3
LA COCINA FENICIA Y
CARTAGINESA.
Los fenicios, oriundos de un pequeño
país costero de unos 40 x 300 km situado en áreas de lo que hoy es Israel,
Siria y Líbano, llegaron a alcanzar una extraordinaria importancia entre los
pueblos de la antigüedad, como consecuencia de su actividad comercial y
colonizadora. Mantuvieron intensas relaciones con los imperios de la zona
mesopotámica y con el Egipto de los faraones, trasmitiendo estas culturas y
tradiciones entre la que no podía faltar la cultura alimentaría. Su expansión
por el Mediterráneo occidental, ya como Cartago, terminó chocando con Roma. Los
fenicios llegaron a la península ibérica por intereses comerciales, en especial
en busca de metales con los que comerciar como el cobre y la plata. En el siglo
VIII a. de C. ya habían establecido numerosas factorías en las costas
meridionales pero su influencia se dejo sentir también en el interior, donde es
posible que existiesen establecimientos mixtos íbero-fenicios. Con los fenicios
la pesca y las salazones alcanzaron un gran desarrollo. Estas colonias eran
independientes entre si formando ciudades-estado. Los cartagineses, que eran
fenicios del norte de África, mantenían muy buenas relaciones con las colonias
fenicias del sur de la península, con las que estaban aliados. Ocuparon el sur
peninsular que monopolizaron desde mediados del siglo VI a. de C. después de
derrotar a los griegos que se habían establecido poco después que los fenicios,
principalmente, en la costa del Mediterráneo norte.
De la gastronomía o culinaria púnica, esto es como preparaban los alimentos,
realmente se conoce poco, a pesar de que era apreciada en la antigüedad y
gozaba de prestigio. No es el caso de la dieta, bien conocida, que basaban
principalmente en los cereales y leguminosas y, como expertos navegantes que
eran, en los productos que les ofrecía el mar. La influencia fenicia o
cartaginesa en la alimentaria ibérica, queda claramente reflejada si pensamos
en los productos por ellos introducidos, entre otros, los garbanzos, la vid,
las granadas, los higos, el olivo, la almendra, etc., y sobre todo, las
salazones. Sin embargo, no hay porque imaginarse la alimentación y la cocina de
los establecimientos fenicios en occidente, esto es en las colonias, como una
replica exacta de las de su “origen oriental”. No parece caber duda de que la
“cocina” originaria fenicia sería la que gozaría de más prestigio y que
representaría mejor a la clase dominante, que conviviría con “otra de las
clases menos favorecidas que estaría más influenciada por las costumbres
locales, con la que se intercambiarían “recetas”.
Al igual que en el área fenicia de origen, los cereales, principalmente trigo y
cebada, suponían el principal alimento en las colonias de occidente. Los
cereales y las grasas (aceite) eran de consumo básico diario. Si bien el trigo
era el cereal que gozaba de más prestigio y era la parte fundamental de la
dieta púnica, en la fenicia peninsular el más consumido era la cebada. El trigo
y la cebada no tenían la misma apreciación social. El trigo era más valorado
que la cebada y el utilizado preferentemente para la elaboración de panes,
mientras que la cebada, que no sirve para panificar, se utilizaría para hacer
gachas, tortas, sopas, etc., En cualquier caso, estos dos cereales podían
constituir el 55 % de la dieta adulta. Otros cereales eran la escanda y el
mijo, este último consumido en forma de pan o de gachas, pero que quedaría
relegado a las épocas de hambruna.
Lo mismo que ocurría con los cereales, no todas las harinas eran igual de
apreciadas. La mejor era la conocida como “harina de flor” de textura muy fina
y libre de impurezas y la preferida para preparar pan, pasteles, tortas o
gachas. En el otro extremo estarían las harinas con alto contenido en cascarillas
y otras impurezas y que muy posiblemente serían las más habituales y
consumidas. Sin olvidar el consumo de sémolas (harinas poco molidas).
Los cereales se consumían panificados, hervidos en agua o guisados en aceite o
fritos, destacando la cocción en hornos de panes en forma de tortas delgadas y
redondas que eran el alimento básico. Sin embargo, no todas las casas disponían
de horno, por lo que en estos casos se pondría la masa directamente sobre el
fuego en placas, como las “torteras”, lo que permitía la obtención de panes
redondos y ázimos. Este era un sistema que parece que se utilizaba
habitualmente en la región levantina, aunque era un método menos apreciado
socialmente. En cualquier caso, también existían para los grupos menos favorecidos
instalaciones colectivas para la cocción del pan. Sin embargo, a pesar de la
importancia del pan, los hervidos y cocidos de cereales (y otros alimentos)
para hacer gachas, migas, potajes o guisos, debieron ser formas culinarias
usuales en los enclaves fenicios de Iberia y muy posiblemente consumidos en
mayor medida que los panes y tortas.
El protagonismo de la cebada en la dieta colonial de la fenicia ibérica,
contrastaba con la dieta de la metrópoli, que era la preferida por las elites
urbanas. Algo parecido ocurre con la forma de preparar los cereales, donde el
hervido, en contraposición con los gustos de la metrópoli, sería lo más
habitual en las colonias. La cocción larga y el consumo de alimentos líquidos o
semilíquidos sería la forma preferida de la culinaria colonial.
Las legumbres seguían en importancia a los cereales, en la dieta púnica, a la
que complementaban, destacando entre ellas, los garbanzos, las lentejas, los
guisantes y las habas, como se deduce de los restos hallados en yacimientos
cartagineses de la península. Consumirían no solo los granos reducidos a harina
sino también las vainas y las hojas. Juntas o solas, servían para hacer sopas,
purés y guisos. Junto con las legumbres, las hortalizas, que cultivaban en sus huertos,
completaban la dieta. Las cebollas, puerros, ajos, chalotas y pepinos estaban
muy presentes en las comidas, sin olvidar frutos silvestres como setas,
tubérculos o cualquier tipo de baya, y si hacemos caso a los autores clásicos
en los “vergeles” de Cartago crecían lechugas, coles, cardos y alcachofas. El
ajo era utilizado generosamente por los cartagineses a la hora de preparar sus
viandas.
Además de los cereales, legumbres y hortalizas, el aceite, en especial el de
oliva, era fundamental en la alimentación púnica. Se utilizaba como condimento
y como conservante, y sobre todo para cocinar, por ejemplo en las frituras. El
cultivo del olivo llego a la península con los fenicios, pero antes de su
introducción es posible que se utilizase el aceite de acebuche ó oleastro,
además de otros aceites vegetales, como el de sésamo. Del sésamo además de
harinas se obtenía aceite.
El vino era una bebida habitual de los cartagineses y fueron ello los que
introdujeron la vitis vinifera en el Mediterráneo Occidental y enseñaron
las técnicas de cultivo y vinificación. Para la clarificación del vino
empleaban productos como yeso, cal, limo o arcillas, obtenidas a partir de
mármol o conchas. El consumo solía hacerse mezclándolo con agua y con otros productos
como hierbas aromáticas, especias, agua de mar, trementina, miel, queso rayado,
etc., cuyo fin principal era quitarle acidez y modificar el sabor que podía
dejar la resina o pez de los recipientes donde se conservaba. Otras bebidas de
los cartagineses eran el passun, vino que elaboraban con pasas, el hidromiel y
la cerveza, sin olvidar otro tipo de bebidas obtenidas mediante la fermentación
de diversos frutos cultivados o silvestres. Parece entonces que cuando llegaron
los romanos a la península con su triada de pan, vino y aceite, y por supuesto
ajo, no les debió de coger muy de sorpresa a la población peninsular.
Los cartagineses continuaron en la península el cultivo de árboles frutales,
dada su afición a las frutas y fueron los responsables de la introducción de
muchas especies africanas o del Mediterráneo Oriental como higos, granadas,
almendras o las ya comentadas uvas que consumían frescas o desecadas al sol en
forma de pasas. Igualmente secaban higos y granadas. Entre las especies más
consumidas, además de las comentadas, estarían peras, manzanas, membrillos y
probablemente cerezas y ciruelas, y entre los frutos secos destacaban los
pistachos o las nueces. Las aceitunas también las consumían como fruto. La
recolección de frutos como piñones, avellanas, castañas o bellotas,
complementarían el consumo de frutas. Los dátiles merecen consideración aparte
dada la importancia que le daban los cartagineses, para los que eran un
alimento básico. Su nombre Phoenix dactylifera, deriva del griego phoenix
(fenicio).
En cuanto a la forma de consumo de las frutas no hay que olvidar los zumos ni
las conservas. La conserva de frutas era una práctica común entre los púnicos,
no solo por desecación al sol, sino también por otros métodos como el que
indica el escritor y militar cartaginés Magón para la conserva de membrillo,
que era algo similar a lo que se hace con las compotas, sustituyendo el azúcar
por miel, que era el edulcorante básico para la elaboración de pasteles y
dulces. En miel dejaban frutos secos e incluso aceitunas negras. Es posible que
de un modo similar se utilizara mosto en lugar de miel, como dejó documentado
Columela (1).
Aunque los púnicos disponían de ganado ovino, caprino y vacuno, criando
principalmente los dos primeros, el consumo de su carne era limitado, quedando
relegada prácticamente a las mesas de los poderosos y a las ceremonias del
culto. Sin embargo, el consumo de pollos, palomas y conejos, era más regular,
al tiempo que apreciaban la carne de perro, lo que horrorizaba a sus vecinos
griegos. No se puede descartar totalmente el consumo de carne de caballo o
burro, que por cierto fue introducido en la Península Ibérica por los
cartagineses. El consumo, si se producía, no sería de forma habitual. Es posible
que aprovechasen la sangre de los animales, la cual obtendrían bien en la
matanza o mediante sangrías. Como semitas que eran se abstenían de consumir
carne de cerdo por lo que el ganado porcino era bastante escaso, sin embargo a
partir de los siglos VI y V la cabaña porcina va en aumento (1), por lo que no
sería de extrañar, que por lo menos en las colonias occidentales se fuesen
iniciando a su consumo. La caza de especies como ciervos, ¿jabalíes?, liebres,
conejos, aves, etc. debía de ser algo habitual.
Así como parecían no mostrar mucho interés por la carne, si lo mostraban por la
leche y el queso, siendo preferida la de cabra y oveja a la de vacuno. Los
quesos los habría curados y frescos que los consumían de diversas formas. Magón
nos proporciona una receta a elaborar con queso fresco.
Los huevos, junto con la leche y el queso, proporcionaban una importante fuente
de proteína a la dieta púnica y formaban parte del plato más característico,
conocido y cotidiano de los cartagineses: la puls púnica, que era una
papilla a base de varios cereales, que podía servir de plato único y que
resultaba nutritiva y bien equilibrada gracias al aporte de azúcares, grasas,
proteínas y, en menor medida, de vitaminas que aportaban los cereales, el
queso, la miel y los huevos.
El consumo de pescado debió ser muy importante en el mundo fenicio, tanto en la
metrópoli como en las colonias. Los productos principales de la pesca y por
ello el consumo dependerían de si estamos hablando de la zona atlántica o
mediterránea, pero en cualquier caso consumirían prácticamente las mismas
especies que hoy: atún, bonito, melva, albacora, caballa, sardina, boquerón,
pargo, mero, besugo, dorada, lubina, breca, chucla y pequeños escualos, entre
otros, sin olvidar los moluscos cefalópodos, crustáceos, almejas y gambas. El
mar era para ellos una muy importante fuente de alimentos, pero si había algún
alimento digno de los dioses, este era el atún.
La afición por la pesca y el pescado les llevó a desarrollar una importante
industria: la salazón. Empleaban indistintamente sal de mina o sal marina. Esta
última era la que daba productos de más calidad. Eran muy variados los peces
que utilizaban para la confección de salazones (básicamente túnidos,
escómbridos, escualos), pero fue la de atún, la que les dio más prestigio y
alcanzó mayor precio. “El proceso de salazón duraba de cinco meses a un año, y
seguía los siguientes pasos: primero, se cortaba el pescado en trozos,
preferentemente cuadrados, a los que se les practicaban varias incisiones, para
facilitar la penetración de la sal. Tras esto, se salaban los trozos y se
dejaban durante unos quince días en una pileta. Tras este periodo, se
traspasaba el pescado a un recipiente cerrado, alternando en éste la colocación
de capas de pescado y sal, y prensándolo después. A este prensado se le iba
añadiendo, cada veinticinco o treinta días una salmuera, que podía ser la misma
que exudaba el pescado, o la misma que quedaba en la pileta tras la salazón. De
este modo la salazón se llevaba a cabo en su propio jugo” (1). Junto a las
salazones de atún de “gran calidad” y altos precios se producían otras más
baratas, para las que se empleaban especies más pequeñas, destinadas a los
mercados locales y a las clases menos favorecidas. Estas salazones una vez
preparadas (1), “se condimentaban con multitud de completen-tos, como el vino,
el aceite, la miel o el vinagre, así como con aderezos a base de verduras o
hierbas, como cilantro, hinojo, apio, ajedrea, orégano, rula, poleo, adormidera,
semillas de alhova, pimienta, canela o clavo, entre otras muchas”. Otras formas
que tenían de preparar y conservar el pescado eran el ahumado o el macerado,
para los que usaban estas mismas especias.
La otra gran “industria alimentaria” derivada de la pesca era la elaboración de
salsas de pescado conocidas como garum; salsas que fueron adoptadas y
elaboradas por los iberos, y en cuya preparación entraban pequeños pescados,
moluscos, restos de peces, vísceras y otros aditivos como hierbas aromáticas e
incluso miel o vino. Los garum eran muy populares y se consumían como
acompañante para pescado o carne, alcanzando gran prestigio los elaborados a
base de chucla. (En el apartado Cocina prerromana, se describe el proceso de
elaboración).
Sin embargo, a pesar de la importancia de las salazones, es de suponer que en
las zonas costeras se consuma pescado fresco y marisco que sería muy importante
y mayor que el de salazones. El pescado lo consumían a la plancha, frito,
asado, hervido o guisado en las conocidas ollas globulares.
También lo preparaban en los mismos hornos cilíndricos donde se cocía el pan y
que posiblemente servían para la cocción de otros muchos alimentos.
En general se podría decir que la cocina púnica utilizaba los hervidos, guisos,
sopas y purés, tanto con pescados como con carnes o vegetales. Los fritos los
dejarían para las carnes y los pescados, lo mismo que los asados, por los que
sentían cierta predilección, los harían en hornos o directamente a la brasa.
Con las harinas harían panes, tortas, gachas y pasteles y con la carne
ahumados, curados y salazones, lo mismo que hacían con el pescado. Sin olvidar
los escabeches y encurtidos que aplicaban indistintamente a vegetales, pescados
y carnes.
Referencias.
(1) Irene Minerva Muñoz
Fernández. La alimentación en el mundo púnico: Península ibérica y el norte de
África. En: Poder, cultura e imagen en el mundo antiguo. E Sánchez Moreno, G.
Mora Rodríguez (Eds.) pp: 190-240. UAM Ediciones, 2001. Disponible en Internet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario