desarrollados. Las comidas, probablemente, se
organizaban en torno a cereales y leguminosas secas, pero ni unos ni otras son
fáciles de digerir, por lo que el hervido en agua, la preparación de gachas y
la fermentación (pan, torta, cerveza) serían buenos métodos que harían a estos
alimentos más agradables y digestibles. La fermentación permitiría la obtención
de bebidas alcohólicas.
En el
norte de Europa y en las zonas templadas, la carne de animales salvajes
complementó, durante mucho más tiempo, a la dieta de cereales y carne de
animales domésticos, lo que proporcionó una alimentación abundante y
equilibrada. Por el contrario, tanto en la Europa mediterránea como en el
oriente próximo, los recursos salvajes van perdiendo importancia hasta tener un
papel mínimo en la dieta. Cereales, leguminosas, carne de cordero y de buey
pasan a constituir lo esencial de la alimentación, pero dada la enorme
importancia que la proporción de cereales va adquiriendo en la dieta, ésta
terminará resultando desequilibrada y repercutiendo negativamente en la salud
de la población. Las diferencias pues, en las estrategias alimentarías entre
los mesolíticos de las zonas mediterráneas y los del norte, con bosques
abundantes en caza y aves, y ríos y lagos ricos en peces, explicarían que los
primeros adoptasen muy rápidamente la agricultura y la ganadería, conservando
los mesolíticos de las regiones más septentrionales su modo de vida ancestral durante
mucho más tiempo.
El
sistema agrícola no solo permitió alimentar a más individuos que la caza y la
recolección, sino que el paso de la economía depredadora a la economía de
producción llevó a algo más importante, como fue modificar profundamente las
relaciones entre los hombres y el mundo natural. Un aspecto importante de este
cambio cultural es que el hombre antiguo vio en la agricultura el instrumento
trascendental de ruptura e innovación que le permitiría dar el salto definitivo
para convertirse en un “hombre civilizado”, separándose de la
naturaleza, es decir, del mundo de los animales y de los hombres salvajes. La
diferenciación del trabajo y la especialización de los individuos, permitió, a
su vez, la aparición de grandes civilizaciones. Es posible que en ocasiones los
humanos alterasen el equilibrio ecológico exterminando algunos elementos de
los ecosistemas, las presas más fáciles, y provocando una serie de extinciones
en cadena, que terminaron por afectar a los últimos eslabones, los grandes
depredadores. Pero es difícil que las distintas especies humanas que han
existido apenas modificasen el paisaje vegetal en el que vivían. Es con el
nacimiento de la agricultura, cuando el hombre, con el fuego y el hacha abre
grandes claros en el bosque, rotura, hace surcos, acequias para riego,
introduce semillas, etc., con lo que irrumpe de forma irreversible en el
equilibrio ecológico.
Se
fueron seleccionando las plantas más productivas y nutritivas, prestándose
especial atención a los cereales. Cada parte del mundo tuvo el cereal de su
elección: el trigo se difundió en la región mediterránea, el sorgo en el
continente africano, el arroz en Asia y el maíz en América; y en torno a estas
plantas se fueron organizando las sociedades. En las primeras sociedades de
oriente próximo, de gran influencia en el mundo europeo, va surgiendo la idea
de que el “hombre civil” construye artificialmente su propia comida,
una comida que no existe en la naturaleza y que sirve para señalar las
diferencias entre hombres y animales. En la región mediterránea es el pan el
que cumple este papel, no existe en la naturaleza y solo el hombre sabe
hacerlo, después de un complicado proceso, desde el cultivo del grano, la
cosecha, el molido y la elaboración final de cocido. Para estos hombres el pan
simboliza la salida del estado animal y la conquista de la civilización. La
misma importancia simbólica reviste el vino y la cerveza, bebidas fermentadas
que no existen en la naturaleza.
Los
primeros agricultores no solo se fijaron como objetivo seleccionar las plantas
más productivas sino también diversificar las especias a cultivar para
producir, a lo largo del año, durante más tiempo. En este sentido la
alimentación campesina ha tendido siempre hacia productos y comidas que se
podían conservar durante mucho tiempo, como los cereales y las leguminosas, que
se podían almacenar durante meses, o incluso años. Para los alimentos
perecederos, tanto vegetales como animales, el objetivo fundamental sería
desarrollar métodos eficaces de conservación, para poder consumirlos más allá
del ciclo natural de producción. Con la agricultura, junto al secado y ahumado
de las carnes y los peces, practicado desde el paleolítico superior, surgen
otros métodos de conservación de alimentos, como la salazón y todo tipo de
fermentaciones controladas que permiten obtener productos de larga duración,
como la cerveza, el vino, la sidra, el vinagre, los quesos, etc. Fueron los
recipientes cerámicos los que debieron de servir para la fabricación y
conservación de bebidas fermentadas, consumidas en contextos festivos y
rituales. Es, posiblemente, en las prácticas rituales donde hay que buscar el
origen del consumo de las bebidas fermentadas. No hay que decir que la
finalidad de todas estas preparaciones no era mejorar el sabor de los alimentos
sino hacerlos comestibles o conservar su comestibilidad.
Sin
embargo, aunque la aparición de la agricultura pudo ser imprescindible, debido
básicamente, como vimos, al aumento de la población, puede que no todo fuesen
ventajas, pues conviene no olvidar que la agricultura exige a los humanos un
trabajo más duro que el que realizaban en las grandes cacerías. Por otra
parte, el número y variabilidad de los alimentos que entraban en la dieta de
los agricultores y ganaderos se redujo, en comparación con la de los
cazadores-recolectores del mesolítico europeo, incrementándose las carencias
alimentarias y, consecuentemente, reduciéndose la esperanza de vida.
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