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LA
PESCA EN LA EDAD MEDIA
La pesca en el reino de
castilla. La pesca en Galicia en la Edad Media. La pesca en el Mediterráneo en
el Reino de Aragón. La pesca en el reino nazari de Granada. Los pescadores
andaluces y canarias a finales de la Edad Media.
Al
comienzo de la Edad Media los peces de río eran mucho más apreciados que los de
mar, de los que se hacia abundante captura en la época visigoda, siendo
especialmente apreciados los salmones. Durante este periodo los recursos del
mar eran algo secundario, pero poco a poco van cobrando importancia. Es
evidente que los protagonistas de la actividad pesquera son los pescadores (1):
“sin embargo no es tan evidente saber si se dedicaban en exclusividad a la
pesca o si combinaban con otro tipo de actividad en tierra. Parece que en los
primeros años de vida de la población urbana la pesca es una actividad complementaria
para los campesinos asentados en la costa”.
En un
principio la pesca marítima era eminentemente costera, aplicándose al mar los
métodos “recolectores” fluviales, pasándose posteriormente a la pesca de altura
o de la “mar lontana”. Su despegue se inicia en el siglo XIII,
alcanzando su apogeo ya en el siglo XV, sin que ello supusiera, en modo alguno,
el abandono de la pesca costera o de bajura. Utilizando las mismas, pequeñas y
endebles embarcaciones, los marinos y pescadores del Reino de Castilla
(gallegos, cantabros y posteriormente andaluces) se adentraban hasta bancos
cada vez más lejanos, al tiempo que los del Reino de Aragón perfeccionaban las
técnicas de pesca en el Mediterráneo. Diferentes especies: doradas, merluzas,
congrios, besugos, sardinas…, saladas o frescas, constituían nuevos y
apreciados productos fácilmente comercializables en el mercado urbano o
incluso podían ser objeto de exportación. Una de las primeras menciones a la
pesca de ballenas, actividad en la que los marinos norteños demostraron su
pericia desde fechas anteriores a los siglos bajo-medievales, nos muestra a
Alfonso VIII de Castilla transfiriendo a la Orden Militar de Santiago el
tributo anual de la ballena que los hombres de Métrico debían ofrecerle (2).
Sólo
en los propios lugares de pesca o en otros muy próximos a la costa era posible
encontrar pescado fresco de procedencia marina. Los consumidores de las
regiones interiores tenían que conformarse entonces con el pescado fresco
fluvial o lacustre, puesto que el de agua salada les llegaba sólo en conserva.
El principal conservante fue la sal, que dio origen a dos sistemas de
preservación, la salazón y la semisalazón (3): El primero consistía en
someter el pescado, después de extraerle las vísceras y la sangre, a un
contacto prolongado con la sal y a un intenso proceso de deshidratación. La
semisalazón estribaba en colocar el pescado eviscerado en una salmuera densa
durante varios días, escurrirlo, prensarlo y estibarlo finalmente, entre capas
de sal. Era un sistema rápido pero menos duradero que la salazón. Aunque la
salazón se aplicó a una amplia gama de peces, sería la sardina la más usual. La
semisalazón, además de a las sardinas y anchoas, se aplicó a otras especias
grasientas como la ballena o el atún.
También
se utilizaron para la conserva del pescado, aunque con menos frecuencia que la
sal, el aceite y el vinagre (3). Con vinagre se preparaban
escabeches, que alargaban la conservación de algunos pescados cocidos, y el
atún en aceite circulaba en jarras de forma más o menos habitual. Sin embargo,
el método de conservación más económico, especialmente en el sur, fue la
desecación al sol, muy empleada con el congrio y el atún. Curiosamente el
ahumado, tan común en Europa, no fue una técnica muy empleada en las costas
mediterráneas.
Parece
entonces que pasemos a describir las técnicas y artes de pesca de la España
medieval, esto es las imperantes en el reino de Castilla, representadas por los
pescadores gallegos, cantabros y vascos, y las del Reino de Aragón, que
corresponderían al de las costas mediterráneas y de las islas Baleares, sin
olvidar a los pescadores del Reino Nazarí de Granada, y ya más adelante en el
tiempo a los pescadores andaluces y canarios del final de la Edad Media.
Para
el desarrollo de este capitulo nos basaremos en los estudios presentados en el
congreso de la Sociedad Española de Estudios Medievales (4): “La
Pesca en la Edad Media”, celebrado en Santiago de Compostela en 2007.
La pesca en el reino de
Castilla.
Comenzamos
por el País Vasco y la zona cantábrica (1). Dadas las
características de la costa vasca y cántabra, los medios técnicos limitados de
que se disponía en la época, hicieron que la pesca fuese fundamentalmente de
bajura, cerca de la costa, de modo que los pescadores retornaban a puerto al
anochecer aunque, por otra parte, no era extraño que alcanzasen caladeros más
alejados. La zona de pesca de los marineros cantabros y vascos comprendía la
costa cantábrica desde Galicia hasta Bretaña, incidiendo en el Golfo de Bizcaya, Bretaña
e Irlanda, resultando menos frecuente la pesca en la costa atlántica aunque
también se acercaban a las costas portuguesas e incluso andaluzas, hasta el
estrecho.
A
pesar de que los mares eran libres las villas costeras entienden el espacio
marítimo inmediato a la costa como una prolongación del término terrestre,
existiendo derechos de uso pesquero sobre sus aguas, de modo que las cofradías
de pescadores consideraban como suya toda la superficie marítima que eran
capaces de controlar visualmente desde sus atalayas, lo que correspondería a
sus “aguas jurisdicionales”, que se limitarían al trayecto de ida y
vuelta en una jornada de una pinaza tripulada con un mínimo de seis hombres y
un tamaño superior a los cinco metros.
Las
pinazas, movidas a remo y vela, eran las embarcaciones que se destinaban a la
pesca, ya fuera de bajura o de “altura” y destinadas a una u otra especie. Las
había pequeñas y grandes de 20 toneles. Se consideraban embarcaciones pequeñas
para adentrar-se mar adentro a la pesca, o al socorro de algún otro navío, las
pinazas que tuvieran menos de doce codos de quilla o aquellas que tuvieran una
tripulación de menos de 7 hombres, y podían considerarse pinazas grandes las de
quince o dieciocho codos de quilla, con tripulaciones de más de siete
pescadores. El
conjunto de las pinazas y los hombres que en ellas navegan - maestres de
pinazas, marineros-pescadores y mozos o aprendices- conformaban la cofradía.
Entre
las artes de pesca empleadas por los pescadores vascos y cantabros en la baja
Edad Media, destacan las “cuerdas” –ciertos tipos de palangres-, la “traina”
–red para la pesca de sardina-, y las “nasas” o “butrones”, que se instalaban
en las proximidades de la costa y en las rías.
Las cuerdas, con las que se
pescan principalmente besugos, tenían un largo de unas 20 brazas (32 metros),
de las que a su vez pendían unos cordeles más cortos que finalizaban en un
anzuelo. Cada cuerda constaba de 20 docenas de anzuelos que se cebaban antes de
embarcar. Cada pescador solía portar dos cuerdas, primero calaba una en el
agua y la mantenía en la mano hasta sentir que picaban los besugos, momento en
que la retiraba, y lanzaba la otra, y así hasta terminar la faena.
Las
trainas eran redes de gran extensión que se empleaban para la pesca de
sardinas, lo que podía hacerse con cebo (güeldo) o sin él (al geito) haciendo
ruido y asustando los bancos de sardinas. Antes de lanzar las redes los
pescadores localizaban los bancos de sardinas observando las aves marinas, que
revoloteando sobre las aguas tratando de alimentarse de ellas. La costera de
la sardina solía comenzar en Junio y finalizaba en Octubre o Noviembre.
Aunque
en las rías y entrantes de mar no se permitía ningún tipo de pesca con red, a
veces los concejos arrendaban toda la pesca que pudiera realizarse con redes en
las proximidades de las villas y en las barras. La pesca en las rías era
realmente muy importante, además de ser un complemento en los días en los que
no se podía salir a la mar abierta. Las nasas y las pesqueras eran las artes
que realmente se utilizaban en las rías. Las pesqueras eran construcciones
realizadas con estacas y entramados de mimbres que se situaban en los lechos de
los ríos, donde quedaban atrapados los peces.
Las
nasas o butrones, eran trampas donde entraban los pescados atraídos por la
carnada y no podían salir. Se elaboraban con mimbres y juncos con formas
variables dependiendo de la especie a capturar y se utilizaban tanto en la mar
abierta como en las rías.
Para
las ballenas, que hasta el s. XV era una pesca extraordinaria que se realizaba
cuando las ballenas aparecían por las costas, las chalupas iban
convenientemente pertrechadas de sangraderas, estachas, dardos y arpones.
El
cebo o güeldo, imprescindible para atraer la pesca, consistía generalmente en
camarones y otros crustáceos, aunque también usaban agujas, sardinas y carne.
El uso de carne de vaca como cebo era general en toda la cornisa cantábrica y
se empleaba especialmente en la pesca del besugo. La obtención de cebo o güeldo
creaba, a veces, problemas que se encargaban de resolver las Cofradías de
pescadores, que entre sus misiones estaba garantizar que todos los cofrades
dispusiesen de cebo.
Además
de las ballenas, que como vimos podía ser algo anecdótico, se pescaban y
consumían una gran variedad de espe-cies a juzgar por la información municipal
relativa a los pescados que se poníann a la venta: aligotes, albures, agujas,
ballenas, besugos, brecas, bogas, barbarines, cabras, cabrillas, chicharros,
congrios, corcones, doradas, estachos, gorlines, gurbines, jibias, lijas,
lubinas, lam-preas, lenguados, lamotes, mubles, merluzas, mujarras, meros,
marraxos, mielgas, perlas, pescadas, sardinas, pul-pos, perlones, rayas,
suellas, samas, sabalos, salmonetes, toninos, tollos, urtas, uxtruxones,
zapateras.
La
pesca en Galicia en la Edad Media (5) es heredera de
una tradición común a toda Europa: las pesquerías y fábricas de salazones
romanas. Hay desde antiguo una experiencia en la pesca y el procesamiento de la
sardina, que se sigue aprovechando en la Alta y Plena Edad Media.
Como
ya se dijo las aguas del mar no tenían dueño. Cualquiera puede navegar por
ellas y extraer sus productos, de modo que los pescadores gallegos tienen que
compartir, como cualquier otros, sus aguas y sus playas con los pescadores
portugueses, asturianos, cántabros y vascos. Sin embargo, como ya comentamos
en el caso de la pesca en el País Vasco, la costa sí tiene dueño y está sujeta
a una jurisdicción. Esta jurisdicción abarca aguas a una distancia mínima de la
línea costera, variable en cada país. Se cierran además los entrantes
marítimos, llegándose a una situación en que las aguas interiores de las rías
se convierten en espacios acotados por determinadas comunidades, compañías o artes
de pesca. Las pesquerías marítimas son instalaciones de carácter arcaico y, la
mayoría, de propiedad señorial y muy repartida. Como curiosidad indicaremos que
en 1169 en Santa María de Vigo el rey de Portugal tiene cinco barcos de pesca
que dona al obispo de Tuy.
Además
de los tradicionales “comboas” (corrales de ma-rea), comunes a todo el
mundo atlántico, para la pesca se utilizaban redes fijas, de deriva, de
arrastre, palangres…
El
material y las técnicas de pesca que emplean son de dimensiones muy modestas y
poco exigentes en hombres y barcos. Los pescadores disponían de pequeñas
flotas pesqueras, y de casetas y cabañas en tierra. Pero pronto se van a
desarrollar nuevos tipos de artes con redes fijas de enmalle (trasmallo). Un trasmallo
es un arte de pesca constituida por tres paños de red colocados superpuestos;
los dos exteriores tienen la misma luz de malla y el central es más tupido y de
mayores dimensiones. Al formarse bolsas en el paño central los peces quedan
“enmallados”. Los trasmallos se suelen calar cerca de la costa, siempre sobre
el fondo, al anochecer para levantarlos al amanecer. A los trasmallos habría
que sumar las redes de deriva conocidas como “jeito”, en la que los pescados
quedan enmallados por la cabeza, los cordeles o palangres cada vez más
complejos y sobretodo “la sacada”, de arrastre a tierra y de gran potencia
extractiva con la que se pesca sardina, merluza y cazón (hasta 100 merluzas por
lance). La “sacada” gallega, se arrastra a tierra con dos botes, y tiene una
variante más modesta, que no necesita más que un bote por tener un listón de
madera que le mantiene la boca abierta.
En
época bajomedieval aparecen las redes de cerco, pero muchísimo más pequeñas que
las que se usarán más adelante para la sardina. La pesca de cerco consiste en
cercar, una vez ubicado el banco de peces, soltando la red y haciendo un
círculo para seguidamente cerrar el fondo de la red capturando la pesca. Las
redes de cerco se utilizan para la captura de peces cuya costumbre es nadar
formando densos bancos, para las que resultan mucho más eficaces que las artes
de enmalle o los trasmallos.
Las
redes, especialmente las de sacada y sobretodo los cercos, exigían inversiones
cada vez mayores, por lo que los pequeños pescadores van quedando marginados
por una nueva clase de profesionales: los mareantes, con una organización
colectiva fuerte, empleando nuevas artes de pesca más eficaces, nuevas técnicas
de salazón para hacer frente a los desafíos del comercio, y aventurándose hacia
nuevos mercados. Los cercos van a ser la seña de identidad y el símbolo de
estatus de los mareantes. Los cercos son empresas de gran envergadura que
requieren una enorme inversión en hombres, cuarteles de red, barcos, y que
están abiertos a recibir aportes de capital. Cada uno de ellos necesita por lo
menos un trincado, y varias pinazas y embarcaciones auxiliares. Su capacidad
extractiva es impresio-nante. Avasallan el mundo de la pesca, copando las rías.
Se
establecen así dos clases de profesionales de la pesca: los pescadores y los
mareantes. Los pescadores abastecen el mercado local, pescan de todo, con comboas,
con anzuelos y redes pequeñas (trasmallos) desde la costa o desde un bote. Son
los del “fresco”, los proveedores de los mercados próximos a la costa y no
participan en el comercio a larga distancia ni entran en las grandes compañías.
Los mareantes serían pescadores con más iniciativa y capacidad eco-nómica, que
al principio forman muchas pequeñas compañías en torno a artes de pesca
relativamente modestas y diversas (jeito, palangres para el congrio y la
merluza...). Más adelante, se concentrarán en la pesca de la sardina con artes
(sacada, cerco) que requieren una fuerte inversión y en torno a las que se
forman unas pocas compañías, cada vez más nutridas y menos numerosas, que
tienden a arrinconar a las de los pescadores.
Como
cabría esperar esto va a dar lugar a enfrenta-mientos, rencillas y luchas entre
mareantes y pescadores. Los mareantes no están a gusto con la sacada por la
competencia que les hace, pero la toleran más o menos; no ocurre así con el
jeito que les hace una competencia directa al especializarse en sardina. Algo
parecido ocurre con la pescada, merluza y congrio que era en un principio
típica de pescadores que la practicaban en las rías con carabelas y palangres,
pero pronto, a partir del siglo XIII, fueron sustituidas por pinazas
especializadas (“pinazas de congrear”, “pinazas merluceras”),
seguramente más pequeñas que las de 30 toneles que se usaban en el comercio de
cabotaje pero en cualquier caso algo que no es ya un pequeño bote, con una
dotación mínima, para la pesca, de tres hombres, lo que la hacía más difícil
para los pescadores. En cualquier caso, cuando llegamos al siglo XV, los
mareantes imponen su ley a los otros pescadores, locales y forasteros, y
controlan toda la pesca “merchante”, salazón y comercialización dentro del
territorio de cada cofradía.
En la
segunda mitad del siglo XIV va a surgir un gran desarrollo de las pesquerías
desde el Mar del Norte y Báltico hasta la costa atlántica, de la que Galicia
no será una excepción, sino todo lo contrario, y el lucrativo comercio de la
sardina, bien controlado por los mareantes, va ha ser sustituido por el
bacalao, pescado en los bancos de Terranova, que va a estar firmemente en manos
de mercaderes y “mariñeiros”. Además de bacalao, el arenque, la sardina, el
congrio y la merluza son capturados masivamente, y preparados en salazones y
secaderos, comercializándolos hacía mercados interiores ya muy importantes.
La pesca en el Mediterráneo en
el Reino de Aragón (3).
Como hace Riera Mellis (3), al que seguiremos en este apartado, cuando nos referimos a la pesca bajomedieval en el Reino de Aragón durante los siglos XIII al XV, nos referimos a la que se desarrolla en la costa mediterránea que va de Salses, hoy en Francia en el Languedoc-Rosellón, hasta Guardamar en Alicante, incluidas las Islas Baleares.
Como hace Riera Mellis (3), al que seguiremos en este apartado, cuando nos referimos a la pesca bajomedieval en el Reino de Aragón durante los siglos XIII al XV, nos referimos a la que se desarrolla en la costa mediterránea que va de Salses, hoy en Francia en el Languedoc-Rosellón, hasta Guardamar en Alicante, incluidas las Islas Baleares.
Conviene aclarar que la pesca
marítima en la Edad Media era peligrosa por su misma naturaleza, y de
rendimientos muy aleatorios. En el caso del concreto del Mediterráneo, a esta
situación habría que sumarle la presencia de piratas y corsarios, de los que
los frágiles barcos pesqueros serían presa fácil; sin embargo, a pesar de todo
ello la pesca en el Mediterráneo Noroccidental fue durante la Edad Media una
actividad económicamente viable.
Durante la segunda mitad del
siglo XIII, la socialización profesional arraigó entre los pescadores, cuyo
número se había incrementado considerablemente a lo largo del litoral y en las
islas Baleares. Para defender sus intereses, los profesionales del mar se
asociaron creando el “comú dels pesca-dors”. De Pedro III de Aragón
obtuvieron el derecho de elegir anual-mente cuatro prohombres con facultades
para ordenar, convocar y celebrar juntas para tratar temas relativos al
ejercicio de la profesión. La cofradía, con sus correspondientes fun-ciones
asistenciales, apareció a finales del siglo XIV.
La
pesca en la Edad Media en el Mediterráneo era una acti-vidad compleja, que
exigía, además del trabajo coordinado de distintos profesionales, de un
equipamiento. Los pescadores trabajaban en embarcaciones especiales con artes
diversos, que podríamos clasificar como estáticos y dinámicos. Entre los primeros
estaban la nasa, la almadraba y las diversas modalidades de pesca con anzuelo:
palangre, volantín y caña, y entre los segundos, figuraban los que utilizaban
redes: el boliche y la jábega.
La
nasa, como ya hemos visto, es un aparejo estático muy antiguo que requiere poca
atención y que constaba de una pieza cónica, denominada “buc”, unida por
la base a otra, llamada “afàs”, con forma de embudo, dirigida hacia el
interior de la primera, a la cual daba entrada, mediante una boca estrecha, que
permitía el ingreso de los peces pero impedía, al acabar en una serie pinchos,
su salida. Para provocar la entrada de los peces los pescadores colocaban un
cebo (normalmente un trozo de sardina o de sonso) en el interior del aparejo.
Estaban hechas con malla de junco, mimbre o caña.
Las
nasas eran baratas, pero poco productivas. Cada aparejo no solía capturar más
de dos o tres peces y tenía que estar calado, para compensar el trabajo del
lanzamiento, varios días. Las nasas fueron muy utilizadas por los pescadores
pobres, quienes capturaban con ellas bogas, langostas, congrios, sepias y
meros. Podían lanzarse tanto desde embarcaciones como desde los acantilados;
su utilización era muy sencilla. Al no exigir otros trabajos que la colocación
y la recogida, la nansa podría simultanearse con cualquiera de los otros artes.
El
otro arte estático, la almadraba, utilizada como vimos desde la época romana
para la pesca del atún, no era en la Edad Media un arte barato y sencillo, sino
todo lo contrario: exigía un equipamiento considerable y mucha fuerza de
trabajo; entre 30 y 40 pescadores que la calaban en verano, cuando los atunes,
después de desovar en el Mediterráneo, regresaban al Atlántico. Muy parecida a
la de los romanos, por no decir igual, la almadraba se calaba verticalmente,
en las áreas de paso de los peces migratorio, una red grande, mediante piedras
y flotadores de corcho, con una apertura que comunicaba con un espacio
delimitado por una segunda red, de cercamiento, provista de fondo, el copo. El
sistema estaba diseñado para conducir los atunes desde el mar abierto, por un
canal de redes, hasta el área de cerco, donde los pescadores, apostados en
diversas embarcaciones, procedían finalmente a elevar la segunda red, para
extraer los peces mediante ganchos.
Con el
término palangre se designaba una cuerda de cáñamo larga, “la mare”, de
la que pendían numerosos cabos, “les braçolades”, provistos de un
anzuelo en su extremo libre; las dimensiones de ambos elementos dependían de la
profundidad de las zonas de lanzamiento y del tamaño de los peces que se
pretendía capturar. En el cabo inferior de “la mare” se ataba una
piedra, para calar el conjunto de anzuelos, y en el superior, una boya, que
permitía a los pescadores localizar la zona de lanza-miento y les avisaban
cuando los peces habían picado. Se trataba de extender, de sembrar en amplias
áreas de mar una multitud de anzuelos con el cebo adecuado.
El
volantín era una versión reducida del palangre: con-sistía en un cordel de
cáñamo o de lino, de entre 30 y 50 brazas de longitud, provisto de un lastre de
plomo y de diversos anzuelos, que se lanzaba tanto desde algunas zonas
propicias del litoral, acantilados o peñas aisladas, como desde una pequeña
embarcación. Con este tipo de arte se capturaban sólo pescados de dimensiones
reducidas, como pageles, merluzas, bogas, júreles y caballas.
El
arte ancestral de la pesca con caña y anzuelo, desde la playa, la costa o a
bordo de embarcaciones se seguía utilizando a finales de la Edad Media para la
pesca de congrios, merluzas y bonitos.
De las
artes dinámicas que empleaban redes el más utilizado en el Mediterráneo
noroccidental fue el boliche; consistía en una red flotante de hilo de cáñamo,
de malla estrecha, compuesta por un copo y dos bandas. Al no alcanzar el fondo
marino y desplazarse entre dos aguas, cerca de la costa, la red del boliche
había sido diseñada para capturar peces y crustáceos pequeños. Se calaba y
levaba en el mar, desde una embarcación.
La
jábega era muy parecida al boliche pero de dimensiones mayores, destinada,
pues, a apresar piezas mayores. Se calaba desde una embarcación y se levaba en
tierra, donde una cuadrilla de auxiliares recogía las cuerdas que sujetaban la
red al bajel y tiraban de ellas hasta depositarla en la playa.
De
todos estos aparejos únicamente la caña, la nasa y el volantín podían
utilizarse desde la costa, el resto había que calarlos mar adentro mediante
barcos, por lo que era imprescindible contar con una flota pesquera más o
menos especializada. De esta formarían parte el “caro o carabo”,
del que se tienen noticias desde comienzos del siglo XI y que ya es popular en
toda la costa desde finales el siglo XIII. Era un barco pequeño que se
impulsaba a remo con el que se calaban pequeñas redes en las albuferas y en el
mar próximo a la costa, para lo que también servía la “barca de parell”
cuyo manejo exigía la presencia de dos pescadores. Otro barco utilizado tanto
para la pesca marítima como la fluvial fue la “tartana”. Una embarcación
pequeña, de un solo palo, con vela latina, bajo de popa y de proa.
Para
calar los palangres, los volantines y las nasas, se utilizaban los “llaüts”,
que es como se designaba, desde principios del Siglo XIII, una embarcación
ligera de reducidas dimensiones y con una capacidad que no solía superar las 10
botas, provista de una vela latina y, en algunas ocasiones, de un foque, así
como de dos o cuatro pares de remos y que embarcaba de cuatro a ocho pescadores
y un aprendiz. De diseño parecido sería el “albolig”, utilizado para calar el
arte del mismo nombre (boliche), pero de dimensiones inferiores y movido
igualmente por una vela latina y remos. Para la pesca del atún en las
almadrabas es probable que se utilizaran también llaüts o barcas, un bajel que
podía cargar entre “50 i 100 salmas”, propulsado por entre 5 y 10 pares
de remos, una vela latina y un foque.
Para
el manejo de la jábega, dado su tamaño y peso y a utilizarse lejos de la costa,
surgió un nuevo tipo de embarcación: la “xábega”, caracterizada por un
casco más robusto y amplio que el del boliche, impulsado a la vez también por
una vela latina y varios pares de remos; su tripula-ción ordinaria sería de
unos diez pescadores.
Es
probable que muchos caros y tartanas, e incluso algunos “bolitjos”,
fuesen de propiedad individual. La adquisición de una xàvega o de un “llaüt”
ya exigiría, en cambio, la asociación de varios interesados, cada uno de los
cuales aportaría una parte del precio.
No
existe información del volumen da las capturas, pero sí de la gran variedad de
las especies q las integraban, aunque no resulta fácil identificarlas, dado que
el nombre de los peces cambiaba a lo largo de todo el litoral. De las 78
especies identificadas, 66 corresponden a peces, siete a crustáceos, tres a
moluscos y dos a mamíferos. De los 66 peces, 61 corresponden a peces
estrictamente marinos y 5 a peces que alternan el mar con los ríos o albuferas.
Estas últimas especies, como por ejemplo los esturiones o las sabogas, no se
pescaban en el mar, sino en los estanques litorales y en los ríos. Los
crustáceos estaban repre-sentados, por siete especies: el cangrejo, el
centollo, la langosta, el langostino, la gamba roja, la cigala y el bogavante.
Mientras que los moluscos se reducían a los pulpos, sepias y calamares, y de
los mamíferos marinos se pescaban el delfín y el tursión.
La pesca en el reino nazarí de
Granada (6).
El reino nazarí tenía una amplia fachada marítima que iba desde la zona almeriense, más al este de Cabo de Gata, hasta el mismo estrecho de Gibraltar. Geográficamente se puede definir este espacio costero como propiamente mediterráneo, aunque con características pro-pias. En muchos puntos la montaña está al mismo borde del mar, existiendo pequeñas calas que permiten, junto con los deltas de algunos ríos, una navegación de cabotaje muy intensa. El régimen de los vientos, ampliamente conocido por los hombres del mar de estas áreas costeras, obligaba a utilizar, en caso de temporales (son temibles los de Levante), refugios y atraques de emergencia.
El reino nazarí tenía una amplia fachada marítima que iba desde la zona almeriense, más al este de Cabo de Gata, hasta el mismo estrecho de Gibraltar. Geográficamente se puede definir este espacio costero como propiamente mediterráneo, aunque con características pro-pias. En muchos puntos la montaña está al mismo borde del mar, existiendo pequeñas calas que permiten, junto con los deltas de algunos ríos, una navegación de cabotaje muy intensa. El régimen de los vientos, ampliamente conocido por los hombres del mar de estas áreas costeras, obligaba a utilizar, en caso de temporales (son temibles los de Levante), refugios y atraques de emergencia.
Era en este litoral granadino
donde practicaban la pesca barcos de diferentes caracterizaciones, que incluso
eran utilizados para el transporte de mercancías de unos puntos a otros, ya que
las rutas terrestres eran difíciles. Es posible que la pesca no fuese una línea
económica de igual dimensión que en otras culturas mediterráneas, pero estaba
presente. La existencia de poblados de gentes dedicadas exclusivamente a las
tareas de pesca no está documentada, aun cuando hay restos arqueológicos de
cierta importancia que podrían indicarlo. Todo parece indicar que la pesca era
casi exclusivamente de bajura, en las proximidades de las costas, y aunque rica
y variada, aparece diluida en activida-des económicas más amplias y complejas.
De las actividades pesqueras
llevadas a cabo en la costa las más importantes serían las realizadas con las
almadrabas, aunque no podemos saber si fue con la misma intensidad que en
tiempos de la Antigüedad clásica, la pesca por medio de almadraba era una
práctica que estaba presente al menos desde el siglo XII, aunque seguramente
antes también. Como ya hemos indicado, pero no esta de más repetirlo, la
almadraba consiste en un cerco que se hace con redes. Es de gran tamaño y
generalmente de forma rectangular. Cuenta con un trozo de red auxiliar que se
dispone perpendicular a la costa. Se procede así para cortarles el paso a los
atunes y a otros peces migratorios que nadan en paralelo a la línea costera y
cerca de ella. Se procede de ese modo para ha-cerlos caer en el arte preparado
para tal fin. Las artes son caladas en primavera y retiradas en otoño. Para
todas estas operaciones y, sobre todo, para las de captura propiamente dicha de
los pescados era precisa la participación de varias embarcaciones y de un gran
número de pescadores.
Pero siendo
la pesca de túnidos y escómbridos, mediante el uso de almadrabas, la más
importante, otras muchas especies eran capturadas a lo largo de la costa
nazarí, entre las que destacaría la de las sardinas. A partir de una ordenanza
dada por el concejo de Málaga, en 21 de enero de 1501, sabemos que en las
costas granadinas se pescaban: agujas palá, albures, ángel, arañas, atúnes,
bailas, besugos, bonitos, brecas, cachuchos, cañabotas, congrios, corvinas,
dentónes, doradas, gallos, galludos, lechas, lenguados, lisas, marrajos,
mielgas, meros, niotos, palometas, pescadillas, piques, robalos, rubios,
salmonetes y tollos.
Sus
capturas se hacían de diversas formas, pero, por supuesto, en embarcaciones de
diferente envergadura como la zambra o zabra y el jabeque. De como era la
zambra sabemos poco (la RAE la define como cierto tipo de barco que usaban los
musulmanes o bien especie de barco que usan los moros). Del árabe zammariya
“especie de barco”. El jabeque era una embar-cación pequeña, de unos 4 m de
largo por 1 m de ancho.
El
comercio de menudeo y la arriería tuvieron un papel principal en el comercio
del pescado salado y seco para abaste-cimiento de regiones interiores.
Los pescadores
andaluces y canarios a finales de la Edad Media (7).
Una de las características más destacadas de la actividad pesquera en las costas del Atlántico Medio fue la frecuencia con la que los pescadores gallegos, cántabros y vascos acudieron a sus caladeros, sin que la distancia, los medios de conservación de las capturas o sus propios ámbitos de actividad (Golfo de Vizcaya, Bretaña, Irlanda, etc.) les retraiga de su interés por la pesca en estos mares. Su presencia no debe extrañarnos, ya que la zona andaluza no era desconocida para los pescadores norteños, si tenemos en cuenta la secular relación de marinos y trans-portistas del norte en las armadas que participaron en la conquista y defensa de Andalucía, o en la compra de cereales para abastecer el norte peninsular. Todos ellos junto con los portugueses y los propios andaluces y canarios, formarían el censo de pescadores que a finales del siglo XV y principios del siguiente explotaron los caladeros andaluces y africanos.
Una de las características más destacadas de la actividad pesquera en las costas del Atlántico Medio fue la frecuencia con la que los pescadores gallegos, cántabros y vascos acudieron a sus caladeros, sin que la distancia, los medios de conservación de las capturas o sus propios ámbitos de actividad (Golfo de Vizcaya, Bretaña, Irlanda, etc.) les retraiga de su interés por la pesca en estos mares. Su presencia no debe extrañarnos, ya que la zona andaluza no era desconocida para los pescadores norteños, si tenemos en cuenta la secular relación de marinos y trans-portistas del norte en las armadas que participaron en la conquista y defensa de Andalucía, o en la compra de cereales para abastecer el norte peninsular. Todos ellos junto con los portugueses y los propios andaluces y canarios, formarían el censo de pescadores que a finales del siglo XV y principios del siguiente explotaron los caladeros andaluces y africanos.
Si bien la presencia portuguesa en la costa andaluza esta
documentada, también lo está la presencia de pescadores andaluces en los mares
portugueses, como lo prueba la queja que los armadores y pescadores de Sevilla
dirigen, en 1469, al concejo hispalense para plantearles algunos problemas
durante sus faenas para la pesca de “la sardina en la Tuta e en Montegordo e
en los otros puertos y mares que son en la comarca del dicho rreyno de
Portugal”.
Referencias
a la presencia en caladeros africanos se encuentran ya en los años setenta del
siglo XV cuando los reyes concedían a Fernando de
Gamarra “licencia para armar cuatro fustas o carabelas con las que podría ir
a pescar, cada vez que quisiera y sin pagar derechos, a las pesquerías de
Guinea, pudiendo utilizar como punto de partida cualquiera de los puertos de la
costa onubense”.
Las
condiciones de trabajo de los pescadores andaluces para faenar en los caladeros
atlánticos o las de los canarios para hacerlo en las costas de Barbería, serían
muy parecidas. De los contratos que conocemos podemos saber que era necesario
un pequeño capital para armar el barco y dotarlo de aparejos y mantenimientos,
de tal forma que era muy común que un socio adelantara
los fondos necesarios y los marineros pusieran su trabajo. A cambio el inversor se aseguraba un porcentaje mayor en las
ganancias o un precio para las capturas más
bajo que el establecido en el mercado. Además fue muy común, en función del tipo de contrato, que las ganancias
obtenidas fueran divididas en tantas partes
como el número de inversores y pescadores, de tal forma que maestre e inversor se llevaran un porcentaje mayor que los
marineros.
Para finalizar podemos decir que lo que caracteriza a los
protagonistas de la pesca en la Baja Andalucía y Canarias, es que faenaron,
casi siempre -y esto les diferencia de sus homólogos de otras regiones- en
aguas lejanas a sus lugares de origen, llevando sus navíos a caladeros
distantes y peligrosos, aunque, también, muy productivos. En proporción, su
número quizá no fue tan elevado como el que se podía encontrar en localidades
del Cantábrico o Galicia, lo que no quiere decir que en muchas villas de la
costa gaditana o onubense hubiese entre su población a un alto porcentaje de
pescadores.
(1) La pesca en el país vasco en la edad media. Beatriz Arizaga
Bolumburu. Universidad de
Cantabria.
untzimuseoa.eus/images/itsas_memoria_03/1lapesca.pdf
(2) Economía y sociedad en la España medieval. Carlos de Ayala Martínez. 2004.
https://books.google.es/books?isbn=8470904345
(3) La
pesca en el Mediterráneo Noroccidental durante la Baja Edad Media. Antoni Riera Melis.
Universidad de Barcelona
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf
(4) La
pesca en la Edad Media. Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf
(5) Pesca
y economía regional en Galicia. Elisa Ferreira Priegue. Universidad de Santiago.
Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales. Madrid,
2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf
(6) La
pesca en el mar de alborán en época nazarí (siglos XIII-XV). Antonio Malpica Cuello.
Universidad de Granada. Monografías de la Sociedad Española de Estudios
Medievales. Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf
(7) Pescadores andaluces y canarios a finales de la edad media. Juan Manuel Bello León.
Universidad de La Laguna. Monografías de la Sociedad Española de Estudios
Medievales. Madrid, 2009.
www.medievalistas.es/seem/pdf/publicaciones/002.pdf