jueves, 31 de mayo de 2018

La pesca en la edad media



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LA PESCA EN LA EDAD MEDIA



La pesca en el reino de castilla. La pesca en Galicia en la Edad Media. La pesca en el Mediterráneo en el Reino de Aragón. La pesca en el reino nazari de Granada. Los pescadores andaluces y canarias a finales de la Edad Media.



Al comienzo de la Edad Media los peces de río eran mucho más apreciados que los de mar, de los que se hacia abundante captura en la época visigoda, siendo especialmente apreciados los salmones. Durante este periodo los recursos del mar eran algo secundario, pero poco a poco van cobrando importancia. Es evidente que los protagonistas de la actividad pesquera son los pescadores (1): “sin embargo no es tan evidente saber si se dedicaban en exclusividad a la pesca o si combinaban con otro tipo de actividad en tierra. Parece que en los primeros años de vida de la población urbana la pesca es una actividad complementaria para los campesinos asentados en la costa”.
En un principio la pesca marítima era eminentemente costera, aplicándose al mar los métodos “recolectores” fluviales, pasándose posteriormente a la pesca de altura o de la “mar lontana”. Su despegue se inicia en el siglo XIII, alcanzando su apogeo ya en el siglo XV, sin que ello supusiera, en modo alguno, el abandono de la pesca costera o de bajura. Utilizando las mismas, pequeñas y endebles embarcaciones, los marinos y pescadores del Reino de Castilla (gallegos, cantabros y posteriormente andaluces) se adentraban hasta bancos cada vez más lejanos, al tiempo que los del Reino de Aragón perfeccionaban las técnicas de pesca en el Mediterráneo. Diferentes especies: doradas, merluzas, congrios, besugos, sardinas…, saladas o frescas, constituían nuevos y apreciados productos fácilmente comercializables en el mercado urbano o incluso podían ser objeto de exportación. Una de las primeras menciones a la pesca de ballenas, actividad en la que los marinos norteños demostraron su pericia desde fechas anteriores a los siglos bajo-medievales, nos muestra a Alfonso VIII de Castilla transfiriendo a la Orden Militar de Santiago el tributo anual de la ballena que los hombres de Métrico debían ofrecerle (2).
Sólo en los propios lugares de pesca o en otros muy próximos a la costa era posible encontrar pescado fresco de procedencia marina. Los consumidores de las regiones interiores tenían que conformarse entonces con el pescado fresco fluvial o lacustre, puesto que el de agua salada les llegaba sólo en conserva. El principal conservante fue la sal, que dio origen a dos sistemas de preservación, la salazón y la semisalazón (3): El primero consistía en someter el pescado, después de extraerle las vísceras y la sangre, a un contacto prolongado con la sal y a un intenso proceso de deshidratación. La semisalazón estribaba en colocar el pescado eviscerado en una salmuera densa durante varios días, escurrirlo, prensarlo y estibarlo finalmente, entre capas de sal. Era un sistema rápido pero menos duradero que la salazón. Aunque la salazón se aplicó a una amplia gama de peces, sería la sardina la más usual. La semisalazón, además de a las sardinas y anchoas, se aplicó a otras especias grasientas como la ballena o el atún.
También se utilizaron para la conserva del pescado, aunque con menos frecuencia que la sal, el aceite y el vinagre (3). Con vinagre se preparaban escabeches, que alargaban la conservación de algunos pescados cocidos, y el atún en aceite circulaba en jarras de forma más o menos habitual. Sin embargo, el método de conservación más económico, especialmente en el sur, fue la desecación al sol, muy empleada con el congrio y el atún. Curiosamente el ahumado, tan común en Europa, no fue una técnica muy empleada en las costas mediterráneas.
Parece entonces que pasemos a describir las técnicas y artes de pesca de la España medieval, esto es las imperantes en el reino de Castilla, representadas por los pescadores gallegos, cantabros y vascos, y las del Reino de Aragón, que corresponderían al de las costas mediterráneas y de las islas Baleares, sin olvidar a los pescadores del Reino Nazarí de Granada, y ya más adelante en el tiempo a los pescadores andaluces y canarios del final de la Edad Media.
Para el desarrollo de este capitulo nos basaremos en los estudios presentados en el congreso de la Sociedad Española de Estudios Medievales (4): “La Pesca en la Edad Media”, celebrado en Santiago de Compostela en 2007.

La pesca en el reino de Castilla.
Comenzamos por el País Vasco y la zona cantábrica (1). Dadas las características de la costa vasca y cántabra, los medios técnicos limitados de que se disponía en la época, hicieron que la pesca fuese fundamentalmente de bajura, cerca de la costa, de modo que los pescadores retornaban a puerto al anochecer aunque, por otra parte, no era extraño que alcanzasen caladeros más alejados. La zona de pesca de los marineros cantabros y vascos comprendía la costa cantábrica desde Galicia hasta Bretaña, incidiendo en el Golfo de Bizcaya, Bretaña e Irlanda, resultando menos frecuente la pesca en la costa atlántica aunque también se acercaban a las costas portuguesas e incluso andaluzas, hasta el estrecho.
A pesar de que los mares eran libres las villas costeras entienden el espacio marítimo inmediato a la costa como una prolongación del término terrestre, existiendo derechos de uso pesquero sobre sus aguas, de modo que las cofradías de pescadores consideraban como suya toda la superficie marítima que eran capaces de controlar visualmente desde sus atalayas, lo que correspondería a sus “aguas jurisdicionales”, que se limitarían al trayecto de ida y vuelta en una jornada de una pinaza tripulada con un mínimo de seis hombres y un tamaño superior a los cinco metros.
Las pinazas, movidas a remo y vela, eran las embarcaciones que se destinaban a la pesca, ya fuera de bajura o de “altura” y destinadas a una u otra especie. Las había pequeñas y grandes de 20 toneles. Se consideraban embarcaciones pequeñas para adentrar-se mar adentro a la pesca, o al socorro de algún otro navío, las pinazas que tuvieran menos de doce codos de quilla o aquellas que tuvieran una tripulación de menos de 7 hombres, y podían considerarse pinazas grandes las de quince o dieciocho codos de quilla, con tripulaciones de más de siete pescadores. El conjunto de las pinazas y los hombres que en ellas navegan - maestres de pinazas, marineros-pescadores y mozos o aprendices- conformaban la cofradía.
Entre las artes de pesca empleadas por los pescadores vascos y cantabros en la baja Edad Media, destacan las “cuerdas” –ciertos tipos de palangres-, la “traina” –red para la pesca de sardina-, y las “nasas” o “butrones”, que se instalaban en las proximidades de la costa y en las rías.
       Las cuerdas, con las que se pescan principalmente besugos, tenían un largo de unas 20 brazas (32 metros), de las que a su vez pendían unos cordeles más cortos que finalizaban en un anzuelo. Cada cuerda constaba de 20 docenas de anzuelos que se cebaban antes de embarcar. Cada pescador solía portar dos cuerdas, primero calaba una en el agua y la mantenía en la mano hasta sentir que picaban los besugos, momento en que la retiraba, y lanzaba la otra, y así hasta terminar la faena.
Las trainas eran redes de gran extensión que se empleaban para la pesca de sardinas, lo que podía hacerse con cebo (güeldo) o sin él (al geito) haciendo ruido y asustando los bancos de sardinas. Antes de lanzar las redes los pescadores localizaban los bancos de sardinas observando las aves marinas, que revoloteando sobre las aguas tratando de alimentarse de ellas. La costera de la sardina solía comenzar en Junio y finalizaba en Octubre o Noviembre.
Aunque en las rías y entrantes de mar no se permitía ningún tipo de pesca con red, a veces los concejos arrendaban toda la pesca que pudiera realizarse con redes en las proximidades de las villas y en las barras. La pesca en las rías era realmente muy importante, además de ser un complemento en los días en los que no se podía salir a la mar abierta. Las nasas y las pesqueras eran las artes que realmente se utilizaban en las rías. Las pesqueras eran construcciones realizadas con estacas y entramados de mimbres que se situaban en los lechos de los ríos, donde quedaban atrapados los peces.
Las nasas o butrones, eran trampas donde entraban los pescados atraídos por la carnada y no podían salir. Se elaboraban con mimbres y juncos con formas variables dependiendo de la especie a capturar y se utilizaban tanto en la mar abierta como en las rías.
Para las ballenas, que hasta el s. XV era una pesca extraordinaria que se realizaba cuando las ballenas aparecían por las costas, las chalupas iban convenientemente pertrechadas de sangraderas, estachas, dardos y arpones.
El cebo o güeldo, imprescindible para atraer la pesca, consistía generalmente en camarones y otros crustáceos, aunque también usaban agujas, sardinas y carne. El uso de carne de vaca como cebo era general en toda la cornisa cantábrica y se empleaba especialmente en la pesca del besugo. La obtención de cebo o güeldo creaba, a veces, problemas que se encargaban de resolver las Cofradías de pescadores, que entre sus misiones estaba garantizar que todos los cofrades dispusiesen de cebo.
Además de las ballenas, que como vimos podía ser algo anecdótico, se pescaban y consumían una gran variedad de espe-cies a juzgar por la información municipal relativa a los pescados que se poníann a la venta: aligotes, albures, agujas, ballenas, besugos, brecas, bogas, barbarines, cabras, cabrillas, chicharros, congrios, corcones, doradas, estachos, gorlines, gurbines, jibias, lijas, lubinas, lam-preas, lenguados, lamotes, mubles, merluzas, mujarras, meros, marraxos, mielgas, perlas, pescadas, sardinas, pul-pos, perlones, rayas, suellas, samas, sabalos, salmonetes, toninos, tollos, urtas, uxtruxones, zapateras.

La pesca en Galicia en la Edad Media (5) es heredera de una tradición común a toda Europa: las pesquerías y fábricas de salazones romanas. Hay desde antiguo una experiencia en la pesca y el procesamiento de la sardina, que se sigue aprovechando en la Alta y Plena Edad Media.
Como ya se dijo las aguas del mar no tenían dueño. Cualquiera puede navegar por ellas y extraer sus productos, de modo que los pescadores gallegos tienen que compartir, como cualquier otros, sus aguas y sus playas con los pescadores portugueses, asturianos, cántabros y vascos. Sin embargo, como ya comentamos en el caso de la pesca en el País Vasco, la costa sí tiene dueño y está sujeta a una jurisdicción. Esta jurisdicción abarca aguas a una distancia mínima de la línea costera, variable en cada país. Se cierran además los entrantes marítimos, llegándose a una situación en que las aguas interiores de las rías se convierten en espacios acotados por determinadas comunidades, compañías o artes de pesca. Las pesquerías marítimas son instalaciones de carácter arcaico y, la mayoría, de propiedad señorial y muy repartida. Como curiosidad indicaremos que en 1169 en Santa María de Vigo el rey de Portugal tiene cinco barcos de pesca que dona al obispo de Tuy.
Además de los tradicionales “comboas” (corrales de ma-rea), comunes a todo el mundo atlántico, para la pesca se utilizaban redes fijas, de deriva, de arrastre, palangres…
El material y las técnicas de pesca que emplean son de dimensiones muy modestas y poco exigentes en hombres y barcos. Los pescadores disponían de pequeñas flotas pesqueras, y de casetas y cabañas en tierra. Pero pronto se van a desarrollar nuevos tipos de artes con redes fijas de enmalle (trasmallo). Un trasmallo es un arte de pesca constituida por tres paños de red colocados superpuestos; los dos exteriores tienen la misma luz de malla y el central es más tupido y de mayores dimensiones. Al formarse bolsas en el paño central los peces quedan “enmallados”. Los trasmallos se suelen calar cerca de la costa, siempre sobre el fondo, al anochecer para levantarlos al amanecer. A los trasmallos habría que sumar las redes de deriva conocidas como “jeito”, en la que los pescados quedan enmallados por la cabeza, los cordeles o palangres cada vez más complejos y sobretodo “la sacada”, de arrastre a tierra y de gran potencia extractiva con la que se pesca sardina, merluza y cazón (hasta 100 merluzas por lance). La “sacada” gallega, se arrastra a tierra con dos botes, y tiene una variante más modesta, que no necesita más que un bote por tener un listón de madera que le mantiene la boca abierta.
En época bajomedieval aparecen las redes de cerco, pero muchísimo más pequeñas que las que se usarán más adelante para la sardina. La pesca de cerco consiste en cercar, una vez ubicado el banco de peces, soltando la red y haciendo un círculo para seguidamente cerrar el fondo de la red capturando la pesca. Las redes de cerco se utilizan para la captura de peces cuya costumbre es nadar formando densos bancos, para las que resultan mucho más eficaces que las artes de enmalle o los trasmallos.
Las redes, especialmente las de sacada y sobretodo los cercos, exigían inversiones cada vez mayores, por lo que los pequeños pescadores van quedando marginados por una nueva clase de profesionales: los mareantes, con una organización colectiva fuerte, empleando nuevas artes de pesca más eficaces, nuevas técnicas de salazón para hacer frente a los desafíos del comercio, y aventurándose hacia nuevos mercados. Los cercos van a ser la seña de identidad y el símbolo de estatus de los mareantes. Los cercos son empresas de gran envergadura que requieren una enorme inversión en hombres, cuarteles de red, barcos, y que están abiertos a recibir aportes de capital. Cada uno de ellos necesita por lo menos un trincado, y varias pinazas y embarcaciones auxiliares. Su capacidad extractiva es impresio-nante. Avasallan el mundo de la pesca, copando las rías.
Se establecen así dos clases de profesionales de la pesca: los pescadores y los mareantes. Los pescadores abastecen el mercado local, pescan de todo, con comboas, con anzuelos y redes pequeñas (trasmallos) desde la costa o desde un bote. Son los del “fresco”, los proveedores de los mercados próximos a la costa y no participan en el comercio a larga distancia ni entran en las grandes compañías. Los mareantes serían pescadores con más iniciativa y capacidad eco-nómica, que al principio forman muchas pequeñas compañías en torno a artes de pesca relativamente modestas y diversas (jeito, palangres para el congrio y la merluza...). Más adelante, se concentrarán en la pesca de la sardina con artes (sacada, cerco) que requieren una fuerte inversión y en torno a las que se forman unas pocas compañías, cada vez más nutridas y menos numerosas, que tienden a arrinconar a las de los pescadores.
Como cabría esperar esto va a dar lugar a enfrenta-mientos, rencillas y luchas entre mareantes y pescadores. Los mareantes no están a gusto con la sacada por la competencia que les hace, pero la toleran más o menos; no ocurre así con el jeito que les hace una competencia directa al especializarse en sardina. Algo parecido ocurre con la pescada, merluza y congrio que era en un principio típica de pescadores que la practicaban en las rías con carabelas y palangres, pero pronto, a partir del siglo XIII, fueron sustituidas por pinazas especializadas (“pinazas de congrear”, “pinazas merluceras”), seguramente más pequeñas que las de 30 toneles que se usaban en el comercio de cabotaje pero en cualquier caso algo que no es ya un pequeño bote, con una dotación mínima, para la pesca, de tres hombres, lo que la hacía más difícil para los pescadores. En cualquier caso, cuando llegamos al siglo XV, los mareantes imponen su ley a los otros pescadores, locales y forasteros, y controlan toda la pesca “merchante”, salazón y comercialización dentro del territorio de cada cofradía.
En la segunda mitad del siglo XIV va a surgir un gran desarrollo de las pesquerías desde el Mar del Norte y Báltico hasta la costa atlántica, de la que Galicia no será una excepción, sino todo lo contrario, y el lucrativo comercio de la sardina, bien controlado por los mareantes, va ha ser sustituido por el bacalao, pescado en los bancos de Terranova, que va a estar firmemente en manos de mercaderes y “mariñeiros”. Además de bacalao, el arenque, la sardina, el congrio y la merluza son capturados masivamente, y preparados en salazones y secaderos, comercializándolos hacía mercados interiores ya muy importantes.


La pesca en el Mediterráneo en el Reino de Aragón (3). 
      Como hace Riera Mellis (3), al que seguiremos en este apartado, cuando nos referimos a la pesca bajomedieval en el Reino de Aragón durante los siglos XIII al XV, nos referimos a la que se desarrolla en la costa mediterránea que va de Salses, hoy en Francia en el Languedoc-Rosellón, hasta Guardamar en Alicante, incluidas las Islas Baleares.
Conviene aclarar que la pesca marítima en la Edad Media era peligrosa por su misma naturaleza, y de rendimientos muy aleatorios. En el caso del concreto del Mediterráneo, a esta situación habría que sumarle la presencia de piratas y corsarios, de los que los frágiles barcos pesqueros serían presa fácil; sin embargo, a pesar de todo ello la pesca en el Mediterráneo Noroccidental fue durante la Edad Media una actividad económicamente viable.
        Durante la segunda mitad del siglo XIII, la socialización profesional arraigó entre los pescadores, cuyo número se había incrementado considerablemente a lo largo del litoral y en las islas Baleares. Para defender sus intereses, los profesionales del mar se asociaron creando el “comú dels pesca-dors”. De Pedro III de Aragón obtuvieron el derecho de elegir anual-mente cuatro prohombres con facultades para ordenar, convocar y celebrar juntas para tratar temas relativos al ejercicio de la profesión. La cofradía, con sus correspondientes fun-ciones asistenciales, apareció a finales del siglo XIV.
La pesca en la Edad Media en el Mediterráneo era una acti-vidad compleja, que exigía, además del trabajo coordinado de distintos profesionales, de un equipamiento. Los pescadores trabajaban en embarcaciones especiales con artes diversos, que podríamos clasificar como estáticos y dinámicos. Entre los primeros estaban la nasa, la almadraba y las diversas modalidades de pesca con anzuelo: palangre, volantín y caña, y entre los segundos, figuraban los que utilizaban redes: el boliche y la jábega.
La nasa, como ya hemos visto, es un aparejo estático muy antiguo que requiere poca atención y que constaba de una pieza cónica, denominada “buc”, unida por la base a otra, llamada “afàs”, con forma de embudo, dirigida hacia el interior de la primera, a la cual daba entrada, mediante una boca estrecha, que permitía el ingreso de los peces pero impedía, al acabar en una serie pinchos, su salida. Para provocar la entrada de los peces los pescadores colocaban un cebo (normalmente un trozo de sardina o de sonso) en el interior del aparejo. Estaban hechas con malla de junco, mimbre o caña.
Las nasas eran baratas, pero poco productivas. Cada aparejo no solía capturar más de dos o tres peces y tenía que estar calado, para compensar el trabajo del lanzamiento, varios días. Las nasas fueron muy utilizadas por los pescadores pobres, quienes capturaban con ellas bogas, langostas, congrios, sepias y meros. Podían lanzarse tanto desde embarcaciones como desde los acantilados; su utilización era muy sencilla. Al no exigir otros trabajos que la colocación y la recogida, la nansa podría simultanearse con cualquiera de los otros artes.
El otro arte estático, la almadraba, utilizada como vimos desde la época romana para la pesca del atún, no era en la Edad Media un arte barato y sencillo, sino todo lo contrario: exigía un equipamiento considerable y mucha fuerza de trabajo; entre 30 y 40 pescadores que la calaban en verano, cuando los atunes, después de desovar en el Mediterráneo, regresaban al Atlántico. Muy parecida a la de los romanos, por no decir igual, la almadraba se calaba verticalmente, en las áreas de paso de los peces migratorio, una red grande, mediante piedras y flotadores de corcho, con una apertura que comunicaba con un espacio delimitado por una segunda red, de cercamiento, provista de fondo, el copo. El sistema estaba diseñado para conducir los atunes desde el mar abierto, por un canal de redes, hasta el área de cerco, donde los pescadores, apostados en diversas embarcaciones, procedían finalmente a elevar la segunda red, para extraer los peces mediante ganchos.
Con el término palangre se designaba una cuerda de cáñamo larga, “la mare”, de la que pendían numerosos cabos, “les braçolades”, provistos de un anzuelo en su extremo libre; las dimensiones de ambos elementos dependían de la profundidad de las zonas de lanzamiento y del tamaño de los peces que se pretendía capturar. En el cabo inferior de “la mare” se ataba una piedra, para calar el conjunto de anzuelos, y en el superior, una boya, que permitía a los pescadores localizar la zona de lanza-miento y les avisaban cuando los peces habían picado. Se trataba de extender, de sembrar en amplias áreas de mar una multitud de anzuelos con el cebo adecuado.
El volantín era una versión reducida del palangre: con-sistía en un cordel de cáñamo o de lino, de entre 30 y 50 brazas de longitud, provisto de un lastre de plomo y de diversos anzuelos, que se lanzaba tanto desde algunas zonas propicias del litoral, acantilados o peñas aisladas, como desde una pequeña embarcación. Con este tipo de arte se capturaban sólo pescados de dimensiones reducidas, como pageles, merluzas, bogas, júreles y caballas.
El arte ancestral de la pesca con caña y anzuelo, desde la playa, la costa o a bordo de embarcaciones se seguía utilizando a finales de la Edad Media para la pesca de congrios, merluzas y bonitos.
De las artes dinámicas que empleaban redes el más utilizado en el Mediterráneo noroccidental fue el boliche; consistía en una red flotante de hilo de cáñamo, de malla estrecha, compuesta por un copo y dos bandas. Al no alcanzar el fondo marino y desplazarse entre dos aguas, cerca de la costa, la red del boliche había sido diseñada para capturar peces y crustáceos pequeños. Se calaba y levaba en el mar, desde una embarcación.
La jábega era muy parecida al boliche pero de dimensiones mayores, destinada, pues, a apresar piezas mayores. Se calaba desde una embarcación y se levaba en tierra, donde una cuadrilla de auxiliares recogía las cuerdas que sujetaban la red al bajel y tiraban de ellas hasta depositarla en la playa.
De todos estos aparejos únicamente la caña, la nasa y el volantín podían utilizarse desde la costa, el resto había que calarlos mar adentro mediante barcos, por lo que era imprescindible contar con una flota pesquera más o menos especializada. De esta formarían parte el “caro o carabo”, del que se tienen noticias desde comienzos del siglo XI y que ya es popular en toda la costa desde finales el siglo XIII. Era un barco pequeño que se impulsaba a remo con el que se calaban pequeñas redes en las albuferas y en el mar próximo a la costa, para lo que también servía la “barca de parell” cuyo manejo exigía la presencia de dos pescadores. Otro barco utilizado tanto para la pesca marítima como la fluvial fue la “tartana”. Una embarcación pequeña, de un solo palo, con vela latina, bajo de popa y de proa.
Para calar los palangres, los volantines y las nasas, se utilizaban los “llaüts”, que es como se designaba, desde principios del Siglo XIII, una embarcación ligera de reducidas dimensiones y con una capacidad que no solía superar las 10 botas, provista de una vela latina y, en algunas ocasiones, de un foque, así como de dos o cuatro pares de remos y que embarcaba de cuatro a ocho pescadores y un aprendiz. De diseño parecido sería el “albolig”, utilizado para calar el arte del mismo nombre (boliche), pero de dimensiones inferiores y movido igualmente por una vela latina y remos. Para la pesca del atún en las almadrabas es probable que se utilizaran también llaüts o barcas, un bajel que podía cargar entre “50 i 100 salmas”, propulsado por entre 5 y 10 pares de remos, una vela latina y un foque.
Para el manejo de la jábega, dado su tamaño y peso y a utilizarse lejos de la costa, surgió un nuevo tipo de embarcación: la “xábega”, caracterizada por un casco más robusto y amplio que el del boliche, impulsado a la vez también por una vela latina y varios pares de remos; su tripula-ción ordinaria sería de unos diez pescadores.
Es probable que muchos caros y tartanas, e incluso algunos “bolitjos”, fuesen de propiedad individual. La adquisición de una xàvega o de un “llaüt” ya exigiría, en cambio, la asociación de varios interesados, cada uno de los cuales aportaría una parte del precio.
No existe información del volumen da las capturas, pero sí de la gran variedad de las especies q las integraban, aunque no resulta fácil identificarlas, dado que el nombre de los peces cambiaba a lo largo de todo el litoral. De las 78 especies identificadas, 66 corresponden a peces, siete a crustáceos, tres a moluscos y dos a mamíferos. De los 66 peces, 61 corresponden a peces estrictamente marinos y 5 a peces que alternan el mar con los ríos o albuferas. Estas últimas especies, como por ejemplo los esturiones o las sabogas, no se pescaban en el mar, sino en los estanques litorales y en los ríos. Los crustáceos estaban repre-sentados, por siete especies: el cangrejo, el centollo, la langosta, el langostino, la gamba roja, la cigala y el bogavante. Mientras que los moluscos se reducían a los pulpos, sepias y calamares, y de los mamíferos marinos se pescaban el delfín y el tursión.


La pesca en el reino nazarí de Granada (6). 
      El reino nazarí tenía una amplia fachada marítima que iba desde la zona almeriense, más al este de Cabo de Gata, hasta el mismo estrecho de Gibraltar. Geográficamente se puede definir este espacio costero como propiamente mediterráneo, aunque con características pro-pias. En muchos puntos la montaña está al mismo borde del mar, existiendo pequeñas calas que permiten, junto con los deltas de algunos ríos, una navegación de cabotaje muy intensa. El régimen de los vientos, ampliamente conocido por los hombres del mar de estas áreas costeras, obligaba a utilizar, en caso de temporales (son temibles los de Levante), refugios y atraques de emergencia.
        Era en este litoral granadino donde practicaban la pesca barcos de diferentes caracterizaciones, que incluso eran utilizados para el transporte de mercancías de unos puntos a otros, ya que las rutas terrestres eran difíciles. Es posible que la pesca no fuese una línea económica de igual dimensión que en otras culturas mediterráneas, pero estaba presente. La existencia de poblados de gentes dedicadas exclusivamente a las tareas de pesca no está documentada, aun cuando hay restos arqueológicos de cierta importancia que podrían indicarlo. Todo parece indicar que la pesca era casi exclusivamente de bajura, en las proximidades de las costas, y aunque rica y variada, aparece diluida en activida-des económicas más amplias y complejas.
        De las actividades pesqueras llevadas a cabo en la costa las más importantes serían las realizadas con las almadrabas, aunque no podemos saber si fue con la misma intensidad que en tiempos de la Antigüedad clásica, la pesca por medio de almadraba era una práctica que estaba presente al menos desde el siglo XII, aunque seguramente antes también. Como ya hemos indicado, pero no esta de más repetirlo, la almadraba consiste en un cerco que se hace con redes. Es de gran tamaño y generalmente de forma rectangular. Cuenta con un trozo de red auxiliar que se dispone perpendicular a la costa. Se procede así para cortarles el paso a los atunes y a otros peces migratorios que nadan en paralelo a la línea costera y cerca de ella. Se procede de ese modo para ha-cerlos caer en el arte preparado para tal fin. Las artes son caladas en primavera y retiradas en otoño. Para todas estas operaciones y, sobre todo, para las de captura propiamente dicha de los pescados era precisa la participación de varias embarcaciones y de un gran número de pescadores.
Pero siendo la pesca de túnidos y escómbridos, mediante el uso de almadrabas, la más importante, otras muchas especies eran capturadas a lo largo de la costa nazarí, entre las que destacaría la de las sardinas. A partir de una ordenanza dada por el concejo de Málaga, en 21 de enero de 1501, sabemos que en las costas granadinas se pescaban: agujas palá, albures, ángel, arañas, atúnes, bailas, besugos, bonitos, brecas, cachuchos, cañabotas, congrios, corvinas, dentónes, doradas, gallos, galludos, lechas, lenguados, lisas, marrajos, mielgas, meros, niotos, palometas, pescadillas, piques, robalos, rubios, salmonetes y tollos.
Sus capturas se hacían de diversas formas, pero, por supuesto, en embarcaciones de diferente envergadura como la zambra o zabra y el jabeque. De como era la zambra sabemos poco (la RAE la define como cierto tipo de barco que usaban los musulmanes o bien especie de barco que usan los moros). Del árabe zammariya “especie de barco”. El jabeque era una embar-cación pequeña, de unos 4 m de largo por 1 m de ancho.
El comercio de menudeo y la arriería tuvieron un papel principal en el comercio del pescado salado y seco para abaste-cimiento de regiones interiores.

Los pescadores andaluces y canarios a finales de la Edad Media (7)
      Una de las características más destacadas de la actividad pesquera en las costas del Atlántico Medio fue la frecuencia con la que los pescadores gallegos, cántabros y vascos acudieron a sus caladeros, sin que la distancia, los medios de conservación de las capturas o sus propios ámbitos de actividad (Golfo de Vizcaya, Bretaña, Irlanda, etc.) les retraiga de su interés por la pesca en estos mares. Su presencia no debe extrañarnos, ya que la zona andaluza no era desconocida para los pescadores norteños, si tenemos en cuenta la secular relación de marinos y trans-portistas del norte en las armadas que participaron en la conquista y defensa de Andalucía, o en la compra de cereales para abastecer el norte peninsular. Todos ellos junto con los portugueses y los propios andaluces y canarios, formarían el censo de pescadores que a finales del siglo XV y principios del siguiente explotaron los caladeros andaluces y africanos.
Si bien la presencia portuguesa en la costa andaluza esta documentada, también lo está la presencia de pescadores andaluces en los mares portugueses, como lo prueba la queja que los armadores y pescadores de Sevilla dirigen, en 1469, al concejo hispalense para plantearles algunos problemas durante sus faenas para la pesca de “la sardina en la Tuta e en Montegordo e en los otros puertos y mares que son en la comarca del dicho rreyno de Portugal”.
Referencias a la presencia en caladeros africanos se encuentran ya en los años setenta del siglo XV cuando los reyes concedían a Fernando de Gamarra “licencia para armar cuatro fustas o carabelas con las que podría ir a pescar, cada vez que quisiera y sin pagar derechos, a las pesquerías de Guinea, pudiendo utilizar como punto de partida cualquiera de los puertos de la costa onubense”.
Las condiciones de trabajo de los pescadores andaluces para faenar en los caladeros atlánticos o las de los canarios para hacerlo en las costas de Barbería, serían muy parecidas. De los contratos que conocemos podemos saber que era necesario un pequeño capital para armar el barco y dotarlo de aparejos y mantenimientos, de tal forma que era muy común que un socio adelantara los fondos necesarios y los marineros pusieran su trabajo. A cambio el inversor se aseguraba un porcentaje mayor en las ganancias o un precio para las capturas más bajo que el establecido en el mercado. Además fue muy común, en función del tipo de contrato, que las ganancias obtenidas fueran divididas en tantas partes como el número de inversores y pescadores, de tal forma que maestre e inversor se llevaran un porcentaje mayor que los marineros.
Para finalizar podemos decir que lo que caracteriza a los protagonistas de la pesca en la Baja Andalucía y Canarias, es que faenaron, casi siempre -y esto les diferencia de sus homólogos de otras regiones- en aguas lejanas a sus lugares de origen, llevando sus navíos a caladeros distantes y peligrosos, aunque, también, muy productivos. En proporción, su número quizá no fue tan elevado como el que se podía encontrar en localidades del Cantábrico o Galicia, lo que no quiere decir que en muchas villas de la costa gaditana o onubense hubiese entre su población a un alto porcentaje de pescadores.


Referencias.
 
 (1) La pesca en el país vasco en la edad media. Beatriz Arizaga
Bolumburu. Universidad de Cantabria.
untzimuseoa.eus/images/itsas_memoria_03/1lapesca.pdf

(2) Economía y sociedad en la España medieval. Carlos de Ayala Martínez. 2004. 
https://books.google.es/books?isbn=8470904345

(3) La pesca en el Mediterráneo Noroccidental durante la Baja Edad Media. Antoni Riera Melis. Universidad de Barcelona
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf

(4) La pesca en la Edad Media. Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, Madrid, 2009.
 www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf

(5) Pesca y economía regional en Galicia. Elisa Ferreira Priegue. Universidad de Santiago. Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales. Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf

(6) La pesca en el mar de alborán en época nazarí (siglos XIII-XV). Antonio Malpica Cuello. Universidad de Granada. Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales. Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf

(7) Pescadores andaluces y canarios a finales de la edad media. Juan Manuel Bello León. Universidad de La Laguna. Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales. Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf