3.- EL
MUNDO CLÁSICO
Grecia. Roma: Alimentos más
habituales en la época romana. La dietetica del mundo clásico.
EL MUNDO CLÁSICO
En el mundo clásico la cultura
alimentaria forma parte de su identidad y es lo que, para ellos, les hace
civilizados y les diferencia de los bárbaros y de los animales. La
convivialidad (comer juntos), el tipo de alimento consumido, la cocina y la
dietética, forman parte de su escala de valores. Los hombres que pertenecen al
mundo civilizado, por medio de la agricultura y la ganadería, son capaces de
producir sus propios alimentos, a dife-rencia de los bárbaros, que se conforman
con cazar animales y con recolectar lo que encuentran en la naturaleza. Los
pueblos que no practican la agricultura no comen pan y no beben vino, son
salvajes y bárbaros; su alimento es la carne, su bebida la leche.
La
dieta básica de griegos y romanos era, aunque no exclusivamente, vegetariana.
El alimento que define al mundo greco-rromano es el pan, al que hay que añadir
el aceite y el vino. El prestigio del pan en el mundo grecorromano tiene que
ver con la ciencia dietética de la época, que situaba el pan como el mejor de
los alimentos. Sin embargo, no deberíamos hablar de pan; las tortas o gachas de
centeno o escanda serían las formas de con-sumir cereales por griegos y
romanos. El pan aparecería más tarde y el vino, las más de las veces, no es más
que vinagre con agua.
A la
dieta de cereales como centeno, trigo, cebada, avena, escanda y mijo, habría
que añadir leguminosas como habas, lentejas, garbanzos y arvejas. Sin olvidar
las verduras, que, como ajos, puerros y cebollas, tuvieron su importancia en la
dieta de los griegos; y las coles y nabos, en la de los romanos. Los higos y la
miel, junto con otras frutas frescas y desecadas, también formaron parte
importante de la dieta del mundo clásico. El vino diluido en agua en distintas
proporciones era, junto con el agua, las únicas bebidas.
El
consumo de carne, que tenía cierta fuerza simbólica al estar relacionada con el
rito del sacrificio, era algo más o menos excepcional, y nunca alcanzó la
importancia que tuvieron los cereales o las legumbres, que se consumían más con
pescados, crustáceos o queso, que con carne. Esta situación fue más
consistente y duradera en el mundo griego que en el romano, donde la relación
entre consumo de carne y sacrificios fue desapareciendo de forma progresiva.
La
carne de cabra, de las que también se obtenía leche, fue importante para los
griegos, mientras que en la región correspondiente a la actual Italia lo fue
la de cerdo, como tal o bien como jamón. Aunque el ganado ovino tuvo su
importancia en el mundo griego y romano, no se criaba por la carne, sino por la
lana y la leche, con la que se fabricaba queso, que se consumía de modo
cotidiano. La carne de bovinos era muy escasa, se comía ocasionalmente,
después del sacrificio, cuando ya eran viejos y no servían para el trabajo, ya
que el trabajo era para lo que se criaban y utilizaban estos animales. El
pescado y las aves de corral también formaban parte de la dieta básica de
griegos y romanos.
A pesar del interés mostrado
por la cultura clásica de consumir únicamente alimentos provenientes de la
agricultura, las tierras cultivadas no eran capaces de producir la totalidad de
las necesidades alimentarias, por lo que en las tierras incultas se seguía
practicando el pastoreo, la caza, la pesca y la recolección de plantas
silvestres. Parece, entonces, que dieta de pan, vino y aceite de la que se
sienten tan orgullosos los autores clásicos y que da una idea de frugalidad, no
sería tan real y estarían ocultando fuentes alimenticias, que para ellos, eran
signos de barbarie.
A partir de los siglos III y
IV, este modelo alimentario, diseñado más por razones ideológicas que
dietéticas, comienza hacer crisis, por la influencia de la cultura cristiana y
germánica, que cambian completamente las percepciones del consumo de carne, que
cada vez alcanza más prestigio al tiempo que lo pierde la triada
trigo-vino-aceite. La cultura cristiana niega la validez del sacrificio al
considerarlo como una ofrenda echa a falsos dioses y la germánica aporta el
prestigio de la carne. Se va vislumbrando la cultura alimentaria de la Edad
Media.
Grecia.
En la Grecia clásica (siglos V
y IV a. de C.), cuya cultura era básicamente urbana, la manera de alimentarse
era un claro factor de identidad. La preocupación por
la comida era enorme, no solo por el interés en seguir un régimen de vida sano
que prestara atención a los alimentos de acuerdo con las indicaciones de los
dietistas, sino también porque el fantasma del hambre estaba siempre presente,
en parte debido a las dificultades de distribución y transporte.
Los
griegos realizaban tres comidas al día: el desayuno; el almuerzo, que se tomaba
al mediodía; y la cena, la comida más importante, que se realizaba al
anochecer. En los banquetes la cena podía ser seguida por el symposion que
estaba dedicado a la bebida. La alimentación se basaba en la agricultura,
ocupando la ganadería un lugar menor. El ideal de las ciudades era la
autarquía alimentaria y, aunque en las ciudades existían muchos huertos, la
mayor parte de las necesidades alimentarias se cubrían desde el exterior, esto
es, desde el campo. Esto se explicaría, en parte, porque la escasez de
alimentos, que periódicamente afectaba a las ciudades, se contrarrestaba mejor
en el campo. En cualquier caso, la situación alimentaria no era fácil, dado el
desequilibrio entre la importante población urbana y la del campo, cuyas
formas de propiedad eran muy variadas.
La agricultura era de secano y
se desarrollaba en condiciones duras por la, en general, aridez del suelo y la
escasez de estiércol que les obligaba a fertilizar con hierbas, paja o ramajes.
Las dificultades de la agricultura se reflejan en la frugalidad de la
alimentación. Sin embargo, igual que la geografía, con multitud de islas, la
agricultura era muy variada, predominando las vides y los olivos. Los cereales
y las leguminosas se cultivaban entre las hileras de vides. Entre los árboles,
que eran muy abundantes, destacaban las higueras y los almendros.
La
recolección, en especial en las regiones forestales, mantuvo su importancia,
destacando la de plantas aromáticas, entre otras el azafrán (considerado
afrodisíaco), y sobre todo las bellotas, que completaban la alimentación de los
campesinos pobres. Entre las plantas aromáticas destacaban por su abundante
uso el laurel, tomillo, retama, orégano, salvia, cilantro y malva. En un buen
banquete no podía faltar el perejil. Las especies (pimienta) y las hierbas
servían además para fines medicinales. La creencia que las hierbas eran
beneficiosas para el cerebro hacía que fueran incluidas en casi todos sus
platos.
En el consumo alimentario
predominaban los vegetales, esto es, cereales, legumbres y verduras. Aunque
conocían diver-sos cereales, prácticamente solo se consumía cebada y trigo,
siendo la cebada, que se consumía principalmente en forma de maza, el
alimento básico de los griegos. La maza se hacía con harina de flor, que
se obtenía después del tostado y molido del grano. Luego, esta harina se
amasaba con un líquido que podía ser agua, aceite, miel o leche,
condimentándose o no. Una vez bien amasada se consumía fresca o conservada. En
el campo, los granos de cebada mondados, una vez hervidos, se consumían tal
cual o secos.
Los
primeros trigos, que se consumían en Grecia desde el Neolítico, requerían también
un tueste previo antes de molerlo para obtener la harina. Estos procesos
destruyen el gluten y las enzimas, que posibilitan la fermentación del pan, lo
que obligaba a que el consumo de trigo se hiciese en forma de tortas. A partir
del siglo V a. de C., aparecen nuevas variedades que permiten utilizar levadura
y con ello la obtención de pan. Los griegos dispusieron de una amplia gama de
panes y pasteles que elaboraban con masa a la que añadían, según los casos,
grasa, leche, miel, queso, nueces, semillas de sésamo, adormidera, etc. Entre
los cereales también era objeto de consumo el mijo, aunque en mucha menor
proporción. El arroz era conocido por los griegos, pero es solo a partir de
Alejandro Magno cuando se intensifica su cultivo.
A los cereales les sigue en
importancia las leguminosas, que aunque no eran excesivamente apreciadas eran
objeto de gran consumo. Entre éstas destacaban las habas, diferentes tipos de
garbanzos, lentejas, guisantes, arvejas, así como diversas semillas como lino,
sésamo o adormidera o almortas, que se consumían en distintas formas de purés.
Las
hortalizas, de las que disponían de gran variedad, eran alimentos baratos y en
general poco apreciados, y que incluso su excesivo consumo podía ser
considerado signo de pobreza. En la ciudad los menos afortunados las comían
secas, siendo, por lo general, su consumo bajo. Destacan por su importancia el
ajo y la cebolla, aunque también se cita el puerro, el nabo, la nabina, el
berro, las coles y otras como la verdolaga y el armuelle. Col, repollo y berza
eran las verduras por excelencia para depurar la sangre y diluir las grasas,
por lo que se recomendaba su ingestión en todos los banquetes. Pero de las tres
variantes la más alabada era la col.
Las
verduras servían para hacer potajes con cereales, legu-minosas o semillas. La
lechuga, no se introduce en Grecia hasta los tiempos de Alejandro Magno. Entre
los alimentos vegetales también tenían su importancia las frutas frescas
(melones, uvas, manzanas, membrillos, peras, higos, nísperos, ciruelas,
melocotones, granadas) o secas (almendras, nueces, piñones, avellanas,
pistachos). A los higos secos, que se podían consumir como aperitivo, se les
añadía leche cuajada con zumo de higos o tortas, constituyendo así una comida
muy nutritiva. Las aceitunas, que se consumían crudas o encurtidas, eran una
guarnición frecuente.
A
diferencia de las verduras los peces de mar y agua dulce, igual que los
mariscos eran muy apreciados y se consumían de diversas formas como
acompañamiento de los cereales. Entre los moluscos las ostras eran las más
apreciadas a las que le seguían, entre otros, las almejas, vieras, mejillones o
lapas. Igualmente, los crustáceos como langostas, bogavantes o gambas, gozaban
de gran prestigio, sin olvidar los erizos, ascidias o actinias. También se
consumían pulpos y calamares. Los pescados, no podían faltar en las mesas
griegas, a pesar del alto precio que podían alcanzar algunas especies como la
anguila, el atún o la lubina. Otros como las sardinas o las anchoas, más
baratos, formaban parte habitual de la dieta. Al gran prestigio del pescado
fresco no le desmerecían la salazones o los ahumados, entre las que destacaban
las de esturión, caballa o por encima de todas las de atún.
La carne que se consumía
provenía de los sacrificios a los dioses, principal ocasión que tenían los
griegos para hacerlo, aunque también hay constancia de que era objeto de venta
en los mercados. La carne era básicamente de bovino, ovino, porcino, únicos que
se dedicaban expresamente al consumo, e incluso de perro. El ganado vacuno se
criaba para el trabajo, mientras que las cabras y ovejas por su leche y las
ovejas también por su lana. Preferían para el consumo, aunque también se
destinaban al sacrificio, los animales jóvenes. Con los intestinos se
elaboraban embutidos, como morcillas o salchichas, aunque también se consumían
las vísceras, pero las piezas más apreciadas eran el lomo y las patas que se
consumían asadas.
Los griegos contaron además,
de con los huevos, con la carne de las aves domesticas, unas muy antiguas como
el ganso o la paloma y otras de introducción más reciente (no antes de finales
del siglo VII a. de C.) como la gallina. Aunque también criaban otras aves
exóticas como faisanes o pintadas, pero eran muy escasas.
A esta carne habría que añadir
la de la caza, que no era despreciable, tanto de pluma: pato, paloma torcaz,
codorniz, perdiz, urogallo, alondra, faisán, francolín o incluso pajaritos;
como de pelo, que era mucho menos importante, salvo en los casos de la liebre o
el jabalí y en mucha menor proporción, ciervos y zorros, que más bien se
cazaban como deporte. Los pajaritos se utilizaban para rellenar aves más
grandes o cerdos, aunque también se comían asados y con salsas o queso por encima.
Hay testimonios del consumo, especialmente en el caso de los pobres, de
determinados insectos como saltamontes o cigarras. Para conservar carnes se
recurría a la salazón o al ahumado.
En
cualquier caso, conviene resaltar que en el mundo griego los cereales aportaban
el 80% del aporte calórico total de la dieta, mientras que el consumo de carne,
que se realiza básicamente en las ciudades y que, como vimos, procedía de los
sacrificios, alcanzaba únicamente 1 o 2 kg por habitante y año.
La leche, sobre todo de oveja
y cabra, no se bebía, salvo alguna excepción entre campesinos, sino que se
utilizaba para elaborar una especie de yogur y queso. El queso era fundamental
en la comida griega, muy espacialmente entre campesinos y soldados. Se consumía
solo o en pasteles, con gran número de ingredientes, destacando la miel, que
también la utilizan como edulcorante y conservante y era uno de los productos
básicos de la alimentación. La miel se consumía básicamente en el postre y se
utilizaba para elaborar una gran variedad de pasteles, ya fuera como
ingrediente o como salsa para acompañarlos.
El
aceite de oliva dominaba la cocina griega y era preferido a las grasas
animales, aunque también usaban la manteca. El aceite junto con la sal (más
bien salmuera) y el vinagre (considerado uno de los mejores de la antigüedad)
estaban presentes en la mayoría de los platos, a los que solían aromatizar con
plantas como el tomillo o el orégano.
La
fritura, especialmente la de pescado, no se practicó de forma habitual hasta el
siglo V a. de C. Los hervidos nunca perdieron su importancia.
Aunque la bebida que
usualmente acompañaba a las comidas era el agua, el vino, al que atribuían
poder nutritivo, era una bebida muy habitual. El vino lo hay, tinto, blanco,
seco, meloso, dulce, ligero, áspero, pero el más apreciado es el negro, fuerte,
aromático y envejecido. Había tintos licorosos de fermentación lenta, de larga
duración que podían alcanzar 16-18 grados. Se consumía mezclado con agua y a
veces se les añadían aditivos como miel o especias, para en su caso, ocultar
sabores u olores desagradables. El vino sin agua se consideraba dañino para la
salud y se consumía en muy raras ocasiones (razones médicas o libaciones a los
dioses). En la cultura de la Grecia Clásica el vino era muy importante desde el
punto de vista social, propio para tomar en compañía, en banquetes y symposion.
Los
vinos que consumen los campesinos no eran éstos, sino los denominados de
garrote, que se elaboraban a partir del orujo o del vinagre aguado.
La
comida de los griegos, que ellos consideraban como frugal, era bastante
completa y variada; y aunque era más o menos homogénea, había algunas
diferencias entre el campo y la ciudad y entre las diferentes capas sociales.
Los campesinos prácticamente se autoabastecían con lo que cosechaban de sus
campos y con lo que criaban en sus establos, como cabras y ovejas. La
diferencia principal con la ciudad era que hacían una mayor utilización de
leche y queso, consumiendo menos cereales y más sopas de habas o garbanzos. El vino
consumido en el campo era de orujo o vino de garrote.
En las ciudades el alimento
principal era el trigo para pan y la harina de cebada para maza. Los
habitantes de las ciudades podían escoger entre diferentes variedades de
aceite: de aceitunas aún verdes (onfacino), de aceitunas negras de primera
presión y aceite corriente, pero la diferencia principal con el campo eran los
vinos, blancos y tintos, siendo muy apreciados unos tipos de vino elaborado con
uvas pasas muy maduras secadas al sol. A veces para aumentar el azúcar se les
añadía mosto cocido.
Roma
El comportamiento alimentario
adquiere extraordinaria importancia en el mundo romano, no solo por lo que
comen sino también cómo y con quién lo comen, aplicando para todo la máxima:
“Dime lo que comes y te diré quién eres” a la que añaden “dime con quién
comes”. El ideal romano era la frugalidad personal en la comida, come
justamente lo que necesita para alimentarse, aunque pasaban con gran facilidad
de la frugalidad cotidiana al consumo desenfrenado en las fiestas, donde
abundaban el vino y la carne. Los banquetes eran una ruptura de lo cotidiano.
Los
romanos dividen los alimentos en dos grandes grupos: los que proceden de las
tierras cultivadas, fruges, y los animales criados por su carne, que pastan
en tierras sin cultivar, pecudes. Las verduras del huerto son para los
romanos el alimento más civilizado que existe, junto con las frutas y las uvas.
Los cereales y las leguminosas
se cultivan en los campos labrados, que son suelo menos civilizado. El cereal
por excelencia es el trigo. El grano se tuesta o no, según sea de trigo duro o
blando, luego se muele o tritura para hacer harina. El trigo se conserva en
forma de grano y se muele cada vez que se necesita para hacer gachas o pan, que
es el alimento símbolo de la alimentación romana.
La recolección no se
practicaba y únicamente se utilizaban las plantas que podían utilizarse como
medicinas o como verduras de lujo, como los espárragos o las setas.
Los
animales comestibles son clasificados por los romanos según su origen: la
tierra, el aire o el agua. Los rebaños terrestres a su vez se subdividen en
dos: los domésticos, destinados al sacrificio y luego al consumo; y los
salvajes que se cazan, juntos son el origen del suministro de carne. El cerdo es
el único animal destinado al consumo, y el más consumido; el cordero se criaba
por su lana y el buey para el trabajo. El papel de la carne en la alimentación
romana tiene más importancia que en Grecia, dada la tradición de cría de
cerdos, y progresivamente va alcanzando cada vez más importancia. Sin embargo,
al igual que Grecia, hay una cultura sacrificial, de modo que un animal
doméstico solo puede consumirse si ha sido sacrificado ritualmente. Se
sacrificaban porcinos, ovinos y bovinos, tanto machos como hembras, adultos o
jóvenes; aunque se preferían los animales jóvenes.
El
consumo y la matanza van poco a poco desvinculándose de los ritos
sacrificiales, sobre todo en la época imperial en la que ya aparece
desvinculado, aumentando la importancia de la carne en la alimentación de la
población, especialmente entre las clases superiores urbanas. En cualquier caso
la carne se consideraba un artículo de lujo.
Igual que en los rebaños
terrestres, en los celestes, esto es las aves, se establece la misma diferencia,
las aves domésticas (principalmente gallinas, ocas, pavos reales, palomas) y
las aves salvajes, que se cazaban, con lazo o red. Los rebaños marinos, es
decir los peces, son todos salvajes y se pescan, tanto en el mar como en el río
con caña o red. A estos alimentos procedentes del agua habría que añadir gran
variedad de crustáceos y moluscos que los romanos consumían asiduamente.
Esta diferenciación entre lo
doméstico y lo salvaje no es única, ya que disponían, para el consumo, de
animales seminalvajes en cautividad, como podían ser peces en piscinas o
jabalíes en cercados, que engordaban y consumían cuando los necesi-taban, sin
necesidad de sacrificio.
Los romanos comían tres o
cuatro veces al día: desayuno (ientaculum), almuerzo (prandium),
merienda (merenda) y cena (cena). La comida principal era la
cena, que se hacía en familia y que tenía lugar al finalizar la jornada. En el ientaculum
o desayuno se tomaba pan con ajo untado, sal y, en ocasiones, huevos, leche,
miel o algún fruto seco. El almuerzo o prandium era ligero y consistía
en legumbres, pescado, frutas del tiempo y las sobras de la cena anterior. Lo
consumen sin ceremonia, a veces solos y en cualquier parte, aunque no consumen
cualquier cosa, únicamente alimentos compuestos de “fruges”. El prandium,
el menú del hombre solo, debiera ser frugal y vegetariano. Los campesinos lo
basan en las hortalizas del huerto, mientras que los soldados lo hacen en torno
al pan, aunque lo acompañe de aceitunas, cebollas, aceite o higos.
La cena era la
comida principal, con los hombres ya aseados y descansados, reunía a la
familia y en su caso a los invitados. Comenzaba a las dos o tres de la tarde y
podía prolongarse durante horas. El prandium alimenta, la cena
se disfruta. La cena, que era un autentico ritual, se componía de tres
servicios. El primero era la gustatio o entrante, que consistía en
ensaladas, pescados en salazón, tordos, ostras, etc., pero en la que no podían
faltar las aceitunas, los huevos, el pan y el vino con miel. Una vez finalizada
la gustatio, y aplacada el hambre, ya se podía comer por placer y
comienza la prima mesa, en la que destacan las carnes; sacrificial (caro),
caza de pelo o pluma, a las que se podía añadir pescados y por supuesto vino,
generalmente mezclado con agua caliente. La cena finaliza con la secunda
mesa en la que básicamente se consumía fruta, dulces y frutos secos, con
más vino dulce. En la cena se compartía el placer de los alimentos y se
reforzaban los lazos entre los comensales. En los banquetes más ricos, después
de la cena comenzaba la sobremesa, esto es, la comissatio o
velada, en la que se sucedían juegos, danzas, música y otros actos que, a
menudo, se volvían más atrevidos según avanzaban la noche y los efectos del
vino. Sin embargo conviene recordar que la mayor parte de la población no vivía
en casas con capacidad para recibir a la familia o a los invitados, por lo que
solían hacer la mayor parte de las comidas en las tabernae o figones, al
aire libre, que se podían encontrar en cualquier vía pública de las grandes
ciudades. En peor posición aún estaba la plebs frumentaria, que
constituía una masa de cientos de miles de personas, solo en Roma, que debía
ser mantenida por el Estado.
Lo que nos puede dar una idea
de la extraordinaria importancia que los romanos dieron al pan, fue el alto
prestigio que alcanzaron los panaderos, hasta el punto de que llegaron a ser
considerados funcionarios. Se ha escrito que la necesidad de aumentar la
producción de trigo provocó tal serie de cambios en la propiedad de la tierra,
que ésta terminó en manos de terratenientes, con el consiguiente aumento de la
pobreza y la miseria del pueblo, lo que de alguna forma contribuyó al
empobrecimiento y caída del Imperio Romano.
Alimentos más
habituales en la época romana: Una de
las características de la alimentación en la época romana es que era muy
variada, consecuencia de la gran diversidad de alimentos de los que disponían,
lo que también afectaba a la cocina, mucho más elaborada que la de otros
pueblos de la antigüedad.
De todos
los alimentos el que más define a los romanos son los cereales, de los que
disponían en abundancia, desde el mijo, pasando por el arroz, que no era muy
corriente, hasta el trigo, que era símbolo de la alimentación romana. De ellos
obtenían harina de distintos tipos con la que elaboraban; primero, gachas más o
menos espesas, del tipo de la puls de los cartagineses, que consumían
solas o con huevos, miel o queso, y luego a partir del siglo II a. de C. pan,
que era el verdadero símbolo de Roma y que conocieron a través de los griegos.
Los romanos elaboraban el pan con distintos cereales, aunque el más apreciado
era el de trigo. Los panes eran muy diversos y variados, tanto en la forma como
en la elaboración, con levadura o sin ella, con o sin sal y con diferentes
gustos.
Los
garbanzos, como las lentejas o los guisantes, eran legumbres muy consumidas,
que se comían solas o mezcladas con trigo o cebada. Se conocen recetas en las
que los guisantes se mezclan con carne picada, o con sepia o huevo duro. Pero
quizá, de todas las legumbres, la más consumida, especialmente entre las clases
populares, eran las habas, tanto verdes como secas, con las que se hacía harina
y se consumían en forma de puré. El consumo de habas tan elevado provocó que el
fabismo fuese una enfermedad corriente en la época. También eran objeto de
consumo las almortas y un tipo de judía.
El
huerto surte a los romanos de gran variedad de verduras y hortalizas, que se
consumían en forma de puré o simplemente hervidas y aliñadas, solas o mezcladas
con cereales o, como acompañante de carnes o pescados. Entre los vegetales más
apreciadas destacan los ajos y los puerros, que además se consideraba que
tenían propiedades medicinales. Otras verduras, muy apreciadas, eran las
acelgas, las lechugas, las coles, las cebollas, las chirivías, los berros, las
calabazas, el brócoli o los cardos; y entre las raíces, los nabos, de los que
disfrutaban de diferentes variedades, las zanahorias, más blanquecinas que las
actuales y los rábanos. Las setas y entre ellas las trufas eran muy valoradas
por los romanos
Las frutas frescas, de las que
los romanos eran grandes consumidores, más abundantes eran: higos, melocotones,
albaricoques, ciruelas, cerezas, granadas, peras, manzanas, membrillos,
moras, limones, melones, sandias y uvas a las que habría que añadir dátiles y
olivas. Muchas de estas frutas las secaban como las uvas (pasas), los dátiles,
los higos o las ciruelas. El consumo principal era al final de las comidas,
pero las podían comer a cualquier hora. No solo las consumían frescas sino que
también las cocinaban junto con carnes o pescados.
De los frutos secos destacaban
las avellanas, las castañas, las nueces, las almendras, los piñones y los
pistachos, de los que los piñones eran los más valorados y consumidos, a los
que les seguían en importancia las almendras y las avellanas, que se consumían
frescas o secas, tostadas y sin tostar. Los frutos secos, junto con la miel,
los huevos, la leche, la harina y el queso, eran ingredientes básicos en la
pastelería, a la que eran muy aficionados los romanos.
La carne era plato de día de
fiesta, cuando tenía lugar un sacrificio, siendo la de cerdo la más apreciada y
corriente (las mamas y la matriz de las cerdas, que formaban parte de las mesas
de los ricos, estaban muy prestigiadas y eran muy caras). Aunque el consumo
mayor después del cerdo eran los carneros y ovejas, también se sacrificaban
bovinos, pero su consumo era mucho menor. Preferían la carne de animales
jóvenes, de modo que la carne de lechones, corderos y cabritos estaba presente
en la mayoría de los banquetes en las casas romanas. La carne la conservaban
principalmente en salazón, aunque también en aceite o vinagre. Con ella hacían
embutidos, como salchichas y butifarras, condimentados con especias y hierbas
aromáticas. Los elaboraban crudos o cocidos y los conservaban secos o
ahumados.
El
jabalí, que no dejaba de ser un cerdo salvaje para los romanos, era la pieza de
caza por excelencia en los banquetes más suntuosos. También se cazaban para
consumo ciervos, gamos, cabras salvajes, conejos y liebres. La carne de lirón
era muy apreciada, y antes de matarlos los capturaban y engordaban con bellotas
e higos. Los romanos eran buenos consumidores de los caracoles, que producían en
sus granjas.
De las aves domésticas y
salvajes eran muy apreciadas los gallos, gallinas, pollos (los más consumidos),
capones, faisanes (muy valorados), perdices, codornices, becadas, tordos, pavos
reales, grullas, palomas, pintadas y avestruces. Los patos y las ocas, además
de consumirlos por su carne, los engordaban con higos para hacer crecer y
engrasar sus hígados.
Los huevos, que consumían
crudos, cocidos, fritos, en tortilla, etc., eran muy importantes en la cocina
de los romanos. Además de para el consumo directo servían para hacer dulces y
pasteles o para elaborar salsas y platos (huevos rellenos, al plato, etc.).
Con la leche de vaca, oveja,
cabra o camella hacían pro-ductos lácteos, como requesón o quesos frescos y
curados. Los quesos los elaboraban de distintos sabores, aromatizándolos con
hierbas, ajo, pimienta o ahumándolos con diferentes tipos de leña. Los quesos
curados los conservaban en salazón o en vinagre, untados con harina de cebada y
envueltos en hojas. Si se ponían muy duros para ablandarlos los hervían o los
dejaban en agua.
Los pescados los consumían,
tanto de mar como de río, frescos o en salazón y eran considerados un bocado
exquisito. De entre los de mar destacaban la anguila, la dorada, las anchoas,
el atún, los lenguados, la lubina, las sardinas, los rapes, el rodaballo, las
morenas, la bacaladilla, la escorpena, los gallos, los congrios, la caballa y
los salmonetes. También consumían esturiones y cetáceos como los tiburones y
la ballena. Los pescados que más dedicaban a la salazón, que podía ser de
diferentes grados (la más apreciada era la de pocos días) eran el atún, la
sardina, la caballa y las anchoas, aunque no eran los únicos peces que salaban.
Los peces de río más demandados eran las carpas, las truchas, los salmones y los
gobios. Los romanos criaban, en viveros, peces de agua dulce y salada, y no era
raro que las casas de los ricos dispusiesen de piscinas donde engordaban peces
para su propio consumo.
Los crustáceos y los moluscos
(gambas, cigalas, langostinos, galeras, langosta, erizos, mejillones, almejas,
las ostras etc.) eran también muy consumidos por los romanos. Los cefalópodos
(pulpos, calamares y sepias) gozaban de gran prestigio. Las ostras se criaban
en viveros.
Como bebida utilizaban el
agua, la cerveza, hidromiel y sobre todo vino, que bebían mezclado con agua y
otros muchos productos para corregir el sabor, a veces no agradable.
Para condimentar utilizaban
aceite, vinagre, manteca, sal y miel. Especias como azafrán, comino o hierbas
aromáticas como orégano, tomillo o romero. Además utilizaban otras muchas
plantas, entre ellas la menta, el hinojo, el apio, la mostaza, el eneldo, el
lentisco, la enebrina, la hierba centaura. Probablemente, aunque no esta
constatado se utilizó también ajo, alcaparras, cilantro, ruda, carrizo, poleo,
ajedrea y perejil.
Al
hablar de condimentos en el mundo romano no puede faltar el garum, que
aunque es de origen griego fueron los romanos los que más lo comercializaron y
utilizaron en la cocina. Era una salsa que se obtenía de la maceración de
pescados y vísceras. El garum no era una salsa única sino que tenía
múltiples variantes según su origen. En líneas generales su elaboración
consistía en poner en salmuera y macerar al sol pequeños pescados azules y
vísceras de pescado más grande como el atún, a lo que se lo podían añadir
hierbas aromáticas. Este preparado se removía varias veces al día hasta que,
después de varios días, se convertía en un líquido espeso que se pasaba por
sucesivos cedazos, quedando cada vez más fino y de más calidad y por ello más
caro. El garum no se consumía de forma directa, sino que se empleaba
como saborizante en diversos platos como hoy se emplean las salsas picantes, la
salsa de soja o el ketchup.
La dietética en el mundo
clásico
Como ya quedó dicho, la
alimentación en el mundo clásico era una seña de identidad y casi una
ideología, por lo que no es de extrañar la importancia que llegó a alcanzar la
dietética, que junto con la cirugía y la farmacología formaban la base de la
medicina. La dietética, y consecuentemente la dieta, que se entendía en todas
sus acepciones, no solo estaba para curar enfermedades, sino que su finalidad
era más bien la de prevenir enfermedades, conservar la salud y sobre todo, la
de mantener el buen tono físico. Ahora bien, nos podemos preguntar si estas
ideas médicas de dieta y salud realmente llegaban a todas las capas sociales.
La contestación sería que no, y que únicamente llegaría a aquellas personas,
ricas o acomodados, que disponían de tiempo y dinero para dedicarlo a
conservar la salud y poder seguir los consejos médicos que les permitiera
llevar una vida completamente sana.
Según la ciencia dietética de
la época, para poder prescribir una dieta adecuada, que conserve la salud o la
restablezca, lo primero que hay que hacer es conocer los elementos que
componen el cuerpo humano, como son los humores: sangre, flema, bilis amarilla
y bilis negra, con sus respectivas características de húmedo-caliente,
húmedo-frío, seco-caliente y seco-frío. Para este pensamiento, la salud o la enfermedad era consecuencia del equilibrio o
desequilibrio en el cuerpo de estos elementos y dado que los alimentos
poseen estas mismas características de caliente, frío, seco y húmedo, aunque
en intensidades diferentes, el equilibrio puede
conservarse o restablecerse, gracias a métodos dietéticos, aunque también a
quirúrgicos o farmacológicos. Los alimentos, que se transforman en líquido en
el estómago y se absorben por los vasos, prescritos, en la forma y momento
oportuno, compensan los humores insuficientes o corruptos en las partes
enfermas del cuerpo y lo sanan. Era entonces cometido del médico conocer las
cualidades naturales de los alimentos y de las bebidas, para poder preparar la
dieta que compensase los desequilibrios y ponerla al servicio del paciente.
Las cualidades específicas de cada alimento (seco, húmedo, caliente, frío,
digesto, indigesto, etc.) se conocían de manera empírica o por experiencias
personales o de un tercero. Deben también los dietistas tener muy presente que
las características de los alimentos son inestables, pudiendo estar acentuadas,
debilitadas o transformadas por el modo de elaboración o cocinado; los
alimentos fritos, tostados o asados pierden humedad y son más secos, mientras
que los cocidos son más húmedos. La cocción de los alimentos estaba considerada
como un progreso para la salud. Está claro que este elogio de la cocción estaba
estrechamente relacionado con el concepto de la digestión, considerada como una
cocción de los alimentos en el estómago.
La dieta de un hombre sano debía ser variada, moderada, flexible,
personalizada y resultar agradable y fácil de digerir, pero siempre dentro de
la moderación, que era una constante en los consejos dietético del mundo
antiguo. La personalización de la dieta, en la que insistían los dietistas,
surge porque en cada persona los humores tienen su propio equilibrio que
depende, entre otras cosas, de la complexión, la edad, el sexo, el entorno en
que vive e incluso de la estación de año. Así pues, el médico especialista en
dietética debe tener muy en cuenta las características de su público, que no
dejan de ser los que disponen de tiempo y dinero.
Los niños son calientes y húmedos, los jóvenes son calientes y
secos, los adultos fríos y secos y los ancianos fríos y húmedos (o secos), los
hombres secos y calientes y las mujeres húmedas y frías. De modo que, los
alimentos secos y fríos serían beneficiosos para los niños, para los jóvenes la
alimentación deberá ser fría y húmeda, a las personas delgadas y débiles les
convendrían los alimentos húmedos, mientras que a los gruesos, por el
contrario, los productos secos. Dado que lo húmedo y lo frío predominan en las
mujeres mientras que los hombres tienden a ser secos y calientes, está claro
que los alimentos secos y calientes convendrían a las mujeres y los fríos y
húmedos a los hombres.
El régimen de cada persona debía variar en cada estación, así en
invierno, se procurará mantener el cuerpo caliente y seco con alimentos
calientes, fuertes, secos y nutritivos, como el trigo, la carne y el vino menos
diluido, mientras que en verano, el objetivo será mantenerlo frío y húmedo con
productos fríos y húmedos, ligeros y digestivos, tales como el pan completo,
las verduras y el agua. En primavera y otoño, la alimentación deberá ser
intermedia y el paso de una a otra estación deberá ser gradual y durará al
menos quince días.
Según se deduce de la
literatura del mundo clásico, podemos señalar que la obsesión de que la dieta
debía garantizar la buena salud, sirvió a los cocineros para prestigiar su
oficio, a base de utilizar un lenguaje pseudocientífico y sobre todo en
insistir en la necesidad de conocer no sólo los alimentos sino también a los
comensales, para así poder ofrecerle una comida personalizada de acuerdo a las
normas dietéticas de la época.
Si cambiásemos algunos nombres
como seco, húmedo, frío, etc. por otros como proteínas, grasas, hidratos de
carbono, vitaminas, etc. podría parecer que nos estamos refiriendo al mundo de
hoy.
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