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LA COCINA ÁRABE DE AL-ÁNDALUS.
El reino visigodo de la
Península Ibérica llegó a su fin a comienzos del siglo VIII con la invasión
árabe, algo parecido a lo que le sucedió a la Hispania romana con las
invasiones bárbaras. Lo que había sido una provincia romana, a excepción de una
pequeña parte del norte peninsular, pasó a formar parte como la provincia más
lejana y occidental de otro imperio, el califato de Damasco. Sin embargo, en
esta ocasión eran los invasores los que tenían una cultura más “refinada”, de
la que formaban parte las costumbres culinarias y gastronómicas. Para esta
nueva cultura la cocina es un arte, y la comida un regalo de Dios que hay que
usar con moderación y compartir con los necesitados. La comida es un elemento
de hospitalidad y socialización. Son ahora los invasores los que van a aportar,
y los nativos a aceptar, nuevos conceptos de refinamiento y voluptuosidad,
tanto en las costumbres como en la cocina.
No obstante, no debe olvidarse que en un principio los invasores no eran más de
cien mil, número muy inferior frente a los cuatro millones que podía alcanzar
la población de visigodos e hispanorromanos. Aún así, a finales del siglo VIII,
la mayoría de esta población se había convertido al Islam, los denominados
muladíes. Sólo unos pocos, principalmente en las ciudades, permanecieron
cristianos; los llamados mozárabes, que en general fueron respetados. De este
modo se fue formando en lo que se conocía como al-Ándalus una población muy
compleja. Entre ellos estaban los árabes, asentados básicamente en las
ciudades; los bereberes, mayoritariamente campesinos; los judíos; los íberos;
los suevos y los visigodos, que constituían la población autóctona; y,
finalmente, los esclavos que se fueron importando. Con la excepción de los
esclavos, al principio todos vivían en cierta armonía, respetándose las
costumbres y derechos. Esto fue así, por lo menos, hasta la llegada de los
almorávides (siglo XI) y los almohades (siglo XII), que impusieron sus ideas
religiosas fundamentalistas. Esta permisividad fue lo que permitió que entre
los mozárabes persistiese la cocina del cerdo y del vino.
A su llegada, los invasores sólo pudieron aportar la tosca cocina militar de un
ejército en marcha, que comía lo que encontraba o requisaba, muchas gachas de
cereal mal molido y carne asada en fuegos de campamento. Dado que eran minoría,
no les quedó más remedio que ir aceptando la cocina de los invadidos. Poco a
poco se fue imponiendo la gastronomía de origen bagdadí, influenciada por la de
la India y Persia, entre la que lo principal no era la prohibición coránica de
comer cerdo y beber vino, que por cierto, en lo que se refiere a esto último,
no parece que fueran muy rigurosos, por lo menos hasta el siglo XI. Si Eslava
Galán (1) está en lo cierto, parece indudable que los árabes disfrutaban del
vino, aunque la producción estaba principalmente en manos de mozárabes y las
mejores bodegas estaban en los conventos cristianos, a donde acudían los
musulmanes a beber y adquirir sus caldos. Por fuerza, en una situación como
ésta, el resultado tiene que ser lo que hoy llamaríamos una cocina de fusión,
pero con una importantisima influencia árabe.
Para comprender la cocina andalusí hay que analizar, en primer lugar, la cocina
del inmenso imperio árabe, que aunque no era uniforme sí tenía una serie de
rasgos que la caracterizaban. En la cocina árabe estaban permitidas todas las
mezclas de ingredientes, especias y hierbas aromáticas y se apreciaban las
comidas con muchas mezclas de sabores, como el agridulce. Según un manuscrito
del siglo XIII (2): "El conocimiento del uso de las especias es la base
principal de los platos de cocina, porque son el cimiento del cocinar y sobre
él se edifica...". Se preparaban carnes, incluidas las de ave, con salsas
a base de ajo y queso, sazonadas con vinagre y espacies, como pimienta, clavo,
nuez moscada, azafrán y cilantro. A estas carnes se les podía añadir miel o
azúcar y toda clase de frutas: pistachos, piñones, almendras, ciruelas,
dátiles, manzanas, membrillos, higos, naranjas, cidra, etc. El gusto por los
lácteos, los dátiles, la carne grasa de cordero y la joroba de camello, indican
que no sólo persistían los gustos de los palacios persas, sino también los de
los beduinos anteriores a la expansión del imperio.
La carne de los animales jóvenes cebados, asada o frita en mantequilla o
aceite, era muy apreciada en los palacios persas. En los califatos se cocinaba
con la grasa que tienen los corderos detrás de sus colas, como se deduce de las
indicaciones del libro de cocina bagdadí Kitāb al tabīkh. El secado, facilitado
por el clima imperante, era la forma más sencilla y corriente de conservar la
carne y las frutas, mientras que el pescado básicamente se salaba o se
conservaban en baños de salmuera con plantas aromáticas. Para preservar los
productos del aire se cubrían con grasa, miel o azúcar. Con la leche se hacía
queso o mantequilla.
Los campesinos, más que pan, comían sopas, gachas y tortas. Su cocina era pobre
y monótona, en contraste con la rica y variada de la aristocracia, que buscaba
en ella tanto el placer como la salud.
La especificad del arte culinario árabe hay que buscarlo en los ingredientes y
sus combinaciones, las cocciones, los sabores y las consistencias (3), sin
olvidar que las diferencias entre las ciudades y el campo eran muy grandes. En
la cocina de los pobres, como la pimienta y otras especias eran caras, se
utilizaban especias y hierbas locales: ajo, laurel, perejil, hierba buena,
hinojo, tomillo, romero y azafrán. Según los autores clásicos de la cocina
árabe, los ingredientes se componían de (3) perfumes, frutos secos, frutas
frescas, azúcar y miel, estimulantes, granos, plantas y hortalizas, sal,
pimienta, cilantro, comino, alcaravea, jengibre, vinagre y productos lácteos.
Finalmente estarían el vino espesado al sol y los colorantes, azafrán y
espinacas.
Se consideraban perfumes el almizcle, el ámbar, el agua de rosas, el azafrán,
la canela, la galanga, el clavo de olor, la almáciga, la nuez moscada, el
cardamomo y el macis (cáscara de la semilla de la nuez moscada). Los frutos
secos estaban formados por dátiles, uvas pasas, almendras, nueces, avellanas,
piñones y pistachos. Las frutas frescas las dividían en ácidas y dulces; las manzanas
corresponderían a las primeras y las granadas a las segundas. Entre los
estimulantes estarían el morrî y el bunn. El primero es un
alimento fermentado que recuerda al garum romano, en el que poco a poco
se fue sustituyendo el pescado por el cereal (cebada molida envuelta en hojas
de cabrahígo y fermentada al sol); el segundo eran posiblemente bayas de
cafeto. Los granos de cereales y leguminosas se añadían a los platos para
aumentar la consistencia. Entre las plantas y las hortalizas citan la cebolla y
el ajo, el puerro, el apio, el cilantro fresco, la menta, las hojas de naranjo
amargo, el tomillo y la mejorana, las bayas de zumaque, el eneldo, así como las
zanahorias, las coles y las espinacas. El vinagre, junto con el agraz, los
jugos de cítricos y de frutas agrias, se utilizaban como acidificantes para
marinar carnes y pescados, para elaborar salsas y para confitar aceitunas,
alcaparras y diversas verduras. Puede sorprender el abundante uso del vinagre,
ya que no deja de ser un derivado del vino, prohibido en el Islam.
La leche, la mantequilla y los fermentos lácteos en general eran muy utilizados
y valorados en el mundo musulmán. La leche preferida era la de cabra, que se
solía tomar cuajada con cuajo de cabra, a veces con miel. El queso o el
requesón eran muy familiares y el consumo de queso frito bastante habitual. La
mantequilla, a veces elaborada con sal, normalmente era en conserva, fundida y
clarificada. La leche fresca servía para cocer arroz. Los huevos eran un
alimento común entre los andalusíes, ya fueran fritos, en forma de tortilla,
cocidos o al plato. En algunos casos se prefería dejar los huevos medio
cocidos. La leche agria formaba parte de numerosos platos, igual que los
quesos, frescos o secos, que además de aportar sabor, servían para ligar
ciertos platos, lo mismo que los huevos.
En las cocciones árabes las grasas tenían un papel muy importante. Para freír
recomendaban grasas con fuerte sabor, como la que se encuentra en el rabo del
cordero o la de riñonada. También utilizaban las de otras partes o de otros
animales. Pero la grasa más utilizada era el aceite de oliva. Había distintas
calidades de aceite de oliva, que dependían de la cosecha, de la variedad de la
aceituna, de la acidez y de las técnicas de elaboración. Básicamente se
distinguían tres calidades: el de primera trituración y decantación, llamado
“aceite de agua”; el de prensa o “aceite de almazara”, y el de segunda prensada
después de regarlo con agua hirviendo o “aceite cocido” (1).
En al-Ándalus gustaba el pan elaborado con la mejor harina de trigo duro. Sin
embargo no todos podían acceder al mejor pan, hasta el punto que el tipo de pan
que se consumía podía determinar la clase social a la que se pertenecía. La
gente acomodada consumía al-darmak, elaborado con la mejor harina de
trigo, que era muy blanco. La segunda clase de pan se denominaba al-smid,
o pan amarillo y se elaboraba con otro tipo de trigo. Una tercera clase de pan
de trigo era el al-hawari o al-madhun. Muy popular era el conocido
como al-haskar, o pan rojo, que era el peor, aunque también se elaboraba
con harina de trigo, y su tonalidad era rojiza (4). A veces el pan tenía
añadidos de uvas pasas, nueces, comino, azafrán u otros productos. También se
elaboraba pan, propio de las clases humildes, con harina de centeno, de cebada,
de mijo, incluso entremezclando los ingredientes: harina de leguminosas, de
castañas, y de bellotas. En épocas de hambruna se panificaba cualquier cosa que
se pudiese reducir a harina: mijo, alubias, habas, arroz, incluso garbanzos y
bellotas. Era muy popular entre la gente humilde el “paniaceite”, esto
es, el pan con aceite, que si se le añadían manzanas agrias con miel o azúcar
se convertía en un dulce bocado exquisito.
Con harina de trigo elaboraban pastas. Una de ellas eran los fideos, que
preparaban a base de una masa fluida de harina y que posteriormente pasaban por
un colador, presionándola hasta que se formaban los fideos a través de los
agujeros, secándose después al sol (2). Estos fideos se cocinaban con carne de
cordero, o bien con leche y miel a modo de postre. Otra pasta eran los
macarrones. Pero la manera más apreciada de utilizar la harina de trigo era
como sémola para el famoso cuscús, plato de origen bereber, introducido por los
almohades en el s. XIII (2).
Las sopas eran muy variadas y admitían gran variedad de ingredientes, entre los
que eran habituales las verduras y la carne picada. Se solían espesar con
harina, arroz o alguna legumbre y ligarlas con huevo. Las gachas formarían
parte de este tipo de platos y se confeccionaban con sémola, miga de pan o
granos desleídos en caldo, o en su defecto algo de manteca rancia, leche o
agua. No era raro completarlas con carne triturada o pescado y, en su caso, un
chorrito de vinagre para neutralizar el efecto del exceso de grasa.
Junto a las sopas de pan, el cuscús o alcuzcuz, el plato de origen bereber
elaborado con sémola de trigo duro, cocida al vapor y acompañada de distintos
ingredientes a base de carne de cordero o pollo, legumbres, verduras y especias
variadas, alcanzó una extraordinaria popularidad en al-Ándalus a partir del
siglo XII. Al reino nazarí de Granada llegó de Sudán el alcuzcuz en su forma
más elaborada, o sea, una pasta de harina y miel cocida al vapor hasta formar
grumos consistentes. Este plato complementaba diversos guisos de carne (1). El
cuscús aderezado con manteca y aromatizado con nuez moscada, canela y nardo,
servía para rellenar corderos antes de enviarlos al horno para asarlos. Aunque
eran muchos los platos de cereales, hay uno que caracteriza a la cocina
andalusí: el arroz, que preparaban en grandes cazuelas a fuego lento y también
al horno con pescado o carne, perfumado con especias. El arroz cocido en leche
con azúcar y canela es el origen del “arroz con leche”.
Junto con las harinas de cereales, las leguminosas (garbanzos, lentejas y algo
menos las habas y los altramuces) jugaban un papel muy importante en la
culinaria andalusí. Un guiso popular de garbanzos consistía en (1) “macerar
tacos de carne de cordero en un escabeche de agua, aceite, vinagre y especias
y, al cabo de unas horas, ponerlo a hervir a fuego lento con garbanzos
remojados. Media hora antes de retirar el guiso del fuego se le añade un majado
de ajo, alcaravea, pimienta y cilantro”. El garbanzo entraba en el alcuzcuz
(cuscús), el plato de sémola de origen bereber, y las lentejas en la sopa “harira”
del Ramadan, que además llevaba carne, caldo, mantequilla, azafrán, jengibre,
cilantro, perejil, sal y pimienta, y se le podía añadir pasta. Las lentejas
admitían el mismo tratamiento, pero se adobaba con cebolla, comino y tamarindo.
Las habas se consumían verdes, guisadas o fritas, en temporada, y el resto del
año ya secas, en forma de potajes y purés. Éstas eran buen acompañamiento para
platos de cordero. En muchos casos, la gente humilde se conformaba con nutrirse
con habas cocidas en agua.
Con la llegada de los árabes las verduras se hicieron imprescindibles. Sin las
verduras, bien solas, en sopas, o acompañando a carnes o pescados, no se puede
concebir la cocina andalusí. Los libros de cocina de los siglos XII y XIII les
reservaban un lugar de honor. Entre las más prestigiadas estaban las
berenjenas, seguidas de las espinacas, que entraban en muchos platos. Entre las
raíces, la zanahoria y el nabo son las que más se citan. Las zanahorias, además
de cómo acompañante de numerosos platos, también se consumían solas, en
rodajas, fritas con un poco de aceite y aderezadas con un aliño de vinagre, ajo
y alcaravea. La coliflor se cita tanto como la col. La lechuga se combinaba con
la carne. La cebolla era un ingrediente básico y se puede decir lo mismo del
ajo. El puerro tiene a veces el mismo uso que la cebolla. La calabaza ocupa un
lugar destacado. El pepino y el melón entraban en bastantes platos de verano.
Los espárragos constituían un delicado acompañamiento de la carne, y las
alcachofas, que a veces se confunden con los cardos, eran muy demandadas. Se
comían algunas setas, en particular las trufas blancas y negras. También habría
que citar entre las hierbas que realzan el sabor de los platos el hinojo, el
apio, el apio silvestre y el perejil.
Las verduras estaban entre los alimentos más elaborados y consumidos en la
cocina andalusí, hasta el punto de que un elevado consumo de verduras y de
frutas, frescas y secas, era tan andalusí que el posterior tribunal del Santo
Oficio “descubrirá al moro” reincidente por la afición al consumo de vegetales
(5). Éstas se cocinaban a modo de purés untuosos, asadas, guisadas, en
ensalada. La alboronía, el guisado mozárabe de berenjena, cebolla, ajo y
calabaza se puede considerar como el precursor del pisto manchego. Las
ensaladas, a base de lechuga, berros, jaramagos y toda clase de plantas
comestibles silvestres, se aderezaban con aceite de oliva y se acompañaban de
aceitunas, ya fueran verdes previamente maceradas en salmuera con hierbas
aromáticas, o negras (2). Era costumbre añadir a cualquier estofado de verduras
un puñado de piñones y otro de pasas. Muchos platos de carne estaban cocinados
con verduras o frutas, como por ejemplo una receta hecha de manzanas y
berenjenas u otra con nabos, manzanas y pasas.
Las recetas de carnes de carnicería, de aves y de caza son muy abundantes en
los recetarios árabes. Se preferían las carnes grasas y tiernas, siendo las más
consumidas las de cordero. La carne de cabra era menos estimada y por la de
vacuno no mostraban especial predilección. Les gustaba la caza, en especial el
venado. El conejo, en principio no muy aceptado por los árabes, comenzó a ser
muy estimado con la llegada de los bereberes procedentes del Magreb. Pero por
lo que mostraban una especial predilección era por las aves, las gallinas,
gallos y pollos si están cebados son los mejores. También eran apreciados los
pichones, los patos y las ocas. Las perdices, los francolines y las codornices
eran muy elogiadas. También se consumían tordos, mirlos, estorninos, etc. Las
clases humildes solían comer tripas, hígado, corazón, páncreas, bazo, sesos,
etc., que cocinaban de diversas formas. Las cabezas de cordero, sin embargo, se
consideraban un manjar exquisito.
La carne la preparaban de muy diversas formas: guisada, asada o frita. En los
guisos los acompañantes de la carne eran muy variados, con dos tendencias
dominantes: la oriental con predominio de almendras, pistachos, ciruelas,
dátiles, trufas y alguna que otra fruta como membrillos, manzanas o cidra; y la
tradición bereber, que se caracterizaba por el uso de hinojo, espinacas,
berenjenas, acelgas e incluso melón y pepino. En ambas tendencias el
aromatizado y el especiado eran fundamentales. Para impregnarlas de sabores y
aromas, se marinaban crudas o cocidas. Las marinadas en general contenían
vinagre, leche agria y morrî, aunque el uso de esta última salsa fue
decayendo hasta casi desaparecer, dejando paso a la pimienta. En las marinadas
de vinagre no podía faltar el ajo, el cilantro o la cebolla. El exceso de
acidez se corregía con azúcar, aunque también con miel o mosto condensado,
consiguiéndose así el deseado sabor agridulce.
Lo más habitual era que la carne se cociese en ollas con sal, verduras (col,
coliflor, nabos, cebollas, etc.), plantas aromáticas y especias (cilantro,
pimienta, canela, clavo, nuez moscada, jengibre, etc.), así como con otros
ingredientes muy variados y diversos. Las verduras se introducían en el momento
oportuno, según la especie y el fin buscado. Para aumentar la consistencia del
plato se le solía añadir alguna legumbre como guisantes, lentejas o habas y a
veces arroz y pasta. Las almendras, nueces y avellanas trituradas o picadas
servían también para modificar la consistencia de los platos. Era también muy
popular guisar la carne con trigo. Este es el caso de la harîsa, que
llegó a ser uno de los platos más populares de al-Ándalus. La harîsa era
un guisado de trigo y carne picada (carnero o pollo), con una salsa de la grasa
que hubiera a mano (manteca o mantequilla) espesada con harina. También se
hacía con miga de pan blanco o sémola expuestos al sol y fermentados (1). Las
recetas de carne asada eran poco numerosas, aunque sí se asaba al carbón y
también se freía en grasa o aceite. No obstante, era muy apreciado el asado de
carnero con puré de membrillo y una salsa en la que entraba la alcaravea,
cilantro, cebolla, vinagre y agua. Antes de servirla se espesaba con huevos y
se espolvoreaba con pimienta y azafrán. La mayoría de los platos se elaboraban
con carne troceada de pequeño tamaño, entre los que podíamos citar al popular jamali
de cordero o vaca. Este plato se maceraba en aceite, vinagre, morrî,
comino y pimienta, al que luego se le añadían hojas de cilantro y un majado de
almendras y se cocía a fuego lento, para que quedase dorado y con poca salsa.
Al final de la cocción se añadían huevos batidos y una pizca de azafrán y
canela (1), y los famosos “pinchitos” de cordero lechal cebado, a los que se
les añadía sal, pimienta y cilantro seco, mezclado con jugo de cebolla picada y
un poco de aceite y agua (4). También abundaban las recetas de carne picada o
triturada en mortero, con la que se hacía, además de la harîsa, las
popularísimas albóndigas y los rellenos, así como salchichas, que una vez
mezclada la carne (cordero o vaca) con grasa, sal y especias, se embutían en
tripas de cordero.
Las aves, tanto las domésticas como la de caza (pájaros, perdices, faisanes,
codornices, etc.) se cocinaban cocidas, estofadas, en adobo, fritas, salteadas
o guisadas con azafrán, miel y canela. El pollo se hervía en agua y vinagre y
se servía cubierto de una salsa de morrî, cebolla, especias y miel. Con
el pollo, o cualquier otra ave de su tamaño, se preparaba el “zirbaya”,
para lo cual después de bañar el pollo en una salsa de aceite, vinagre,
pimienta, canela, azafrán y sal, se ponía a asar lentamente, y cuando casi estaba
hecho se embadurnaba con otra salsa a base de agua de rosas, almendras
machacadas y algo de azúcar. Especial mención requiere el pollo cocinado en
sirope de manzanas acidas y especiado con azúcar, canela y jengibre (1). En
general, todas las aves se asaban en espetones, pero ésta era una técnica
especialmente aplicada a los pájaros y pichones. Las aves se rellenaban más a
menudo que las carnes de carnicería. Con la codorniz, la perdiz y la paloma se
preparaban pasteles o una especie de empanadas con sus carnes troceadas,
huevos, almendras, canela y miel. En los banquetes de los más poderosos no
faltaban hígados de pato cebados con ajonjolí y gachas de harina. Los conejos
se preparaban asados al horno con relleno de pan y especias. Cuando la carne no
se consumía fresca, se conservaba, bien curada con sal y especias y puesta a
secar, o bien se maceraba con grasa y se ponía al fuego y se guardaba
herméticamente en vasijas de barro.
El pescado, aunque no tan apreciado como la carne, formaba parte importante de
la gastronomía andalusí. Las primeras referencias al escabeche como conservante
junto con una serie de recetas para cocinar el pescado, aparecen en un
manuscrito anónimo del siglo XIII traducido como La cocina hispano-magrebí en
la época almohade (6). El pescado se preparaba de variadas formas: frito en
aceite de oliva, a la parrilla, al horno, relleno con una farsa a base de miga
de pan, almendras, nueces, hierbas aromáticas y especias; guisado con nabos o
escaldado en agua y poniéndolo a continuación en una cazuela de barro con un
poco de aceite, vinagre y jengibre; en escabeche, esto es, en adobo a base de
vinagre y especias (2), y con almori, en este caso una pasta elaborada
con harina, miel, sal, uvas pasas, avellanas y almendras trituradas. Con
pescado se hacían albóndigas, salchichas y una especie de croquetas o pasteles.
Para hacer estos pasteles se hervía el pescado, y una vez retiradas las
espinas, se amasaba con harina de trigo y se aromatizaba con pimienta, menta y
cilantro; se le daba forma de pez, se rebozaba y se freía. Los pescados
preferidos eran los salmonetes, la sardina, los boquerones o anchoas, la
caballa y el atún. También se consumía mucha pescadilla, merluza, mujol y
bonito, además de especias fluviales como salmón, trucha o esturión. Pero
posiblemente el más estimado era la anguila, considerada como un pez de carne
suave y untuosa que primero se cocía y luego se llevaba a dorar al horno
comunal. Por supuesto se preparaban platos con mariscos como almejas, cangrejos
y otros. Algunos pescados se conservaban aplicándoles sal, quitándoles las
espinas y exponiéndolos al sol; otros se maceraban en sal y vinagre y se comían
fríos (escabeches), y otros servían para hacer un tipo de salsa morrî.
Posiblemente sea la repostería y la pastelería andalusí la especialidad
culinaria que más ha influido en la gastronomía española. La mayoría de los
pasteles se elaboraban con una cierta limitación en el uso de harinas y huevos
y cierta abundancia de frutos secos: almendras, piñones, dátiles, nueces,
pistachos, etc., que se ligaban con miel o azúcar y se aromatizaban con
variados productos: canela, azafrán, anís, semillas de sésamo (ajonjolí), agua
de azahar y de rosas, etc. La masa o pasta resultante o se horneaba o se freía.
Se elaboraban todo tipo de buñuelos con una pasta muy blanda, casi líquida, a
base de harina, agua hervida y aceite, pudiéndosele añadir leche, y dejarlos
fermentar o no. Después de freírlos en aceite se les añadía azúcar o se bañaban
en miel. A este tipo de dulce correspondería el al-sababik, de distintas
formas, calidades y sabores. El al-sababik se elaboraba con harina,
azúcar, almendras y especias aromáticas para embadurnarlos con miel después de
freírlos en aceite. Las almojábanas (el al-muyabbanat), que llegaron a
ser muy populares en al-Ándalus, se preparaban como los buñuelos, pero rellenos
con queso blando. A estos dulces habría que añadir las frutas de sartén y algún
tipo de pestiño o de bizcocho. Otro grupo de dulces muy característicos de la
culinaria andalusí eran los mazapanes, turrones, merengues y caramelos blandos
y duros. Con almendras trituradas y azúcar se fabricaba una pasta (lawzinadj),
un tipo de mazapán. En general, las materias primas eran, a parte de la miel y
el azúcar, almidón en polvo, aceite, frutos secos de corteza dura, a veces
huevos y/o leche y, a menudo, productos aromáticos y especias. Para acompañar
los dulces se tomaba un té caliente a la menta. No deja de sorprender que todos
estos dulces, con muy poca variación (únicamente, en algún caso, el empleo
actual de manteca de cerdo), han llegado hasta nuestros días como (2) el alajú,
el guirlache, los turrones, el mazapán, los alfajores, los pestiños... y dentro
de las frituras o frutos de sartén los almojábanas, buñuelos, rosquillas,
churros o "jeringos"…; y un sinfín de postres más.
La combinación de azúcar y frutas para hacer siropes, jaleas, mermeladas,
almíbares o jarabes que se preparaban para el consumo familiar, llegaron a
tener extraordinaria importancia en la gastronomía andalusí. Con fruta y azúcar
se fabricaba pasta de manzana, carne de membrillo y de nuez verde. En almíbar
se conservaban granadas, manzanas, uvas, higos, bellotas, castañas y calabazas.
De frutas se obtenían zumos y refrescos. De estos últimos eran muy
prestigiosos, no sólo en el mundo árabe y andalusí sino también entre los
viajeros cristianos europeos, los siropes y sorbetes elaborados con distintas
frutas y azúcar, a los que, a veces, añadían hielo picado. También disponían de
horchata de chufas, de almendra y de avena o avanata, y entre los zumos
eran preferidos los de granada, limón, sandía. Se elaboraban gran cantidad de
bebidas y refrescos a partir de frutas, miel, azúcar, caña de azúcar, azahar y
otras especies aromáticas. El arrope o rubb, es decir, mosto concentrado
por cocción que se consumía en gran cantidad mezclado con agua, servía para
hacer licores varios, entre ellos el jamguri aromatizado con especies y
mostaza, con canela, naranja y anís. Otro mosto popular (1) se adobaba con la
cocción lenta de miel, harina, almendra molida y peladuras de cítricos.
Quizá convenga recordar que de Bagdad no sólo llegó un gran número de recetas,
sino también el orden de servir los platos. Primero las sopas o los potajes, a
continuación el pescado, las carnes y las aves y, al final, los dulces.
Para concluir, decir que en nuestra cocina actual abundan los recuerdos de la
época musulmana. Platos con condimentaciones que a primera vista hoy nos
parecerían incompatibles, como la acumulación de sabores que combinan lo suave,
lo graso, lo dulce y lo salado, con consistencias espesas -ni demasiado líquida
ni demasiado sólida- con sabores fuertes y platos muy cocidos. La realidad es
que nos ha llegado, y se ha aceptado, el uso de los condimentos con multitud de
especias y plantas aromáticas, sabores dulces en platos salados a través del
empleo de frutos secos como almendras, castañas, piñones, etc. y frutas secas
como higos, ciruelas y pasas, o la miel en el guisado de carnes o pescados.
Observando nuestra culinaria actual es fácil deducir que hay platos cuyo origen
se encuentra en la cocina de al-Ándalus, como por ejemplo (5):
- El cocido en los que se
mezclaban verduras, carnes y legumbres.
- Las albóndigas y empanadas
que servían para aprovechar la carne.
- Las gachas, hechas sobre
todo con harina de garbanzo.
- Las migas hechas de trozos
de pan sobrantes.
- Los escabechados con
vinagres y plantas aromáticas.
- Los fritos, tanto en lo
referido a pescados y carnes, como a las llamadas frutas de sartén: buñuelos,
churros, pestiños, roscos de huevo, piñones, etc.
- Las salazones, ya con
tradición, mejoraron considerablemente.
Referencias
(1) Juan Eslava Galan. Tumba ollas y
hambrientos. Plaza y Janés, S. A. 1999.
(2) Inés Eléxpuro y Margarita Serrano.
Al-Andalus magia y seducción culinarias. Inst. Occidental de Cultura Islámica.
Publicación digital Islam y Al-Andalus. 2008
(3) B. Rosemberger. La cocina Árabe y su
aportación a la cocina europea. Historia de la alimentación, Jean-Louis
Flandrin y M. Montanari. Ed. TREA S.L. 2004.
(4) Ahmed Tahiri. Las clases populares en
Al-Ándalus. Sarria (Malaga), 2003.
(5) J. Fernández Bustos y J. L. Vázquez
González. Herencia de la cocina andalusí. Fundación al-Ándalus. 2001.
(6) José Manuel Lamas. La alimentación española
antes y después del descubrimiento de América. Geología, historia y antropología.
2011. en Internet.
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