viernes, 1 de junio de 2018

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LA CAZA DE LA BALLENA Y LA PESCA DEL BACALAO EN LA EDAD MODERNA


La caza de la ballena
         Las ballenas que aparecen en los escudos de las villas de la costa cantábrica patentizan la importancia económica que su pesca tuvo desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. El riesgo que se corría en su captura quedaba compensado por el alto valor monetario que la pieza cobraba una vez en el puerto (1). La caza de la ballena vasca realizada por los vascos en el litoral del Golfo de Vizcaya se extendió a partir de los siglos XII y XIV al resto del litoral cantábrico. Como consecuencia de ello, floreció durante los siglos XVI y XVII una fuerte actividad pesquera ligada a de- terminados puertos de Cantabria, Asturias y Galicia (2). Las especies capturadas eran la llamada ballena byscayensis y las trompas o cachalotes. Las migraciones anuales de estos balénidos desde el Atlántico Norte, que les hacen pasar por el litoral cantábrico en los meses invernales, desde octubre a marzo, permitieron primero a vascos y luego a cántabros, asturianos y gallegos, poner en práctica un método de pesca basado en el avistamiento de piezas, su posterior persecución desde los puertos, su captura y traslado a las playas. Los balleneros vascos recorrían las costas del Cantábrico, hasta Asturias y Galicia, en expediciones que duraban 4 o 5 meses.
La llegada masiva de compañías vascas a las costas gallegas y astures durante el siglo XVI hizo que los habitantes de esas costas se concienciaran de la riqueza de sus aguas (2). No obstante, durante este período el papel de los gallegos y asturianos fue el de meros continuado-res de la actividad iniciada por los vascos en la Edad Media y principios del siglo XVI. A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, la cooperación entre vascos y gallegos hizo que éstos adoptaran el sistema de pesca de aquellos. De este modo (3) la pesca de la ballena, desde principios del siglo XVI hasta principios del siglo XVII, pasó de depender exclusivamente de las compañías vascas a convertirse, a partir de la primera década del siglo XVII, en una empresa típicamente gallega, caracterizada por el rendimiento sostenible mantenido por la actividad hasta el último tercio del siglo XVII. No obstante, la participación directa de pescadores gallegos en la captura de ballenas a lo largo del siglo XVII precisó de un instrumental específico, tanto para las tareas de pesca como para la transformación del producto, que siguió siendo importado desde tierras vascas. La actividad ballenera en las villas gallegas alcanzó su momento álgido, antes del inicio de la caza industrial, durante los siglos XVI y XVII. Fue en este período (2), en los puertos cantábricos, desde Galicia a la costa francesa, cuando y donde se inició la actividad ballenera comercial, entendida como una empresa estable y a largo plazo. Las condiciones geográficas venían a unirse a las biológicas, para hacer de Galicia y ciertas zonas de Asturias un marco incomparable para la caza de la ballena.
La dedicación ballenera gallega durante los siglos XVI y XVII se debe interpretar como la ampliación de la empresa vasca, tanto por la contribución en hombres y técnicas, como por la aportación de manufacturas necesarias para el buen desarrollo de la actividad (2). Las labores de caza de la ballena se van a realizar con la inestimable ayuda de especialistas vascos, que acuden a las costas gallegas con sus propias embarcaciones y tripulaciones.
       Las embarcaciones eran las chalupas, barco a medio camino entre las pinazas y los bateles; que solían ser de madera de roble, de unos 8 m de eslora, 2 de manga y casi 1 de puntal. Muchas de ellas iban dotadas de un palo y trinquete para navegar a vela. Entre los siglos XVI y XVIII la tripulación de las chalupas la formaban ocho marineros: el arponero en la proa, el espaldero en popa y seis remeros. En el interior de la embarcación disponían del utillaje necesario: arpones, sangraderas y jabalinas o lanzas. En la aproximación a los cetáceos era fundamental el silencio, para no ahuyentarlos
En toda cacería existía una chalupa vasca, la principal encargada de las labores de pesca, y las chalupas gallegas, de asistencia. Durante el siglo XVII el personal técnico y especializado vasco, integrado por la tripulación de la chalupa vasca o chalupa principal compuesta por especialistas vascongados (arponero, gobierno y espalderos) adquiere gran importancia, mientras que las tripulaciones gallegas, integradas por pescadores gallegos a los que se les unía, al menos, un arponero vasco, ostentan un papel secundario. En este sentido, el recurso a los especialistas vascos motivó el establecimiento de sociedades balleneras en las que tanto los armadores propietarios de los puertos como los armadores inversores o, en su caso, los armadores arrendatarios de los derechos de pesca, asociados a las comunidades de pescadores, se comprometían a aportar las chalupas vascas.
En este orden de cosas en Galicia (3), “hemos de distinguir entre los puertos, pertenecientes a los armadores privados, quienes acordaron con los señores jurisdiccionales de las bases la adquisición de los derechos de pesca en las aguas colindantes con el puerto (Foz, Nois, Burela, Camelle y Suevos), los puertos en los que la propia comunidad de pescadores explotó y controló la actividad pesquera (San Cibrao), los puertos en los que la comunidad de pescadores gestionó la actividad recurriendo al arrendamiento de la base a agentes foráneos (Bares) y, por último, los puertos explotados directamente por las comunidades de pesca-dores locales, quienes acordaron con los señores jurisdiccionales de las bases la pesca del cetáceo, era el caso de Malpica y Caión”.
El sistema de pesca empleado en Galicia durante los siglos XVI y XVII es el mismo utilizado por los balleneros vascos en sus puertos de origen, por lo que los marinos vascos, primero, y los gallegos después precisaron de unas importantes bases portuarias desde las que desarrollar sus actividades (2). Así, las instalaciones balleneras presentaron las características básicas de los puertos balleneros existentes a lo largo del cantábrico peninsular, respondiendo a las peculiaridades del método de pesca del cetáceo, basado en el avistamiento, la captura, el transporte al puerto y la transformación de las ballenas en un producto destinado al comercio (3). El avistamiento era efectuado desde las atalayas, edificaciones desde las que los pescadores dominaban el litoral. Tras la captura la tripulación ataba al cetáceo a las chalupas para trasladarlo a puerto, es decir, lo trincaban o ataban a dos o más chalupas. Una vez en tierra comenzaba despedazamiento.
Los productos obtenidos de la caza de la ballena tenían tres salidas básicas: la grasa de ballena o saín, las barbas y la carne como alimento humano. La grasa se fundía para reducirla a saín, un aceite utilizado como combustible para el alumbrado y como lubricante. Las barbas tenían numero-sas utilidades. Dada su flexibilidad eran excelentes armazones para sombrillas, abanicos, peines, corsés y otros utensilios.
Por lo que respecta a los desembarcaderos, el método de pesca de la ballena se basó en el empleo de simples surgideros, generalmente los arenales de las playas, donde las ballenas cap-turadas eran trasladas para proceder al despiece (3). Actividad en la que participaban tanto los pescadores como los vecinos de la demarcación acompañados de los animales de tiro necesarios para efectuar el arrastre del cetáceo desde la orilla del mar (3): “Quando muere alguna ballena, juntos concurren más de dos mil personas juntas y mucho número de caballerías, carros y bueyes”. Una vez despedazada la carne de la ballena, comenzaba el proceso de obtención de la grasa, para lo cual se utilizaban una serie de calderas que a temperatura adecuada derretían la grasa de la ballena. La transformación del tocino de la ballena en grasa o saín exigió a los pescadores la fabricación de las casas de ballenas, destinadas a contener los hornos y las calderas donde los balleneros cocían el tocino de la ballena. Las casas eran simples cabañas fabricadas con materiales perecederos y empleadas por los pescadores durante el tiempo de las costeras.
La pesca de la ballena en Galicia y Asturias conoció en el siglo XVII dos períodos bien diferenciados (2): “entre 1600 y 1660 la actividad conoció un momento de expansión, mientras que entre 1660 y 1718 la pesca de la ballena en Galicia sufrió una importante decadencia, coincidiendo en ello con el resto del litoral cantábrico, como consecuencia del calentamiento de las aguas, que provocó cambios en las rutas de los cetáceos, y de la comercialización de saín inglés y holandés más barato”. Sea por un posible cambio de las zonas de migración o por sobrepesca, la realidad fue una paulatina disminución de la presencia de ballenas en las costas cantabras y gallegas. Su escasa o nula mención en los documentos del XVIII la podemos relacionar con una extinción comercial. Llegó al momento en el que el número de capturas era tan bajo que ya no era rentable una dedicación plena (1).
En cualquier caso la desaparición de las ballenas de la costa cantábrica no fue radical. Ya en el siglo XVI se había observado una paulatina migración de las ballenas y el bacalao a mar abierto, al tiempo que se constataba la abundancia de ballenas en Terranova lo que dio lugar al inicio de su caza en esa zona, documentándose las primeras expediciones a partir de 1530 (4).
       La consecuencia fue que un número considerable de embarcaciones, ahora grandes galeones y carabelas, que transportaban en su interior las pequeñas pinazas pesqueras. Salían todos los años, en la primavera, de los puertos vascos hacia la península de Labrador y la isla de Terranova, donde permanecían en busca de ballenas (y bacalao) hasta el otoño, cuando regresaban a sus puertos de origen (4), aunque en ocasiones la estancia se prolongaba hasta el invierno. En la primera fase se cazaban las ballenas Francas, mientras que en otoño se cazaba la ballena polar, en su migración desde el Ártico (5). En estos casos los galeo-nes debían partir antes del temido cierre de los hielos, para no quedar atrapados. Por ello, en diciembre a más tardar abando-naban los fondeaderos e iniciaban la travesía de regreso.
    Cada maestre llevaba su propia chalupa e iba acompañado por dos tripulantes más. Los contratados tenían que acudir con sus arcas, trastes y aparejos al puerto de embarque indicado por el armador, pagando éste todos los gastos hasta el embarque, mientras el viaje de vuelta era a cuenta de los primeros. El arca, llamada en los protocolos arca de Terranova o arca de la mar llevaban los aparejos y sus pertenencias: arpones cuchillos y sangraderas. La travesía por el Atlántico duraba alrededor de un mes, hasta que arribaban a la entrada septentrional del golfo de San Lorenzo. Allí la costa disponía de fondeaderos naturales donde se podían instalar estaciones de procesado compartidas por varios barcos, en una zona que se hallaba en plena ruta de migración estival de las ballenas hacia el sur (5). En cualquier caso, la situación allí no era fácil ya que había que afrontar los rigores del frío que dificultaba los trabajos, así como la propia búsqueda de los bancos de pesca, que tampoco era fácil, con zonas rocosas y el peligro de icebergs a la deriva.
Una vez los galeones habían llegado a tierra, los tripulan-ltes, como indica Xavier Armendáriz (5), al que seguiremos a partir de aquí, ponían todo a punto en el fondeadero. Los carpinteros aprestaban las chalupas que se emplearían en la pesca, algunas de las cuales se habían dejado sumergidas desde la temporada anterior. Unos reparaban los hornos en los que se fundía la grasa de la ballena en grandes vasijas de cobre mientras los toneleros se dedicaban a montar los toneles en los que se almacenaría la grasa, con las duelas que se habían traído plegadas desde Europa. Todo, incluidas las tejas para las cabañas o la arcilla para reparar los hornos había que traerlo todos los años en los galeones.
Los atalayeros escrutaban las aguas para divisar a los cetáceos. Cuando estos aparecían los marinos se subían a las chalupas, seis u ocho hombres en cada una, y se lanzaban a su captura. Los marinos utilizaban arpones que llegaban a medir dos metros y medio, forjados con hierro. Combinando destreza y fuerza, el arponero tenía como objetivo atravesar con el arpón la dura piel del animal. Cuando lo lograba, la ballena se sumergía arrastrando el bote e iniciando así una dura batalla. Al emerger de nuevo, los coletazos de la ballena podían dar al traste con las chalupas, mientras los marineros, acercándose, trataban de cla-var al animal unos arpones especiales denominados sangraderas. El riesgo de que el animal, herido de muerte, se revolviera contra los marinos era grande. Por fin, víctima de las heridas y el agotamiento, la ballena «sangraba por las narices», es decir, emitía un chorro de sangre por el orificio nasal (espiráculo) en la parte superior de la cabeza, signo de que estaba a punto de perecer. Tras su muerte, la ballena era remolcada hasta el fondeadero, donde se la amarraba al costado de los galeones para despiezarla. Los hombres cortaban su piel en tiras que llevaban a tierra en las chalupas para fundir su grasa.
Pero aunque las ganancias de las actividades balleneras en Terranova eran muy importantes, también implicaba riesgos muy acentuados. Así, no era infrecuente, como vimos, que los barcos balleneros y bacaladeros intentaran prolongar su actividad hasta el principio del invierno, quedando algunos de ellos atrapados en ocasiones por tempranos hielos que se adelantaban a los habitua-les rigores invernales. Tampoco era raro que esos galeones, cuando volvían hacia las costas europeas, fueran abordados por corsarios. No obstante, aunque no se pueda negar la existencia de riesgos, los beneficios que se obtenían permitieron que las naos vascas mantenerse activas en Terranova durante el siglo XVII, aunque cada vez más centradas en la pesca del bacalao. Aún así, desde principios del siglo XVII el sector ballenero cayó en un lento declive. En cualquier caso la gran aventura de las pesquerías trasatlánticas terminó a comienzos del siglo XVIII; en concreto, con el tratado de Utrecht. Desde entonces, esas pesquerías quedaron reservadas en la práctica a los barcos ingleses.


Las pesquerías del bacalao*.  
    Parece que el descubrimiento de la existencia de bacalao en gran abundancia en Terranova sería consecuencia de la persecución de las ballenas en esas aguas, de modo, que en un principio, para complementar la pesca de la ballena, también se pescaría bacalao.
        Siguiendo a Carolina Ménard (6) los barcos bacaladeros saldrían de los puertos europeos hacia Terranova en primavera, para poder llegar a los bancos de Terranova al final de esta estación y principios de verano, y así coincidir con la época de freza, es decir, cuando el bacalao se encuentra más cercano a la superficie y por lo tanto es más fácil de pescar. Suponemos que sus marchas se escalonan desde principios de marzo hasta finales de abril.
      Los viajes hacia Terranova son duros por las condiciones del océano. No se ven beneficiados por la presencia de corrientes marítimas favorables ni de vientos en la dirección adecuada para conducirlos más fácilmente hacía la América del Norte. Por ello, la duración de los viajes es variable y desde luego, más larga que en el regreso. Algunos estiman que los barcos divisaban Terranova después de dos meses de una dura travesía.
La ruta hacía Terranova se hacía a la estima. No hay pruebas de la existencia mapas o derroteros a seguir en el caso de los viajes a Terranova en el siglo XVI. Los primeros viajes se hicieron con las indicaciones de otros pescadores que habían estado allí. El aprendizaje de la nueva ruta debió de correr de puerto en puerto y con la asistencia y consejos de algunos pilotos o marineros más experimentados por esas latitudes. Ya que sabemos que los portugueses viajaron a menúdo por la región de Terranova a inicios del siglo XVI, quizás fueron quienes iniciarían a los gallegos en esa nueva ruta.
El primer derrotero conocido para ir a Terranova proviene de un capitán vasco francés. La primera edición data de 1579, pero su traducción al vasco llega casi un siglo después, en 1677, y la hace Detcheverry Dore, un capitán español. Así pues, para acceder a Terranova desde Europa existían unas cuatro rutas (6):
1- La ruta portuguesa, que sale desde Aveiro para dirigirse hacia la isla Tercera en las Azores, islas más adentradas en el Atlántico. Después las naves navegaban en dirección norte hasta Terranova.
2- Desde el norte de Francia y de toda Inglaterra. La ruta del norte, frecuentada tanto por franceses e ingleses, tiene la ventaja de ofrecer durante unos cortos lapsos de tiempo viento favorable durante la primavera.
3- Desde una posición más central situada en torno a la región de La Rochelle.
4- La ruta vasca, que engloba los puertos del Labort francés y toda la cornisa cantábrica, costeando luego la Península Ibérica para realizar un bucle en las cercanías de las Azores y seguir las corrientes hasta Terranova.
Sobre la ruta seguida por los vascos desde el siglo XVI se sabe, según un documento probablemente del año 1571, que los pescadores vasco españoles (6)quando parten desta costa reconoçen las penas de Goçon como a XV leguas la mar adentro ques en Asturias a dos leguas de Jijon y de alli ban al [...] noroeste hasta çinquenta y dos grados y medio donde esta la Gran Baya...”. Quizás después de dejar Gijón “iban hacia el norte o seguían hacia Galicia, aguas que conocían por cazar en ellas la ballena y venir a comerciar, y seguir su rumbo hacia las islas Azores, para ser llevados hasta el Atlántico Norte gracias a las corrientes favorables”.
Por la proximidad geográfica a Portugal, es lógico pensar que en el caso gallego, la ruta para ir a las pesquerías de Terranova fuera la portuguesa. Varios indicios demuestran que los mareantes gallegos, al salir de las Rías Baixas, costeaban el litoral portugués antes de encaminarse hacia el Atlántico Norte. La adopción del camino bajando el litoral portugués, además de por las razones vinculadas a factores naturales que ayudan a la navegación como son las corrientes y vientos, varios motivos empujan a los gallegos a parar en los puertos portugueses en su viaje a Terranova. El abastecimiento en comida, material, sal y embarcaciones es sólo una prueba indirecta del descenso hacía el sur para seguir después el camino hacia latitudes más al norte. Sabiendo que los pescadores portugueses son más numerosos que los gallegos en las aguas de Terranova, los habitantes del reino vecino tienen mucho que ofrecer para completar la preparación de las campañas. En este sentido la villa de Aveiro sería la más frecuentada, como centro activo importante en la pesca del bacalao, y que debía reunir por lo tanto todo lo necesario para las campañas de pesquerías. Lo que se sube a bordo es sal, mantenimientos variados, barcos y aparejos para la pesca. Tras estos menesteres de última hora seguramente que seguirían su ruta hacia las latitudes septentrionales rozando las Azores.
No existe información acerca de la posibilidad de que los barcos en dirección a Terranova lo hicieran en flotillas organizadas para prevenir cualquier problema surgido durante la travesía y defenderse de posibles ataques. No obstante cabe la posibilidad de que algunos barcos se juntaran. Por ejemplo que las naves gallegas se juntaran con embarcaciones portuguesas para dirigirse hacia los bancos de pesca al pasar por el litoral del Reino vecino.
Los barcos que se desplazaban a Terranova no eran embarcaciones especializadas sino que se utilizaban barcos ya existentes. Entre estos estaban los que recibían el nombre genérico de nao, que eran barcos de alto bordo cuyo toneaje oscilaba entre las 80 y 650 toneladas. Tampoco faltaban las carabelas, cuyo tonelaje estaba entre las 35 y 60 toneladas, pero que por necesidades de los viajes a través del Atlántico, se subieron hasta las 150. El empleo de carabelas era muy común entre los vascos en el siglo XVI, lo mismo que entre los gallegos. Se dice que en general tenían unos tres mástiles. El papel del barco principalmente se ciñe a transportar la tripulación y todo el material necesario para desarrollar la pesca en Terranova.
Al principio de la pesquería era posible ver barcos de 40-50 toneladas, pero luego comenzaron a fletarse otros por encima de las 200, considerándose que las naves que rondaban las 100-120 eran ideales para la pesca del bacalao. Al parecer los vascos eran reconocidos por preferir navegar con unas embarcaciones un poco más grandes que los demás pescadores, así, el tonelaje de los barcos vizcaíno era mayor que los de los gallegos y podía ascender a las 300 toneladas. Sea el porte que tuvieran los navíos gallegos y vascos en las aguas de Terranova, queda claro que, en un principio, existía una flota variada en cuanto a porte se refiere.
La propiedad de las embarcaciones es variable. Desde la Edad Media, los barcos suelen ser de varias personas. Sin embargo, tenemos ejemplos de propietarios únicos que corren con todos los riesgos en las expediciones. No obstante existen documentos que hacen mención a la existencia de un seguro sobre el barco. Así, un corto fragmento contenido en el testimonio de un maestre gallego atacado por unos franceses en la primavera de 1582 deja entrever que, antes de zarpar, se toman algunas medi-das para prevenir cualquier tipo de desgracia que podría compro-meter la campaña planeada. De todos modos, a menudo se mira también del lado de la participación múltiple de inversores y los prestamos como alternativa a los seguros. Sin olvidar que dado el temor que procura el mar, la bendición y ayuda del más allá son requeridas para contrarrestar los efectos a veces hostiles de las fuerzas de la naturaleza. Los nombres de las naves, todos religiosos, responden también a este fervor religioso y son una demostración de las devociones de los mareantes.
La tripulación de los barcos la constituían los “oficiales” (capitanes, pilotos, maestres y contramaestre) y los marineros (incluyendo los pajes y grumetes). Su número era variable, pero se puede asumir que oscilaría entre por lo menos diez personas y veinte y seis. Otros estiman que por cada 100 toneladas habría que contar 25 marineros, grumetes y pajes, etc. La tripulación percibía un salario por su trabajo además de participar en una de las partes de los beneficios al liquidar la campaña.
El piloto forma, junto con los maestres y el contramaestre, la cúpula de las embarcaciones, siendo su misión todo lo relacionado con la navegación, esto es hacer el viaje de ida y vuelta a Terranova, mientras que de los maestres dependerían todos los asuntos relativos a las expediciones: se encargarían de proveer satisfactoriamente la nao para emprender el viaje, en ocasiones contratarían al personal, tienen que colaborar en las tareas de abastecimiento, etc., amén de vigilar la buena marcha de la tra-vesía y organizar las actividades de la pesca y preparación del pescado. Sus salarios están acordes a su categoría, es decir más altos que los de los marineros, grumetes y pajes.
Los grumetes son jóvenes marineros carentes de la experiencia suficiente para ser considerados como tales. A veces tienen que desempeñar las tareas propias de un marinero incipiente. A los veinte años más o menos, el grumete pasa a ser marinero, título que puede ostentar a lo largo de una carrera de unos veinte años más. Los pajes, que son los miembros más jóvenes de la embarcación, debían de realizar las menudas tareas cotidianas tanto a bordo como en tierra. Iniciada la pesca lo más probable es que los grumetes, junto a los pajes, fueran considerados como trabajadores no cualificados, en contraposición a los marineros-pescadores.
Una vez llegados a Terranova se buscaba alguna bahía que servirá de campo de operación, donde se construían las instalaciones desde donde poder ejercer la pesca y preparar el pescado. En el caso de que la pesca se efectuase desde el litoral con la ayuda de embarcaciones más pequeñas, el barco se queda anclado en la orilla hasta ser de nuevo preparado para el viaje de regreso al Viejo Continente. En principio los barcos no servían para alojar a las tripulaciones, quienes se acomodaban en tiendas o cabañas provisionales en las inmediaciones del lugar de trabajo. Por el contrario si la pesca se práctica desde las embarcaciones, directamente en los bancos, los barcos se convierten en el lugar de trabajo y preparación del pescado, además de ser el alojamiento de los pescadores. Parece que existía una tradición para facilitar la elección de la parte de una bahía y la convivencia en un mismo lugar de varias embarcaciones; el primer barco que llegaba tenía preferencia sobre el lugar a elegir y controlaba la distribución entre los que más tarde arribaran. A su vez, su capitán se convertía en el “almirante del puerto” y tenía autoridad para resolver cualquier disputa entre sus ocupantes, pudiendo estar asistido de una especie de tribunal formado por otros maestres. Aunque hay ciertas dudas de si esta costumbre era respetada por todas las embarcaciones independientemente de su lugar de origen, pues parece que los vascos hacían caso omiso de esa ley no escrita. En cualquier caso, aunque fuera una tradición imperante únicamente entre ingleses o franceses, la elección de un buen lugar en tierra era justificada por facilitar las labores de secado del pescado.
La pesca del bacalao se hace de uno en uno, con la ayuda de un anzuelo dotado de un plomo, que puede pesar hasta unas cinco libras. Aunque hay quienes afirman que, en un principio, la pesca se practicaba con la ayuda de unas redes de forma triangular, sujetas entre dos embarcaciones cuando los fondos eran poco hondos y con redes de deriva en los lugares más profundos. En cualquier caso su uso no era exclusivo, pues aunque en documentos del siglo XVI se mencionan redes, también se citan cordeles y anzuelos. El uso de cordeles y de anzuelos sería el más frecuente. A los anzuelos se les colocaban unos cebos que podían ser variados, ya que el bacalao es un pez voraz. Aprovisionarse en pececillos durante la campaña no suponía un problema.
Como hemos visto la pesca se podía realizar desde la costa o desde las embarcaciones en los bancos de peces. El hecho de que la pesca se efectúe desde las costas o sobre el propio banco da lugar a dos formas distintas de practicarla. La pesca desde el litoral implica utilizar unas embarcaciones más pequeñas. Los barcos pequeños podían transportarse en la misma travesía, bien en una pieza, situandolas en el puente superior del barco, o desmontadas; o bien recuperarlos en la isla si han sido dejados allí en una campaña anterior. El uso de embarcaciones más pequeñas es corriente a lo largo del siglo XVI.
La información existente indica que los gallegos practi-caban, al igual que muchos de sus coetáneos, una pesca desde el litoral a partir de pequeñas embarcaciones dirigidas por unos pocos miembros de la tripulación: salían por la mañana, alejándose unas cuantas leguas de las costas, para volver por la tarde con su carga de pescados. Estas embarcaciones más pequeñas se terminaban de forma puntiaguda, de fondo plano y de 20 a 30 pies de eslora, contando a su bordo con tres hombres para la pesca del bacalao. Esta forma de pescar el bacalao recibe el nombre de pesca sedentaria.
        Frente a la pesca sedentaria estaba la llamada pesca errante. Esta pesca se hace desde el propio barco y en los bancos. Los cordeles de pesca se extienden desde la embarcación, con los pescadores colocados en sus costados. Los pescadores extraían uno por uno, con su sola fuerza física, los bacalaos. La pesca errante tiene como particularidad que no favorece los establecimientos en tierra en años sucesivos por no necesitar instalaciones fuera del navío: sólo necesita estar en los bancos el tiempo de llenar sus bodegas de bacalaos para emprender el viaje de regreso.
Pero una vez pescado el bacalao había que someterlo a una serie de procesos para garantizar su conservación, ya que se trataba de una pesca lejana, cuya campaña y travesía, de una duración de varios meses impedían la conservación satisfactoria y preservación del valor nutritivo de un producto tan perecedero como es el pescado. El tratamiento era la salazón y el secado que desde tiempos inmemoriales se venía aplicando en el Viejo Continente para los mismos fines de conservación en muchos productos alimenticios.
Los detalles del proceso dependerán de que el bacalao proceda de pesca sedentaria o de pesca errante. El proceso inicial del preparado del bacalao es común a las dos técnicas de secado y salazón. La diferencia reside sólo dónde se hacen las operaciones. Si se trata de la pesca sedentaria, las embarcaciones tienen que volver a la costa donde un equipo de tierra lo acondicionará. En el caso de la pesca errante, las mismas maniobras tendrán lugar en el propio barco. En ambos el proceso comienza por cortar la cabeza, abrir el pescado de una extremidad a la otra, quitarle la espina dorsal y poner de lado unas partes, como son el hígado y a veces los huevos.
En el caso de la pesca sedentaria al principio de la cam-paña, como vimos, debían de construirse unas instalaciones o cobertizos en tierra para poder albergar las maniobras, pertrechos y personas que iban a trabajar allí. Una vez abierto y lavado, se les pone en sal por unos días. Después, se les lava en agua de mar, dejándoles unos días en pilas y luego se les expone al sol sobre piedras de la playa o sobre pequeñas estructuras de madera de poca altura, parecidos a unos tendederos. Una vez completado el secado gracias al sol y el viento, después de varias vueltas dadas a los pescados sobre los tendederos y su formación en pilas, se les recoge y protege de la intemperie para luego cargarlos a bordo del barco. Durante este proceso los cambios climáticos eran de tener muy en cuenta: demasiado calor podía enrojecer el pescado y el tiempo nublado podía romperlo, lo cual complicaba las operaciones y exigía una atención continua. El uso de la sal también requería cierto cuidado por sus efectos en el producto final.
        En el caso de la pesca errante el proceso era menos laborioso y exigía menos gente para llevarlo a cabo. Una vez abierto y lavado el pescado, se le coloca en pilas en la bodega del barco entre capas de sal. Una vez de regreso en Europa, se secaba al sol, después de lavarlo.
Como es lógico era posible encontrar, al regreso, en el mismo barco bacalaos preparados según ambos métodos, por la sencilla razón de que las capturas de los últimos días, en la pesca sedentaria, no había tenido suficiente tiempo como para secarse del todo al sol. Obviamente, los distintos procesos dan unos resultados bien distintos. El primero seria el bacalao seco. El segundo sería el bacalao verde o húmedo. El primero tiene como ventaja el tener una mayor conservación al estar seco del todo. Parece ser que los españoles se dedicaban principalmente a elaborar bacalao verde, lo que no quiere decir que no elaboraran también, aunque en menos proporción, bacalao seco.
Una vez acabada la campaña la navegación de vuelta a Europa, que en el caso de los gallegos probablemente la hacían desde fines de verano hasta octubre, es mucho más fácil que la de ida. Las corrientes marítimas de la América del Norte marcan unos arcos en dirección de Europa, mientras que los vientos también facilitan la travesía por ser sobre todo del poniente. Por ello, el tiempo empleado en los viajes de regreso era más corto que en el de la ida. La travesía más corta se realizaba en poco más de 18 días, pero lo más normal era que el viaje durara en torno a un mes. Contrariamente al caso de las idas desde Europa, no se tiene constancia de la existencia de rutas concretas.
El lugar de vuelta no siempre coincidía con el puerto de origen ya que dependía de las circunstancias del viaje. Las inclemencias del tiempo, las posibles averías durante la travesía, los encuentros con piratas y corsarios, etc., podían hacer desviar cualquier embarcación de su destino final. No obstante los contratos podían estipular la obligación de volver al puerto de partida, mientras que en otras ocasiones el destino de vuelta era dejado a las circunstancias del viaje.
Por el Tratado de París de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años, los territorios canadienses de Terranova pasaron a depender de Gran Bretaña, lo que significo en el fin de la presencia de los españoles en las aguas de Terranova.
_________________________________________
* Este apartado es un resumen de la Tesis Doctoral de Carolina Ménard: La pesca gallega en Terranova (6). U. de Santiago de Compostela. 2006.

Referencias.

(1) Cazadores de ballenas: la caza de la ballena en la Edad Moderna
bibliotecadeana.blogspot.com/2012/01/cazadores-de-ballenas-la-caza-de-la.html

(2) Álvaro Aragón Ruano y Xavier Alberdi Lonbide. 2006. “Matanzas” de ballenas de Galicia y Asturias durante los siglos XVI y XVII.
www.usc.es/revistas/index.php/ohm/article/viewFile/547/541

(3) A. Canoura Quintana. Propiedad y recursos en la galicia pesquera delsiglo XVII.
www.unizar.es/eueez/cahe/canoura.pdf

(4) J. Gracia Cárcamo. Un breve recorrido por la historia de la pesca en el País Vasco.
www.euskonews.com/0064zbk/gaia6404es.html

(5) Xavier Armendáriz. La caza de la ballena en la Edad Moderna. In Maritime Archaeology and Maritime History.
www.academia.edu/.../La_caza_de_la_ballena_en_la_Edad_Moderna

(6) Carolina Menard. La pesca gallega en Terranova, siglos XVI-XVIII. Tesis doctoral. Dpto. de Historia Contemporánea y de América, 2006. Universidade de Santiago de Compostela.
https://dspace.usc.es/bitstream/10347/.../1/9788497508162_content.pdf



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