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LA CAZA DE LA BALLENA Y LA PESCA DEL BACALAO EN LA EDAD MODERNA
La caza de la ballena
Las ballenas que aparecen en
los escudos de las villas de la costa cantábrica patentizan la importancia
económica que su pesca tuvo desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. El riesgo
que se corría en su captura quedaba compensado por el alto valor monetario que
la pieza cobraba una vez en el puerto (1). La caza de la ballena
vasca realizada por los vascos en el litoral del Golfo de Vizcaya se extendió a
partir de los siglos XII y XIV al resto del litoral cantábrico. Como
consecuencia de ello, floreció durante los siglos XVI y XVII una fuerte
actividad pesquera ligada a de- terminados puertos de Cantabria, Asturias y
Galicia (2). Las especies capturadas eran la llamada ballena
byscayensis y las trompas o cachalotes. Las migraciones anuales de estos
balénidos desde el Atlántico Norte, que les hacen pasar por el litoral
cantábrico en los meses invernales, desde octubre a marzo, permitieron
primero a vascos y luego a cántabros, asturianos y gallegos, poner en práctica
un método de pesca basado en el avistamiento de piezas, su posterior
persecución desde los puertos, su captura y traslado a las playas. Los
balleneros vascos recorrían las costas del Cantábrico, hasta Asturias y
Galicia, en expediciones que duraban 4 o 5 meses.
La
llegada masiva de compañías vascas a las costas gallegas y astures durante el
siglo XVI hizo que los habitantes de esas costas se concienciaran de la riqueza
de sus aguas (2). No obstante, durante este período el papel de los
gallegos y asturianos fue el de meros continuado-res de la actividad iniciada
por los vascos en la Edad Media y principios del siglo XVI. A lo largo de la
segunda mitad del siglo XVI, la cooperación entre vascos y gallegos hizo que
éstos adoptaran el sistema de pesca de aquellos. De este modo (3) la
pesca de la ballena, desde principios del siglo XVI hasta principios del siglo
XVII, pasó de depender exclusivamente de las compañías vascas a convertirse,
a partir de la primera década del siglo XVII, en una empresa típicamente
gallega, caracterizada por el rendimiento sostenible mantenido por la actividad
hasta el último tercio del siglo XVII. No obstante, la participación directa de
pescadores gallegos en la captura de ballenas a lo largo del siglo XVII precisó
de un instrumental específico, tanto para las tareas de pesca como para la
transformación del producto, que siguió siendo importado desde tierras vascas.
La actividad ballenera en las villas gallegas alcanzó su momento álgido, antes
del inicio de la caza industrial, durante los siglos XVI y XVII. Fue en este período
(2), en los puertos cantábricos, desde Galicia a la costa francesa,
cuando y donde se inició la actividad ballenera comercial, entendida como una
empresa estable y a largo plazo. Las condiciones geográficas venían a unirse a
las biológicas, para hacer de Galicia y ciertas zonas de Asturias un marco
incomparable para la caza de la ballena.
La
dedicación ballenera gallega durante los siglos XVI y XVII se debe interpretar
como la ampliación de la empresa vasca, tanto por la contribución en hombres y
técnicas, como por la aportación de manufacturas necesarias para el buen
desarrollo de la actividad (2). Las labores de caza de la ballena se
van a realizar con la inestimable ayuda de especialistas vascos, que acuden a
las costas gallegas con sus propias embarcaciones y tripulaciones.
Las
embarcaciones eran las chalupas, barco a medio camino entre las pinazas y los
bateles; que solían ser de madera de roble, de unos 8 m de eslora, 2 de manga y
casi 1 de puntal. Muchas de ellas iban dotadas de un palo y trinquete para
navegar a vela. Entre los siglos XVI y XVIII la tripulación de las chalupas la
formaban ocho marineros: el arponero en la proa, el espaldero en popa y seis
remeros. En el interior de la embarcación disponían del utillaje necesario:
arpones, sangraderas y jabalinas o
lanzas. En la aproximación a los cetáceos era fundamental el
silencio, para no ahuyentarlos
En
toda cacería existía una chalupa vasca, la principal encargada de las labores
de pesca, y las chalupas gallegas, de asistencia. Durante el siglo XVII el
personal técnico y especializado vasco, integrado por la tripulación de la
chalupa vasca o chalupa principal compuesta por especialistas vascongados
(arponero, gobierno y espalderos) adquiere gran importancia, mientras que las
tripulaciones gallegas, integradas por pescadores gallegos a los que se les
unía, al menos, un arponero vasco, ostentan un papel secundario. En este
sentido, el recurso a los especialistas vascos motivó el establecimiento de
sociedades balleneras en las que tanto los armadores propietarios de los
puertos como los armadores inversores o, en su caso, los armadores
arrendatarios de los derechos de pesca, asociados a las comunidades de
pescadores, se comprometían a aportar las chalupas vascas.
En
este orden de cosas en Galicia (3), “hemos de distinguir entre los
puertos, pertenecientes a los armadores privados, quienes acordaron con los
señores jurisdiccionales de las bases la adquisición de los derechos de pesca
en las aguas colindantes con el puerto (Foz, Nois, Burela, Camelle y Suevos),
los puertos en los que la propia comunidad de pescadores explotó y controló la
actividad pesquera (San Cibrao), los puertos en los que la comunidad de
pescadores gestionó la actividad recurriendo al arrendamiento de la base a agentes
foráneos (Bares) y, por último, los puertos explotados directamente por las
comunidades de pesca-dores locales, quienes acordaron con los señores
jurisdiccionales de las bases la pesca del cetáceo, era el caso de Malpica y
Caión”.
El
sistema de pesca empleado en Galicia durante los siglos XVI y XVII es el mismo
utilizado por los balleneros vascos en sus puertos de origen, por lo que los
marinos vascos, primero, y los gallegos después precisaron de unas importantes
bases portuarias desde las que desarrollar sus actividades (2).
Así, las instalaciones balleneras presentaron las características básicas de
los puertos balleneros existentes a lo largo del cantábrico peninsular,
respondiendo a las peculiaridades del método de pesca del cetáceo, basado en
el avistamiento, la captura, el transporte al puerto y la transformación de las
ballenas en un producto destinado al comercio (3). El avistamiento
era efectuado desde las atalayas, edificaciones desde las que los pescadores
dominaban el litoral. Tras la captura la tripulación ataba al cetáceo a las
chalupas para trasladarlo a puerto, es decir, lo trincaban o ataban a dos o más
chalupas. Una vez en tierra comenzaba despedazamiento.
Los
productos obtenidos de la caza de la ballena tenían tres salidas básicas: la
grasa de ballena o saín, las barbas y la carne como alimento humano. La grasa
se fundía para reducirla a saín, un aceite utilizado como combustible para el
alumbrado y como lubricante. Las barbas tenían numero-sas utilidades. Dada su
flexibilidad eran excelentes armazones para sombrillas, abanicos, peines,
corsés y otros utensilios.
Por lo
que respecta a los desembarcaderos, el método de pesca de la ballena se basó en
el empleo de simples surgideros, generalmente los arenales de las playas, donde
las ballenas cap-turadas eran trasladas para proceder al despiece (3).
Actividad en la que participaban tanto los pescadores como los vecinos de la
demarcación acompañados de los animales de tiro necesarios para efectuar el
arrastre del cetáceo desde la orilla del mar (3): “Quando muere
alguna ballena, juntos concurren más de dos mil personas juntas y mucho número
de caballerías, carros y bueyes”. Una vez despedazada la carne de la
ballena, comenzaba el proceso de obtención de la grasa, para lo cual se utilizaban
una serie de calderas que a temperatura adecuada derretían la grasa de la
ballena. La transformación del tocino de la ballena en grasa o saín exigió a
los pescadores la fabricación de las casas de ballenas, destinadas a contener
los hornos y las calderas donde los balleneros cocían el tocino de la ballena.
Las casas eran simples cabañas fabricadas con materiales perecederos y
empleadas por los pescadores durante el tiempo de las costeras.
La
pesca de la ballena en Galicia y Asturias conoció en el siglo XVII dos
períodos bien diferenciados (2): “entre 1600 y 1660 la actividad
conoció un momento de expansión, mientras que entre 1660 y 1718 la pesca de la
ballena en Galicia sufrió una importante decadencia, coincidiendo en ello con
el resto del litoral cantábrico, como consecuencia del calentamiento de las
aguas, que provocó cambios en las rutas de los cetáceos, y de la
comercialización de saín inglés y holandés más barato”. Sea por un posible
cambio de las zonas de migración o por sobrepesca, la realidad fue una
paulatina disminución de la presencia de ballenas en las costas cantabras y
gallegas. Su escasa o nula mención en los documentos del XVIII la podemos
relacionar con una extinción comercial. Llegó al momento en el que el número de
capturas era tan bajo que ya no era rentable una dedicación plena (1).
En
cualquier caso la desaparición de las ballenas de la costa cantábrica no fue
radical. Ya en el siglo XVI se había observado una paulatina migración de las
ballenas y el bacalao a mar abierto, al tiempo que se constataba la abundancia
de ballenas en Terranova lo que dio lugar al inicio de su caza en
esa zona, documentándose las primeras expediciones a partir de 1530 (4).
La consecuencia fue que un
número considerable de embarcaciones, ahora grandes galeones y carabelas, que
transportaban en su interior las pequeñas pinazas pesqueras. Salían todos
los años, en la primavera, de los puertos vascos hacia la península de Labrador
y la isla de Terranova, donde permanecían en busca de ballenas (y bacalao)
hasta el otoño, cuando regresaban a sus puertos de origen (4), aunque
en ocasiones la estancia se prolongaba hasta el invierno. En la primera fase se
cazaban las ballenas Francas, mientras que en otoño se cazaba la ballena
polar, en su migración desde el Ártico (5). En estos casos los
galeo-nes debían partir antes del temido cierre de los hielos, para no quedar
atrapados. Por ello, en diciembre a más tardar abando-naban los fondeaderos e
iniciaban la travesía de regreso.
Cada maestre llevaba su propia chalupa e iba
acompañado por dos tripulantes más. Los contratados tenían que acudir con sus
arcas, trastes y aparejos al puerto de embarque indicado por el armador,
pagando éste todos los gastos hasta el embarque, mientras el viaje de vuelta
era a cuenta de los primeros. El arca, llamada en los protocolos arca de
Terranova o arca de la mar llevaban los aparejos y sus pertenencias: arpones
cuchillos y sangraderas. La travesía por el Atlántico duraba alrededor de un
mes, hasta que arribaban a la entrada septentrional del golfo de San Lorenzo.
Allí la costa disponía de fondeaderos naturales donde se podían instalar
estaciones de procesado compartidas por varios barcos, en una zona que se
hallaba en plena ruta de migración estival de las ballenas hacia el sur (5).
En cualquier caso, la situación allí no era fácil ya que había que
afrontar los rigores del frío que dificultaba los trabajos, así como la propia
búsqueda de los bancos de pesca, que tampoco era fácil, con zonas rocosas y el
peligro de icebergs a la deriva.
Una
vez los galeones habían llegado a tierra, los tripulan-ltes, como indica Xavier
Armendáriz (5), al que seguiremos a partir de aquí, ponían todo a
punto en el fondeadero. Los carpinteros aprestaban las chalupas que se
emplearían en la pesca, algunas de las cuales se habían dejado sumergidas desde
la temporada anterior. Unos reparaban los hornos en los que se fundía la grasa
de la ballena en grandes vasijas de cobre mientras los toneleros se dedicaban a
montar los toneles en los que se almacenaría la grasa, con las duelas que se
habían traído plegadas desde Europa. Todo, incluidas las tejas para las
cabañas o la arcilla para reparar los hornos había que traerlo todos los años
en los galeones.
Los
atalayeros escrutaban las aguas para divisar a los cetáceos. Cuando estos
aparecían los marinos se subían a las chalupas, seis u ocho hombres en cada
una, y se lanzaban a su captura. Los marinos utilizaban arpones que llegaban a
medir dos metros y medio, forjados con hierro. Combinando destreza y fuerza, el
arponero tenía como objetivo atravesar con el arpón la dura piel del animal.
Cuando lo lograba, la ballena se sumergía arrastrando el bote e iniciando así
una dura batalla. Al emerger de nuevo, los coletazos de la ballena podían dar
al traste con las chalupas, mientras los marineros, acercándose, trataban de
cla-var al animal unos arpones especiales denominados sangraderas. El riesgo de
que el animal, herido de muerte, se revolviera contra los marinos era grande.
Por fin, víctima de las heridas y el agotamiento, la ballena «sangraba por las
narices», es decir, emitía un chorro de sangre por el orificio nasal
(espiráculo) en la parte superior de la cabeza, signo de que estaba a punto de
perecer. Tras su muerte, la ballena era remolcada hasta el fondeadero, donde se
la amarraba al costado de los galeones para despiezarla. Los hombres cortaban
su piel en tiras que llevaban a tierra en las chalupas para fundir su grasa.
Pero
aunque las ganancias de las actividades balleneras en Terranova eran muy
importantes, también implicaba riesgos muy acentuados. Así, no era infrecuente,
como vimos, que los barcos balleneros y bacaladeros intentaran prolongar su
actividad hasta el principio del invierno, quedando algunos de ellos atrapados
en ocasiones por tempranos hielos que se adelantaban a los habitua-les rigores
invernales. Tampoco era raro que esos galeones, cuando volvían hacia las costas
europeas, fueran abordados por corsarios. No obstante, aunque no se pueda negar
la existencia de riesgos, los beneficios que se obtenían permitieron que las
naos vascas mantenerse activas en Terranova durante el siglo XVII, aunque cada
vez más centradas en la pesca del bacalao. Aún así, desde principios del siglo
XVII el sector ballenero cayó en un lento declive. En cualquier caso la gran
aventura de las pesquerías trasatlánticas terminó a comienzos del siglo XVIII;
en concreto, con el tratado de Utrecht. Desde entonces, esas pesquerías
quedaron reservadas en la práctica a los barcos ingleses.
Las pesquerías del bacalao*.
Parece que el descubrimiento de la existencia de bacalao en gran abundancia en Terranova sería consecuencia de la persecución de las ballenas en esas aguas, de modo, que en un principio, para complementar la pesca de la ballena, también se pescaría bacalao.
Parece que el descubrimiento de la existencia de bacalao en gran abundancia en Terranova sería consecuencia de la persecución de las ballenas en esas aguas, de modo, que en un principio, para complementar la pesca de la ballena, también se pescaría bacalao.
Siguiendo a Carolina Ménard (6)
los barcos bacaladeros saldrían de los puertos europeos hacia Terranova en
primavera, para poder llegar a los bancos de Terranova al final de esta
estación y principios de verano, y así coincidir con la época de freza, es
decir, cuando el bacalao se encuentra más cercano a la superficie y por lo
tanto es más fácil de pescar. Suponemos que sus marchas se escalonan desde
principios de marzo hasta finales de abril.
Los viajes hacia Terranova son
duros por las condiciones del océano. No se ven beneficiados por la presencia
de corrientes marítimas favorables ni de vientos en la dirección adecuada
para conducirlos más fácilmente hacía la América del Norte. Por ello, la
duración de los viajes es variable y desde luego, más larga que en el
regreso. Algunos estiman que los barcos divisaban Terranova después de dos
meses de una dura travesía.
La
ruta hacía Terranova se hacía a la estima. No hay pruebas de la existencia
mapas o derroteros a seguir en el caso de los viajes a Terranova en el siglo
XVI. Los primeros viajes se hicieron con las indicaciones de otros pescadores
que habían estado allí. El aprendizaje de la nueva ruta debió de correr de
puerto en puerto y con la asistencia y consejos de algunos pilotos o marineros
más experimentados por esas latitudes. Ya que sabemos que los portugueses
viajaron a menúdo por la región de Terranova a inicios del siglo XVI, quizás
fueron quienes iniciarían a los gallegos en esa nueva ruta.
El
primer derrotero conocido para ir a Terranova proviene de un capitán vasco
francés. La primera edición data de 1579, pero su traducción al vasco llega
casi un siglo después, en 1677, y la hace Detcheverry Dore, un capitán español.
Así pues, para acceder a Terranova desde Europa existían unas cuatro rutas (6):
1- La ruta portuguesa, que
sale desde Aveiro para dirigirse hacia la isla Tercera en las Azores, islas más
adentradas en el Atlántico. Después las naves navegaban en dirección norte
hasta Terranova.
2- Desde el norte de Francia y
de toda Inglaterra. La ruta del norte, frecuentada tanto por franceses e
ingleses, tiene la ventaja de ofrecer durante unos cortos lapsos de tiempo
viento favorable durante la primavera.
3- Desde una posición más
central situada en torno a la región de La Rochelle.
4- La ruta vasca, que engloba
los puertos del Labort francés y toda la cornisa cantábrica, costeando luego la
Península Ibérica para realizar un bucle en las cercanías de las Azores y
seguir las corrientes hasta Terranova.
Sobre
la ruta seguida por los vascos desde el siglo XVI se sabe, según un documento
probablemente del año 1571, que los pescadores vasco españoles (6) “quando
parten desta costa reconoçen las penas de Goçon como a XV leguas la mar
adentro ques en Asturias a dos leguas de Jijon y de alli ban al [...] noroeste
hasta çinquenta y dos grados y medio donde esta la Gran Baya...”. Quizás
después de dejar Gijón “iban hacia el norte o seguían hacia Galicia, aguas que
conocían por cazar en ellas la ballena y venir a comerciar, y seguir su rumbo
hacia las islas Azores, para ser llevados hasta el Atlántico Norte gracias a
las corrientes favorables”.
Por la
proximidad geográfica a Portugal, es lógico pensar que en el caso gallego, la
ruta para ir a las pesquerías de Terranova fuera la portuguesa. Varios indicios demuestran que
los mareantes gallegos, al salir de las Rías Baixas, costeaban el litoral
portugués antes de encaminarse hacia el Atlántico Norte. La adopción del camino
bajando el litoral portugués, además de por las razones vinculadas a factores
naturales que ayudan a la navegación como son las corrientes y vientos, varios
motivos empujan a los gallegos a parar en los puertos portugueses en su viaje a
Terranova. El abastecimiento en comida, material, sal y embarcaciones es sólo
una prueba indirecta del descenso hacía el sur para seguir después el camino
hacia latitudes más al norte. Sabiendo que los pescadores portugueses son más
numerosos que los gallegos en las aguas de Terranova, los habitantes del reino
vecino tienen mucho que ofrecer para completar la preparación de las campañas.
En este sentido la villa de Aveiro sería la más frecuentada, como centro
activo importante en la pesca del bacalao, y que debía reunir por lo tanto todo
lo necesario para las campañas de pesquerías. Lo que se sube a bordo es sal,
mantenimientos variados, barcos y aparejos para la pesca. Tras estos
menesteres de última hora seguramente que seguirían su ruta hacia las latitudes
septentrionales rozando las Azores.
No
existe información acerca de la posibilidad de que los barcos en dirección a
Terranova lo hicieran en flotillas organizadas para prevenir cualquier
problema surgido durante la travesía y defenderse de posibles ataques. No
obstante cabe la posibilidad de que algunos barcos se juntaran. Por ejemplo que
las naves gallegas se juntaran con embarcaciones portuguesas para dirigirse
hacia los bancos de pesca al pasar por el litoral del Reino vecino.
Los
barcos que se desplazaban a Terranova no eran embarcaciones especializadas
sino que se utilizaban barcos ya existentes. Entre estos estaban los que
recibían el nombre genérico de nao, que eran barcos de alto bordo cuyo toneaje
oscilaba entre las 80 y 650 toneladas. Tampoco faltaban las carabelas, cuyo
tonelaje estaba entre las 35 y 60 toneladas, pero que por necesidades de los
viajes a través del Atlántico, se subieron hasta las 150. El empleo de
carabelas era muy común entre los vascos en el siglo XVI, lo mismo que entre
los gallegos. Se dice que en general tenían unos tres mástiles. El papel del
barco principalmente se ciñe a transportar la tripulación y todo el material
necesario para desarrollar la pesca en Terranova.
Al
principio de la pesquería era posible ver barcos de 40-50 toneladas, pero luego
comenzaron a fletarse otros por encima de las 200, considerándose que las naves
que rondaban las 100-120 eran ideales para la pesca del bacalao. Al parecer los vascos eran
reconocidos por preferir navegar con unas embarcaciones un poco más grandes que
los demás pescadores, así, el tonelaje de los barcos vizcaíno era mayor que los
de los gallegos y podía ascender a las 300 toneladas. Sea el porte que tuvieran los
navíos gallegos y vascos en las aguas de Terranova, queda claro que, en un
principio, existía una flota variada en cuanto a porte se refiere.
La
propiedad de las embarcaciones es variable. Desde la Edad Media, los barcos
suelen ser de varias personas. Sin embargo, tenemos ejemplos de propietarios
únicos que corren con todos los riesgos en las expediciones. No obstante
existen documentos que hacen mención a la existencia de un seguro sobre el
barco. Así, un corto fragmento contenido en el testimonio de un maestre gallego
atacado por unos franceses en la primavera de 1582 deja entrever que, antes de
zarpar, se toman algunas medi-das para prevenir cualquier tipo de desgracia que
podría compro-meter la campaña planeada. De todos modos, a menudo se mira
también del lado de la participación múltiple de inversores y los prestamos
como alternativa a los seguros. Sin olvidar que dado el temor que procura el
mar, la bendición y ayuda del más allá son requeridas para contrarrestar los
efectos a veces hostiles de las fuerzas de la naturaleza. Los nombres de las
naves, todos religiosos, responden también a este fervor religioso y son una
demostración de las devociones de los mareantes.
La
tripulación de los barcos la constituían los “oficiales” (capitanes, pilotos,
maestres y contramaestre) y los marineros (incluyendo los pajes y grumetes). Su
número era variable, pero se puede asumir que oscilaría entre por lo menos diez
personas y veinte y seis. Otros estiman que por cada 100 toneladas habría que
contar 25 marineros, grumetes y pajes, etc. La tripulación percibía un salario
por su trabajo además de participar en una de las partes de los beneficios al
liquidar la campaña.
El
piloto forma, junto con los maestres y el contramaestre, la cúpula de las
embarcaciones, siendo su misión todo lo relacionado con la navegación, esto es
hacer el viaje de ida y vuelta a Terranova, mientras que de los maestres
dependerían todos los asuntos relativos a las expediciones: se encargarían de
proveer satisfactoriamente la nao para emprender el viaje, en ocasiones
contratarían al personal, tienen que colaborar en las tareas de abastecimiento,
etc., amén de vigilar la buena marcha de la tra-vesía y organizar las
actividades de la pesca y preparación del pescado. Sus salarios están acordes a
su categoría, es decir más altos que los de los marineros, grumetes y pajes.
Los
grumetes son jóvenes marineros carentes de la experiencia suficiente para ser
considerados como tales.
A
veces tienen que desempeñar las tareas propias de un marinero incipiente. A
los veinte años más o menos, el grumete pasa a ser marinero, título que puede
ostentar a lo largo de una carrera de unos veinte años más. Los pajes, que son
los miembros más jóvenes de la embarcación, debían de realizar las menudas
tareas cotidianas tanto a bordo como en tierra. Iniciada la pesca lo más probable es que
los grumetes, junto a los pajes, fueran considerados como trabajadores no
cualificados, en contraposición a los marineros-pescadores.
Una
vez llegados a Terranova se buscaba alguna bahía que servirá de campo de
operación, donde se construían las instalaciones desde donde poder ejercer la
pesca y preparar el pescado. En el caso de que la pesca se efectuase desde el
litoral con la ayuda de embarcaciones más pequeñas, el barco se queda anclado
en la orilla hasta ser de nuevo preparado para el viaje de regreso al Viejo
Continente. En principio los barcos no servían para alojar a las tripulaciones,
quienes se acomodaban en tiendas o cabañas provisionales en las inmediaciones
del lugar de trabajo. Por el contrario si la pesca se práctica desde las embarcaciones,
directamente en los bancos, los barcos se convierten en el lugar de trabajo y
preparación del pescado, además de ser el alojamiento de los pescadores. Parece
que existía una tradición para facilitar la elección de la parte de una bahía y
la convivencia en un mismo lugar de varias embarcaciones; el primer barco que
llegaba tenía preferencia sobre el lugar a elegir y controlaba la distribución
entre los que más tarde arribaran. A su vez, su capitán se convertía en el
“almirante del puerto” y tenía autoridad para resolver cualquier disputa entre
sus ocupantes, pudiendo estar asistido de una especie de tribunal formado por
otros maestres. Aunque hay ciertas dudas de si esta costumbre era respetada por
todas las embarcaciones independientemente de su lugar de origen, pues parece
que los vascos hacían caso omiso de esa ley no escrita. En cualquier caso,
aunque fuera una tradición imperante únicamente entre ingleses o franceses, la
elección de un buen lugar en tierra era justificada por facilitar las labores
de secado del pescado.
La
pesca del bacalao se hace de uno en uno, con la ayuda de un anzuelo dotado de
un plomo, que puede pesar hasta unas cinco libras. Aunque hay quienes afirman
que, en un principio, la pesca se practicaba con la ayuda de unas redes de
forma triangular, sujetas entre dos embarcaciones cuando los fondos eran poco
hondos y con redes de deriva en los lugares más profundos. En cualquier caso su
uso no era exclusivo, pues aunque en documentos del siglo XVI se mencionan
redes, también se citan cordeles y anzuelos. El uso de cordeles y de anzuelos
sería el más frecuente. A los anzuelos se les colocaban unos cebos que podían
ser variados, ya que el bacalao es un pez voraz. Aprovisionarse en pececillos
durante la campaña no suponía un problema.
Como
hemos visto la pesca se podía realizar desde la costa o desde las embarcaciones
en los bancos de peces. El hecho de que la pesca se efectúe desde las costas o
sobre el propio banco da lugar a dos formas distintas de practicarla. La pesca
desde el litoral implica utilizar unas embarcaciones más pequeñas. Los
barcos pequeños podían transportarse en la misma travesía, bien en una pieza,
situandolas en el puente superior del barco, o desmontadas; o bien recuperarlos
en la isla si han sido dejados allí en una campaña anterior. El uso de
embarcaciones más pequeñas es corriente a lo largo del siglo XVI.
La
información existente indica que los gallegos practi-caban, al igual que muchos
de sus coetáneos, una pesca desde el litoral a partir de pequeñas embarcaciones
dirigidas por unos pocos miembros de la tripulación: salían por la mañana,
alejándose unas cuantas leguas de las costas, para volver por la tarde con su
carga de pescados. Estas embarcaciones más pequeñas se terminaban de forma
puntiaguda, de fondo plano y de 20 a 30 pies de eslora, contando a su bordo con
tres hombres para la pesca del bacalao. Esta forma de pescar el bacalao recibe
el nombre de pesca sedentaria.
Frente a la pesca sedentaria
estaba la llamada pesca errante. Esta pesca se hace desde el propio barco y en
los bancos. Los cordeles de pesca se extienden desde la embarcación, con los
pescadores colocados en sus costados. Los pescadores extraían uno por uno, con su
sola fuerza física, los bacalaos. La pesca errante tiene como particularidad que
no favorece los establecimientos en tierra en años sucesivos por no necesitar
instalaciones fuera del navío: sólo necesita estar en los bancos el tiempo de
llenar sus bodegas de bacalaos para emprender el viaje de regreso.
Pero
una vez pescado el bacalao había que someterlo a una serie de procesos para
garantizar su conservación, ya que se trataba de una pesca lejana, cuya campaña
y travesía, de una duración de varios meses impedían la conservación
satisfactoria y preservación del valor nutritivo de un producto tan perecedero
como es el pescado. El tratamiento era la salazón y el secado que desde tiempos
inmemoriales se venía aplicando en el Viejo Continente para los mismos fines
de conservación en muchos productos alimenticios.
Los detalles
del proceso dependerán de que el bacalao proceda de pesca sedentaria o de pesca
errante. El proceso inicial del preparado del bacalao es común a las dos
técnicas de secado y salazón. La diferencia reside sólo dónde se hacen las
operaciones. Si se trata de la pesca sedentaria, las embarcaciones tienen que
volver a la costa donde un equipo de tierra lo acondicionará. En el caso de la
pesca errante, las mismas maniobras tendrán lugar en el propio barco. En ambos
el proceso comienza por cortar la cabeza, abrir el pescado de una extremidad a
la otra, quitarle la espina dorsal y poner de lado unas partes, como son el
hígado y a veces los huevos.
En el
caso de la pesca sedentaria al principio de la cam-paña, como vimos, debían de
construirse unas instalaciones o cobertizos en tierra para poder albergar las
maniobras, pertrechos y personas que iban a trabajar allí. Una vez abierto y
lavado, se les pone en sal por unos días. Después, se les lava en agua de mar,
dejándoles unos días en pilas y luego se les expone al sol sobre piedras de la
playa o sobre pequeñas estructuras de madera de poca altura, parecidos a unos
tendederos. Una vez completado el secado gracias al sol y el viento, después
de varias vueltas dadas a los pescados sobre los tendederos y su formación en
pilas, se les recoge y protege de la intemperie para luego cargarlos a bordo
del barco. Durante este proceso los cambios climáticos eran de tener muy en
cuenta: demasiado calor podía enrojecer el pescado y el tiempo nublado podía
romperlo, lo cual complicaba las operaciones y exigía una atención continua. El
uso de la sal también requería cierto cuidado por sus efectos en el producto
final.
En el caso de la pesca errante
el proceso era menos laborioso y exigía menos gente para llevarlo a cabo. Una
vez abierto y lavado el pescado, se le coloca en pilas en la bodega del barco
entre capas de sal. Una vez de regreso en Europa, se secaba al sol, después de
lavarlo.
Como
es lógico era posible encontrar, al regreso, en el mismo barco bacalaos
preparados según ambos métodos, por la sencilla razón de que las capturas de
los últimos días, en la pesca sedentaria, no había tenido suficiente tiempo
como para secarse del todo al sol. Obviamente, los distintos procesos dan unos
resultados bien distintos. El primero seria el bacalao seco. El segundo sería
el bacalao verde o húmedo. El primero tiene como ventaja el tener una mayor
conservación al estar seco del todo. Parece ser que los españoles se dedicaban
principalmente a elaborar bacalao verde, lo que no quiere decir que no
elaboraran también, aunque en menos proporción, bacalao seco.
Una
vez acabada la campaña la navegación de vuelta a Europa, que en el caso de los
gallegos probablemente la hacían desde fines de verano hasta octubre, es mucho
más fácil que la de ida. Las corrientes marítimas de la América del Norte
marcan unos arcos en dirección de Europa, mientras que los vientos también
facilitan la travesía por ser sobre todo del poniente. Por ello, el tiempo
empleado en los viajes de regreso era más corto que en el de la ida. La
travesía más corta se realizaba en poco más de 18 días, pero lo más normal era
que el viaje durara en torno a un mes. Contrariamente al caso de las idas desde
Europa, no se tiene constancia de la existencia de rutas concretas.
El
lugar de vuelta no siempre coincidía con el puerto de origen ya que dependía de
las circunstancias del viaje. Las inclemencias del tiempo, las posibles
averías durante la travesía, los encuentros con piratas y corsarios, etc.,
podían hacer desviar cualquier embarcación de su destino final. No obstante los
contratos podían estipular la obligación de volver al puerto de partida,
mientras que en otras ocasiones el destino de vuelta era dejado a las circunstancias del viaje.
Por el
Tratado de París de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años, los
territorios canadienses de Terranova pasaron a depender de Gran Bretaña, lo que
significo en el fin de la presencia de los españoles en las aguas de Terranova.
_________________________________________
* Este apartado es un resumen
de la Tesis Doctoral de Carolina Ménard: La pesca gallega en Terranova (6).
U. de Santiago de Compostela. 2006.
Referencias.
(1)
Cazadores de ballenas: la caza de la ballena en la Edad Moderna
bibliotecadeana.blogspot.com/2012/01/cazadores-de-ballenas-la-caza-de-la.html
(2)
Álvaro Aragón Ruano y Xavier Alberdi Lonbide. 2006. “Matanzas” de ballenas de Galicia y Asturias
durante los siglos XVI y XVII.
www.usc.es/revistas/index.php/ohm/article/viewFile/547/541
(3) A.
Canoura Quintana. Propiedad y recursos en la galicia pesquera delsiglo XVII.
www.unizar.es/eueez/cahe/canoura.pdf
(4) J.
Gracia Cárcamo. Un breve recorrido por la historia de la pesca en el País
Vasco.
www.euskonews.com/0064zbk/gaia6404es.html
(5)
Xavier Armendáriz. La caza de la ballena en la Edad Moderna. In Maritime Archaeology and Maritime History.
www.academia.edu/.../La_caza_de_la_ballena_en_la_Edad_Moderna
(6) Carolina
Menard. La pesca gallega en Terranova, siglos XVI-XVIII. Tesis doctoral. Dpto. de
Historia Contemporánea y de América, 2006. Universidade de Santiago de Compostela.
https://dspace.usc.es/bitstream/10347/.../1/9788497508162_content.pdf
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