12.-
EPÍLOGO
La
comida y la sociedad opulenta. La llegada de la crisis. La comida y el
prestigio social. Lo que se come y lo que no. La globalización no parece que
cambie la dieta. Como alimentar a una población creciente: La producción alimentaria. El cambio climático.
Los agrocombustibles. Los recursos naturales. La tecnología. Entorno socioeconómico
y cambios de hábitos alimentarios. La
agricultura que se va y la que viene.
Fenómeno humano completo, la alimentación
atañe
tanto a la cultura como a la naturaleza,
y tanto al espíritu como al cuerpo
Jean-Louis Flandrin
La comida y la sociedad
opulenta
A lo
largo de esta “historia” hemos podido comprobar cómo la lucha por la comida es
innata al hombre y su actividad siempre se desarrolló alrededor de este
objetivo. Para la inmensa mayoría, durante muchos siglos, comer era el
“problema”. Sin embargo, en el siglo XX en Occidente, y no para todo el mundo
aunque sí para la mayoría, se produjo por primera vez en la historia de la
humanidad una situación de abundancia generalizada de alimentos, que hacía
pensar que el hambre había sido vencida definitivamente y que no volvería.
Comer ya no era el problema, el problema era el exceso y la “calidad” de la
comida. Así se llega al comienzo del siglo XXI, en el que continúan los
problemas que se habían iniciado ya bien entrado en siglo XX, y que eran los
producidos básicamente por la ingestión excesiva y no adecuada de alimentos. La
preocupación por la obesidad, con los riesgos de enfermedades relacionadas: diabetes,
enfermedades cardiovasculares, algún tipo de cáncer, etc., alcanza incluso a
los gobiernos y, a nivel particular, se le suma el simplemente “miedo a engordar”.
Y la presencia y el estado físico personal adquieren una extraordinaria
importancia en la sociedad actual.
Preocupa,
y con razón, el problema de la obesidad, aunque posiblemente, y con toda su gravedad,
sea menor que el problema del hambre. Sin embargo, parece que el hambre es algo
muy lejano. Los que ya tenemos algunos años lo recordamos en España, donde no
hace tanto tiempo la gente podía morirse literalmente de hambre. Pero eso ya no
existe; no lo vemos, es problema de “otros” que son unos “corruptos e
inútiles”.
Sin
embargo, en el ambiente social actual “existe algo” por lo que no resulta fácil
asumir la responsabilidad del problema de la obesidad y del sobrepeso. Se crea
un “ambiente” en el que la es culpa de “otros”. Se piensa, “Dios sabe lo que
nos dan de comer”. Esta situación es muy clara en el sector de la población que
generalmente no tiene problemas económicos para comer lo que quiera y que está
sano. Este sector no quiere reconocer que si está gordo él es el único
responsable, y que nadie le quiere “envenenar” ni conspira para “engordarlo”.
Pensar así es fácil, y nos evita “cargos de conciencia”. Se culpa a las
hamburguesas, a las carnes grasas, al pan, a los fritos y a no se cuantas cosas
más. La culpa es nuestra que comemos mucho. ¡Comamos menos y dejémonos de
dietas! ¡La dieta mediterránea no está prohibida! Esta gente no tiene necesidad
de acudir a lo que se denomina “comida basura”. La única dieta para adelgazar
es comer de todo pero menos, siempre que estemos sanos ¡claro¡ Por cierto, para
mi, la bondad de la dieta mediterránea, que fue muy variable a lo largo de la
historia, no deja de ser otra cosa que tratar de comer de todo y variado, pero
poco, porque ni había para más ¡Ah, y mucho ejercicio físico!
Otra
cosa es la situación en la que se encuentran los sectores más bajos de la
escala social, con problemas para acceder a los alimentos en cantidad y
calidad. Estos sectores, que cada vez son más en Occidente, igualmente presentan
problemas de obesidad, pero estos no son producidos por el exceso, sino por
una deficiente alimentación no equilibrada, con abundancia de “comida basura”. Pensamos que ha llegado
el momento de dejar de pensar tanto en nuestro exceso de comida y en “nuestra
obesidad creada artificialmente” y pensar más en la escasez que sufre una
enorme parte de la humanidad, que no sabe qué puede comer y si puede comer. De
esta situación sí somos “algo” responsables.
La llegada de la crisis
En
este ambiente de “riqueza y abundancia” llegó la crisis económica; y con ella
sus secuelas en las clases medias (cada vez son menores y con menos ingresos) y
el aumento de la pobreza que, en la mayoría de los casos, dificulta el acceso a
la comida y que puede dar al traste con esta situación de abundancia y de
“exquisiteces”, y por que no decirlo de “excesos culinarios y gastronómicos”
que a veces parece que son más espectáculo que gastronomía. Hacer futurismo es
muy arriesgado, y si no que se lo pregunten a los economistas, pero no es
arriesgado pensar que esta situación de abundancia y cierto snobismo cambiará,
aunque después pueda volver, como ocurrió en los años 60 después de la crisis
del 29 y de la segunda guerra mundial. Recordemos al Dr. Kellog, a Sylvester
Graham o a los naturistas americanos de finales del siglo XIX y principios del
XX, que desaparecieron con la crisis del 29 y sus ideas de “alguna manera
renovadas”, volvieron a Occidente en los años 60.
La
crisis puede estar modificando unos modelos de alimentación, hasta ahora muy
influenciada por la publicidad y las modas, con unos estereotipos de consumo
muy determinados y con una extraordinaria preocupación por la seguridad
alimentaria. Aunque, en general, la caída del consumo alimentario no es muy
significativa, sí están disminuyendo en mayor proporción los productos más
caros. Ejemplo de ello sería el aumento del consumo de marcas blancas en
relación a las consideradas de “prestigio”, la disminución del consumo de carne
o el aumento del de legumbres. ¿Quiere esto decir que el sector del público al
que van dirigidos los productos de “calidad diferencial” (denominaciones de
origen, biológicos, ecológicos, alimentos funcionales, etc. y en general los
más caros), hasta hace poco en aumento, va a disminuir? Es difícil contestar a
la pregunta, pero de lo que no hay duda es que hay suficientes indicios para
pensar que la dieta está cambiando y no siempre a mejor.
La comida y el prestigio
social
Sin embargo, lo que no parece que cambie
es el prestigio social de la comida. Hoy no da prestigio la cantidad, pero sí
la exclusividad. Hacemos lo mismo que nos sorprende de la nobleza de la Edad
Media, buscamos diferenciarnos por la comida. ¿Qué es la cocina de autor?, ¿qué
son los restaurantes de diseño?, ¿qué son los restaurantes exclusivos, a los
que únicamente pueden acudir determinadas clases sociales? Se demuestra nuestra
condición social con conocimientos gastronómicos de la última tendencia o moda.
Cómo se explica sino que un crítico gastronómico escriba cosas como (1):
…acuñó el término “cozinhna bosanova”. … está haciendo una cocina cada día más
desnuda, enfocada en el producto y con ingredientes pobres de la zona. …están
en la línea tecnoemocional y…hacen una cocina de fuego, no instrumental. Pero
los tres (chefs) revalorizan ingredientes distantes del léxico gastronómico de
las grandes capitales y apoyan pequeños agricultores, pescadores…… ¿Qué
quiere decir? ¿Qué cocina están haciendo? ¿Alguien lo entiende? No, pero parece
un lugar exclusivo sólo al alcance de los “entendidos”. También se puede intentar
alcanzar la “distinción” siguiendo algún régimen de última generación o tomar
algún producto milagroso de última hora, alguna proteína de algo, un producto
con antioxidantes que se publicó en alguna revista elitista, una verdura
maravillosa ¡un tomate! algo que con lo que se note que entiendo y me distingo.
En
este sentido del prestigio social de los alimentos creemos que es muy
ilustrativo lo que Jean-Louis Flandrin (2) llama la paradójica
historia del pan blanco y del pan negro. El pan blanco, menos completo en
elementos nutritivos que el negro, tenía una función de distinción social y clara,
al menos en Europa Occidental. Durante siglos el pan blanco y ligero fue
deseado por los que comían pan negro. Cuando las transformaciones políticas,
económicas y sociales pusieron el pan blanco al alcance de todos, las élites
tuvieron que buscar otra manera de distinguirse y recientemente son ellas las
que compran el pan de centeno, el pan integral o el pan de campo, todo el pan
negro y relativamente duro es autentico.
Lo que se come y lo que no
En general, ningún pueblo come ni comió
todo aquello que le ofrecía la naturaleza y que podría alimentarle, sino que
fueron, y son, una serie de razones socioculturales las que les empujan a
decidir que es comestible y alimenta y que no. No es únicamente el poder
nutritivo lo que convierte a un producto vegetal o animal en un alimento, sino
también y sobre todo la elección que realiza la propia cultura. El hecho
natural de comer se fue revistiendo de significaciones socioculturales, de modo
que estas consideraciones fueron aumentando a medida que el hombre fue
mejorando su capacidad de “explotación” de la naturaleza.
Un claro
ejemplo de la interacción de lo cultural y lo natural sería lo ocurrido con los
miembros de las sociedades que domesticaron herbívoros para consumir su leche,
los cuales tuvieron que desarrollar la capacidad de sintetizar la lactasa para
poder digerir sin problemas la lactosa de la leche, desdoblándola en glucosa y
galactosa y hacer posible su metabolismo en el intestino. Esto no ocurrió en
aquellos pueblos que no domesticaron vacas, como entre otros, los aborígenes
americanos, australianos o de islas del sur del Pacifico o entre los nativos de
China o Japón. Este es el motivo por el cual la “naturaleza” de estas
poblaciones no se haya adaptado a beber leche líquida, sino previamente
transformada o predigerida en forma de queso o yogur, ya que la leche fresca
les ocasiona efectos desagradables, por lo que no la incluyen entre sus
preferencias alimentarias (3).
La
dietética, que no es una ciencia nueva, forma parte como algo propio de todas
las culturas en todas las épocas, influyendo considerablemente en las costumbres
alimenticias y culinarias. Muchas prácticas que hoy se consideran gastronómicas
tienen su origen en prescripciones dietéticas. Un ejemplo clásico es el del
melón, considerado por la medicina antigua como un alimento muy frío y húmedo por
lo que había que comerlo con otro caliente y seco como el jamón. Costumbre que
llegó a nuestros días. Otro caso sería la costumbre japonesa de consumir algas,
pues parece que necesitan ingerirlas regularmente para poder digerir bien la
comida.
Al
igual que las prescripciones dietéticas, las prescripciones religiosas
mantienen estrechas relaciones con las prácticas alimenticias. Son muchos los
alimentos que, bien total o parcialmente, prohíben las religiones. Las carnes
no desangradas están prohibidas a judíos y musulmanes y lo estuvieron a los
cristianos de la Antigüedad y de la Alta Edad Media. Otros están absoluta-mente
prohibidos, como el cerdo entre los musulmanes o los judíos. Para los miembros
de otras religiones esta sería una carne excelente, pero sin embargo, no sólo
prohíben esta carne sino todas las carnes y grasas animales durante
determinados días o períodos del año, sería este el caso de los católicos.
Las
prohibiciones religiosas han producido por una parte aversiones, como es el
cerdo a los musulmanes del que se privan sin esfuerzo; por otra al impedir o
limitar el consumo de determinados alimentos han promovido, directa o
indirectamente, el consumo de otros. En el caso de los cristianos las
limitaciones al consumo de carne favorecería el consumo de bacalao y arenques,
y consecuentemente su pesca y comercialización desde los mares del norte al
centro del continente europeo y al mediterráneo.
Un
caso positivo de la influencia de las religiones en las costumbres alimenticias
sería el del vino cuyo consumo y comercio fue promovido indirectamente por el
cristianismo. El vino es imprescindible para la celebración del culto
cristiano, por lo que su expansión promovió el cultivo de la vid por toda
Europa y promovió el comercio del vino, que alcanzó extraordinaria importancia
en el medioevo. Se podrían poner muchos más ejemplos de los efectos que en
todas las culturas tienen las creencias religiosas en las costumbres o regimenes
alimenticios de todos los pueblos, pero creemos que estos son suficientes para
demostrarlo.
De
modo general, parece ser que nuestro gusto y nuestras aversiones son siempre
tributarios de costumbres alimenticias tradicionales de nuestra cultura:
incluso los viajeros más interesados por las especialidades extranjeras no
pueden reprimir su repugnancia ente algunas de ellas, y los inmigrados siempre
sienten nostalgia de las comidas de sus tierras (2). Quien no
oyó ¡Como en España no se come en ninguna parte! ¡Envidian nuestra comida!
Posiblemente esto se repita en todas partes.
Consecuentemente
cada pueblo, región, clase social o individuo tiene su propia escala de valores
gastronómicos, que no sólo no dependen básicamente del valor nutritivo de cada
alimento, sino que también vienen determinadas por razones socioculturales,
naturales y económicas.
La globalización no parece que
cambie la dieta
Aunque
nadie duda de que alimentación sea uno de los elementos socioculturales de
identidad más resistente y más lenta a los cambios, estos se pueden producir
por contactos con otros grupos o por alteraciones sociales del ambiente. De
hecho, la globalización está de algún modo homogeneizando la alimentación,
consecuencia, en parte, de los innegables logros de la industria agroalimentaria,
de la facilidad de acceso a productos alimentarios de cualquier parte del
mundo, de los procesos migratorios y de la creciente urbanización. No obstante,
la homogeneización alimentaria no es tan profunda como parecería a primera
vista, manteniéndose importantes diferencias nacionales y regionales, tanto en
el qué se consume como en la forma en que se consume. Precisamente, por este
carácter “identitario” de la alimentación es por lo que ante el riesgo
homogeneizador de la globalización surgen cada vez más movimientos
reivindicativos a favor de la cocina como “marcador étnico”.
No
obstante, tampoco se puede negar la existencia de una cierta “mcdonalización” y
masificación del consumo que sería el dominante en una capa muy importante de
la población, especial-mente en aquella más vulnerable e influenciable como los
niños, los jóvenes y en general, aquellos con niveles socioeconómicos y/o
educativos más bajos. Sectores sociales todos ellos que, debido a su menor
poder adquisitivo, estarían especialmente pre-dispuestos a desarrollar esas
formas de obesidad con carencias nutricionales básicas típicas de los pobres (4).
Tampoco
se puede olvidar que estamos en una sociedad que de alguna forma ella misma,
aunque posiblemente de forma inconsciente, fomenta la homogeneización
alimentaria al exigir alimentos “previsibles”, sin los que no sabría o no
podría vivir. Disponemos de ellos gracias a la aplicación de diferentes
métodos de tratamiento industrial. Unos métodos que responden a la necesidad de
preservar la frescura de los alimentos, de evitar que se estropeen, al mejorar
su sabor, prolongar su duración, aumentar la variedad de productos disponibles,
mantener la calidad nutricional, evitar el deterioro de los alimentos por
causas biológicas o microbianas, e incluso, conservar al máximo el sabor, las
vitaminas, los minerales y aromas que poseen los productos originales (5).
En
cualquier caso la diversidad no parece destinada a desaparecer, sino incluso a
acentuarse en el contexto general de la globalización, que ha cargado de nuevos
significados la atención al descubrimiento o invención de las identidades
alimentarias.
Cómo alimentar a una población
creciente
Alimentar
a la creciente población mundial en los próximos decenios del siglo XXI no es
únicamente un problema técnico, que lo es, sino también, y básicamente, un
problema ético-moral, por lo que su resolución implica no sólo a la técnica,
sino, y principal-mente, también a la política.
Se
espera que en el año 2050 haya que alimentar en el mundo a 9100 millones de
personas, esto es 2300 millones más que hoy. Aunque la mayoría de los estudios,
entre ellos los de la FAO o la OCDE, permiten ser moderadamente optimista, pues
creen que será posible alimentar a la creciente población mundial, también advierten
que no será fácil, pues de aquí al año 2050 habrá que aumentar la producción
mundial de alimentos en un 70 % (excluyendo los alimentos empleados en la
producción de biocombustibles). Habrá que superar múltiples dificultades. Desde
hace años los aumentos de los rendimientos de las cosechas son decrecientes, la
escasez de agua aumenta, la tierra disponible para la agricultura es finita y
las consecuencias del cambio climático, especialmente en los países en
desarrollo, puede ser muy negativas. Se podría pensar en poner nuevas tierras
en cultivo a costa de tierras hoy ocupadas por bosque o matorral y así aumentar
fácilmente la producción alimentaria, pero esto sería peligroso pues si se
ponen más tierras en cultivo disminuirá la superficie de bosque que queda. Y si
eso ocurre, contribuirá enormemente a la desertificación. Aún así,
alcanzar la seguridad alimentaria perece posible siempre y cuando se cumplan
una serie de condicionantes, como que se invierta en investigación agraria y
que los agricultores tenga acceso y apliquen las tecnologías más avanzadas,
pero todo esto sólo será posible si se dan las condiciones socioeconómicas
adecuadas, y posiblemente esto sea lo más difícil y complicado de resolver.
Según
Hafez Ghanem, Director Adjunto de la FAO, es necesario un marco
socioeconómico adecuado para hacer frente a los desequilibrios y desigualdades
y garantizar que todo el mundo tenga acceso a los alimentos que necesita y que
la producción alimentaria se realice de forma que se reduzca la pobreza y se
tenga en cuenta las limitaciones de los recursos naturales. Además de las
inversiones previstas en agricultura, son necesarias más inversiones para
mejorar el acceso a los alimentos (6). Y es que el hambre y la
mal nutrición pueden persistir a pesar de que haya un suministro total
suficiente de alimentos debido a la falta de oportunidades para los pobres y a
la ausencia de medidas protectoras sociales eficaces. Es lo que ocurrió durante
la crisis alimentaria de 2007/2008, en la que el hambre se incrementó de forma
extraordinaria a pesar de que la cosecha de cereales de 2008 alcanzó un máximo
récord. Ello constituye un claro recordatorio de que garantizar una oferta
suficiente de alimentos a nivel global, ya sea internacional o nacionalmente,
no asegura que todas las personas tengan suficiente para comer y que se elimine
el hambre. Esto es lo que llevaría a la FAO a señalar en 2009 (7)
que: la experiencia muestra que el crecimiento económico no garantiza por sí
sólo el éxito en la lucha contra el hambre. La lucha contra el hambre requiere
también unas medidas especificas y prudentes en forma de unos servicios
sociales extensivos que incluyan la asistencia alimentaria, la salud y el
saneamiento y la educación y la capacitación, prestando especial atención a la
población más vulnerable. Las políticas no deberán centrarse simplemente en
el incremento de suministros, sino también en el acceso de la población pobre y
hambrienta del mundo a los alimentos que necesitan para llevar una vida activa
saludable.
Los
gobiernos deberán fomentar mejores prácticas agrícolas, crear el entorno
comercial, técnico y normativo adecuado y fortalecer los sistemas de innovación
agrícola (por ejemplo, investigación, educación, extensión, infraestructuras,
etc.), con especial atención a los pequeños agricultores. Las políticas
deberían también abordar la reducción de la pérdida y el desperdicio de
alimento, -un reciente estudio de la FAO calcula que aproximadamente se
desperdicia un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano- con
el fin de limitar la necesidad de aumentar la producción y conservar los
recursos.
Aunque
el mundo cuenta con los recursos y la tecnología necesaria para garantizar la
seguridad alimentaria, no podemos olvidar que incrementar la producción de
cereales en 1000 millones de toneladas y la de carne en 200 millones de
toneladas por año hasta 2050, presenta retos muy serios, sin olvidar, por otra
parte, que muchos bancos pesqueros están sobreexplotados o en riesgo de
estarlo. Dado que la extensión de tierras agrícolas se prevé que aumente muy
poco, la producción adicional tendrá que provenir de una mayor productividad,
para lo que habrá que cambiar la tendencia actual en la que, si bien, los
rendimientos de los cultivos siguen creciendo, lo hacen a un ritmo más lento
que en el pasado. Este proceso de desaceleración del crecimiento ya lleva en
marcha algún tiempo. El rendimiento de los principales cultivos de cereales ha
disminuido de manera continuada y pasó del 2,3 % anual en 1960 al 1,5 % en
2000. Un reciente estudio de la FAO anticipa que el crecimiento de la
producción agrícola se reducirá a un promedio de 1,7 % anual en los próximos 10
años, frente a una tasa de más del 2 % anual en las últimas décadas.
El
incremento de la producción exigirá una cierta intensificación, pero es
imprescindible que se realice dentro de la llamada “agricultura de conservación”,
utilizando con la máxima prudencia todos los avances técnicos y gestionar los
recursos de manera sostenible. Como señaló Ángel Gurria, secretario general de
la OCDE, en la presentación del informe “Perspectivas agrícolas 2012-2021” de
la OCDE y FAO: el aumento de la productividad, el “crecimiento verde” y unos
mercados más abiertos serán esenciales para poder atender las necesidades
alimentarias y nutricionales de las generaciones futuras.
La producción
alimentaria: La agricultura del siglo XXI
se verá forzada a competir por las tierras -el informe de la OCDE-FAO
“Perspectivas agrícolas 2012-2021” indica que el 25 % de las tierras agrícolas
están altamente degradadas- y el agua con los asentamientos urbanos, cada vez
más numerosos, pero además también tendrá que atender otros frentes
importantes. Deberá adaptarse al cambio climático y contribuir a la mitigación
del mismo, ayudar a preservar los hábitats naturales y conservar la
biodiversidad, además de producir más materias primas para un mercado de la
bioenergía potencialmente enorme. Todo ello sin olvidar que alimentar de forma
adecuada a la población mundial también significa producir el tipo de alimentos
que faltan para garantizar la seguridad nutricional. Para responder a estas
demandas, los agricultores necesitarán nuevas tecnologías para producir y
emplearán menos tierra y menos mano de obra. La utilización de forma más eficiente
de los escasos recursos naturales y la adaptación al cambio climático serán los
principales retos de la agricultura.
El cambio climático: no
cabe duda que el cambio climático tendrá efectos negativos, más o menos graves,
sobre todos los componentes de la seguridad alimentaria, esto es, la producción
y disponibilidad de alimentos, la estabilidad del suministro alimentario, el
acceso a los alimentos y la utilización de los mismos. Sin embargo, las
repercusiones negativas del cambio climático no se repartirán por igual por
todo el globo. A pesar de que los países del hemisferio sur no son los
principales responsables del cambio climático, podría ser que fuesen los que
más pagasen sus consecuencias, mientras que otros, a corto plazo, podrían salir
beneficiados. Según sugiere la FAO (7) al realizar el balance de
las considerables pérdidas de unas regiones y los beneficios de otras, los
factores totales del cambio climático sobre la producción mundial podrían ser,
inicialmente, bastante reducidos, especialmente en el caso de los cereales. En
cualquier caso, si el cambio climático no se detiene tendrá un efecto
claramente negativo en la segunda mitad de este siglo.
Los agrocombustibles: El
aumento de la utilización de cultivos alimentarios en la producción de
biocombustibles puede afectar a la disponibilidad de alimentos y a la
estabilidad de los precios. Según la FAO, se espera que la demanda de materias
primas agrícolas para producir biocombustibles líquidos siga aumentando durante
la próxima década y quizás más adelante. Pronostica que la producción de
bioetanol y de biodiesel se doble casi en 2021, acaparando cada vez más caña de
azúcar, aceite vegetal, cereales en bruto y semillas oleaginosas e influyendo
sobre el precio de los alimentos. Las inversiones en investigación para el
incremento de la productividad podría reducir de manera significativa el efecto
negativo de la producción de biocombustibles sobre la disponibilidad de
alimentos.
Los recursos naturales: Una
gran parte de la base de recursos naturales (tierra, agua y biodiversidad) en
uso en la actualidad en todo el mundo muestran preocupantes signos de
degradación: agotamiento de nutrientes del suelo, erosión, desertificación, agotamiento
de reservas de agua dulce, desaparición de bosques tropicales y disminución de
la biodiversidad, son entre otras muestras de ello. No obstante, si tal
degradación se detiene o se frena de manera notable, la base de recursos
naturales debería ser suficiente para satisfacer la demanda en el futuro en el
ámbito mundial. Sin embargo, además de necesitarse programas de regeneración y
rehabilitación de tierras, deberá frenarse la sobreexplotación y la
contaminación al tiempo que promover prácticas de uso de la tierra más
sostenibles. La situación de la dispobilidad de los recursos de agua dulce es
similar a la de las tierras, es decir, a nivel mundial es más que suficiente,
pero está muy desigualmente distribuida, y cada vez hay más países o regiones
dentro de estos cuya escasez de agua alcanza niveles alarmantes. Cada vez es
más urgente la aplicación de estrategias que pro-muevan la conservación de los
recursos del suelo y el agua mejorando su calidad, su disponibilidad y la
eficiencia de su uso.
En
definitiva, aún hay recursos de tierras y agua suficientes para alimentar a la
población mundial en un futuro previsible, a condición de que las inversiones
necesarias para desarrollar estos recursos se lleven a cabo y se invierta la
tendencia de las últimas décadas al abandono de los esfuerzos en materia de
investigación agrícola y desarrollo. Si esto no se hace el potencial productivo
de la tierra, el agua y los recursos genéticos podrían seguir reduciéndose a un
ritmo alarmante, aún así el potencial para aumentar el rendimiento de los
cultivos, incluso con las tecnologías existentes, parece ser considerable.
La tecnología: Las
nuevas tecnologías agrarias deberán hacer frente al cambio climático y al
rápido incremento de la escasez de agua, estar adaptadas a las condiciones
locales y su utilización deberá ser tan amplia como sea posible con el fin de
mejorar la productividad y la ordenación sostenible de los recursos naturales.
Para lograrlo será imprescindible aumentar la inversión en investigación y
desarrollo agrícola mejorando el acceso de los agricultores a la información,
los servicios de extensión y la capa-citación técnica.
Habrá
que desarrollar sistemas agrarios con tecnologías mejoradas (variedades de
plantas, razas de animales, etc.), no sólo más productivos sino también más
adaptadas a la escasez de agua y a las nuevas situaciones determinadas por el
cambio climático, al tiempo que mejorar la gestión del agua y de los insumos
agrícolas mejorando la eficiencia en el uso de los fertilizantes y combustibles
fósiles. En este sentido puede ser muy importante incrementar la utilización
del nitrógeno fijado biológicamente. El freno a la deforestación y el fomento
de la agro-silvicultura para producir alimentos y energía, serán temas a tener
en cuenta. No se deberá desechar a priori ninguna técnica nueva, pero siendo a
la vez extraordinariamente exigente a la hora de evaluarlas para evitar
cualquier impacto negativo para el medio ambiente o la salud humana. Como dice
Hans Jonas hay que “actuar de forma que los efectos de la acción sean compatibles
con la pervivencia de una vida auténticamente humana en la tierra”. Se
trata de aumentar la producción de alimentos siendo muy cuidadoso con el medio
ambiente y evitar por todos los medios su destrucción, ya que de él dependemos
todos. Habrá que tener muy presente que la “producción de alimentos tiene
lugar en un medio finito que no se puede forzar”.
Si
bien la llamada agricultura ecológica parece estar llamada a jugar un
importante papel, especialmente en su vertiente conservacionista y en mercados
especializados o en zonas más o menos privilegiadas, no parece que pueda ser la
solución global como propugnan algunos ecologistas. Su capacidad para incrementar
la producción alimentaria es más limitado que el de la agricultura
convencional, no solo por el suelo que requeriría sino por la dificultad de
suministrarle los abonos orgánicos necesarios que exige esta modalidad de producción.
Sin embargo, la agricultura sostenible, también llamada “agricultura de
conservación”, se muestra muy prometedora para cumplir los objetivos de conservación
e incremento de la producción. Este es un método
que propone el uso prudente de hasta el último avance técnico y que para
la FAO comprende una serie de técnicas que tienen como objetivo fundamental
conservar mejorar y hacer un uso más eficiente de los recursos naturales,
mediante un manejo integrado del suelo, agua, agentes biológicos e insumos
externos. Sus principios básicos son la perturbación mínima del suelo; la
cobertura permanente del suelo; y la rotación de cultivos. La agricultura de conservación combina una
producción agrícola rentable con una protección del ambiente, y la
sostenibilidad; y se ha mostrado capaz de funcionar en un amplio rango de zonas
agro-ecológicas y sistemas de producción. Debido
a este potencial alentador la FAO promueve activamente la agricultura de
conservación, sobre todo en economías en vías de desarrollo y emergentes.
En
general, las explotaciones agrarias que utilizan esta técnica reducen el
consumo de combustible y disminuyen las emisiones de CO2 a la
atmósfera, al disminuir las labores (siembras directas) y el uso de maquinaria,
al tiempo que aumentan los niveles de retención de carbono en el suelo,
contribuyendo, con ello, a mitigar el cambio climático. Reducen la erosión y
contaminación del agua y suelo, aumentan la capacidad de retención de agua y
evitan escorrentías superficiales, al tiempo que mantienen la producción.
Entorno socioeconómico
y cambios de hábitos alimentarios:
Aunque, como hemos visto, parece que es posible hacer frente a la seguridad
alimentaria global en el horizonte del 2050, las mismas previsiones de la FAO (8)
indican que el mundo estará lejos de haber resuelto el problema de la
malnutrición de gran parte de la población. La desnutrición seguirá estando muy
extendida, aunque considerablemente en menor proporción que hoy, a menos que
los aumentos de la producción alimentaria vayan acompañados de medidas de los
gobiernos que garanticen y mejoren considerablemente el acceso a los alimentos
para las personas necesitadas y vulnerables.
En
cualquier caso, el crecimiento de la demanda de alimentos, aunque desacelerado,
continuará, debido, principalmente, no sólo a un ralentizado aumento de la
población, sino también a la mejora de los ingresos per capita, a la
urbanización en numerosos países en desarrollo y a la creciente utilización de
materias primas para biocombustibles.
La
mejora de la renta podría acelerar la diversificación de la dieta, que ya
comienza a observarse, en algunos países en desarrollo con descensos en el
consumo de cereales y otros cultivos básicos y aumento del consumo de
hortalizas, frutas, carne, lácteos y pescado, lo que podría hacer pensar que se
producirá una mejora continuada de la dieta. La realidad muchas veces dice otra
cosa. Si bien un mayor consumo medio de alimentos es positivo en aquellas
poblaciones que tienen déficit alimentarios, no siempre es así, como se puede
observar que ha ocurrido en muchos países desarrollados, donde la dieta se hizo
mucho más energética, aumentando el consumo de grasas, especialmente saturadas,
azúcar y sal y aparecieron deficiencias en fibra dietética, micronutrientes y
algunos fitoquímicos bioactivos importantes.
Esta
transición alimentaria que en un principio puede ser beneficiosa en situaciones
previas de subnutrición, suele ir acompañada de cambios en el estilo de vida
hacia hábitos más sedentarios, consecuencia de una rápida urbanización. Como consecuencia
de ello encontramos la aparición de problemas de salud relacionados con la
obesidad que conviven en estos países en desarrollo con los mayoritarios
relacionados con la desnutrición. Junto con la mejora en el acceso a los
alimentos los gobiernos deberían incluir programas de concienciación y
sensibilización de los consumidores acerca de la nutrición, promover una dieta
equilibrada y saludable y mejorar el bienestar alimentario.
La agricultura que se va y la
que viene
La
revolución verde, el motor del desarrollo agrícola en la segunda mitad del
siglo XX, parece que está llegando a su fin. Pero nadie puede negar que las
innovaciones tecnológicas ligadas a la revolución verde llevaron a aumentos
espectaculares de la producción que contribuyeron a mejorar el nivel de vida de
muchos agricultores, a la bajada de los precios de los alimentos, a la
abundancia alimentaria en occidente y en definitiva a reducir el hambre en el
mundo.
El
objetivo de la revolución verde era alcanzar la máxima producción por hectárea.
La tecnología se basaba en la utilización de semillas mejoradas por métodos
convencionales de selección y el uso intensivo de fertilizantes y agroquímicos,
que permitieran a las nuevas variedades expresar todo su potencial genético. La
adopción de las modernas variedades fue acompañada de un conjunto de
tecnologías que contribuyeron a reducir los costos de producción y a mejorar
los rendimientos, como entre otras, la utilización de maquinaria, la aplicación
de fertilizantes en relación con las necesidades del cultivo y del suelo, la
utilización de herbicidas, el control de plagas y más recientemente la mejora en
la eficiencia de los recursos hídricos.
Sin
embargo, en líneas generales el agua y el medio ambiente no se consideraban que
fuesen factores restrictivos. La consecuencia fue que para aumentar la
producción y controlar las plagas y enfermedades, se cometieron algunos excesos
en el empleo de fertilizantes y agroquímicos con el consiguiente daño al medio
ambiente. Esta agricultura fuertemente tecnificada, al tiempo que conseguía
aumentos espectaculares en la producción de alimentos, creaba nuevos riesgos, de
los que no se tenía conciencia ni se actuaba sobre ellos, todo en un ambiente
economicista de coste-beneficio muy racionalizado.
En la
revolución verde la tecnología procedía mayoritariamente de la investigación
pública, lo mismo que la divulgación, que era misión de los servicios de
extensión agraria. Los logros de la investigación eran concebidos como bienes
públicos, lo que facilitaba el acceso y la disponibilidad. Por ejemplo, el
germoplasma mejorado era facilitado por el sector público y difundido libremente,
de modo que los investigadores de otros países, lo mismo que las empresas
privadas, podían realizar las adaptaciones loca-les necesarias para poder ser
utilizadas por los agricultores y consumidores locales. En un principio eran
muy pocas las plantas en las que se centraba el esfuerzo de mejora (trigo,
maíz, arroz) para que produjeran más grano y respondieran a mayores niveles de
fertilizantes y agua; sin embargo, pronto se sumaron muchas más y ya no sólo se
buscaba el aumento de producción por hectárea sino también resistencia a
insectos y enfermedades, mayor tolerancia a condiciones físicas desfavorables,
menor tiempo de cultivo o mejor sabor y calidad nutricional. La producción de
pasto y la producción animal sufrieron en esos años una verdadera revolución.
En los
años 80 y 90 comenzaron a producirse fuertes debates sobre los daños
ambientales que podía producir este tipo de agricultura. El resultado fue un
consenso creciente de que los riesgos eran cada vez más reales y que había que
ponerles freno. Es también cuando se empieza a tomar conciencia del problema
del cambio climático y cuando aparecen los primeros cultivos transgénicos y los
alimentos funcionales. La sociedad en sus demandas alimentarias se va
afianzando en exigir alimentos seguros, de calidad e inocuos, al tiempo que
surgen nuevas demandas como el bienestar animal y los productos diferenciados.
En
este ambiente se celebró en 1992 la Conferencia sobre Medio Ambiente y
Desarrollo de las Naciones Unidas que concluyó que era necesaria una nueva
revolución verde basada en la idea de sostenibilidad, con objeto de mantener y
aumentar la producción sin los costos ambientales de la Revolución Verde. La
nueva agricultura, además de producir más, mejores y más variados alimentos, se
debería basar en tecnologías que generasen menos gases efecto invernadero,
usasen más eficazmente el agua, ocupasen básicamente la misma superficie de
tierra, respondiesen a nuevos estrés bióticos y abióticos provocados por el cambio
climático. El uso sostenible de la biodiversidad, de los recursos naturales y
el ahorro de energía es un objetivo en sí mismo. A la agricultura se le exige
no sólo productos más variados y de mayor calidad sino que también que sus
métodos de producción sean muy respetuosos y no dañen el medio ambiente. A este
nuevo concepto de agricultura sostenible se le une pronto una nueva revolución
marcada por la utilización masiva de las tecnologías de la información y
comunicación (TIC) y de la biotecnología. En la actualidad los sistemas de
innovación responden crecientemente a la demanda de las empresas, mientras que
en la época de la revolución verde estaban centrados en la oferta de la
investigación.
A
diferencia de lo que había ocurrido en la revolución verde, que fue impulsada
por la investigación pública, la revolución biotecnológica está siendo
impulsada en gran medida por el sector privado. Aunque la investigación pública
ha contribuido a establecer los principios científicos básicos en los que se
basa la biotecnología agrícola la mayor parte de las investigaciones aplicadas
y casi todo el aprovechamiento comercial están hoy a cargo del sector privado,
lo que representa un giro radical con respecto a la Revolución Verde. Esto,
como reconoce la FAO (9), junto con el reforzamiento del marco de la
protección intelectual, ha modificado profundamente el modo de suministro de la
tecnología a los agricultores. Las semillas mejoradas por la biotecnología
están protegidas por patentes. A medida que crece la importancia del sector privado
en este campo, los costos para tener acceso a estas tecnologías y poder
utilizarlas aumentan. La FAO (9) insiste en que, el desplazamiento
de la investigación agrícola del sector público al sector privado trasnacional
ha tenido consecuencias importantes para los tipos de productos que se crean y
comercializan. La investigación del sector privado se centra naturalmente en
los cultivos y características de interés comercial para los agricultores de
los países de ingresos más altos, con unos mercados de insumos agrícolas
desarrollados y rentables. Los bienes públicos agrícolas, incluidos los cultivos
y características de importancia para la agricultura de subsistencia en zonas
marginales, revisten poco interés para las grandes empresas trasnacionales. Lo
que lleva a la FAO (9) a preguntarse ¿Podrán aprovecharse los
países en desarrollo de los beneficios económicos indirectos que se derivan de
los cultivos transgénicos creados y comercializados por el sector privado?
La Revolución
biotecnológica, lo mismo que la Revolución Verde en su momento, encontró fuerte
resistencia por su supuesta agresividad al medio ambiente, aunque no a sus
productos mejorados, la Revolución Genética está suscitando preocupación entre
la opinión pública y tropezando con importantes obstáculos en el ámbito de la
reglamentación y los mercados, lo que representa un freno para su desarrollo.
Aunque se llegue a un acuerdo sobre cuestiones científicas o reglamentarias,
que parece que se está llegando, la ingeniería genética aplicada a la
agricultura y la alimentación no podrá obtener resultados satisfactorios si el
público no está convencido de su inocuidad y su utilidad. La ciencia no puede
declarar que una tecnología está completa y absolutamente libre de riesgos. La
sociedad tendrá que decidir cuándo y dónde la ingeniería genética es
suficientemente segura.
_______________________________
(1) Brasil degusta su triunfo
culinario. El País de 19 de Mayo de 2012.
(2) Historia de la
alimentación: Por una ampliación de las perspectivas. Jean-Louis Flandrin.
Revista d`historia moderna, Nº 6, 1987.Disponible en Internet.
(3) ¿Por qué comemos lo que
comemos? Entrevista a Patricia Aguirre. IntraMed. En <http://www. abcpediatria.com> Daniel Flichtentrei,
2006.
Citado por Entrena Duran (4).
(4) Globalización, identidad
social y hábitos alimentarios. Francisco Entrena Duran. Rev. Ciencias Sociales
119: 27-38. 2008.
(5) La McDonalización:
análisis de la expansión de un fenómeno social que afecta de forma directa a la
alimentación. María J. Sierra Berdejo y Rafael Díaz Fernández. II Congreso
Español de Sociologia de la Alimentación. Facultad de Farmacia, Vitoria-Gasteiz
14-15 de julio 2011. Disponible en Internet.
(6) 2050: un tercio más de
bocas que alimentar. Centro de Prensa FAO, 2009. Disponible en Internet.
(7) Como alimentar el mundo en
2050. FAO, 2009. Disponible en Internet
(8) La agricultura mundial en
la perspectiva del año 2050. FAO. Foro de expertos de alto nivel. Roma 12-13 de
octubre de 2009. Disponible en Internet
(9) El estado mundial de la
agricultura y la alimentación 2003 – 04. La biotecnología agrícola: ¿una
respuesta a las necesidades de los pobres?. FAO. Roma 2004.
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