jueves, 28 de junio de 2018

La matanza del cerdo

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LA MATANZA DEL CERDO



        La matanza casera del cerdo ha sido durante muchos siglos el medio indispensable que tenían las familias rurales para obtener carne, que además tenían que conservar y administrar para que les durara todo el año. Hasta tiempos relativamente recientes, en una economía rural de subsistencia, disponer de estas reservas cárnicas era no sólo muy necesario sino imprescindible. Los productos que se obtenían del cerdo (tocino, embutidos, chacinas, etc.) eran un pilar básico para la economía familiar. Del cerdo aprovechaban todo, desde la cabeza al rabo, desde las tripas a las patas, lo que unido a la facilidad de su cría explica el éxito de esta costumbre. “La matanza” constituía una fiesta porque era el avituallamiento de carne para todo el año. Cualquier percance que alterase el curso de cría, engorde, muerte y conservación de la carne del cerdo, constituía una muy grave desgracia para la familia. La muerte de un cerdo antes del sacrificio era una desgracia familiar.
          No es fácil determinar el origen de lo que se conoce como “la matanza”, aunque se sabe que ya los antiguos pueblos celtas de centro Europa la realizaban y en la península, a donde llegaron en el siglo VII a. de C. la practicaban estos, los celtiberos y los iberos, que ya conocían las técnicas de conservación mediante la sal y el humo. Así mismo los pueblos que fueron llegando después: fenicios, griegos, cartagineses, romanos y visigodos, todos consumidores de cerdo, siguieron practicando la matanza, unos en un principio, como rito sacrificial religioso y otros como simples consumidores de cerdo.
          La tradición de sacrificar un cerdo y preparar sus carnes para la conserva ha tenido desigual tratamiento a lo largo de la historia, ya que muchas civilizaciones consideraron este animal como impuro o como fuente importante de enfermedades. Así en el antiguo Egipto, donde se consumía cerdo en abundancia, pero sobre lo que hay cierta controversia, lo ideal para el sacrificio era esperar a la llegada del plenilunio, que es cuando se conmemora al dios Seth (1). Esta divinidad, según la mitología egipcia, se transforma periódicamente en un cerdo negro que devora a la luna. Según su tradición, en ese momento sacro era posible el sacrificio y consumo de cerdo, los demás días se le consideraba tan impuro que tan solo su contacto obligaba a bañarse en el Nilo buscando la purificación (2). En Grecia también era costumbre sacrificar los cerdos en honor de divinidades como Remeter, Cibeles, Marte o Poseidón, costumbre que durante un tiempo mantuvieron los romanos.
            En Roma, pasado un tiempo, el sacrificio del cerdo dejo de estar ligado al sacrificio religioso y como grandes consumidores de cerdo que eran organizaron la matanza y la venta de carne en las carnicerías, institucionalizando el oficio de carnicero y estableciendo pautas para el sacrificio de animales (no menos de cinco días para los cerdos) o recomendaciones del tiempo en que deberían estar en ayunas antes de la matanza. Se escriben entonces los primeros manuales sobre salazón del tocino y conservación de la cecina del cerdo. La primera receta sobre salazón de perniles de cerdo aparece en el libro "De re agrícola" de Catón el Viejo, que murió en el 149 antes de Cristo (2), seguidas en el siglo I por las de Columela para jamones y salazones que aparecen en el capitulo LII del Libro XII de sus Doce Libros de Agricultura. En el año 301 se publicaron las Ordenanzas de Tasas de Diocleciano, que reglamentan por primera vez la venta de carnes y productos cárnicos. Muchas de estas normas se han venido aplicando hasta no hace mucho tiempo.
         Durante el periodo visigodo o medieval, dada la afición de este pueblo al cerdo, no sólo continuó sino que aumentó su cría y sacrificio, tanto por las familias como por los más poderosos que sacrificaban varios cerdos al año que les habían cuidado los porqueros. En este periodo se suman a esta costumbre los monasterios, que crían sus cerdos con los productos de sus huertos. Una vez sacrificados elaboran chacinas con las que llenan las despensas, que luego consumirán los propios miembros del convento así como los caminantes o peregrinos que pasen por allí.
           Con la llegada de los árabes a la Península Ibérica quedo prohibido el consumo de cerdo, pues así lo prohíbe el Coran. Sin embargo, al principio de la dominación musulmana se le permitió a los cristianos (mozarabes) que siguieran con sus costumbres de cría, sacrificio y consumo de carne de cerdo. No obstante, con la paulatina arabización de los mozarabes, y sobre todo con la llegada de los intolerantes almorávides y almohades termino por desaparecer la cultura del cerdo en las zonas controladas por los árabes.
          Pero no toda la península quedo bajo el poder musulmán y allí donde este no llegó, como las montañas de Asturias se siguió consumiendo carne de cerdo obtenida de la matanza. Y conforme los reinos cristianos fueron avanzando y haciendo retroceder a los árabes, esta costumbre fue implantándose de nuevo. Con la conquista del Reino de Granada, último bastión del Islam en la Península Ibérica, los musulmanes que se quedaron, según la rendición firmada en las Capitulaciones por su rey Boabdil, que muy pronto no cumplirían los reyes castellanos, fueron obligados a renunciar a su religión y costumbres y a practicar las de los vencedores, entre ellas el consumo de la carne de cerdo públicamente (3), hasta el punto que tiempo después, la matanza del cerdo era considerada un símbolo de “cristiano viejo”. Alusiones a la matanza del cerdo se pueden observar en distintas iglesias y monasterios de la península (4): “el Panteón de los Reyes de la Colegiata de San Isidoro, en León; catedral de Gerona; pórtico del monasterio de Ripoll; iglesia de Campisábalos de Guadalajara, catedral de Ciudad Rodrigo, etc. El cerdo, en ocasiones está representado en iglesias junto con distintos instrumentos musicales, gozando esta manifestación de gran popularidad en la Edad Media. Posiblemente sea la gaita el utensilio más repetido; Asturias con Galicia, son las dos regiones que más y mejor expusieron esta costumbre”.
          Podríamos entonces decir que (1): “la tradicional matanza del cerdo, tal y como la conocemos hoy en España, proviene de los tiempos medievales y modernos, en los que hay que exaltar una forma de vida cristiana para no ser señalados por el terrorífico dedo de la Inquisición”. Aunque mejor que conocemos deberíamos decir que conocíamos, pues la matanza casera esta próxima a la desaparición.
             La matanza era una cultura de subsistencia, una forma de entender la vida, por muchas generaciones que la practicaron como un ritual heredado de sus antepasados (3). La matanza, unía a toda la familia, porque todos participaban en el laborioso y rápido proceso del despiece del cerdo y su transformación. A la matanza se invitaba a familiares y amigos porque se necesitaban muchas manos para tantas tareas y tenía lugar en los meses más fríos del año, usualmente en diciembre y enero. Nueve o diez meses antes se compraban uno o dos cochinillos (los machos se preferían a las hembras) según las necesidades y las posibilidades -alojamiento y comida para alimentarlos- con que contaba la familia, comenzando a continuación la cría y el engorde que culminaba con “la fiesta del sacrificio”. Su alimentación era sencilla, sobre todo para las casas de los agricultores, pues aprovechaban todos los residuos de la huerta como berzas, patatas pequeñas, restos de frutas, castañas, bellotas, etc, así como las sobras de las casas, que se conocía como “lavadura” (peladuras de patata o de frutas, restos de guisos, de verduras y cualquier otra cosa que hubiera sobrado de la comida o de su preparación). A todo esto se le podía añadir salvado o cualquier harina como la de cebada, centeno, maíz, etc. con lo que se preparaba “un amasado”. Esto y no otra cosa era lo que comían habitualmente los cerdos, por lo que alguna forma “reciclaban las sobras” de las casas. Cuando tenían 25 ó 35 kilos se “capaban” o castraban, ope-ración que realizaba un capador profesional, que solía anunciarse, como los afiladores, con un silbato.
             Cuando llegan los fríos del invierno, y el cerdo ya se ha hecho grande sobrepasando los 100 o 125 kilos de peso, es el tiempo adecuado para la curación del tocino, jamones, lacones, chorizos… por lo que se procede a planificar la matanza, a poder ser, en día fresco y seco, aconsejándose también el algunas zonas, como Galicia, tener en cuenta las fases lunares y así se recomendaba (5): "Se debe matar entre lunas porque la luna nueva cría bichos y la vieja hace menguar la carne". Lo primero es dejar al animal en ayunas, por lo menos 24 horas, para que tengan los intestinos limpios. Previamente se ha solicitado el permiso al ayuntamiento y se le ha comunicado al veterinario, pues el día de la matanza hay que tomar una muestra que analizara para determinar si el animal esta libre de triquinosis y es apto para el consumo. Si no es así, se procederá a la quema y entierro del animal.
            Todo dispuesto, se saca el cerdo de la cochiquera y se inmoviliza amarrándolo con unas cuerdas el hocico y las patas delanteras, dejando entre ellas la soga a una distancia corta para poder levantárselas y dejárselas inmovilizadas por detrás de la cabeza. Entonces, entre varios hombres lo levantan y lo colocan tumbado en la mesa de sacrificio. Entre todos sujetaban al animal mientras el matarife limpia el pescuezo y palpa la zona donde debía introducir el cuchillo, largo y estrecho, entre el final del cuello y el pecho del animal, para seccionar la yugular. Clavado el cuchillo la sangre, que ha de servir para elaborar las morcillas, fluye a borbotones sobre un barreño preparado al efecto donde, normalmente una mujer, la agita rítmicamente para que no se cuaje ni se formen coágulos. Una vez muerto el animal, debía haber salido toda su sangre ya que si parte de la misma quedara en su interior, podría provocar que tanto la carne como los jamones se estropeasen. Una vez que la sangre estaba fría se echaba en una olla y se dejaba a medio tapar.
            El paso siguiente es quitarle los pelos, lo que se hace con agua hirviendo que se echa por encima del animal a la vez que se pasa la hoja de un cuchillo como si se fuera a afeitar hasta dejarlo completamente limpio. También se le echaba agua hirviendo en sitios difíciles como las orejas y con un saco se frotaban fuertemente hasta que salían los pelos. Otro método, que se utilizaba en Galicia, era chamuscar la piel, por ambos lados del animal. Primero en la parte de arriba. Luego se le da la vuelta y se chamusca la parte de abajo. Se procedía entonces a limpiar la piel utilizando rasquetas y agua a presión.
           Una vez el animal bien limpio se le colocaba el “camal” -palo grueso con unas muescas en los extremos donde se cogían los tendones de las patas traseras- para colgarlo cabeza debajo de una viga. A continuación se abría en canal, desde el esternón hasta el pubis, con mucho cuidado para no perforar la capa muscular del abdomen, que de producirse percutiría el intestino y llenaría la cavidad abdominal con las heces del animal. También hay que tener cuidado con la uretra, para que no se mezcle la orina con la carne (2). Se procedía entonces al vaciado. Se le sacaban las tripas, la asadura, los riñones, el hígado y las mantecas para las morcillas. Una costumbre bastante extendida era retirar la vejiga para que los niños la hinchasen y jugasen con ella. Finalmente se tomaba una “muestra” de un peso mínimo de un gramo de los pilares del diafragma, en la zona de transición muscular y la parte tendinosa. También sirve una muestra de doble tamaño de la parte del diafragma situada cerca de las costillas o del esternón, de los maseteros, la lengua o los músculos abdominales. Esta “muestra” se llevaba al veterinario para que la analizara por si hubiese triquinosis.
            Las mujeres se encargaban de recoger las tripas para proceder a su lavado y que quedasen listas para hacer las morcillas y los chorizos, butifarras, etc. Mientras, a la canal del cerdo se le echaba agua fría para lavarla por dentro y a continuación se colocaba un palo de un lado a otro de la panceta para que quedara bien abierto y el frío de la noche facilitara la labor para el despiece al día siguiente.
           Una vez que el cerdo esta bien oreado se procede a despiezarlo, separando las distintas piezas según la costumbre de cada familia, que se pasaba de padres a hijos o generalmente siguiendo la costumbre implantada en la comarca y el tratamiento que van a tener después. Se separaban los jamones, las paletillas (lacones), las mantas de tocino, los lomos, la espina dorsal –que se hacía en trozos o espinazos-, las costillas, la cabeza, etc. Los demás huesos se partían y se conservaban en sal para las ollas o guisos (3).
           En el caso de jamones y lacones en Galicia (5): “se procedía a estrujar la pieza por su parte carnosa para dar salida a la sangre retenida en las arterias y se eliminaban las aponeurosis musculares para facilitar la posterior penetración de la sal. Posteriormente se procedía a la salazón de la pieza, restregando con fuerza la sal por su parte carnosa, principalmente, aunque también se frotaba la corteza. Terminada esa fase se llevaban los lacones o los jamones a un local fresco y se apilaban unos encima de otros y se cubrían de sal, permaneciendo allí en torno a un día por cada kilo que pesase la pieza. Finalmente se pasaban al local donde se realizaría la fase de curado. Los locales utilizados para tal fin debían estar resguardados de la luz, estar frescos y ventilados. En las zonas bajas de Galicia solía recurrirse a bodegas y en las zonas altas era típico meterlos en hórreos”. El tocino blanco y grueso se sala a la vez que los jamones.
          En otras zonas de España (2) los jamones se cubrían igualmente de sal gorda, prensándolos con dos piedras planas y pesadas y se dejaban tantos días más uno, como kilos pesasen. Pasados los días de salazón se lavaban, se les ponía pimienta molida y se dejaban orear (antes en el hueco de la chimenea). Pasado un mes, se cubrían con una mezcla de agua y pimentón, y ya se podían colgar en el granero. A veces se cubrían con una tela fina para evitar las picaduras de las moscas. Normalmente se dejaban secar dos años.
            Otras labores íntimamente ligadas a la matanza y por tanto formando parte de ella, eran la elaboración de embutidos de los que no podían faltar las morcillas, los chorizos o los chicharrones.
         Para finalizar, creemos que es interesante observar el curioso reparto de tareas que se daba entre los hombres y las mujeres (5). Los primeros se encargaban de matar, chamuscar, lavar y despiezar el cerdo, así como picar la carne y salar las piezas, las segundas, por el contrario lavaban las tripas y hacían los chorizos, los chicharrones y, en el caso de Galicia; las filloas de sangre.
           Como acabamos de ver la matanza rural no sólo era una necesidad sino también una costumbre muy arraigada, y en parte una fiesta familiar, que se fue manteniendo a duras penas y que hoy puede estar a punto de desaparecer. Las causas son muchas; la inmigración masiva del campo a la ciudad que se produce en la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo económico y consecuentemente la lenta desaparición de las economías de subsistencia y las cada vez más exigentes legislaciones al respecto. En el año 2007 entró en vigor en España la Ley 32/2007, para el cuidado de los animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio. Disponía la Ley que no se podía sacrificar el cerdo sin aturdirlo previamente. Quien mate el animal a cuchillo sin previamente aturdirlo con una descarga eléctrica será penado con una multa de hasta 600 €.
         Esto se entendió como una prohibición de la matanza, aunque las autoridades insistían en que esto no era así, y que únicamente lo que se perseguía era reducir el sufrimiento al animal; con este fin se permiten la muerte por asfixia por dióxido de carbono, la electronarcosis, (descarga eléctrica en la nuca) la percusión, (puntilla) y la pistola perforadora. Pero la realidad ha sido otra y prácticamente ha desaparecido la matanza popular, y la poca que queda se sigue haciendo al estilo tradicional, matando sólo con cuchillo. Pues en el entorno rural nunca se pensó que el sacrificio a cuchillo fuese una brutalidad, ya que se buscaba la eficacia y el menor dolor posible. Como dice la Asociación de vecinos del Vellosillo (2) la matanza hay que ponerla en el contexto concreto en que el cerdo es sacrificado: “El trámite desde la vida y hasta la muerte para el animal es gestionado con sumo cuidado por el matarife, más que nada porque el cerdo es alimento y garantía de viabilidad para muchas economías familiares del entorno rural, de ahí que sea considerado un tesoro”. “La mano sólida y curtida del profesional sujeta un cuchillo de entre 10 y 15 cm. La muerte del animal no es un fin en sí misma. En la práctica se busca lo mismo que en la esencia de este ritual gastronómico: la expiración del animal con el menor dolor posible”. 
          Hoy en algunas zonas hay una especie de sucedáneo de matanza, con fines turísticos comerciales, pero desprovista de la tradición, familiaridad, y abastecimiento necesario de la matanza original.

Referencias
(1) La matanza del cerdo en la historia. Que aprendemos hoy... 
queaprendemoshoy.com/la-matanza-del-cerdo-en-la-historia/

(2) Vuelve la matanza del cerdo. Descripción  detallada del...
asociaciondevecinosdevellosillo.blogspot.com/.../vuelve-la-matanza-del-...

(3) (PDF) La matanza en Gérgal La matanza del cerdo durante varios...juan López Soria,
www.gergal.net/tradicionesyvivencias/matanzagergal.pdf

(4) La matanza  en las antiguas civilizaciones - Soria - Goig
soria-goig.com/recetas/pag_0216.htm

(5) La matanza del cerdo en Galicia – Cerespain
www.cerespain.com/matanza-de-cerdo.html








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